—¿Cómo te imaginas la escuela pospandemia?
—Aún me resulta difícil pensar en esa escuela. No sabemos cómo ni cuándo va a suceder. Pero algunas cosas estamos aprendiendo en estos meses de experimento colectivo forzoso y ojalá podamos capitalizar.
Por ejemplo, la enorme reinvención de docentes de todos los niveles que incorporaron tecnologías digitales en la enseñanza. Tanto para la presentación de contenidos como para la comunicación con los alumnos. A partir de ahí, me imagino a la escuela bajo un modelo más híbrido, semipresencial, que combine todo lo que añoramos de la escuela física —el encuentro, el estar cara a cara, el juego, ese vivir con otro que es irremplazable— con instancias a distancia que ojalá recuperen todo este envión tecnológico que vemos en muchos docentes.
—¿Y respecto a las disparidades que aparezcan en las aulas?
—La escuela también se va a tener que ocupar de recuperar todo eso que no sucedió para muchos chicos durante este tiempo: aprendizajes irrenunciables como la lectoescritura o saberes esenciales de cada año que no se alcanzaron. La pandemia amplió la brecha educativa. Hubo trayectorias de chicas y chicos realmente muy heterogéneas dependiendo de las posibilidades de los hogares. Y me refiero a posibilidades materiales (como espacio para estudiar, dispositivos o conectividad) y también al acompañamiento de los adultos, las familias.
—Se está planteando la posibilidad de escuelas al aire libre. ¿Creés que puede ser un espacio propicio para experimentar con nuevas propuestas pedagógicas?
—Crear espacios de aprendizaje. Al aire libre o en otros lugares que no sea el aula dentro de la misma escuela es algo que se viene trabajando desde hace rato en entornos de búsqueda de innovación educativa. Por caso: museos, parques, organizaciones de la comunidad. Ahora, algunas jurisdicciones están considerando dar clases en los patios de las escuelas, las calles o la plazas, aunque más como una medida sanitaria que habla de la posibilidad de estar al aire libre para que no circule el virus. Pero, el espacio no garantiza la buena enseñanza: uno puede dar una clase tradicional en un aula, un parque o un museo. Y lo mismo, uno puede usar un aula para una clase colaborativa, de resolución de problemas donde los chicos discutan, participen. Entonces, lo que tira del carro no es el espacio ni la tecnología, sino la pedagogía, qué visión tienen los docentes de qué se necesita para aprender.
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—¿Cuál es, entonces, el camino a seguir para el aprendizaje de alumnos y alumnas?
—Muchos docentes tienen claro que para aprender los alumnos tienen que cognitivamente hacer un trabajo activo. Es decir, uno no aprende escuchando y tomando notas, que es lo que ocurre en muchos de los secundarios y universidades argentinas. Para aprender, los alumnos tienen que participar, resolver, opinar, discutir, tomar notas y reflexionar sobre eso. En ese sentido, pensar en otros espacios ayuda, espacios más abiertos, donde se puedan hacer propuestas más participativas, de juegos, donde se pueda poner más el cuerpo, que sabemos ayudan al buen aprendizaje.
—¿Qué crees que es lo más importante, lo primero que se debería tratar de ofrecer en una escuela que comienza a volver a las clases presenciales?
—El reencuentro. El volver a verse, el volver a conectar con una dimensión esencial que se perdió este año en la vida de los chicos y que hace a su bienestar y formación integral, que es la posibilidad de conectarse con chicos y chicas de su edad. Recién después se podrá diagnosticar hasta dónde llegaron, qué pudieron hacer y cómo reponer esos aprendizajes esenciales que no se lograron.
Esta entrevista fue publicada originalmente en Reaprender, la newsletter sobre educación que edita Stella Bin. Podés suscribirte en este link.
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