—¿Qué fue lo que más costó en el 2020?
—El esfuerzo que hemos hecho docentes, familias, estudiantes y equipos técnicos fue mucho. Todos trabajamos para sostener las trayectorias y los vínculos de los estudiantes con la escuela. Per, tal vez lo más costoso fue entender que no es lo mismo dar clases en la virtualidad que en la presencialidad. Por ejemplo, los primeros 15 días o un mes, los llenamos de tareas, cada uno por asignatura. Y cuando iban a la presencialidad reproducíamos lo que se hacía en un aula tradicional. Después del primer mes, los docentes entendimos que no se les podía pedir nada que no pudieran hacer dentro de su casa y con lo que tuvieran, y tampoco podíamos tener al estudiante 8 horas sentado frente a la pantalla. Así, tuvimos que empezar a articular con nuestros pares para pedir una tarea que incluyera varias materias. En definitiva, lo más desafiante fue entender que no era educación a distancia, sino educación en la virtualidad en un contexto de pandemia.
—¿Crees que la pandemia ayudó a visibilizar el trabajo docente o a romper con algunos mitos o prejuicios?
— Creo que hubo tres cuestiones que se pusieron en evidencia. Una fue la diferencia que siempre se creyó que había entre nativos e inmigrantes digitales y que tenían que ver con la edad. Hoy quedó claro que, en términos pedagógicos, los niños o adolescentes tienen habilidades ganadas por el uso cotidiano de la tecnología, pero no saben todo. Y los adultos pueden adaptarse e interactuar con esas tecnologías. Otra, fue la revalorización del trabajo profesional del docente, que tiene la capacidad de enseñar, de desarrollar esa mediación pedagógica didáctica que es necesaria para un aprendizaje de calidad. Y la tercera, fue entender que el aprendizaje es una actividad y no un lugar. Es decir, si bien el espacio físico de la escuela es muy importante para desarrollar el aprendizaje y la socialización de los estudiantes, también se puede enseñar con otros modelos y formatos. Es absolutamente viable.
—¿Cuánto crees que se perdió de contenidos pedagógicos y cuánto se ganó?
—Desde la plataforma trabajamos mucho con la idea de las capacidades digitales y emocionales y la vinculación de estas capacidades con las que tiene que desarrollar el estudiante a través de los contenidos que se abordan en cada materia. En ese sentido, se ganó en capacidades digitales, en creación de contenidos digitales de aprendizaje (tanto desde docente como estudiantes). También en lo relacionado con capacidades emocionales como la empatía, el aprender a aprender, la escucha, la autonomía de los estudiantes. Mientras que la escuela incorporó el acompañamiento de las familias, que no tenemos que perder. Claro que para eso se va a necesitar que docentes y directivos modifiquemos algunos hábitos para que esto se sostenga. Y sí se ganó mucho en algo que es prioritario para el estudiante en su aprendizaje y es que el docente se corra del lugar de poseedor del saber y piense qué es lo importante para el estudiante. Por eso, creo que más que pérdidas fueron grandes aprendizajes los que se dieron. Sin dejar de observar las nuevas brechas en cuanto a conectividad y acceso que se profundizaron. Por caso, la mayoría de las comunidades Mbya Guaraní de la provincia no tienen conectividad. Y solo logramos hacer un cuadernillo en su lengua que tiene contenidos articulados entre distintas materias, de nivel inicial y primario.
—¿Cuál crees será el mayor desafío para docentes, familias y estudiantes en 2021?
—Es muy difícil visualizar cómo vamos a arrancar en marzo porque los casos están aumentando. La idea es trabajar con un modelo mixto virtual-presencial y, a título personal, espero que sea sosteniendo el modelo de aula invertida porque creo que es el más viable en este contexto.
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Esta entrevista fue publicada originalmente en Reaprender, la newsletter sobre educación que edita Stella Bin. Podés suscribirte en este link.
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