Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
“La soledad, por muchos hijos que haya, forma parte de uno cuando se vive solito”, explica Isidoro Waldman. “Uno se acostumbra a hablar con el espejo porque allí está la única persona con la que uno puede hablar. Pero el espejo no te responde y es el único reflejo que tenés de tu vida”, dice. La voz se le entrecorta y los ojos se le enrojecen con el recuerdo. Pero Isidoro tiene 84 años y forma parte de una generación de hombres que pocas veces se permite lagrimear.
Le lleva unos segundos reponerse y sigue: “Entonces empecé a escribir sobre todo ese dolor tremendo que tenía dentro mío. Me preguntaba: ‘¿Por qué estoy solo si yo soy una persona amigable y no quiero estar solo?’”.
Él vivía sólo desde hacía años, pero tras dejar de trabajar en su joyería y relojería en el barrio porteño de Colegiales, se fue quedando sin amigos, sin familia, sin nadie a su alrededor. “Un poco por propia voluntad, otro poco porque no le encontraba la salida”, reconoce. Como fuera, empezó a decaer de tal manera que cada vez se alejaba más de todo y las consecuencias se vieron en su cuerpo, en su salud.
“Como me pasó a mí, le pasa a otros. Un buen día se empieza comiendo menos, tomando menos -al final del día la botella de agua está casi llena- y se tira la comida porque no se tiene ganas de hacerla, tampoco ganas de comerla. Así, la soledad se transforma en depresión y te va enfermando”, asegura.
En su caso, los parámetros de salud se deterioraron a tal punto que un día Isidoro se levantó y sintió que se estaba muriendo. Se vistió, salió a la calle, tomó un taxi y se fue a un sanatorio.
“Buen día, me vengo a internar porque siento que me voy a morir”, le dijo a la recepcionista. Un médico habló con él y rápidamente le hicieron una serie de estudios. El resultado le dio la razón. Efectivamente su salud estaba muy deteriorada.
Tras haber tocado fondo, a sus ochenta y pico Isidoro fue capaz de hacer un nuevo contrato con la vida. Y hoy puede contar su historia de resiliencia, sentado ante un té y un postre que nos preparó su amiga, Rita Croci. Ella tiene 92 años, ha sido trabajadora social en distintas partes del mundo y nos recibió en su casa para charlar sobre la soledad en los adultos mayores.
Rita, en retiro activo
De a poco me irán contando que su amistad comenzó en Papelnonos, una asociación civil que a través de actividades sociales, educativas y culturales genera espacios para que las personas mayores envejezcan activas e incluidas en la sociedad.
En ese departamento, en el barrio porteño de Palermo, Rita vive con Angélica, una mujer nacida en Paraguay que hace los trabajos domésticos. Además, dos veces por semana llega hasta allí Cristina, una artista y amiga que la ayuda en las tareas de voluntariado que realiza.
“Soy trabajadora social en retiro activo”, se presenta Rita. Ella es voluntaria en los centros de día, “instituciones públicas de la ciudad de Buenos Aires que dan contención a los adultos mayores durante el día. Se crearon hace 20 años y cada barrio tiene uno al que el adulto mayor puede acudir”, explica. Allí, la mayoría “son personas que viven en geriátricos o que van en busca de un plato de comida”.
Su trabajo consiste en relacionarlos a través de un programa de arte porque a veces están uno al lado del otro, pero no se hablan. Para eso Rita usa unos títeres que ella misma hace. Y claro, también apela a su experiencia, conocimientos y sensibilidad.
“Cuando fallecieron mis padres, yo tenía 70 años. Ahí me di cuenta de que si bien desde hacía años era trabajadora social y realizaba actividades artísticas en vidrio, por ejemplo, no le había dado importancia a los vínculos de amistad. Solo a los de familia. Me faltaba el grupo de coetáneos, gente que siendo diversa me enriqueciera”, recuerda Rita.
De todos modos, para ella hay una enorme diferencia entre aislamiento y soledad. El aislamiento, detalla, es muy doloroso, es estar caído de la sociedad, es estar excluido. Mientras que la soledad puede ser deseada o ser la consecuencia de frustraciones en los vínculos afectivos o intelectuales. “La soledad es muy dolorosa pero el aislamiento aniquila”, afirma.
La chispa de la vida
Tanto el relato de Isidoro como el de Rita son ejemplos del impacto que la soledad tiene cada vez más en los adultos mayores de todo el mundo. En Argentina, casi 7 millones de personas tienen 60 años o más según proyecciones del INDEC para 2019. Mientras que un informe realizado en 2016 por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA) y la Fundación Navarro Viola revela que casi 1.050.000 personas viven solas. Es decir, una población equivalente a la de Chaco o Misiones (dos de las diez provincias de mayor peso demográfico del país).
Mientras que la cantidad de adultos mayores que viven solos varía mucho dependiendo las regiones. Se da con mayor frecuencia en la Ciudad de Buenos Aires (25,9%) y bastante menos en la región del NEA (16,2%), Cuyo (14,8%) y especialmente en el NOA (13%). Entre ambos extremos (CABA y NOA), la diferencia es abismal: de 2 a 1, lo que da cuenta de la heterogeneidad regional al respecto.
Por último, declararon no tener amigos el 20,7% de las personas mayores que viven solas y el 27,3% de las que viven acompañadas.
El estudio también destaca que 21,8% de las personas mayores que viven solas y 13,4% de las que conviven manifestaron sentirse solas. O sea, sienten que no tienen a nadie a quien acudir. Y si bien esta no es la situación de Rita ni la de Isidoro, sí fue la situación de Hilda y Hugo, que fueron desalojados de la vivienda que ocupaban en la ciudad de Rosario y terminaron solos en un bar.
Para Rita, “pedir ayuda, como hizo Isidoro yendo al hospital, es romper la soledad. La ayuda te crea un puente con el otro. Por eso Isidoro no estuvo solo desde que cruzó la puerta de la clínica. Dentro de la tristeza tenía un impulso hacia la vida”.
Rita tiene un hijo que vive en Londres, nietos y bisnietos. También tuvo dos hijas, que fallecieron muy jóvenes. Hace poco, durante un fin de semana lluvioso, en el que no recibiría visitas, se preguntó si se sentía sola. Y su respuesta fue que no.
Aunque reconoce que cada vez tenemos más familias dispersas cuya relación es por WhatsApp. “Un gran factor de soledad es sentir que uno no se puede seguir comunicando con aquellos que geográficamente no están cerca. Es terrible porque tenés que construir un vínculo tierno, afectivo, no de información -si hoy voy al cine o no-, sino sobre cómo me siento, cómo están ustedes. Por eso, la primera pregunta siempre es cómo están, ¿cómo está Sofía? ¿Y Rafael, que se dio ese bollo en la cabeza? Es decir, lo cotidiano”.
Un rato después dirá que lo que destruye a un ser humano “es no tener la cotidianeidad de poder decir buen día a alguien que está cerca”.
Por eso, para ella es fundamental no estar sola para tener una buena calidad de vida. “Buscar vínculos amorosos, afectuoso, solidarios. Los papelnonos decimos que debemos pasar de viejos solitarios a viejos solidarios. La solidaridad es lo que nos permite conocer qué le pasa a él, qué me pasa a mí”.
En Papelnonos, coinciden Rita e Isidoro, han construido un grupo de trabajo alrededor del teatro musical, que es lo que se ve hacia afuera. “Pero lo que no se ve es la construcción de un grupo humano donde se han tejido redes afectivas en las que nos importa lo que le pasa al otro. Y eso es lo primero que destruye a la soledad”, reflexionan.
La lucha contra la soledad como política pública
Generar nuevos vínculos que disipen la soledad no es fácil: exige un trabajo interno de la persona. Cuando a Isidoro lo invitaron a participar de Papelnonos, hace unos tres años, sus compañeros enseguida le hicieron notar que era muy hosco. “Es que estaba tan acostumbrado a estar solo que no podía estar entre tanta gente”, se excusa él.
Por eso aconsejará: “Hay que prepararse para la jubilación, para el post-trabajo. Porque Isidoro, por ejemplo, que siempre tuvo un negocio, que hablaba con gente, de repente no tuvo a nadie con quien hablar. Así perdió la costumbre de escuchar la propia voz y escuchar la voz del otro, de mirar a los ojos. Porque lo digital no reemplaza a lo humano, para nada”.
Sin embargo, cuando desde RED/ACCIÓN contamos en Instagram que estábamos haciendo esta nota, varios de nuestros lectores comentaron en Instagram que los llamados telefónicos y los mensajes de WhatsApp eran algunos de los medios más usados para estar conectados con los adultos mayores de su familia.
“Ojalá, algún día lo que hace Papelnonos se transforme en política pública”, dice Rita. Porque este espacio está construido sobre bases gerontológicas, explica. Es decir, dedicado a la salud, la psicología y la integración social y económica de las personas que se encuentran en la vejez.
“Para nosotros el teatro musical, la alegría, el color, la música y el movimiento son la excusa para la reunión. Es lo que se ve desde afuera. Pero lo conceptual está adentro, donde hay especialistas que nos estimulan y hacen que nuestro cerebro siga funcionando. Se apela a lo que tenemos sano. Porque el que no es rengo tiene dolores y el que no, pasó cirugías importantes. Pero, como dice Isidoro, hay una parte en nosotros que quiere vivir y conectarse con la sociedad, no solo con los pares. Por eso vamos a los jardines de infantes y actuamos para los niñitos, vamos a un geriátrico o actuamos en la calle. Pero el viejo que no tiene esa posibilidad, claro que se enaridece”, advierte Rita.
De hecho, Gran Bretaña asumió al tema como un problema de salud pública y creó, en enero de 2018, el Ministerio de la Soledad.
"Eras la queja en dos patas"
Desde que estaba solo, Isidoro tiene la costumbre de escribir, de contar en un cuaderno lo que le pasa y lo que siente. Hoy, que sigue viviendo solo aunque comparte su vida con su pareja, Mary, escribe cuando está aburrido. “Siempre mis anotaciones terminan con ‘Porque quiero vivir’”.
“Hasta cuando me sentí morir, yo quería vivir. Eso es lo que me impulsa a estar junto a esta persona a quien estoy aprendiendo a querer”, dice y se ilumina. “Ella ha sacado totalmente la palabra soledad de mi vida. Aunque, como dice el poeta Samuel Beckett, la soledad es buena cuando hay quien lo escuche a uno”.
En ese punto Rita lo cruza: “No coincido del todo con vos cuando decís que ‘La soledad es buena cuando hay quien lo escuche a uno’. Porque cuando te conocimos, Isidoro, vos eras la queja en dos patas”.
“Yo lo sabía”, responde Isidoro. Y sigue: “De a poco fui cambiando y hoy soy más aguantable”. Ambos se sonríen, cómplices. Entonces es Rita la que agrega: “Y lo valoramos, lo queremos. Porque la queja, la desconfianza, la avaricia y la mezquindad son todos factores en contra que ayudan a conformar la soledad y el aislamiento”.