“En un mes y medio yo voy a ser la primera de toda mi familia en terminar el secundario”, suelta orgullosa y sonriente Fiorela Luna. Ella tiene 16 años y cursa quinto año en la escuela Domingo Bravo, del poblado de Chauchillas, a unos 45 kilómetros de la capital de Santiago del Estero.
Pero eso no es todo. Sentada en el patio de su casa, Fiorela sueña con ser profesora de Matemática o Biología para enseñar en una secundaria rural como a la que ella va.
Es la tarde de un domingo de noviembre y de a poco las familias se preparan para ir a ver o jugar fútbol femenino. Carmen Romano organiza a sus otras dos hijas sin dejar de observar a Fiorela. Ceba mate dulce con hojas de poleo y no la deja vacilar: “Si yo hubiera podido terminar el secundario no estaría aquí. Mi sueño era ser maestra jardinera. Hoy estaría enseñando”. Ellas viven en un pueblo de 600 personas a 5 kilómetros de la escuela.
Desde que en 2006 la ley de Educación Nacional fue aprobada y estableció la obligatoriedad del secundario, las provincias comenzaron a trabajar para acercar la escuela a los adolescentes que viven en el campo. Pero todavía hay muchas comunidades rurales sin escuela secundaria. En 2018 y según el Observatorio Argentinos por la Educación, en las áreas rurales del país había 10.385 escuelas primarias pero solo 7.359 secundarias.
En ese panorama, Santiago del Estero es una de las provincias que más adolescentes incorporó a las secundarios rurales. De hecho, entre 2011 y 2018 incrementó su matrícula un 73%, aunque no tiene cifras de cuántos lo terminan.
La historia de Fiorela es la de miles de adolescentes que viven en el campo santiagueño y que están dando un paso enorme no solo para sus familias sino para la comunidad: ser los primeros egresados del secundario.
Los docentes se ilusionan al pensar que ellos serán el ejemplo a seguir para las futuras generaciones, para sus hermanos y primos menores.
El mayor desafío para esta provincia, que suma 968.309 habitantes, es lograr que las comunidades rurales dispersas tengan acceso a la secundaria en su pueblo. Esto obliga al Estado a llegar con escuelas y docentes a poblaciones conformadas por apenas hasta cinco familias.
Teniendo en cuenta esas particularidades y con el objetivo de atender las distintas realidades que se dan en la ruralidad, la provincia ideó cuatro modalidades de escuelas: de Itinerancia (ya funcionan 600), Agrotécnicas (21), Escuelas de la Familia Agrícola (5) y Mediada por Tecnología de la Información y la Comunicación (1).
De esa manera, Santiago del Estero pasó de tener 10.857 adolescentes matriculados en 2011 a 18.773 en 2018.
Ahora, el modelo con el que la provincia realmente logró incorporar a más adolescentes al sistema educativo es el de Itinerancia, que comenzó a desarrollarlo en 2008, y bajo el cual funcionan el 96% de sus escuelas rurales.
Vale aclarar que se llaman Escuelas de Itinerancia porque los docentes itineran, se trasladan, de una a otra escuela para dar su materia. Los alumnos, en cambio, siguen en su comunidad.
La escuela Domingo Bravo, por ejemplo, es la sede de referencia para los profesores que viajan hasta otras cinco escuelas ubicadas en pueblos muy pequeños y dispersos: Los Núñez, Villa Giménez, Brea Puñuna, Sauzal y Los Miranda. A esa escuela itinerante le llaman agrupamiento.
Cómo funcionan las escuelas de itinerancia
Es lunes al mediodía en Santiago del Estero. El ritmo de la capital de la provincia comienza a bajar. Para muchos, se acerca la hora de la siesta. Sin embargo, para los docentes y los alumnos de las escuelas secundarias rurales de itinerancia es hora de comenzar con la actividad.
Subimos al auto de Abel Cajal, el rector del primer Agrupamiento de Escuelas de Itinerancia que se creó en la provincia, en 2008. Y que tiene su sede central en el colegio Domingo Bravo.
De a poco salimos de la ciudad capital y las casas comienzan a ralear. En cambio, las cabras y los burros aparecen cada vez más seguido pastando a orillas de la ruta o deteniendo el tránsito para cruzarla. Cada vez se ven más motos. “Para llegar a la escuela, la mayoría de los estudiantes recorren los 5, 10 o 12 kilómetros de ruta o caminos de tierra de esta manera”, explica Abel.
De hecho, en ese momento Fiorela viaja en moto con su mamá los cuatro kilómetros que separan su casa de la escuela. Lo mismo hace Marcelo Viscarra con su hija Milagros, que cursa cuarto año. Ellos viven a dos kilómetros.
A esa hora, también Federico Jugo, profesor de Lengua y Literatura del agrupamiento, está yendo a dar clases a alguna de las seis escuelas. Él, los lunes arranca con dos horas en la secundaria de Sauzal, luego dos horas en Chauchillas y termina con dos horas en Miranda. Mientras que los martes comienza con dos horas en Brea Puñuna, a 12 kilómetros de sede Domingo Bravo. “Vivo en la capital y viajo todos los días. El peor camino es el que va a Brea Puñuna. Primero iba en moto pero me caí un par de veces y ahora prefiero hacerlo en auto”, cuenta Federico.
En el auto de Abel, tras recorrer unos 40 kilómetros, un cartel indica que a un kilómetro, por un camino de ripio, se llega a Villa Giménez. Allí, funciona la escuela Nº5 Pedro León Gallo, a la que por la mañana asisten niños y niñas al jardín de infantes y la primaria. Mientras que a partir de las 13.30 horas, en una de sus aulas, 18 chicos y chicas cursan el 1º y 2º año del secundario, que forma parte del agrupamiento que dirige Abel.
En Santiago del Estero las 600 escuelas de itinerancia están divididas en 80 agrupamientos. Cada agrupamiento está conformado por entre 4 y 15 escuelas de itinerancia -que funcionan en escuelas primarias- y tienen una sede central en una escuela primaria o secundaria.
Así, los alumnos pueden hacer el ciclo básico (1º y 2º año) en la misma escuela que cursaron la primaria, y luego concluir el ciclo orientado (3º, 4º y 5º año) en la sede del agrupamiento.
Además de la itinerancia de sus profesores otra característica de estas escuelas es que en 1º y 2º año se trabaja en un aula con modalidad pluriaño. Es decir, un profesor para ambos cursos -entre 5 y 30 estudiantes- dando clase al mismo tiempo. Esta es una modalidad que los profesores no aprenden durante su formación, sino que son los propios colegas los que les van enseñando.
En tanto, en los últimos tres años, en el ciclo orientado a producción de bienes y servicios, hay una aula por año.
Las distancias entre las escuelas y la sede del agrupamiento varían entre 3 y 90 kilómetros. Y cada escuela está a cargo de un tutor, que es quien abre la escuela, recibe a los alumnos, los acompaña en sus procesos de aprendizaje, está atento a si faltan o necesitan ayuda de algún tipo.
Aprovechar la infraestructura de las escuelas primarias
El modelo tiene su origen en un proyecto de escuelas rurales que diseñó el Estado nacional en 1998 y que hoy se aplica en distintas provincia con diferentes modalidades, contextualiza Irene Kit, presidenta de la organización Educación para Todos.
Pero para entender por qué se opta por el sistema de itinerancia como modo de llegar con el secundario a las zonas rurales de Santiago del Estero, Abel revisa la historia. Destaca que en 1884, la ley 1420 estableció la educación primaria obligatoria, lo que significó que el Estado debía ir donde estaban las familias. Así se construyeron escuelas en los lugares más recónditos de la provincia.
Cuando en 2006 se estipula la obligatoriedad de la escuela secundaria, para que los adolescente que vivían en la ruralidad accedieran al secundario era fundamental la cercanía de la escuela. “Había que convencer a las familias de la importancia de enviar a sus hijos al secundario. Y que pudieran hacer los dos primeros años en la mismo edificio que habían hecho la primaria, lo facilitaba”, explica Abel.
Claro que el Estado provincial también debió hacer una inversión importante en horas cátedra. “En el presupuestos de 2015, que es el que recuerdo, se necesitaban 2000 horas cátedras para atender al secundario urbano y 6000 para la ruralidad. Es decir, una demanda dos veces mayor para atender al 25% de los estudiantes secundarios, que son rurales”, detalla Alejandro Piccoli, subsecretario de Educación, Ciencia y Tecnología de la provincia.
Reforzando lo dicho por Carmen, la mamá de Fiorela, Piccoli sostiene que “antes de 2006 los únicos que estudiábamos el secundario éramos los que nos podíamos mudar a la ciudad”.
El dato no es para nada menor y crece en relevancia cuando escuchamos a Milagros Viscarra, que tiene 17 años y cursa cuarto año en Chauchillas: “Hay una materia que se llama Marco Jurídico y que me gusta porque estudio algo que después aplico en la vida. Por ejemplo, conocí los derechos de las personas, los derechos de los trabajadores, la importancia de respetar a las otras personas, que todos somos iguales, que nadie es más que otro. Y después de saberlo entendí que hay derechos que no se cumplen”.
Milagros sueña con terminar el secundario, ir a la universidad y estudiar medicina “para curar a las personas”. Ella, como Florencia, es la primera egresada del secundario en su familias. “Yo creo que estudiar garantiza un futuro mejor. Veo que las personas que terminaron el secundario muchas veces tienen un trabajo digno”, suelta tímida Milagros.
Ella vive en Sauzal, un poblado incrustado en el monte, a unos 42 kilómetros de la capital de Santiago del Estero, a dos de la escuela Domingo Bravo y a 30 kilómetros de la ciudad turística de Río Hondo. Allí hizo su primaria y los dos primeros años del secundario.
Todos los días, Milagros va a dormir a la casa de su abuela, a pocos metros de donde vive con sus padres y su hermanito. Cada mañana se levanta y llega a su casa antes de que su mamá salga a trabajar como empleada doméstica. Su hermanito va al jardín de infantes y su papá trabaja en el campo: es apicultor, hace huerta, cría cabras y otros animales.
Milagros hace las tareas de la casa, estudia, cocina y al mediodía se prepara para ir a la escuela, de donde sale a las 17.45. Llega a su casa y hace las tareas de la escuela. “Si necesito ayuda con la tarea ni mi mamá ni mi papá me pueden ayudar porque ellos no saben sobre lo que yo estoy estudiando. Entonces, le pido ayuda a mi novio, que está en 5º”, aclara.
“Nosotros solo pudimos terminar hasta 7º grado. En esta zona no había secundaria. Tampoco luz, agua, ni medios de transporte”, explican los padres de Milagro, Marcelo y Rosa Cabrera.
Durante años, Marcelo y Rosa fueron a hacer la temporada de verano a Pinamar. Ellos fueron trabajadores golondrinas, como todavía hoy lo es la mayoría de los pobladores rurales santiagueños . Esto significaba que toda la familia, por entonces ellos y Milagros, viajaban en noviembre o diciembre hasta la costa bonaerense para trabajar en hoteles y restaurantes. Regresaban recién en marzo.
Esta particularidad, de que toda la familia se traslade a distintas provincias para trabajar -hacer la zafra en Tucumán, cosechar papa en Buenos Aires o hacer la vendimia en Mendoza- tiene un fuerte impacto en la escuela.
“Nuestro agrupamiento está inserto en un territorio en el que las familias tienen esta lógica socio económica y eso implica adaptar la forma en la que se dan los contenidos teniendo en cuenta estas características. Si pretendemos funcionar como una secundaria urbana, la escuela se vuelve inviable para los estudiantes. Además, como los alumnos son pocos, los profesores trabajan de manera personalizada, adaptándose a las realidades de cada uno, dándoles tareas domiciliarias, usando la tecnología: WhatsApp y grupos cerrados de Facebook para interactuar con los chicos y darles clases particulares. También les dan cartillas de estudios que ellos luego traen y se terminan de cerrar acá”, detalla Abel.
Aprender a ser docente en la ruralidad
Nahuel Moreno cursa quinto año en Chauchillas y es compañero de Fiorela. Vive en Villa Giménez, con su mamá, algunos de sus 13 hermanos y varios sobrinos. Tiene 20 años y sentado bajo un árbol en el frente de su casa afirma que quiere seguir el profesorado de Educación Física para ejercer en las escuelas rurales.
“El secundario me dio conocimientos y me enseñó a socializar con otras personas, a no discriminar. También me marcaron los consejos de los profesores sobre seguir estudiando, cuidarme, no tomar alcohol”, reconoce Nahuel.
Como él, muchos chicos ven en sus profesores un ejemplo a seguir. Y no está mal, si se piensa que hay una demanda que cubrir. Piccoli aseveró que en la provincia faltan docentes de Lengua, Matemáticas e Inglés.
Pero los docentes se reciben sin saber cómo trabajar la modalidad pluriaño. “Aún cuando el 90% de los profesores que se reciben va a tener que enseñar en escuelas rurales”, subraya Abel, quien también enseña en el profesorado. Y agrega: “La didáctica del pluriaño es mucho más fácil y da mejores resultados. El tema es que nadie la enseña y el desconocimiento lleva a creer que es imposible trabajarla. Pero, es todo lo contrario”.
Para resolver esta falencia, cuando llega un profesor nuevo hacen encuentros pedagógicos donde los docentes con experiencia les enseñan a aplicar las didácticas de pluriaño. Una vez dadas las primeras herramientas, dedican horas a que el docente piense por su cuenta estrategias pedagógicas para enseñar sus contenidos.
“Si tengo alumnos de 1º año a los que les tengo que enseñar Revolución Neolítica y a los de 2°, Revolución Francesa, lo primero que hay que buscar son terminologías o conceptos en común. Es decir, explicar el concepto de revolución para los dos cursos. Luego, se los separa y el de 1º trabaja con el texto de Revolución Neolítica y el de 2º con el de Revolución Francesa. Por último, hacemos la puesta en común, analizamos las diferencias y coincidencias, y corregimos errores conceptuales. Así, el chicos que sale de un 2º pluriaño sale con conocimientos mucho más sólidos porque vio y escuchó dos veces en dos años esos contenidos”, destaca Abel.
Otro desafío que tienen los profesores, tutores y rectores es convencer a las familias de la importancia de que matriculen a sus hijos en el secundario y que luego los acompañen hasta que terminen.
En eso está trabajando de manera creativa el profesor Federico Jugo. Él, una o dos veces por mes da su clase en la casa de un alumno para conocer la realidad de los chicos y que los padres vean cómo trabajan. “En Brea Puñuna, que tengo 5 alumnos -dos de 1º y tres de 2º año-, hemos recorrido las casa de casi todos los chicos. A veces las condiciones de las familias son muy humildes. Entonces, llevamos una colcha y nos sentamos en el piso para dar la clase. Eso nos ha permitido que chicos que habían dejado se arrimen y manifiesten que quieren volver. El otro día un chico que dejó hace tres años y que ahora es papá me dijo que quería terminar el secundario. Estamos armándole un plan que le requiera ir dos o tres veces por semana la escuela. Porque él trabaja y tiene otra realidad”.
Esto no significa que bajen la calidad de los contenidos que ven, asegura Federico. Pero “sí los adaptamos para que los chicos puedan terminar. Tenemos que ser una entidad que contenga socialmente a los chicos porque acá están muy solos, están a la buena de Dios, como quien dice”.
En línea con Federico, Javier Alagastín, que es el tutor de la Escuela de Itinerancia de Los Núñez, a la que asisten 10 alumnos, explica que entre sus tareas está la de convencer a las familias de los egresados de primaria para que los inscriban en la secundaria. Visita a las familias, les cuenta sobre la importancia de estudiar, trabaja con séptimos grado para que los chicos conozcan a los profesores del secundario y sepan qué hacen.
“A pesar de eso casi nunca logramos que se incorpore el 100% de los alumnos. Algunos optan por irse como trabajadores golondrinas con su familia o, en el caso de las niñas, trabajan como niñeras en la capital durante la semana y el fin de semana vuelven a sus casas. Lo más importante para ellos es sumar una entrada a la economía familiar. El año pasado, por ejemplo, 5 de los 15 egresados del primario no se inscribieron en ningún secundario”, ilustra Javier.
“A veces, el rector y los profesores nos mandan mensajes si faltamos. Y veo que cuando un chico deja de ir suelen ir a la casa para convencerlo de que siga. Yo creo que el estudio me va a permitir vivir mejor porque escucho lo que nos cuentan los profes, sobre que a veces les costaba pero hoy están contentos con su título y con lo que pueden hacer”, refuerza Fiorela.
Un sistema replicable
Si alguna comunidad quiere implementar el sistema de escuelas de itinerancia, desde la experiencia de Santiago del Estero funcionarios y docentes coinciden en que el Estado debe estar dispuesto a invertir en escuelas y docentes. Además, trabajar por cambiar la cultura de las familias rurales que no ven como imprescindible que sus hijos estudien.
Respecto a las escuelas, el Estado santiagueño reutilizó los edificios donde funcionan las primarias. Para ello debió sacar una memorandum que obliga a los directivos a entregar las llaves de todo el edificio y de todas sus dependencias a su par de secundaria. Todo se comparte menos el armario con papeles administrativos. El memorandum fue necesario porque hay directores que viven en las escuelas desde hace años y hubo resistencia a compartirla.
En cuanto a los docentes, también es un desafío encontrar a quienes quieran viajar y trabajar el pluriaño.
Por último, “el cambio generacional se va a dar cuando los chicos que egresan tengan sus hijos. Ellos tendrán una vara más alta. También son un ejemplo para sus hermanos y primos más chicos”, repiten los profesores.
Un dato no menor es que la provincia casi no cuenta con estadísticas con las que proyectar y menos aún auditar lo que van haciendo en el sistema educativo. Por ejemplo, no cuenta con cifras globales de cuantos alumnos egresan del primario y cuántos avanzan y egresan del secundario. Basado en la visita al Agrupamiento liderado por Abel, los docentes estiman que un 20% o 30% de los matriculados en 1º año quedan en el camino.
Según estipula la Ley de Educación Nacional en su artículo 30, el objetivo de la escuela secundaria es “habilitar a los/las adolescentes y jóvenes para el ejercicio pleno de la ciudadanía, para el trabajo y para la continuación de estudios”.
Para Abel, “los chicos de las escuelas rurales llegan al terciario o la universidad en iguales condiciones que los de las escuelas urbanas. Es un mito que de las escuelas urbanas terminan más preparados. Porque, en verdad, lo que determina la preparación de los estudiantes es que los profesores sean competentes y no falten. Y eso es lo mismo para las áreas urbanas que rurales. De hecho, nosotros tenemos un alumno que se recibió en nuestra escuela y está cursando el profesorado de Educación Física en una universidad de Buenos Aires sin inconvenientes”.
Cuando llegamos a la escuela, las motos se agolpan en el frente. Los chicos entran entusiasmados, ese día celebran el Día de la Tradición. El que no baila, canta. Y el que no actúa, se hace cargo de la comida o la rifa.
En la escuela, los ojos de Fiorela brillan tanto como la tarde anterior en el patio de su casa, cuando se imaginó egresando de la secundaria: “El día que me reciba de profesora estaré muy contenta por haber logrado lo que quiero”. Son sus últimos días como alumna y ya se ilusiona con dar clases en las escuelas del agrupamiento. El día anterior era su madre la que no dejaba de mirarla con orgullo. Hoy, son sus profesores.
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Este artículo es parte de la serie de publicaciones que se produjeron como resultado de la Beca de periodismo de soluciones de la Fundación Gabo y Solutions Journalism Network gracias al apoyo de la Tinker Foundation, instituciones que promueven este periodismo en Latinoamérica.