La semana pasada el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA presentó el informe Efecto del ASPO-COVID-19 en el Desarrollo Humano de las Infancias Argentinas. Allí se analiza cómo la pandemia del COVID-19 y su consecuente aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) ha impactado sobre niñas, niños y adolescentes en dimensiones como alimentación, salud, hábitat, educación, crianza, socialización y trabajo infantil. El relevamiento se realizó entre junio y octubre pasado.
Ianina Tuñón, es responsable del Barómetro, además de socióloga y doctora en Ciencias Sociales. Con ella conversamos para que nos explicara los datos revelados en el estudio.
—¿Qué datos relevados te llamaron más la atención del informe?
—Un tema para destacar es el efecto que tuvo la Tarjeta Alimentar —a la que acceden personas que cobran la Asignación Universal por Hijo con hijas e hijos de hasta 6 años inclusive— sobre los chicos más chiquitos. Ser beneficiario de esta tarjeta a las familias en situación de pobreza y/o indigencia les duplicó las chances de que sus niños no tuvieran hambre. Y esto en un contexto en el que el 34,4% de los chicos de 0 a 17 años redujo su dieta de alimentos en los últimos 12 meses por problemas económicos, y en el que el 15,5% experimentó hambre por falta de alimentos.
También en cuanto a pobreza e inseguridad alimentaria es importante marcar que se han incorporado a esa situación niños de los obreros con trabajos estables informales, que habitualmente no se veían afectados. Es más, son uno de los grupos más complicados en el actual contexto porque no son objeto de las políticas públicas, quedan fuera de toda asistencia.
Otro dato relevante es cuán desprotegidos quedaron los adolescentes, segmento que está muy invisibilizado para las políticas públicas. Tanto es así, que este año el 19% de los chicos de entre 13 y 17 años padeció hambre. Hay una tendencia a reforzar las políticas de primera infancia y muy pocas políticas específicas para la adolescencia.
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—En ese sentido, ¿qué pasó con la salud de niñas, niños y adolescentes?
—Todo lo que esté vinculado a la salud va a suponer un gran desafío, porque el efecto detectado de la ASPO-COVID-19 sobre la salud es muy importante. Bajaron mucho los controles de salud y esto, si bien afecta a todos los chicos en edad escolar, vemos que en los más pequeños entre 2019 y 2020 pasaron a no tener controles del 6% al 12%, mientras que en los adolescentes de entre 13 y 17 aumentaron del 34% al 54,5%.
Es importante advertir que, si bien la salud es un servicio público y gratuito en el país, una proporción elevada de niños/as y adolescentes no suele realizar sus controles de salud periódicos y en mucha menor medida los controles de salud odontológicos. Estos déficits, que tuvieron una evolución relativamente estable a lo largo de la década, en 2020 se incrementaron de modo exponencial. El déficit de controles de salud de niños y niñas sanos aumentó 11,7 puntos porcentuales y el déficit de atención odontológica en 23,1 puntos porcentuales, afectando al 30,7% y 65%, respectivamente. Un dato curioso es que afectó a todas las infancias con relativa independencia de su estrato socioeconómico.
—¿Es de esperar entonces que el sistema de salud esté más demandado de ahora en más, que comiencen a hacerse esas consultas y vacunaciones que quedaron interferidas?
—Es posible, pero sería fundamental que se active fuertemente el programa de salud escolar llamado PROSANE, que logre un nivel mucho mayor de cobertura permitiendo que, sobre todo los sectores sociales más vulnerables, logren atender allí la salud de chicos y, en especial, de los adolescentes, que son una población que está muy alejada del sistema de salud. Porque el niño pequeño va a ir al sistema de salud y sobre todo va a ir porque es una contraprestación de la Asignación Universal por Hijo. Pero para el resto de los chicos, si el sistema de salud no va a la escuela es muy difícil que vayan a hacerse los controles preventivos.
—Otro deterioro importante que visibilizó el estudio está relacionado con la crianza y socialización en la infancia y adolescencia...
—Sí, por un lado aumentó el déficit de estimulación a través de la palabra y el déficit de cuentos y narraciones orales pasó de afectar al 38% de los niños en 2019 al 50,4% en 2020. Yo creo que esto pasó porque las actividades educativas consumieron gran parte del tiempo de las familias que antes estaban disponibles para leer un cuento.
Durante la ASPO, también se vieron cambios negativos en lo que respecta a los retos en voz alta y las penitencias (que se incrementaron en 20 puntos porcentuales) y la violencia física (que aumentó 7,5 puntos porcentuales).
Por otro lado, aparece un deterioro importante, aún mayor al que ya existía, de actividad física (pasó de afectar al 61% al 71% de los chicos de 5 a 17 años) y un aumento del comportamiento sedentario en iguales porcentajes. Esto sobre todo afectó mucho más a los chicos de los sectores medio y medio alto, y particularmente a los niños de CABA.
—Y en cuanto al acceso a la educación formal, ¿qué mostró el informe?
—En el sistema educativo tenemos desigualdades sociales muy significativas en las formas en las que los chicos pudieron conectar con sus maestros. Cuando analizamos los datos en términos de los niveles educativos y de los estratos socioeconómicos vemos que en la primaria un niños del estrato medio profesional tuvo 8 veces más probabilidades de conectarse con plataformas digitales que un niño del estrato marginal. Mientras que en la adolescencia esa brecha fue de 5 veces y en el nivel inicial fue de 4 veces, porque el nivel inicial tuvo conexiones seguramente muy esporádicas independientemente de los sectores sociales.
—¿Qué creés que va a pasar en 2021 con el regreso a las aulas?
—Creo que los niveles más afectados, donde más problemas habrá para regresar, serán el nivel inicial y la escuela secundaria. Por motivos diferentes. En el nivel inicial va a haber una falta de oferta porque muchos jardines de infantes cerraron y, después, va a haber mayor disponibilidad para el cuidado de los niños por parte de los adultos que no tendrán empleo.
Mientras que el nivel secundario creo que se verá atravesado por múltiples cuestiones. Pero muchos chicos perdieron la conexión con la escuela y es muy posible que tengan expectativas de buscar trabajo.
—¿Qué pasa con las expectativas de regreso a las aulas en el nivel secundario en los distintos sectores socioeconómicos?
—Tienen menos expectativas de volver a las aulas los estudiantes de los sectores medios profesionales y de CABA. Yo creo que eso pasa porque esos sectores no se sintieron tan incómodos con la educación a distancia. Como tuvieron mejor conectividad, no se vieron tan perjudicados, ven posible seguir con esta situación o con situaciones mixtas. Pero otros sectores no. Esta expectativa se condice con la disponibilidad de dispositivos y conexión de cada sector. De todos modos, a nosotros nos da que vamos a tener un déficit educativo en los adolescentes de más o menos el 35%, que son los chicos que dejan la escuela o están rezagados y que finalmente alcanzan el 50% que no termina la escuela o lo hace fuera de término.
—Volviendo a la disminución del ejercicio físico, son muchos los especialistas que han alertado a lo largo de este año sobre las consecuencias que pueden tener en niños, niñas y adolescentes...
—No hay que perder de vista que la falta de ejercicio físico es una problemática vieja, que ya tenía niveles de insuficiencia elevadísimos antes de la pandemia y que afecta a las personas a escala global. Pero ahora, en Argentina, a esa insuficiente actividad física hay que sumarle la inseguridad alimentaria (que es malnutrición, no desnutrición) y la falta de controles de salud. Así, se profundiza otra pandemia vinculada a la obesidad infantil.
Es decir, si bien es una problemática independiente a la ASPO, esta la profundiza. Eso nos lleva a pensar que la escuela es un lugar con una gran oportunidad para aplicar políticas integrales en ese sentido: que los chicos tengan una buena nutrición y que viremos a escuelas activas, donde la clase de Educación Física no sea una clase tipo comodín, sino que es un espacio educativo relevante.
—Visto así, revisando el menú de los comedores escolares y poniendo foco en la actividad física, a través de las escuelas podrían rápidamente implementarse políticas que contrarresten esta pandemia vinculada a la obesidad infantil que usted menciona...
—Sí, pero evidentemente no está para nada en las prioridades del sistema educativo. El profesor de Educación Física debería ser considerado como un agente de salud. Por otro lado, nosotros tenemos una meta de extensión de la jornada escolar al 30% de los sectores sociales más vulnerables que tendríamos que haber logrado en 2010 y de la que estamos lejísimos. Tenemos apenas un 10% de la población con jornada completa, que está concentrada en CABA y en las escuelas privadas. Si nosotros realmente cumpliéramos con esta meta podríamos tener mucho más tiempo destinado a actividades transversales como la educación física. De todos modos, todo lo que es la propuesta de escuelas activas impacta sobre los recreos e incluso a las actividades propias del aula con contenidos específicos. Porque se puede aprender matemáticas siendo activos y a través del juego activo.
Qué actividad física se recomienda para niños, niñas y adolescentes
—Sin embargo, en los recreos no se promueve el ejercicio físico, en general se pretende que los chicos estén quietos…
—Tal cual. Y hay varios aspectos a observar. Primero, en el marco de esta pandemia, las personas activas tuvieron mayor protección inmunológica a la enfermedad. Eso quiere decir que es un tema importante en términos de salud. Por eso, tenemos que tener un vademécum de actividad física específico para la clase de Educación Física. Es decir, la clase de Educación Física debe tener metas de niveles de actividad física que tienen que reportarle al niño. No es tirar la pelota y el que quiere jugar, juega. Y en ese sentido, hay muchísimo para trabajar.
—Esta falta de actividad física, ¿puede compensarse fuera de la escuela?
—Las ofertas educativas extraescolares en la Argentina todavía son para los sectores sociales que pueden pagarlas. Ahí la escuela tiene mucho para aportar y trabajar. Es más, en el marco de una escuela que necesita distanciamiento social, la actividad física se vuelve una oportunidad para la socialización. Porque si vamos a tener espacios de aprendizajes mixtos, que la presencialidad en los ámbitos escolares, los parques y las plazas sea para el ejercicio físico.
Otro dato es que este año muchos profesores de Educación Física no dieron clases a través de plataformas porque los chicos no tenían el apto médico. Así, la escuela se vuelve un obstáculo, una barrera para hacer Educación Física. Y es en ese mismo sentido que en los recreos se les propone jugar a juegos de mesa para que no se lastimen y que los adultos estemos protegidos de las demandas que alguien pueda hacer. Ahora, me pregunto: ¿el mundo está hecho para los adultos? ¿No tenemos recetas para priorizar los derechos de los chicos que se suponen derechos superiores?.
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