Daniel Brailovsky: "La función del jardín es dar a probar los sabores del mundo y esto se dificulta en la no presencialidad"- RED/ACCIÓN

Daniel Brailovsky: "La función del jardín es dar a probar los sabores del mundo y esto se dificulta en la no presencialidad"

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

El lugar que ocupa el juego en niños y niñas que cursan el nivel inicial, la importancia de la presencialidad y las maestras que dieron serenatas en las veredas para verse con sus alumnos y alumnas. Sobre estas cosas conversamos con este maestro jardinero y doctor en educación.

Daniel Brailovsky: "La función del jardín es dar a probar los sabores del mundo y esto se dificulta en la no presencialidad"

Daniel Brailovsky

Daniel Brailovsky es maestro jardinero y doctor en educación. Tiene varios libros publicados. El último: Pedagogía del nivel inicial: mirar el mundo desde el jardín (Noveduc, 2020). Quise conversar con él sobre qué pasó con los niños y niñas del nivel inicial durante el 2020, para desde ahí pensar cómo seguir en el 2021.

—Vos decís que en el jardín es el lugar en el que aprendemos a estar con otros, a salir de nosotros mismos. ¿Qué pasó con eso durante el 2020? ¿Puede el jardín sostenerse en la virtualidad?
—Comenzaría por destacar el valor del nivel inicial como un espacio para construir un “nosotros”, para propiciar formas de salir del espacio íntimo y muy determinado del hogar y atreverse a protagonizar otras historias, otras sensibilidades, otras estéticas, otras preocupaciones. Por eso es difícil pensarlo a la distancia y sin salir de casa. La función del jardín, a la que podríamos describir como la que da a probar los sabores del mundo, no es exclusiva de las instituciones dirigidas a los más chicos, sino que también define bien el lugar de los otros niveles de enseñanza, e incluso de la universidad. Pero el modo en que el jardín ofrece el mundo a los chicos y chicas tiene que ver con el juego, la conversación, el cuerpo, las sensaciones… y esto dificulta la idea de un jardín “a distancia”.

—Entonces, ¿se pueden aprender cosas aún sin presencialidad?
—Sí, pueden aprender cosas. El jardín sirve para que los chicos y chicas desarrollen capacidades y a la distancia se puede seguir brindando algo de esa abundancia de asuntos, palabras, historias, preguntas, que abren y enriquecen el mundo. Pero no hay que olvidar que en el jardín especialmente, los aprendizajes puntuales no son el punto de llegada, sino un medio para forjar en las personas una disposición al asombro, a la curiosidad, al encuentro, que perdura más allá de cualquier saber específico. Por eso, es un poco ridículo criticar a las escuelas porque los chicos después “se olvidan” lo aprendido: uno no va a la escuela (y menos al jardín) para coleccionar registros en la memoria, sino para cultivar la mirada, el oído, la piel sensible hacia las cosas. Ante la emergencia no hubo más remedio que aferrarse a lo posible. Pero creo que la respuesta corta es que el jardín requiere presencialidad. El jardín educa, sobre todo, con sus momentos, sus situaciones, sus territorios.

—En ese sentido, ¿qué crees que pasó con el juego durante el 2020, en los niños y niñas?
—Cada juego es como una burbuja de cultura. Permite crear un mundito y habitarlo. Cuando proponemos jugar, habilitamos un territorio (con sus tiempos, sus espacios, sus reglas, sus estéticas, su lengua propia) para que sea transitado en forma personal. Pero claro, lo que sucedió en cada casa dependió de los recursos de cada familia para hacer lugar a esas propuestas. Y eso muestra –otra vez– cómo la escuela presencial iguala, y la falta de esa escuela de cuerpos presentes acentúa las desigualdades.

—¿Qué es lo más interesante que viste hacer en los jardines durante el 2020?
— Muchas experiencias tuvieron que ver con sostener una presencia en la comunidad, un vínculo de acompañamiento y cuidado en el que las instituciones son la cara del Estado ante las familias. En lo pedagógico, conocí propuestas bellísimas en las que se invitó a descubrir lo maravilloso que se oculta en lo cotidiano (como insistió en proponer Tonucci), o en traer ese mundo de afuera a la casa cerrada, conectando con sus acontecimientos importantes (desde las efemérides hasta los cumpleaños del grupo). También, chicas y chicos encontraron en sus docentes un interlocutor a quien contar lo que les pasaba, y pudieron recibir, desde esas mismas pantallas que habitualmente están contaminadas de consumo, propaganda y superficialidad, un mensaje diferente. Por último, agregaría que en muchos casos las maestras jardineras se salieron de las pantallas y llegaron de cuerpo presente de modos originales y creativos: serenatas literarias desde la vereda, bolsitas viajeras, murales colaborativos, recorridos en moto o en bici… todo lo que permitiera llevar a cada hogar una pizca de jardín.

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Esta entrevista fue publicada originalmente en Reaprender, la newsletter sobre educación que edita Stella Bin. Podés suscribirte en este link.

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