“Para mí ser investigadora científica no es una cuestión de en qué trabajar. Soy psicóloga y podría dedicarme a atender pacientes, pero hacer ciencia es mi proyecto de vida”, dice Victoria Cano Colazo. Ella tiene 38 años y es licenciada en Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y está haciendo el doctorado en el Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF), la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico (SADAF) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Por un lado está, como en el caso de Victoria, el sueño y la pasión de graduadas y graduados en una carrera universitaria de ser investigadoras o investigadores científicos. Por otro lado está, como visibilizó de manera descarnada la pandemia del COVID-19, la necesidad de las sociedades de que personas con experiencia en resolver problemas en las ciencias busquen soluciones a sus dificultades.
En esa línea, el Gobierno nacional acaba de lanzar un plan para incorporar 1.000 científicos y científicas dentro de los 16 organismos de ciencia y tecnología que dependen del Ejecutivo —entre los que están la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Instituto Nacional del Agua (INA) y el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), entre otros—.
En Argentina, según los últimos datos publicados por el Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación (MinCyT) en 2019 había 120.586 personas dedicadas a investigación y desarrollo (I+D). De las cuales, 74.529 eran investigadores/as y 16.218 investigadores/as en formación. Los restantes eran técnicos o técnicas y personal de apoyo de los proyectos investigativos. Es decir, en el país contamos con unos 4,8 investigadores/as por cada 1.000 personas económicamente activas.
¿Cómo se forma un científico o científica? ¿Cuál es el paso a paso en su carrera? ¿Qué inversión pública y privada —propia o de terceros— requiere? Es lo que trataremos de explicar en esta nota.
El paso a paso para ser un científico o científica
Actualmente la ciencia es una profesión, pero no siempre fue así. “Hasta la Segunda Guerra Mundial solo investigaba quien tenía mucho dinero o quien tenía un mecenas detrás. Con la conformación de los estados modernos, la investigación científica se transformó en una carrera y se armó una estructura dentro de la burocracia de los estados. Porque estos necesitan ciencia y tecnología y para eso requieren científicos profesionales pagos que se forman de determinada manera”, explica el físico Jorge Aliaga, secretario de planeamiento de la Universidad Nacional de Hurlingham, exdecano de Ciencias Exactas de la UBA y exsubsecretario de Evaluación Institucional del MinCyT.
Los científicos modernos tienen que terminar una carrera de grado, que en ningún caso prepara para hacer ciencia, si no para ejercer como médico, abogada, ingeniero. “Se podría decir que la carrera de un científico comienza al graduarse en una universidad en una carrera de grado”, dice Aliaga. La forma moderna de recibirse de investigador es haciendo un doctorado, para el que se requiere hacer una investigación guiada por una persona que sabe hacer investigación: el director de tesis. Y una persona se recibe de investigador cuando hace una investigación, la defiende ante investigadores especializados en el tema y estos consideran que es original.
Ahora, si bien en Argentina las carreras de grado en las universidades públicas son gratuitas, “casi todos los doctorados son pagos —aunque hay facultades como Ciencias Exactas de la UBA que no cobran—”, explica Aliaga.
Por eso, desde el Estado hay una política que promueve la formación de científicos a través de becas —que otorgan el CONICET y las universidades— para hacer el doctorado, que demanda unos cuatro o cinco años de dedicación exclusiva.
Para aplicar a estas becas, los postulantes se presentan con un director y un tema para investigar y quienes otorgan estas subvenciones evalúan al candidato, al director y al tema propuesto. A veces se privilegia una región o una temática, eso ya depende de la orientación de las políticas públicas en cuanto a formación de investigadores.
En el caso del CONICET, una vez otorgada la beca, el investigador en formación recibe —a junio de 2021— un estipendio mensual que, dependiendo del lugar de trabajo, oscila entre los 62.465 y los 83.387 pesos. Podríamos decir entonces que el doctorado más caro conlleva una inversión pública de poco más de 5 millones de pesos.
Becarios como Cano Colazo sienten que los científicos están en desventaja respecto a otros trabajadores y trabajadoras. Hay que tener en cuenta que la persona que cursa esta instancia de formación ya tiene alrededor de 30 años, a veces ha constituido una familia y a diferencia de otras carreras, al estar becada, no cuenta con vacaciones pagas, ni jubilación, ni aguinaldo.
Claro que hay investigadores/as que por los requerimientos para el desarrollo de su proyecto pueden manejar con más libertad sus tiempos. No es lo mismo una investigación que exige de lectura y entrevistas, que otra que demanda un laboratorio con instrumentos de medición muy específicos, o permanentes viajes a otras provincias.
Una vez que la persona ha concluido el doctorado puede aplicar a un cargo como investigador o investigadora científica. Pero, aclara Aliaga, “a esa altura el investigador es como un clon de su director de tesis, porque ha aprendido a investigar con su impronta y lo interesante es que desarrolle modelos innovadores”.
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“Para incorporar temas que no estamos desarrollando acá, necesitamos aprenderlos en otros lados y ampliar la red de contactos”, acota el sociólogo Pablo Kreimer, doctor en Ciencias, Tecnología y Sociedad e investigador superior del CONICET .
En el mundo, para que el investigador o la investigadora conforme una identidad propia se hacen los posdoctorados que pueden realizarse en el país de origen o en otros países y que permiten relacionarse con otros científicos y conocer nuevas formas de trabajo. Tienen una duración de uno o dos años y son pagos. En el caso de Argentina hay becas de posdoctorado que otorgan el CONICET, las universidades e institutos de investigación. En el caso del CONICET, los montos van desde 75.396 a 103.243 pesos.
En el caso de incorporarse como investigador o investigadora del CONICET, los sueldos brutos promedios para cada una de las cinco categorías —a julio 2021— son: 107.199 pesos para investigador asistente, 126.547 pesos para adjunto, 153.943 pesos para independiente, 187.069 pesos para principal y 222.213 pesos para superior.
La importancia de contar con científicos bien formados también se pudo observar en el último año y medio con el desarrollo de kits para hacer testeos de COVID-19 o el desarrollo de vacunas, entre muchos otros. “Toda la investigación y desarrollo (I+D) que se hizo relacionada al COVID-19 no fue de cero porque un investigador lo que sabe es eso: adaptar desarrollos ya hechos para dar nuevas soluciones”, explica Luis Baraldo, vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
Actualmente el CONICET tiene unas 10.000 becas en total y por año terminan su doctorado unas 2.000 personas.
Cano Colazo estudia desde hace años los retos en la conciliación entre la vida privada y profesional de las investigadoras de Argentina y de otros países. En 2022 terminará su doctorado y ya se está postulando a becas completas de posdoctorados.
“El posdoctorado en el exterior si bien es recomendable es más complejo para las mujeres. La mayoría de quienes hacemos doctorados empezamos a los 28 años y se mezcla con la maternidad. O la retrasamos o se nos complica hacer el posdoctorado”, dice la científica. Ella no tiene hijos y todo lo que ahorra es para pagar un posdoctorado.
La beca de doctorado contempla, además de investigar, “presentarse en congresos en los que hay que pagar la inscripción —para hacer transferencias, divulgar lo que uno hace y generar redes—, publicar en revistas que cobran 150 dólares la hoja , hacer notas periodísticas y dar charlas —eso implica formarse porque requiere comunicar en otro registro—”, enumera Cano Colazo.
Kreimer también subraya que es muy recomendable que participen en congresos internacionales y publiquen en revistas prestigiosas, “pero una publicación cuesta entre 1.000 y 5.000 dólares. Comúnmente, aunque no siempre, lo paga la institución en la que se hace el doctorado”.
Inversión en I+D
El Estado argentino invierte un 0,5 % de su PBI en I+D, mientras que, en 2018, Israel le asignó a estas actividades un 4,94 % y Corea del Sur un 4,53 % de sus respectivos PBIs. Además, “a diferencia de lo que sucede en países desarrollados, en nuestro país el mayor porcentaje de la inversión la realiza el Estado. En Corea del Sur el 75 % de la inversión en I+D es privada”, precisa Diego Hurtado, secretario de Planeamiento y Políticas de Ciencia, Tecnología e Innovación del MinCyT.
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Y explica: “A esa inversión del 0,5 % del PBI —que ronda los 100.000 millones de pesos— se llega sumando la inversión pública, la privada, más el presupuesto universitario computable a I+D. Muy por debajo de la inversión que hace Brasil, que ronda el 1 % de su PBI”.
Ahora, si se piensa estrictamente en la inversión en formación, Hurtado puntualiza que “el CONICET destina 4.200 millones de pesos a becas de doctorado y postdoctorado. Mientras que el sistema universitario público y privado invierte 1.600 millones de pesos en dictar doctorados y maestrías con los que se forman los científicos. Es decir, casi 6.000 millones de pesos”.
Vale aclarar que el CONICET no tiene edificios y laboratorios propios para albergar a todos los científicos en formación o formados. Por eso, los becarios doctorales se forman mayoritariamente en las universidades nacionales.
Por ejemplo, en la facultad de Ciencias Exactas de la UBA se forman unos 1.200 becarios y se gradúan unos 250 doctores por año. Detalla Baraldo: “Eso significa que esas 1.200 personas están haciendo investigaciones regularmente en nuestros laboratorios, donde además se forman unos 6.000 estudiantes de grado. CONICET y otros organismos pagan a los becarios lo relacionado con la investigación, pero no lo que implica el mantenimiento de la infraestructura. Esa también es una inversión en la formación de científicos”.
La infraestructura, agrega Pablo Kreimer, “desde el gas y la luz hasta los instrumentos precisos son determinantes para la formación del científico. Si falta el equipamiento su desarrollo será deficiente o verá restringido lo que pueda estudiar”.
Es decir, el sistema de formación de científicos y científicas requiere de una inversión mucho mayor y sostenida en el tiempo que la de las becas. Además, “si bien es recomendable que el posdoctorado se haga en el exterior, desde 2001 que prácticamente no existen las becas para capacitarse fuera del país. Esto es problemático porque los que se van es porque consiguen que alguien de afuera los financie y en eso hay dos riesgos: que trabajen temas que no interesan en Argentina y que no vuelvan”, explica Kreimer.
Por su parte, Cano Colazo plantea que debería ser una preocupación actual la soberanía científica, que es ni más ni menos que tener autonomía sobre las políticas de ciencia que necesita el país. “Si dependo de becas del exterior o convocatorias que me guían desde el exterior no estoy trabajando necesariamente lo que interesa en el país”, dice la científica. Para ella, Argentina ha avanzado más que muchos países de la región, pero hay que tener una política científica a futuro.