Darío Greni Olivieri es director de la escuela rural Alfred Nobel de la localidad uruguaya de Las Violetas, a 50 kilómetros de Montevideo. En 2019 fue reconocido como uno de los mejores 50 maestros del mundo por la Fundación Varkey.
Hace ya casi dos meses, de manera progresiva, su escuela volvió a las clases presenciales con un protocolo muy similar al que planteó acá el Ministerio de Educación de Nación.
—¿Cuántos alumnos, docentes y no docentes tiene la escuela?
—Nuestra comunidad está compuesta por 121 estudiantes y sus familias, 6 docentes y una auxiliar de servicio, María. Tiene nivel inicial y primaria. Los niños y niñas de 4 y 5 años que compartían salón y docente, ahora vienen diferentes días. Mientras que los grados de primaria se desdoblaron, se adecuaron a los salones y cada grupo viene dos días por semana, más un miércoles cada 15 días.
—¿Cuándo volvieron a las clases presenciales?
—Las escuelas rurales de Uruguay comenzaron a volver a partir del 22 de abril, siempre que pudieran garantizar la higiene requerida. Pero nuestra escuela, por su cercanía con Montevideo, recién retomó el 1 de junio.
—¿Cómo fueron los preparativos para volver a las aulas?
—Unos 10 días antes de volver verificamos unos 23 ítems para saber si docentes y no docente podían volver a la presencialidad. Teníamos miedo por nosotros y los demás. Pero vimos que todos podíamos empezar. Primero, evaluamos cuántos alumnos podían trabajar en cada aula y organizamos los grupos para que los hermanos o vecinos vinieran el mismo día, para facilitarles el traslado a las familias. Segundo, retiramos todo lo que no fuera necesario para facilitar la limpieza. Así, sacamos sillas y mesas que no se iban a usar, alfombras de los lugares de lectura, carteles sobre las paredes, útiles que se compartían -ahora, si necesitan se los damos y quedan para ellos-. Tercero, armamos un PowerPoint para presentar a las familias, la semana previa al 1 de junio. Allí les contamos a qué hora llegaba cada grupo, hasta dónde podían ingresar los padres.
—¿Cómo fue ese primer día?
—Fue un día de hablar, de vernos en persona respetando la distancia, sorprendiéndonos con lo que habían crecido. De contarnos cosas: cómo habían pasado estos meses, lo que hacían los padres cuando iban al mercado y volvían, los que se encontraban a jugar con amigos. Tenían muchas ganas de verse. Fue mucho más fácil de lo que pensamos. Creímos que no íbamos a poder y ahora, a un mes y medio, ya tenemos rutinas incorporadas y sentimos que estamos adaptados. Claro que todos teníamos miedo. Ahora también, pero menos. La experiencia es superpositiva porque estamos con los chicos. Porque está divino el trabajo en plataforma, pero lo rico es discutir opiniones, analizar estrategias de solución. En ese sentido, el maestro con los chiquilines es otra cosa, ese ambiente que se genera es necesario para que se dé el aprendizaje.
—¿Cómo es el día a día?
—Los chiquilines empiezan a llegar entre 11.25 y 12.15. El día que mejor asistencia tuvimos vinieron unos 50 chicos. El promedio de asistencia hoy ronda el 65 % y cuando empezamos estaba en un 50 %. Los que no vienen es porque tienen que viajar entre 5 y 10 kilómetros para llegar y a muchos su familia no puede traerlos y venirlos a buscar a las tres horas. Yo los espero en el portón, al borde de la calle, les pregunto por su salud y les tomo la temperatura. A esto lo hacemos porque la comisión de fomento -que en Argentina conocemos como cooperadora escolar- compró un termómetro infrarrojo. También les digo algo lindo o les pregunto cómo estuvieron el día anterior. Luego, los niños entran con tapaboca y cada uno trae un neceser con jabón, toalla, papel higiénico y, si quiere, alcohol en gel. Igual, la escuela provee estos elementos pero para que no los compartan, pedimos que cada uno traiga el suyo.
—¿Cómo es el procedimiento ya dentro de la escuela?
—Al llegar a la puerta del edificio hay una alfombra sanitaria -es una alfombra en una bandeja con lavandina- que nos donó una empresa -cada una sale unos US$50-. Los chiquilines pisan sobre ella y van a las aulas. En la puerta del aula los recibe la maestra, les pone alcohol en gel en sus manos y rocía las mochilas con alcohol diluido. Los niños pasan y se sientan en el lugar que tienen establecido. Trabajan normalmente durante 3 horas y media, con un recreo de 20 minutos dentro del salón. Y si un niño usa el baño, María, la auxiliar, desinfecta canillas, bachas, puertas, etcétera. Los chicos colaboran mucho. Yo me siento muy orgulloso de ellos.
—¿Y los niños y las niñas de inicial?
—Hacen el mismo ingreso que primaria. Están tres horas con dos recreos de 15 minutos. Cuando salen del aula cuentan las baldosas que debe haber entre ellos para mantener la distancia, que es de 1,50 metros. Y contra todo lo que creíamos mantienen esa distancia, entienden y se adaptan.
—¿Qué le aconsejas hacer a maestros y maestras?
—Les aconsejo no enloquecer. No pretendan planificar todo en un día, trabajen de forma conjunta toda la escuela y la comunidad. Los padres tienen que saber cómo funcionará la escuela, es un gran trabajo en equipo. Hay que saber que todos van a tener miedo, nosotros lo tenemos. Pero, por otro lado, estoy tranquilo de que las pocas medidas que se requieren las mantenemos. Así, el viernes pasado los padres ya preguntaban cuándo volvían a las 5 horas de jornada, que era nuestro horario habitual. Lo que sí quisiéramos los docentes es volver a la obligatoriedad de la escuela presencial. Porque cada maestro planifica para los dos grupos, pero si un alumno no vino debe subirle la tarea a la plataforma virtual al que faltó, más subir las actividades de los que el que no asisten de manera presencial. Y acá hay maestros que dan dos grados. Es decir, el trabajo se duplicó o triplicó para ellos.
—¿Qué contenidos trabajan?
—Básicamente Matemáticas y Lengua, aunque sin descuidar otras asignaturas, como pueden ser las emociones. Los chicos deben adecuarse a la escuela y la escuela a los chicos. En estas semanas, a los chiquilines los veíamos frustrados, desganados y empezamos a trabajar con las emociones. Esta escuela es diferente de la que conocíamos, no se pueden usar todos los espacios y los chicos están muy estresados con el uso de plataformas. De hecho, en algunos casos, lo que veíamos que ellos podían resolver en la virtualidad difiere mucho de lo que hoy vemos y en otros no tanto. Tiene que ver con cuánto los padres ayudaban a resolver esas actividades y cómo lo hacían.