Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
La mamá de Dante lo filma mientras él escribe la fecha completa y le envía por WhatsApp el video a Maite Campos, su maestra. Ella le responde en letra imprenta mayúscula: “DANTE, TE QUIERO (QUE LO LEA SOLITO)”. Él le responde: “LO LEÍ SOLO Y ESCRIBÍ”. Maite, que en ese momento se dio cuenta del paso que había dado Dante, le escribe: “SOS UN GENIO”.
Situaciones como esta o similares, en las que niñas y niños están aprendiendo a leer y escribir en sus casas, se están dando alrededor de los 755 mil estudiantes de primer grado y unos 800 mil de segundo grado de la Argentina. Esos son los dos grados a lo largo de los cuales aprenden a leer y escribir.
Por eso, decidimos preguntarle a nuestra comunidad de lectores y miembros cómo están atravesando este proceso.
Así fue que Belén Grosso, que vive en la Ciudad de Buenos Aires nos escribió para contarnos cómo trabajan -ella y Matías, el papá- con su hijo Manuel, que tiene 6 años y cursa primer grado en la escuela Alvarez Thomas.
“Hacemos las actividades que manda la maestra, pero nos enfocamos en juegos divertidos”, dice Belén. Manuel tiene letras de goma EVA y ella le hizo tarjetas en cartulina, con palabras asociadas a un dibujo para que él pueda armar palabras.
“También le hice un cartel grande con el abecedario y un dibujo en cada letra. Lo pusimos en el comedor. Jugamos a elegir una letra y decir palabras que empiecen con esa letra. A la noche le contamos cuentos y le pedimos que a algunas palabras las lea él”, relata Belén.
Manuel tiene un hermano dos años más grande con quien Belén lo compara: “Cuando Ignacio iba a primero, para la fiesta del 25 de Mayo leyó un texto largo. Hoy, Manu no lee esos textos”.
Es que llevar adelante estos procesos implica un gran desafío para los estudiantes y sus familias, que tienen que entender y acompañar el tiempo de aprendizaje de cada uno de los niños y niñas. Y madres, padres, abuelas, abuelos y hermanos van ayudando desde los conocimientos que cada uno tiene. Algunos no solo saben leer y escribir perfectamente, sino que tienen desarrolladas habilidades que ayudan en este momento. Otros, aprovechan para alfabetizarse con sus hijos o nietos.
En tanto, los y las docentes intentan explicar y guiar a las familias durante el proceso de aprendizaje que cada estudiante va haciendo, a su ritmo y con sus particularidades. Al mismo tiempo, lamentan perderse esos momentos en los que sus alumnos empiezan a leer o escribir: “Son los instantes más gratificantes de nuestro trabajo como maestra y ahora solo los vemos a la distancia”, dice Maite.
Dante y Maite son de Mar del Plata, de la Escuela Municipal Nº15 que funciona en el Barrio Centenario, “un complejo de departamentos que en su mayoría han sido usurpados y donde sus habitantes no tienen agua, ni otros servicios básicos”, ilustra Maite.
Maite, la maestra, transformó el comedor de su casa en un aula, con pizarrón y carteles. Desde ahí da clases en vivo, filma videos explicativos que después comparte en un grupo de Facebook o por WhatsApp o simplemente escribe en el pizarrón lo que sus alumnos y alumnas deben hacer.
Como Maite, Mayra Arias, que trabaja en el colegio Virgen del Carmen, de la localidad bonaerense de Olivos, busca ayudar a las familias, explicando cómo pueden enseñarles a sus hijos e hijas las letras, con audios como este:
Mientras que en las casas, las familias trabajan en pizarras, cuelgan carteles, abecedarios, silabarios, etcétera. Y hacen malabares con el tiempo y los dispositivos para que los estudiantes aprendan a leer y escribir. Las docentes acuerdan en un detalle para nada menor: “casi siempre son las madres las que ayudan a hacer las actividades que enviamos”.
A eso también hay que sumarle que Maite, por ejemplo, tiene en su clase "un caso en los que se están alfabetizando mi alumno, la mamá y los otros dos hermanos que son más grandes pero con retrasos severos. Y otro caso en el que junto con mi alumnos se está alfabetizando su abuela, que es quien lo ayuda con las actividades".
Momento mágico: “Seño, pude leer”
“Ya escribo sola el día”, me informa Zoe, alumna de Mayra, por teléfono. Ella tiene 6 años y explica que primero se lo dictaba su mamá, pero ahora solo le dice el número y nombre del día.
Unos minutos después, dirá: “Mi mamá parece mi maestra”. Y tiene razón. En cuarentena los roles se mezclan y superponen. Selene Romero, mamá de Zoe, cuenta: “Me pongo con un cuaderno, le escribo la M y la A y se las pronuncio: MA. Luego le escribo la T y la E y le pronuncio: TE. Las uno y le leo: MATE. Así ella va aprendiendo”.
“Es hermoso ese momento en el que te mandan un audio o video diciendo: ‘Seño, pude leer’ o ‘Seño, pude escribir’. Este año no estoy viendo ese día que hacen el click y empiezan a leer o escribir. Extraño acompañar el proceso de mis alumnos, avanzar con los que pueden, volver hacia atrás con el que lo necesita. Hoy todo es a través de algún adulto”, se lamenta Mayra.
Zoe escribiendo lo que le dicta su mamá Selene / Video: Gentileza Selene Romero
El objetivo que se puso Mayra es que “los chicos sepan el sonido de todas las letras para que cuando volvamos a la escuela podamos avanzar a partir de ahí”. Para lograrlo, tiene que guiar a los adultos para que sean pacientes.
“No es sencillos explicarles a los padres los procesos de aprendizaje de la lectoescritura, donde tienen que respetar las etapas por las que cada niño transita hasta llegar a la escritura convencional. No todos lo van logrando al mismo tiempo y eso representa un gran desafío pedagógico, pero también un tiempo de espera que los padres suelen no comprender fácilmente”, explica Celina Boretti, licenciada en Educación y docente en la escuela Nº25 “Ricardo Güiraldes” del partido bonaerense de San Martín.
Sin embargo, Zoe, reconoce: “Mi mamá me tiene más paciencia ahora que cuando empezamos a hacer cosas en casa”. Pero la situación no es sencilla: “Hay madres que mandan mensajes que te das cuenta de que están que explotan, que no pueden más. Y ahí hay que contener para poder seguir”, puntualiza Mayra.
Desde la Patagonia hasta Salta
Nicolás Piccoli vive con su mujer y su hijo en General Roca, Río Negro. Vicente tiene 6 años y cursa primer grado en la Escuela del Sur. Cuando ingresó, él sabía las letras y estaba tratando de juntarlas, ver los sonidos y que podía escribir.
“Apenas empezaron las clases, desde el colegio nos dijeron que más adelante nos iban a capacitar para que pudiéramos acompañar el proceso de lectoescritura de nuestros hijos. Pero con la cuarentena todo se aceleró y en una reunión por videollamada nos explicaron el sistema y cómo enseñarles”, recuerda Nicolás. También “nos destacaron la importancia de no marcarles los errores y cuidar que nadie lo hiciera”, aclara.
A casi dos meses del inicio de la cuarentena, una esquina de la casa de Vicente está dedicada a sus actividades escolares. “En un atril hay un silabario y en el vidrio de la ventana pegamos carteles con los nombres de todos los compañeros, que para él son una referencia para la escritura”, describe Nicolás.
En el último mes, Vicente ya logró leer textos cortos en imprenta mayúscula. “A veces menciona algo, le preguntás cómo lo sabe y nos señala de dónde lo leyó”, cuenta Nicolás. Y reconoce: “Por momentos pienso que es un garrón que aprenda a leer y a escribir acá, sin la referencia y el intercambio con sus pares”.
A miles de kilómetros de la Patagonia, en una comunidad avaguaraní, Xiomara, que tiene la misma edad que Vicente, cursa segundo grado en la escuela Indígena Juan XXIII de la Misión San Francisco, a unos 250 kilómetros de la ciudad de Salta.
En este tiempo, destaca Betiana del Valle Ramón, mamá de Xiomara: “Los papás nos dimos cuenta del rol del docente y de la paciencia que hay que tener. A veces me impaciento y empiezo a levantar la voz, aunque cada vez menos. Yo también estoy aprendiendo a enseñar”.
Xiomara y su mamá, Betiana, trabajando con la pizarra / Video: Gentileza Agustina Bonetto
En enero, Betiana le trajo de regalo una pizarra a su hija. Nunca imaginó que podía convertirse en un elemento tan importante. “En primer grado Xiomara aprendió a reconocer las letras, pero le costaba formar palabras. Este año ya empezó a armarlas y ahora quiere leer”.
Xiomara, además de ir a la escuela, asistía a un centro comunitario donde trabaja la lectoescritura con la Propuesta Mateo, que busca alfabetizar a niños y niñas en contextos vulnerables. Hoy, Xiomara también sigue con las actividades de Mateo.
Betiana suele filmar a Xiomara mientras lee o escribe para después enviarle los videos a la maestra. También suele subir algún video al grupo de padres para que otros se animen. “La maestra contesta por privado. Le manda audios felicitandola, diciéndole que pronto se verán y que su comprensión lectora es muy buena”, cuenta orgullosa. Y destaca: “Muchos chicos han abandonado la escuela pero siguen con las actividades que les propone el centro comunitario”.
La importancia de que los padres no corrijan
Si las familias enfrentan el desafío de enseñar, los docentes deben ingeniárselas para evaluar cuánto están aprendiendo sus estudiantes.
“Estamos trabajando en implementar estrategias de evaluación que nos permitan un registro, lo más genuino posible, del aprendizaje de la lectoescritura en cada chico, sin la influencia directa del familiar que colabora en las tareas”, explica Celina. Y detalla: “Los padres tienden a mostrar tareas perfectamente hechas y los docentes tienen la dificultad de poder evaluar quién la hizo realmente”.
Josefina, mamá de Milagros, que cursa primer grado en una escuela privada parroquial de San Isidro, reconoce: “Primero quería que las tareas estuvieran perfectas. Pero me di cuenta de que nunca iban a saber lo que Mili realmente había incorporado. Y empecé a enviar las actividades como a ella le salían. Si a la palabra ‘sombrero’ le faltaban dos o tres letras, lo enviaba así”.
Xiomara leyendo una de las actividades de la Propuesta Mateo / Video: Gentileza Agustina Bonetto
Más allá de las actividades que el colegio envía, Josefina se propuso enseñarle a leer a Mili. Cuando empezó el colegio, solo reconocía las letras y pocas sílabas, escribía su nombre y las palabras: mamá y papá. “Hoy ya lee algunas palabras o un par de renglones de textos sencillos”, cuenta Josefina.
Mientras eso ocurre, estudiantes, docentes y familias sueñan con el momento en el que puedan retornar a la escuela. “Cuando vaya de nuevo al colegio voy a estar bien. Me encantaba pintar y el recreo donde desayunabamos y tomábamos jugo”, me dice Zoe. Y Maite imagina “llantos de alegría por volver a vernos y muchos abrazos a la distancia”.