Josefina Sosa lee una consigna en su cuaderno. Tiene seis años y cursa primer grado en la escuela rural 1-140 Maestro Luis Ponce, de General Alvear, Mendoza. Como casi todos los niños y niñas de la Argentina, en 2020 su contacto con el jardín —para hacer sala de 4— fue virtual. Durante la primera mitad de 2021 su grupo asistió a sala de 5 de manera intermitente, separado en burbujas. Recién en la segunda mitad la presencialidad fue plena.
A Josefina le costó adaptarse. “No quería despegarse de mí, ni que la dejáramos en el jardín. Además, tuvo peritonitis, por lo que por unos días no asistió, aunque sí estuvo con una docente hospitalaria”, cuenta Silvana Suárez, su mamá.
A pesar de todos estos contratiempos, a un mes de comenzado su primer grado, ella puede escribir y leer de acuerdo a lo que se espera a su edad. Es decir, se considera una estudiante alfabetizada. Y no es la única en esta situación.
Del grupo de 21 niños y niñas —muchos en situación de vulnerabilidad— de la sala de 5 de Josefina, ocho podían leer y escribir y tenían buena comprensión lectora al terminar el Nivel Inicial. Los demás, algunos por ser más chicos, si bien no lograron ese nivel de alfabetización, terminaron muy avanzados y con una importante comprensión lectora. “Antes de la pandemia, de un grupo de 20 solo lograba que terminaran alfabetizados dos estudiantes”, destaca Mariela Vera, la maestra jardinera que Josefina tuvo el año pasado.
¿Cómo se logró esto? Todo indica que la diferencia estuvo en el trabajo articulado que hicieron durante el año pasado Mariela Vera y Mercedes Sánchez, la maestra de primer grado de la escuela primaria que funciona en el mismo edificio. Y en la lectura de dos novelas infantiles.
“Tengo 20 años de docencia y el año pasado fue el más difícil de mi vida”, dice Vera. Y explica: “Fueron meses de adaptación constante; empezamos con burbujas, luego aumentaron los contagios y muchas familias dejaron de enviar a sus hijos, por lo que debí repartir mi tiempo con el grupo entre el trabajo remoto, que exigían algunos, y el presencial”.
Recién en agosto empezaron las clases con presencialidad plena. Para entonces, algunos chicos y chicas solo habían ido 11 días a la escuela. “La heterogeneidad de siempre se profundizó y el nivel de cansancio por el esfuerzo de adaptación constante fue difícil de sobrellevar. Pero lo que terminamos logrando me dio la pauta de que la calidad de los aprendizajes no está directamente relacionada con la cantidad de días de clases sino, en nuestro caso, con trabajar la alfabetización de manera articulada con primer grado, poniendo el foco en la lectura y la escritura. Despertando en los chicos el deseo de leer”, sostiene la docente.
La mayoría de las familias de los y las estudiantes de la escuela Maestro Luis Ponce están vinculadas con el trabajo agrícola de la región, inestable y con alta informalidad. Por eso, muchos meses viven de changas.
“Desde lo económico, son familias en situación de vulnerabilidad. En cuanto a la formación, los padres y madres tienen como mucho el primario completo. Pero son familias que ven la educación como una posibilidad de evolución y mejora para sus hijos. Son familias que respetan a la docente y la escuela, ponen en valor nuestra palabra”, puntualiza Vera.
En la mayoría de los hogares no hay libros, solo algunas revistas o folletos que reparten las iglesias. “Los chicos no conocían cuentos populares como Caperucita Roja o El Gato con Botas. Vemos que se pierde la costumbre de contar cuentos en las familias. Por eso, propusimos que los padres les contaran a sus hijos lo que hicieron durante el día”, cuenta la docente.
Leer novelas
Si bien el grupo de Josefina había cursado sala de 4 durante 2020 de manera remota, con materiales impresos que entregó la maestra y en contacto con ella por WhatsApp, llegó a sala de 5 con algunos hábitos incorporados por las familias, lo que facilitó la tarea en la sala.
“Eran chicos que escuchaban, respetaban al otro, eran ordenados. Esa base me permitió avanzar rápidamente en los aprendizajes y sortear las deficiencias que traían: escaso vocabulario (que no les permitía expresar lo que necesitaban o les pasaba), dificultades para pronunciar algunas palabras y para organizar las oraciones al momento de hablar”, detalla Vera.
La docente explica que el objetivo de sala de 5 es aprender a distinguir los distintos fonemas (sonido de las letras) en una palabra. Así, una vez que los chicos y chicas logran relacionar las letras y sus sonidos, pueden comenzar a construir palabras, a escribir y leer. Normalmente, este proceso se comienza a desarrollar en Inicial y se asienta en primer grado.
Durante la primera parte del año pasado, en el grupo de Vera leyeron cuentos. Pero ya en agosto las docentes decidieron articular su trabajo, reunir a sus estudiantes de sala de 5 y de primer grado, y leerles juntas dos novelas. Primero: Las aventuras de Bigote, el gato sin cola, de Ruth Kaufman. Después: Quiero ser Pérez, de Margarita Mainé.
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“Eso motivó mucho a los chicos del jardín y les permitió conocer a la docente que tienen este año. Y a los de primer grado, que no habían tenido sala de 5 presencial, les permitió tener un momento de disfrute, de volver al jardín y que la maestra les leyera”, dice Vera.
Sánchez, en tanto, se dedicó a hacer aportes audiovisuales. Buscaba y les proyectaba imágenes, audios, videos para recapitular sobre lo leído el día anterior y mostrar el significado de algunas palabras. Por ejemplo, sus estudiantes investigaron qué era un museo (porque parte de una de las novelas transcurre ahí), los distintos tipos de museos que existen y visitaron el de ciencias naturales cercano a la escuela.
También averiguaron qué era un coro, Sánchez les mostró videos, conformaron un coro con su docente de música y cantaron a fin de año para sus familias (que en vez de tirarles tomates, como pasaba en la novela, les tiraron caramelos).
Aprender a aprender
Primero, las docentes incentivaron a sus estudiantes diciéndoles que leían novelas porque eran más grandes. Luego, les explicaron qué es una novela y cómo se conforma un libro —tapa, contratapa, título, autor, capítulos, etc.—. Y decidieron entre todos y todas que leerían un capítulo por día.
“Lo interesante de la lectura de novelas es que desarrolla mucha comprensión lectora en los chicos. Porque tienen que seguir el hilo del relato y para eso cada día recapitulábamos de manera colectiva: quién era el personaje, qué le pasaba, dónde vivía. Y tratábamos de anticiparnos a lo que podía pasar a partir del título del capítulo. ‘¿Qué creen que va a pasar?’, era la pregunta disparadora”, especifica Vera.
Con la otra novela, la de Pérez, los chicos y chicas trabajaron lo que significa que se les caigan los dientes, le escribieron cartas al ratón Perez y crearon un juego de la oca sobre el tema, con el que pudieron ejercitar sumas y restas.
En la sala de Josefina, algunas familias tenían una alfabetización muy precaria. Vera tenía en cuenta ese rasgo a la hora de escribir consignas para que los niños y niñas desarrollaran en sus hogares. Por ejemplo, “cuando leímos las novelas, si tenía que compartirles el capítulo que habíamos abordado en la sala, se los mandaba en audio (leído por mí) y en texto, para que pudieran escuchar y leer juntos. Y completar consignas como: ‘Marcar las palabras de las que no sé el significado’”, precisa.
El trabajo conjunto permitió que niños y niñas “desarrollaran capacidades más que habilidades”, agrega Sánchez. Y ejemplifica: “Aprender del error, a que si me siento mal pido ayuda, a resolver problemas, a aprender a aprender, que no solo se aprende en la escuela sino también en la biblioteca, en una salida. La idea es que ante un problema, ellos sepan dónde buscar y a quién preguntar”.
Los y las estudiantes de primer grado profundizaron en la alfabetización digital, la edición de textos en Word, el nuevo vocabulario que venía de las novelas y empezaron a ver las posibilidades de programar sus propios videojuegos a través de Scratch.
“Los chicos también pudieron realizar actividades típicas del jardín que no habían podido hacer por la pandemia y la falta de presencialidad, que obstaculizaba el proceso de aprendizaje. Por ejemplo, recortar o trabajar con plastilina”, dice la maestra de primero.
En cuanto al proceso de alfabetización de quienes hicieron primer grado en 2021, acota Sánchez, “hubo 12 niños, que son los que asistieron con mayor regularidad, que terminaron totalmente alfabetizados, lograron los saberes y capacidades de primer grado. Dos no lograron alfabetizarse y tres alcanzaron en un 75 % los objetivos propuestos para esta etapa”.
Mientras que en el primer grado de 2022, cuenta la maestra, “ya no hay tantas dificultades como el año pasado, se nota mucho el desarrollo de los hábitos, de las emociones, del trabajo con el otro”. Además, “Mariela trabajó mucho con las familias durante el año pasado. Entonces, hoy si el niño no terminó la actividad, les mando la foto a los padres y la completa en su casa. En un 95 %, las tareas que mando vuelven realizadas”.
Ambas docentes dicen que el año pasado trabajaron mucho la importancia de la presencialidad, subrayando que para determinados aprendizajes se necesitan otros tiempos, diferentes a los de la tele y los videojuegos.
Mientras leían una de las novelas, los niños y niñas estuvieron una semana aislados por los contagiados de COVID-19, “Josefina esperaba ansiosa el capítulo que la seño les mandaba por WhatsApp, a las 14 o 14.30 horas, interpretado por ella”, recuerda Silvana.
La mamá de Josefina tiene dos hijos más grandes, de 16 y 12 años. “Desde la experiencia que tuve con mis otros hijos que hicieron todo el jardín de manera presencial, lo que logró Josefina sin haber tenido clases presenciales en sala de 4 y con solo medio año de continuidad presencial en sala de 5 es asombroso”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 4 de abril de 2022.
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