Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Cuando empecé a trabajar esta nota, pregunté en las redes sociales si alguien había encontrado una fórmula para hablar sobre política con familiares, amigos o amigas. Algunos me compartieron pautas que ponen en práctica, otros análisis u opiniones. Pero varios expresaron que redujeron estas charlas al círculo familiar inmediato o, directamente, ya no entablan estas conversaciones por temor a no terminar bien con alguien a quien quieren.
El desafío acá, según los especialistas en construcción de diálogos que consultamos, es que la única manera de aprender a conversar —en este caso, de política— es haciéndolo. Además, este diálogo es indispensable para fortalecer la democracia y lograr una sociedad más equitativa y empática.
Para empezar, conviene tener en cuenta que a la hora de encarar una conversación sobre política “no hay una receta mágica”, coinciden los expertos consultados en esta nota. “Pero tampoco es tan difícil, solo requiere de habilidades que hay que poner en práctica. Es como andar en bicicleta”, alienta Graciela Tapia, abogada, mediadora especializada en diseñar y conducir procesos de diálogo para la construcción de paz.
Por supuesto, no es que se puede hablar de todo con todos. “A veces hay que decir: 'Sobre este tema no sabemos hablar, hablemos sobre otros temas que nos unan'”, dice Tapia.
Sin embargo, especialistas y jóvenes políticos consultados coinciden en que es posible una conversación (o al menos intentar darla) si contemplamos algunas pautas: tener claro el objetivo de la charla, no perder de vista que hablo con alguien por quien tengo un afecto, elegir el momento y el espacio, escuchar de manera activa, evitar simplificar los temas, elegir las palabras y los tonos que usamos, y analizar por qué la otra persona contesta lo que contesta.
Si les sirve mi experiencia, desde que empecé a trabajar la nota hace un par de semanas, he puesto en práctica algunas de estas sugerencias y he logrado conversaciones que hacía tiempo no tenía.
1. Qué busco en la conversación
Ser honesto con el objetivo de la charla es fundamental. “Hablar con personas que piensan diferente es mucho más rico y productivo, pero siempre que se tenga en claro la intención. ¿Pretendo convencer al otro? ¿Busco entender cómo piensa para tener más argumentos que me hagan reflexionar, modificar o fortalecer mis ideas para luego incidir mejor sobre otras personas?”, propone preguntarse Martín Galanternik, fundador y director de MiNU, una asociación civil que busca desarrollar la educación cívica en los estudiantes mediante la simulación de las asambleas de Naciones Unidas y los debates en las legislaturas y el G-20.
Por ejemplo, sigue Galanternik, “si yo quiero convencer a mi abuelo —que es muy diferente de mí— y me pongo a argumentar o contraargumentar, no tiene sentido. Él no va a cambiar su pensamiento. A veces, solo hay que comprender que el otro es diferente, respetarlo y quererlo. Es decir, yo puedo discutir con él, pero con otro objetivo, no el de convencerlo de lo que pienso”.
Por eso, el fin del diálogo —que es diferente al de la discusión o el debate— es entender por qué el otro piensa como piensa. Así lo explica Bautista Logioco, experto en diálogo y transformación de conflictos: “En un debate se busca imponer ideas y refutar a quien está del otro lado, mientras que en el diálogo se escucha activamente para comprender las creencias, necesidades e intereses de quien está del otro lado. Nadie debería tratar de ganar porque no se trata de hacer prevalecer una determinada perspectiva, si no de aprender y, así no coincidamos, entender mejor por qué vos pensás como pensás”.
2. Converso con alguien por quien tengo afecto
Para Graciela, cuando uno está con alguien con quien tiene una historia de afecto “es más fácil encontrar conectores por sobre los divisores, y a eso hay que apuntar”.
Al respecto, el abogado y politólogo Rodrigo Gómez Tortosa cuenta: “Con los amigos trato de conversar, charlar sobre los temas que tenemos en común, haciendo énfasis en eso. Si hay puntos sensibles o diferencias sobre un tema empiezo a hablar por lo que entiendo tenemos en común para luego abordar las diferencias específicamente. Y cuando hay un tema que sé que a la otra persona le desagrada mucho, no lo toco o si lo hago trato de ser muy cuidadoso buscando el consenso y acercando las partes”.
Gómez Tortosa milita en el peronismo y es profesor de la UBA y secretario ejecutivo de la Red Argentina de Profesionales para la Política Exterior (REDAPPE), entre otras actividades.
También es cierto que con una persona por quien se tiene afecto, durante una conversación de política “es fácil perder el foco sobre el tema y personalizar la problemática, culpando a las figuras políticas que promueven una visión que no coincide con la mía y muchas veces, de manera indirecta, a nuestro familiar, amigx, colega, vecinx”, alerta Logioco, quien es fundador de Converseamos, un espacio que trabaja sobre cómo hablar de temas que generan polarización.
3. Elegir el momento y el espacio para hablar
Tanto la predisposición física como el momento que elijamos para tener la conversación serán claves. Para minimizar el riesgo de que factores externos obstaculicen el ida y vuelta y se genere un diálogo constructivo es esencial que las personas estén predispuestas a conversar.
“Si quiero hablar sobre si deberíamos tener más bicisendas o más espacio para el transporte vehicular en mi ciudad, con mi tío que piensa diferente a mí, no tendría esa conversación inmediatamente después de que el equipo de fútbol de mi tío perdió un partido por goleada”, ejemplifica Logioco.
En cuanto a la predisposición física, dice: “Muchas veces, quizás por haber crecido en contextos culturales adversariales en los cuales la confrontación vende, nos predisponemos a conversar situándonos de un lado de una mesa y quien opina diferente del otro. Así, la mesa se transforma en la cancha, en el Boca-River, que nos lleva a los extremos y no nos deja ver, por ejemplo, que ambos compartimos la pasión por el deporte, por la destreza, y quizás hasta por los propios jugadores aunque sean del equipo contrario.”
En ese sentido, puede ayudar disponernos físicamente en un espacio sin obstáculos o líneas demarcatorias en el medio (como la mesa). Sentarnos en ronda, especialmente cuando somos varias personas, puede contribuir a la fluidez del ida y vuelta.
Cambiar el lugar también puede funcionar. Propone Logioco: “Si al final del almuerzo del domingo siempre discuto con mi hermana con quien tenemos visiones políticas diferentes ¿por qué no plantearse tener esa conversación en el patio o mientras caminamos por el barrio?”.
Y claro, el humor como puerta de entrada a los temas —los memes en particular— es una opción que varias personas contemplan.
“Cuando se comparte un chiste, un video o un meme sobre política, el tema entra desde la risa, desde lo lúdico, de manera más amigable, para luego discutirlo más en serio. Esta es una buena entrada para luego desandar la conversación con amigos”, dice Agustina Rodríguez Biasone. Ella es abogada y magister en Políticas Públicas, vicepresidenta de la Organización Internacional de Jóvenes Socialistas y trabaja en el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de CABA.
4. Practicar una escucha activa
“No transformar la discusión en una competencia y nutrirse de la opinión del otro”, propuso Karina Flamini a nuestra consulta en Facebook. Claro que para eso, uno tiene que escuchar”.
Sin embargo, en general, “cuando hablamos de política queremos imponer una idea y nada más. Muchas veces descalificamos sin escuchar argumentos”, explica el experto Galanternik. Y sigue: “Algo elemental pero que solemos olvidar es no hacerle al otro lo que a uno no le gusta que le hagan. Por ejemplo, es importante mirar y escuchar. Si no miro al que habla para no darle entidad, eso es no escucharlo”.
Para desarrollar una conversación constructiva hay que entrenar habilidades y la más básica es saber escuchar de manera activa. Es decir, “dispuesto a entender más que a refutar o responder de manera automática a todo como si fuera un ataque. Para eso es necesario escuchar con todos los sentidos, que el otro sienta que le estoy prestando atención, que toda la actitud corporal, los tonos de voz sean una invitación a que se exprese”, aclara Tapia.
Ella es consultora de organismos internacionales como la Unión Europea, Naciones Unidas, el Banco Mundial y la Organización Estados Americanos, entre otros, y como tal lidia con conflictos entre países, entre gobiernos y grupos de poder o armados.
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Para Tapia, también es importante ser conscientes de que no nos comunicamos solo con el lenguaje verbal. “También nos comunicamos con los tonos de voz —ahí entra la ironía, por ejemplo—, con las miradas, con los gestos”, afirma.
Si antes de responder le digo que respeto y entiendo que esa es su manera de pensar, pero que yo pienso diferente, estoy dando un gran paso. Para lograrlo es importante observar que “lo que la gente piensa está condicionado por su historia, por el contexto, la información a la que accede, la preparación y educación que tuvo”, explica Tapia. Es decir, si una opinión nos molesta no es necesariamente hecha con mala intención sino que es producto de ese contexto histórico propio. Por eso, sigue Tapia, “mirar desde las intenciones al otro permite tener una mirada más comprensiva de nosotros como seres humanos limitados que somos, más amorosa”.
Así se puede construir una conversación constructiva, donde sin necesidad de convencernos o cambiar de opinión cada uno puede explicar desde dónde piensa como piensa. Entender esto predispone de otro modo, permite soltar el control y bajar la guardia.
5. Evitar simplificar el tema
Además de escucharnos con todos los sentidos es importante evitar simplificaciones para temas que, por naturaleza, son complejos.
“La simplificación lleva a invisibilizar dimensiones, ángulos y matices del tema y reduce las chances de encontrar puntos en común dentro de la gama de posibilidades que existen entre los extremos. En ese sentido, contribuye a consolidar los extremos limitando las visiones a solo dos opciones que además son excluyentes entre sí mismas”, plantea Logioco.
Un ejemplo, es el falso debate (en su opinión) entre el mérito vs. las brechas o igualdades en el acceso a oportunidades. “¿Por qué plantearlos de manera dicotómica o excluyente? Por naturaleza no lo son. Podemos plantear la posibilidad de coexistencia de estos dos conceptos de manera complementaria, reconociendo el mérito y esfuerzo al mismo tiempo que reconocemos que no todas las personas nacemos y crecemos con el mismo acceso a oportunidades”, dice.
Frente a dinámicas polarizadoras podemos caer en la trampa de encarar una conversación sobre temas de política incurriendo en ataques personales. Y vuelve a ilustrar Logioco: “Si alguien privilegia el uso del espacio público por parte de vendedores informales es porque no le importa un comino el comerciante formal que paga sus impuestos. O si está del lado del comerciante formal es un insensible sin corazón a quien le resbala la situación del vendedor informal. ”
En esos caso, apunta el experto, “es importante evitar caer en esos ataques personales porque deshumanizan a quien se tiene enfrente y deshabilita la búsqueda de soluciones que contemplen la multiplicidad de necesidades e intereses”.
En contextos polarizados también es frecuente que ciertos sectores recurran a narrativas “épicas”, fundamentalmente para demonizar a quienes piensan distinto.
Así lo explica Logioco: “En escenarios preelectorales estas narrativas muchas veces vienen acompañadas de declaraciones altisonantes, agresivas, que quieren aparecer o destacarse como voces disruptivas del status quo. Así, promueven la confrontación y reducen toda conversación a un ‘ellos vs. nosotros’ difícil de romper. Por eso hay que evitar estas narrativas épicas”.
En cada intercambio sobre temas de política en contextos electorales, especialmente ante el riesgo de enjaular al diálogo en el formato limitante de vencedores y vencidos, “conviene preguntarse y re preguntarse: ¿con qué objetivo quiero hablar desde el vencedor o desde el vencido? ¿Soy consciente que ese planteamiento ayuda a seguir marcando la grieta con quien está del otro lado? ¿A quién le es funcional que la grieta subsista entre distintos grupos sociales? ¿Quiero participar activamente de esa dinámica de profundización de grietas? ¿No me estaré perdiendo puntos en común con quien converso por encarar el intercambio como vencedor?”, apunta el fundador de Converseamos.
6. Palabras y frases: cuáles usar y cuáles no
Una vez que buscamos el lugar y el momento, nos dispusimos a escuchar de manera activa y estamos atentos a no simplificar los temas, es momento de ser cuidadoso con las palabras que usamos.
No es que haya palabras que se pueden usar y otras que no. Pero sí “hay que tener conciencia de que la violencia en lo verbal puede pasar por la ironía, por el no escuchar, por la descalificación, los tonos, los gestos. Todo eso manda un mensaje que puede ser violento”, subraya Tapia.
Por eso, para lograr una conversación más abierta, la experta propone plantear los temas desde la curiosidad, con preguntas abiertas del tipo: “Cómo sería si..”, “Por qué crees que pasa eso…”, “Cómo es eso…”.
En definitiva, conversar sabiendo que puedo pensar diferente, pero quiero entender desde dónde piensa el otro las cosas como las piensa.
En la misma línea, Logioco considera que “a un diálogo constructivo debemos entrar con una genuina curiosidad de, por lo menos, entender mejor por qué el otro piensa lo que piensa”, dice.
Y propone un ejercicio: “Primero pregunten a la persona con quien están dialogando: '¿Por qué crees que debería legalizarse la marihuana?'. O: '¿Por qué crees que no debería legalizarse la marihuana? ¿qué crees que se lograría con eso? ¿Qué pasaría con el consumo problemático de sustancias en tu opinión?'. Háganlo con la intención de encontrar el punto flaco en el argumento”. “Luego”, sigue el especialista, “hacé las mismas preguntas pero con la intención de querer genuinamente entender por qué tu amigo está a favor de la legalización de la marihuana o tu prima en contra. Vas a ver que la genuina curiosidad humaniza, aceita y da libertad al intercambio”.
“Debe estar muy claro que nadie es dueñx de la verdad. Solo tenemos distintas perspectivas e ideologías. Por eso está bueno entender que hay varias miradas. No una sola. Y que las discusiones no se ganan”, escribió en Facebook, Laura Echazarreta, aceptando la invitación a dejar su mirada del tema.
7. Cómo interpretar lo que otra persona me dice
Se pueden tomar todos los recaudos. Sin embargo, “es posible sentir que alguien lo trata mal. En ese caso, conviene bajar el tono de voz y poner las reglas de la conversación. Si uno grita y el otro sube la voz establecemos ese modo, pero si uno comienza a hablar en otro tono, en general, la comunicación cambia”, sostiene Tapia.
A su vez, Galanternik resalta que “mucho tienen que ver los estilos de las personas para poder sostener una conversación. Por eso, a veces, está bueno reconocer que la otra persona tiene su estilo de discutir y que sus reacciones no son algo personal”.
Para entender algunas reacciones, un aspecto muy importante que Tapia se detiene a analizar es que las personas suelen confrontar porque “muchas veces se les juega la identidad en lo político: ‘Fui peronista toda la vida’, ‘soy progresista’, ‘soy liberal’. La ideología para algunas personas suele relacionarse con la identidad y cuando se mueve la identidad se descompensa algo en ellas. Porque si dejan que alguien las convenza de que su ideología no es correcta, sienten que pierden su identidad”.
De ahí que, a veces, la lucha por algo o la posición ante un tema se constituye como parte de la identidad. Entonces, continúa Tapia, “cuando una persona en esa situación ve que tiene puntos en común con su adversario se desestabiliza. Por eso, puede ocurrir que si estoy discutiendo con mi padre o mi hermano —de quienes me quiero diferenciar—y siento que empiezo a coincidir, aumente la tensión de la discusión, porque no me quiero parecer a ellos.”
Recién cuando la persona concientiza eso y puede diferenciarlo, “puede relajarse y sentir que eso no va a cambiar su identidad. Es decir, puede transformarse sin dejar de ser quien es”, detalla la experta.
Cuánto influye la falta de formación ciudadana
La falta de educación cívica de la ciudadanía en general también suma complicaciones a la conversación. Por ejemplo, dice Galanternik, “no todos saben cuáles son los poderes que tiene el Estado, sus objetivos, cómo se construye una ley, qué temas deberían ser prioritarios para las instituciones que tenemos, qué y cómo se vota, qué responsabilidades tienen funcionarios y ciudadanos”.
Para Celina Boretti, docente del partido bonaerense de San Martín, que dejó su opinión en Facebook, “buscar formas de discutir de política y demás, sin peleas y agresiones, debería ponerse en práctica en las escuelas. Y enseñarse como una estrategia que abra el debate, que pongan sobre la mesa todo tipo de mirada sobre un tema sin escandalizarse. Lo mismo debería pasar en los medios de comunicación y en cualquier espacio social o familiar”.
Es importante “recuperar la conversación sobre temas políticos, entendida como un intercambio genuino. Primero, con nuestro entorno cercano —familiares, amigos y amigas— para luego ampliarse hasta llegar a las instituciones y con distintos actores sociales”, concuerdan las fuentes consultadas.
La conversación concebida bajo estos términos, “no solo ayudará a fortalecer la cohesión social, sino que también es necesaria para construir una mayor y mejor ciudadanía democrática basada en la inclusión y la participación activa de todos y todas en la solución de los problemas complejos que enfrentamos día a día como sociedad”, precisa Logioco.
En ese contexto, los procesos electorales —como el que estamos atravesando— bien entendidos, proporcionan un espacio para el diálogo democrático entre diversos sectores de una sociedad. Al tiempo que la fortalecen.
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