Hace poco más de un año que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia y un año de que las clases en las escuelas dejaron de ser como eran. Desde entonces, funcionarios y especialistas en educación no dejan de marcar cómo se ha profundizado la disparidad de aprendizajes entre estudiantes en una misma aula. También, que se necesitan cambios en las estrategias de enseñanza y mayor acceso a tecnología para que cada vez haya más equidad.
Sin embargo, aún son muchos los y las estudiantes -sobre todo en barrios vulnerables o en ámbitos rurales- que no tienen acceso a Internet o dispositivos para realizar las actividades escolares propuestas.
Sobre la situación de estos estudiantes conversé con Juan José Alberdi, que coordina dos programas de la Fundación Franciscana. El "Programa de Jóvenes”, que acompaña a chicos y chicas en la búsqueda y concreción de sus proyectos de vida a través de capacitaciones socio-laborales, talleres de formación y prevención y tutorías personalizadas. Y el "Programa de Adolescentes”, que brinda herramientas de autoconocimiento, educación en valores y en sexualidad integral.
Ambas propuestas se desarrollan en los barrios populares Mariló, en Moreno, y Ejército de Los Andes (Fuerte Apache), en Tres de Febrero, en el Gran Buenos Aires.
—Desde tu trabajo en los barrios, ¿cómo ves que impacta la falta de conectividad en las familias?
— En algunos casos, la falta de conectividad significa: “me anda mal internet”. Pero en la mayoría de las familias con las que trabajamos significa: “a esta parte del barrio no llega WiFi” o “no tengo plata para cargarle datos al teléfono”. También pasa que no tienen computadora o que solo hay un teléfono para cinco personas que conforman esa familia. Ilustro con un ejemplo concreto: el año pasado, durante un encuentro por Zoom, un adolescente estaba contando que hacía pocos días la mamá le había cargado $600 al teléfono que compartían ella, él y su hermanita. Al rato se desconectó y después por WhatsApp me contó que el Zoom le había comido todo el crédito que le quedaba, unos $200. Esto mismo pasa con las clases. Los chicos no pueden conectarse a una clase ni acceder a los contenidos, descargar archivos, mandar fotos o videos. Así, pierden la posibilidad de educarse y se atrasan un montón respecto a su grupo.
—¿Cómo impactó la falta de escuela en lo emocional, desde lo que ustedes fueron viendo?
—Desde lo vincular y lo social, lo que más faltó fue la escuela como ámbito de intercambio y de espacio para estar con los amigos. De hecho, ahora muchos se quejan de que por las burbujas los separaron de sus mejores amigos y entonces no los pueden ver. Hay papás planteando estas situaciones en las escuelas. Porque estos chicos no tienen posibilidades de encontrarse con sus amigos a través de una consola, desde lo virtual.
—¿Cómo están ahora resolviendo las tareas que traen del colegio?
—Aún no todos empezaron las clases. Es más, algunos ni siquiera saben cuándo van a comenzar porque desde la escuela no se contactaron ni atienden el teléfono. En otros casos, no empiezan por problemas edilicios y otros van a seguir todo virtual. Desde la fundación tratamos de apoyarlos en lo que es la lectoescritura, en la alfabetización, para que puedan resolver las tareas y lo que se presenta desde el colegio.
—¿Cómo ves que impacta en la organización familiar esta modalidad de pocas horas de escuela?
—Por un lado, es un desafío para las familias poder organizarse para llevar a los chicos a la escuela. Igual, vemos que en cada familia hay una persona, que no es necesariamente la madre o el padre, que lleva a todos los chicos al colegio (un tío, un hermano mayor, una abuela). Por otro lado, es necesario establecer una nueva rutina que ordene, tanto a chicos como a adultos, los hábitos de convivencia, de descanso y de consumo de alimentos y pantallas. Que les permita establecer un estilo de vida más saludable que el que se vió durante la cuarentena y con ausencia de clases.
Vale aclarar que la Fundación Franciscana lanzó la campaña #QueNoSeCorte, con el objetivo de crear un aula digital para que más de 300 estudiantes del barrio Mariló, de Moreno, tengan acceso a Internet y dispositivos. Para lograrlo necesitan que 1200 personas aporten $500. Acá podés sumarte.
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Esta entrevista fue publicada originalmente en Reaprender, la newsletter sobre educación que edita Stella Bin. Podés suscribirte en este link.
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