Ella es investigadora del Conicet, profesora en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UBA y autora de distintos artículos sobre el impacto de las tecnologías en la infancia. También publicó los libros: Infancias entre pantallas. Los chicos y las tecnologías y Juegos, juguetes y nuevas tecnologías.
Quise conversar con ella para que nos ayudara a reflexionar sobre el uso de las pantallas, tras meses de uso intensivo de ellas.
—Tras un año de pocos amigos presenciales ¿Qué sabemos del rol que cumplieron las pantallas para niños, niñas y adolescentes en ese aspecto?
—Primero, existen diferencias entre lo que significó para niñas y niños y para los y las adolescentes porque son generaciones diferentes. Como lo es también para los adultos. Cada uno genera diferentes vínculos con la tecnología. También es cierto que fue la tecnología el único vínculo que pudimos sostener durante el 2020. A través de ella pasó casi todo. La pantalla fue la puerta de entrada del mundo a los hogares. Hicimos mucho a través de ellas y también nos cansamos. Los adolescentes pasaron a permanecer en los hogares todo el día, de manera excepcional, y se encontraron con una pantalla para relacionarse con el otro. Y hubo chicos y chicas a los que les resultó mejor esta escuela y a otros que no, que prefieren lo presencial. No se puede generalizar. Eso sí, creo que este uso de las tecnologías no es mejor ni peor. Lo que sí no se puede es comparar con la presencialidad. Es distinto, tiene otras posibilidades. De hecho, algunos chicos por WhatsApp se animan a hablar con compañeros con los que les costaba relacionarse en la presencialidad, y a otros les pasa lo opuesto.
—¿Pudiste ver algo en el uso de las pantallas del 2020 que te llamó la atención? ¿Algo que contradijo lo que pensabas?
—No tenemos datos sistemáticos aún como para afirmar o desmentir algo. Creo que vamos a necesitar un tiempo para ver con claridad las transformaciones que se dieron en el 2020. Lo que sí puedo decir es que la educación virtual puso en escena la profundización en las desigualdades sociales, económicas, culturales. Por supuesto, también quedó desplazada esa lucha para que chicos y chicas dejen las pantallas. Porque la escuela, los amigos, los familiares estaban ahí. Aparece una diferencia respecto a la valorización y cómo cuantificar el tiempo cuando este aparece como continuo e indiferenciado. Es decir, ¿si usé dos módulos del tiempo permitido para hablar con la tía, vale como conexión? Apareció una pantalla que no diferencia si chicos y chicas están haciendo algo útil o no. Pero, también nos pasa como adultos: ¿cuándo es significativo y cuándo es recreativo el uso que hacemos de las pantallas? Creo que la saturación con las plataformas como nos pasa a los adultos, también les pasa a los chicos y adolescentes.
—¿Qué deberíamos saber padres y docentes respecto a la relación de niñas, niños y adolescentes con la tecnología?
—Lo que tenemos que entender. Es que nunca vamos a suplantar a un docente, aún siendo docentes, por más voluntad que le pongamos. Por ellos (los estudiantes) y por nosotros. Y en un contexto de pandemia, creo que hay una preocupación por los contenidos pedagógicos adquiridos que debería virar hacia lo emocional. Después, las discusiones sobre si las medidas de cancelación de las clases presenciales estuvieron bien o mal, no soy infectóloga, no puedo opinar. Veremos lo que el tiempo nos ilumine. Ahora, si los hijos van a ir dos horas dos veces por semana, habrá que pensar cuál es la logística familiar que requiere eso. Porque la escuela nació con un objetivo (entre otros) y es como apoyo a madres y padres que trabajaban.
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Esta entrevista fue publicada originalmente en Reaprender, la newsletter sobre educación que edita Stella Bin. Podés suscribirte en este link.