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—Creo que ninguna está exenta [de ser blanco de actitudes machistas], la diferencia la hace la que puede darse cuenta. Porque algunas aún no toman conciencia e incluso despotrican contra el feminismo porque les incomoda. Y porque cuando te das cuenta, ese golpe de realidad es muy duro.
Rosita tiene 38 años. Se contactó con nosotros a través de Instagram para contarnos su historia. Es del sur de la Provincia de Buenos Aires, de Punta Alta, una localidad que linda con la Base Naval de Puerto Belgrano —la principal de la Armada Argentina— a 24 kilómetros de Bahía Blanca. “Es una ciudad de civiles, pero se alimenta prácticamente de la base naval”, dice. Rosita nació en un lugar en el que los fundamentos de la institución militar se hunden como raíces gruesas. Su padre era militar. Su hermano lo fue hasta que renunció. Su madre fue una mujer golpeada.
—Las decisiones finales, la última palabra, el dinero, por supuesto, siempre lo llevó el hombre en mi familia. Mi papá le pegaba mucho a mi madre y a mi hermano y la violencia psicológica estaba presente todo el tiempo. Todo lo que tiene que ver con el machismo acá es mucho más intenso. Hay una tasa muy alta de violencia doméstica y hay reincidencia porque las mujeres no terminan de darse cuenta.
Ella se casó “con un civil”, tuvo una hija, se divorció, tuvo otra relación con un militar que rompió al advertir que era “una réplica” de su padre. Estudió Música en Bahía Blanca y se convirtió en cantante pero para comer, como la mayoría de sus vecinos, trabaja en la base naval, de administrativa.
Las situaciones de machismo en su ámbito laboral son cotidianas. Durante muchos años las justificó, creía que esas eran las reglas que marcaban el funcionamiento de la sociedad. Al menos de la que ella conocía. Hasta que no pudo más. Ahora dice que va a la oficina “cubierta por una capa de vaselina”, que intenta reírse: “Era muy doloroso, muy traumático ir a trabajar. Acá es un régimen militar, el de arriba dice lo que hay que hacer y no se discute. Es: ‘Sí, señor’. Es duro querer revertir esas situaciones, al estar tan instalado es muy difícil luchar contra eso”.
Sol tiene 27 años. Empezó a salir con Juan Martín en marzo de 2016. En febrero de 2018 lo denunció por violencia de género. Durante casi dos años justificó sus actitudes machistas.
—Cuando hice la denuncia me di cuenta de un montón de cosas, fue el momento en el que dije basta. Había sido físicamente violento conmigo, sin embargo seguí con él como un año y medio más —dice.
Su relación empezó con mucha intensidad, vivían a una cuadra y se veían a diario, se escribían todo el tiempo, dormían juntos: “Había una superconexión, yo sentía que no me podía despegar de él, lo idealizaba muchísimo. Le conté todo sobre mí porque qué iba a pensar que me iba a depredar esa persona. Él sabía lo que yo necesitaba y de forma inteligente y manipuladora me lo suministró, cubrió mis necesidades emocionales”.
Después vino el control. Los celos. La acusación constante de infidelidad. La violencia psicológica y emocional. Luego la física. Cuando Sol lo denunció advirtió también que todas sus relaciones anteriores habían estado “teñidas por este tipo de violencias”. La situación le era familiar, la había vivido en su casa, “por esa razón, en algún punto, lo naturalizaba; aunque en forma consciente jamás hubiera aceptado ser ese tipo de víctima”. Reconocer que lo era fue la única forma de salir.
Juan Martín había pasado por una crisis antes de empezar la relación, tomaba antidepresivos, y utilizaba esa situación para justificar el maltrato.
—El arma de esta gente, desde mi experiencia, es la victimización y la manipulación —asegura Sol— te hacen creer que lo que vos sentís, pensás o hacés, está mal y te inventan un mundo con reglas que no tienen que ver con las de una pareja sana. Cuando te controlan los horarios, por ejemplo, te convencen de que es porque están preocupados, que está mal que no les digas dónde vas, qué hacés o con quién estás.
A partir de lo que le sucedió ella reflexionó sobre los comportamientos de los hombres con los que había salido: “Lo primero que sucede es la violencia psicológica y emocional. Si se llega a la violencia física es porque la persona que está siendo violentada de alguna forma se está resistiendo. Es cuando pierden el control sobre la otra persona. Un control que ejercen más a partir de las otras dos violencias que son las más invisibilizadas y, por eso, las más problemáticas: son las actitudes que uno justifica para seguir en la relación, porque en algún punto no te querés ir y pensás que podés ayudar a esa persona”.
Machismos micros y macros: el mismo paradigma, diferentes matices
La médica feminista Mabel Bianco, creadora de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) y ahora Defensora de Género del diario Perfil, concuerda con lo que afirma Sol respecto a que la violencia psicológica antecede a la física en las parejas, y en que no es sencillo correrse de esa situación: “Es una violencia que ocurre en parejas en las cuales las mujeres están vinculadas afectivamente, no es igual si es un extraño. Muchas veces son los padres de sus hijos, las liga el afecto o el amor y no es fácil denunciarlo”.
Bianco también coincide en que los agresores se valen de la manipulación y el arrepentimiento, lo que se vuelve un impedimento para tomar distancia: “Es el ciclo de la violencia, después de que ocurre, quien la ejerce suele pedir perdón y trata de cuidar a la otra persona hasta que aparece nuevamente. En esos periodos de ‘idilio’ la mujer cree en la promesa de que no va a volver a ocurrir”. La dependencia económica es otro motivo que dilata la ruptura y deja pasar la violencia, dice Bianco.
Para que estos maltratos dejen de justificarse, la médica sostiene que es necesaria la ayuda externa, que alguien le haga ver a la mujer que ese vínculo “es nocivo y patológico”. Aún así “no es lineal, hay avances y retrocesos. Además si vienen de familias con violencia de género lo tienen aún más naturalizado”, asegura.
Respecto a los machismos cotidianos, la especialista sostiene que las mujeres los justifican “porque han sido formadas en una cultura que los tiene arraigados”. Entre las prácticas o conductas más instaladas y difíciles de desterrar menciona las tareas de cuidado “de los hijos, de los familiares enfermos, incluso de los suegros”. Además de las usuales tareas domésticas: “Lavar y planchar es algo que nunca se piensa para los varones”, dice.
Para que se prenda la señal de alerta que detecta las actitudes machistas en el ámbito familiar, laboral, social, para tomar conciencia y dejar de justificarlas, Bianco afirma que “se requiere de una sensibilización que desnaturalice las discriminaciones de las mujeres y niñas; requiere de la escuela, de los medios de comunicación, de leyes que, por ejemplo, reconozcan el derecho de los hombres a tener licencias por el cuidado de hijos o familiares, que se cambien las pautas de qué es ser varón y se comprenda que ocuparse de tareas domésticas no es menoscabar la masculinidad. Es una tarea conjunta que debe asumir la sociedad”.
El machismo, ese producto intrínseco de una sociedad patriarcal que se encargó de publicitarlo con campañas de marketing efectivas, viene en todos los envases, en todos los colores, en todos los talles. Quizás los más difíciles de advertir sean los más sutiles y cotidianos, aquellas costumbres del día a día que se cristalizan en frases y actitudes que suelen pasar desapercibidas y perpetúan la desigualdad de género. El mansplaining —o su equivalente en castellano, la machoexplicación—, esa necesidad de algunos hombres de explicarle a las mujeres cosas que entienden o conocen mejor que ellos; las indicaciones cuando ellas van al volante o asumir que maneja una mujer ante cualquier complicación en el tránsito; que ellas paguen menos en los boliches —otra forma de ofrecerlas como un producto para atraer a los hombres aunque se disfrace de privilegio—; son algunos ejemplos, entre miles. A este tipo de actitudes, que no por comunes son menos violentas y nocivas, se las llama micromachismos.
El término fue creado por el psicólogo argentino Luis Bonino Méndez en 1990. Si bien se lo critica porque al llevar la preposición “micro” parece reducir o restar importancia a este tipo de conductas, en un trabajo titulado Micromachismos: La violencia invisible en la pareja el terapeuta explica que con “micro” se refiere “al decir de Foucault, a lo capilar, lo casi imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia”.
Para la Real Academia Española (RAE) este término no existe. Sin embargo la Fundéu BBVA (Fundación del Español Urgente) —que vela por el buen uso del español en los medios y cuenta con el asesoramiento de la RAE—, define al micromachismo como el “conjunto de los comportamientos, prácticas y estrategias cotidianas con las que se ejerce el dominio masculino y que atentan en diversos grados contra la autonomía de las mujeres”.
Si bien estas actitudes están incrustadas en cada fibra social y son difíciles de erradicar, adquieren cada vez más visibilidad. En Facebook, por ejemplo, existe una página creada en junio de 2015, poco después de la primera marcha del movimiento Ni Una Menos, llamada: Micro Relatos de Machismo. Esta fanpage es seguida por más de 200.000 personas y expone testimonios sobre todo tipo de machismos diarios, que además están numerados. El último, fechado el 30 de julio de este año, es el 730.
Otro modo de visibilizar los micromachismos que a inicios de este año fue furor fue el “Raulómetro” —vaya una disculpa para los Raúles no machistas del mundo—: un juego que propone a los varones saber qué tan “Raúles” son o cuán deconstruidos están, es decir, medir su grado de machismo, y a las mujeres conocer si están en pareja o no con un Raúl. Esto, completando un test de diez preguntas sobre las relaciones cotidianas.
Cuestiones como estas pusieron a debatir a hombres y mujeres y dejaron en evidencia situaciones que aún en las parejas que se consideran más deconstruidas pasaban inadvertidas.
La violencia de género no es solo física, puede ser psicológica, sexual, económica, simbólica. Puede ocurrir en el ámbito doméstico, institucional, laboral. Puede atentar contra la libertad reproductiva o tratarse de violencia obstétrica, mediática, o acoso callejero en el espacio público.
Un informe elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) sobre los casos de violencia contra mujeres de 14 años en adelante (registrados e informados al INDEC) en todo el país entre 2013 y 2017, muestra que un 90% sufrió violencia psicológica, un 70% violencia física, un 25% violencia simbólica, un 20% económica y un 8% violencia sexual. Como explican, suele ocurrir que en un mismo caso haya más de un tipo de violencia. Razón por la que el total excede el 100%.
La Ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres protege contra todos los tipos de violencia, en todos los ámbitos. Es decir: en cualquier situación en las que sean violentadas, las mujeres pueden denunciar llamando a la línea 137, de atención a víctimas de violencia familiar o a la 144, de atención para mujeres en situación de violencia, ambas gratuitas, con atención las 24 horas los 365 días del año. También puede hacerse la denuncia personalmente, acudiendo a un juzgado o comisaría.
Existen los machismos fáciles de reconocer, las violencias más crudas. Existen también los micromachismos. Las violencias cotidianas. Y son incontables. Aunque la RAE no los incluya en su diccionario.
Detectarlos y denunciarlos es el primer paso para combatirlos.
Si sufrís violencia de género llama al 144