Ahí donde la vemos, la mano no es solo una estructura biomecánica compleja con huesos, articulaciones, músculos, tendones, ligamentos, nervios y receptores sensitivos. Constituye una parte fundamental de nuestro cuerpo a la hora de interactuar con el entorno y participar en numerosas actividades que van desde la manipulación hasta la comunicación.
De los cinco dedos de la mano, el pulgar es el más independiente. También es distinto en términos de cinemática, tamaño y fuerza de sus músculos. No en vano, el pulgar es el único dedo de la mano que puede oponerse. Y eso implica que permite que la mano refine su agarre para sostener objetos mediante el agarre de la presa y la pinza digital.
Precisamente la evolución de la mano de los primates está muy relacionada con su interacción con el medio ambiente en las estrategias de prensión de alimentos, recursos disponibles y la fabricación de herramientas. Algunas teorías hablan de que los primeros antepasados comenzaron a explorar el medio ambiente usando sus manos una vez que desarrollaron la locomoción bípeda hace 15 millones de años.
Puede que fuera la posición bípeda la que provocó que los homínidos que vivieron al final del Mioceno pudieran liberar sus manos o puede que la liberación de las manos fuese una de las consecuencias de la adopción de la marcha bípeda erecta. En cualquier caso, desde un punto de vista evolutivo, la anatomía y morfología de la mano cambió como consecuencia del uso que se le daba. Por ejemplo, los huesos de los dedos largos se enderezaron porque ya no los usábamos para agarrarnos a los árboles.
En cuanto al pulgar, disminuyó su longitud y comenzó a desarrollarse la posibilidad de oponerse al resto de los dedos cuando comenzaron a realizar tareas más precisas con las manos. Cambios importantes, sin duda. Porque no lo olvidemos, la evolución del pulgar ha dado a nuestra especie la oportunidad de evolucionar hacia actividades más complejas.
La “whatsAppitis”
Y los cambios continúan. A día de hoy, siguen evolucionando las adaptaciones músculo-esqueléticas en el pulgar en función de la actividad que realizamos y de las necesidades ocupacionales. Sin ir más lejos, la realización de movimientos repetidos del pulgar para el manejo del móvil, por ejemplo, se ha relacionado con la aparición de determinadas patologías por sobreuso. Concretamente con la tendinitis del pulgar por exceso de uso, también conocida con el término “whatsAppitis”.
Hace poco, un estudio preliminar en el que colaboraron la Universidad de Málaga, la Fondazione Don Carlo Gnocchi (Milán, Italia) y la Gannon University (Pensilvania, EEUU) concluía que el cambio en la actividad y uso del pulgar sobre todo entre los jóvenes, podría provocar la aparición de patologías y dolor en la base del dedo pulgar que no eran propias en edades tan tempranas. Esto podría estar relacionado entre otras cosas al uso continuado del móvil, videojuegos o pantallas táctiles y la falta de manipulación y actividades de destreza en edades tempranas. Todo esto, sumado a que se reducen las horas que dedicamos a escribir a mano, hace que utilicemos con menor frecuencia el pulgar o que cambiemos la forma de utilizarlo y de reclutar la musculatura.
Tras bajar de los árboles, el cerebro del primate cambió a medida que usaba sus manos para realizar funciones diferentes. La pregunta que queda en el aire es si, a la larga, los cambios que está experimentando el dedo pulgar por el uso continuado de dispositivos móviles dejará una huella igual de profunda.
Raquel Cantero Tellez es profesora del Departamento de Fisioterapia, Universidad de Málaga.
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