Volvió la noche. Volvieron las fiestas. La reapertura de los boliches se anunció primero en octubre con un aforo del 50% y la obligatoriedad del esquema completo de vacunación 14 días previos al evento (en una conferencia de prensa, la ministra de Salud Carla Vizzotti dijo que la actividad de boliches es “la de mayor riesgo”, teniendo en cuenta la variante Delta —la ómicron no había llegado en ese momento—). Los eventos al aire libre ya están autorizados a convocar a miles de personas.
Ahora vienen algunas preguntas: luego de una pausa de casi dos años, ¿a qué noche queremos volver? ¿Qué malas prácticas —desde los registros violentos en las puertas a la falta de hidratación en las pistas— hay que erradicar? ¿Y cuáles debemos preservar?
El martes pasado, Dixon —el nuevo DJ alemán de moda— animó durante cuatro horas en Mandarine Park la fiesta de aniversario de Crew Savage: bailaron 4.000 personas, hubo un sector VIP con mesas para 900 y un sector backstage para 350. También tocó Facundo Mohrr. Fue una de esas fiestas como las de antes: una multitud se olvidó por un rato de DJ Coronavirus.
Y vienen más shows potentes: Hernán Cattáneo toca mañana y pasado en Mendoza; Blastoyz, mañana en Groove; Green Velvet, hoy, mañana y pasado en Córdoba, Rosario y Buenos Aires. Durante los primeros meses de 2022 las fiestas brotarán como flores; en abril Richie Hawtin tocará dos veces en el Luna Park. Hay también Lollapalooza y Quilmes Rock. Después del bochorno de varias fiestas clandestinas en la cuarentena (como una en la que retenían celulares y documentos a los asistentes) y del éxito demoledor de la fiesta Bresh vía Instagram, los fans de la electrónica y los del rock están listos para regresar al sitio, y seguro esperan que el reseteo sea favorable.
“Con el parate de la pandemia, la escena electrónica se encuentra en su estado más crítico”, dice Sebastián Arias, productor y responsable de la comunicación y el staff en SVG, la productora de Crew Savage.
“Hubo 70.000 personas en Creamfields en 2006; hoy estamos lejísimos de eso. Pero la escena ha empezado a resurgir y todas las productoras que trabajamos por la cultura clubber nos estamos haciendo un replanteo. La experiencia con el usuario y el buen trato con el cliente deben ser la base. Por eso nosotros tenemos sectores con distintos moods. En general, creo que en la pandemia se perdió mucho la conexión con la diversión”.
¿Qué cosas no querría ver más en la noche? “La discriminación. Y cualquier tipo de violencia”, dice Arias.
También está el desafío económico de reconstruir el negocio. Un miembro de la Asociación de Eventos de la República Argentina (AOFREP) dijo a la revista Apertura: “Venimos trabajando con eventos sin baile o en espacios al aire libre. Poco a poco, vamos recuperando el ritmo de actividad. Sin embargo, tardaremos cuatro años, por lo menos, en levantarnos y diez en igualar los números prepandemia”.
Y a la vez, es hora de volver a poner el foco sobre los malos viajes de droga en las fiestas: decidiste ir a bailar y tomar una “rola” (una pastilla de éxtasis), y resulta que no era lo que te dijeron que era, o no era tan pura, o quién sabe qué es lo que en verdad te metiste adentro. Y ahora estás con paranoia, o con pánico, o con una amnesia de locos, o con una agresividad desbordada, o corriendo sin ropa entre la gente (true story: yo vi a un chico haciéndolo en Creamfields en 2010). Estás teniendo un mal viaje y alguien debería acompañarte, cuidarte, estar a tu lado sin forzarte. Pero a veces nadie sabe qué hacer.
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Reducción de daños
En otra época, organizaciones como ARDA (Asociación de Reducción de Daños de la Argentina, creada en 1999) hacían campañas activas en las fiestas. A veces se ofrecía a los usuarios de drogas un test químico para conocer la composición de la pastilla que esa persona iba a ingerir (y tirarla a la basura si resultaba ser venenosa). Eso —admitir que hay gente que se droga y proponerle ayuda y cierto control para evitar un mal mayor— se llama “reducción de daños”. No es un apoyo al consumo, sino un replanteo de paradigma, según los especialistas.
El concepto fue ideado a partir de las experiencias de Liverpool, Ámsterdam, Rotterdam y otras ciudades de Europa en los años '80. Implementaban acciones como el intercambio de jeringas y la dispensación clínica de metadona para usuarios de sustancias que no podían o no querían abandonar el consumo, y a usuarios de drogas inyectables.
En Pasala mejor: Más cuidados, menos riesgos - Manual de estrategias preventivas en contextos de ocio nocturno y recreativos, un documento de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (SEDRONAR), se lee:
- "Más que la eliminación del uso de drogas, la reducción de daños busca, a través de estrategias planificadas y articuladas, favorecer que el uso de drogas ocasione el mínimo de daños posible a la sociedad y sus ciudadanos. La estrategia fundamental de esta última –competencia de los gobiernos- se apoya en la educación sanitaria, que se dirige a alcanzar la modificación de los conocimientos, actitudes y comportamientos de salud de las personas, grupos y comunidades incidiendo sobre los determinantes de salud individuales, comunitarios y sociopolíticos."
- "Nuestro desafío en tanto política pública será brindar la información real y necesaria sobre los efectos, los riesgos y los daños asociados al consumo de sustancias, garantizar mejores condiciones ambientales y de acceso en los espacios de ocio, con el fin de -información mediante- fomentar un efectivo proceso de toma de decisiones y de generación de autonomía con estrategias y mensajes preventivos que nos acerquen al usuario y que contemplen los diferentes contextos y patrones de consumo."
Luego de la noche del 15 de abril de 2016, cuando en la fiesta Time Warp, en Costa Salguero, murieron cinco personas y seis fueron internadas en terapia intensiva por una combinación de hacinamiento, deshidratación y tóxicos (se mencionó una pastilla llamada Superman), nació PAF!, un programa de reducción de riesgos y daños en fiestas (de la Asociación Civil Intercambios).
En las fiestas, PAF! monta stands con golosinas, frutas, agua, material informativo; y hay voluntarios capacitados, que vienen de la escena y aportan sus conocimientos. “Hacemos la ‘gestión del placer’ para que el viaje de las personas que sí deciden consumir sustancias sea lo más cuidado y ameno posible”, dice Carolina Ahumada, la coordinadora del proyecto. “Llevamos masajeadores y pelotitas antistress. Tenemos un living para que puedan descansar y bajar un cambio”.
Desde 2017, cuando se modificó la Ley de Drogas 23.737, ya no hay testeo de sustancias en el terreno discotequero: muchos reactivos colorimétricos pasaron a ser considerados precursores químicos y desde entonces están prohibidos. “Mermó un montón [el testeo]”, dice Ahumada, que habló justamente de testeos en la XIX Conferencia Nacional sobre Política de Drogas hace dos semanas. “Es complicado conseguir reactivos, pero es una deuda de PAF!”.
Luego de estos dos años, la calidad del MDMA bajó. Las pastillas, escriben los usuarios en el foro especializado ArgenPills, son malas y caras. El tusi, una nueva droga conocida como la “cocaína rosa”, copó la escena. “La que venden no es lo que debería ser: un químico que se llama 2C-B”, explica Ahumada, “sino que es un polvo que mezclan con gelatina de frutilla o de frambuesa, con ketamina, Cafiaspirina, MDMA, psicofármacos… Es una porquería. No consumís lo que pensás que consumís”.
A PAF! le preocupan reportes que llegan desde Colombia, que indican que en muestras de ketamina se ha encontrado fentanilo, un opioide sintético entre 50 y 100 veces más potente que la morfina, que en Estados Unidos provocó una crisis de muertes. “Es superpeligroso como sustancia de corte o adulterante”, dice Ahumada. Y no termina de entender por qué lo usan.
Sigue: “En Colombia, a causa del cierre de fronteras de la pandemia, se hizo más lenta la cadena del tráfico y se adulteran pastillas, cocaína, tusi… Las organizaciones de reducción de daños lanzaron muchas alertas desde allá. Ahora además hay sustancias nacionales acá. La cosa está medio salvaje. No entiendo por qué un dealer querría matar a su cliente; lo necesita vivo”.
Si hay alguien con un mal viaje que va al puesto de PAF!, lo acompañan pero no lo pueden guiar. “Porque el mal viaje puede poner muy susceptible a una persona”, sigue Ahumada. “Le hacemos entender que cuenta con nosotros, y también estamos coordinados con el servicio médico y el de seguridad”. La persona del mal viaje elige qué hacer, y Ahumada se acuerda, por ejemplo, de alguien que se quedó hablando tres horas con una voluntaria o de otro que le pidió que lo lleven al servicio médico.
Una pastilla cuesta de 1.500 a 2.000 pesos. Un gramo de MDMA puro, holandés, ofrecido en redes sociales como lo mejor de lo mejor, vale 14.499 pesos. Pero en las discos argentinas es imposible probar que sea holandés, que sea puro, incluso que realmente sea MDMA. Las “rolas” no vienen con un prospecto médico. El dealer solo quiere plata. La noche ha vuelto: ¿a qué noche queremos volver nosotros?
➡️ SEDRONAR, línea gratuita y anónima de ayuda y prevención: 141