La semana pasada circuló un video en el que se ve a un alumno de quinto año apuntándole con un arma a un profesor, por la espalda, mientras este enseña a resolver una ecuación. El episodio ocurrió en el colegio Emaús, de El Palomar, en el partido de Morón, y el video se hizo viral.
Dos días después, en otra escuela del conurbano bonaerense, un niño de 11 años recibió una patada de un compañero. El nene murió en el hospital y Justicia investiga si ese golpe le pudo haber causado la muerte. Esto pasó en la escuela número 35 José Hernández, de Zárate. Del chico sólo se publicó su nombre de pila: Lautaro. “Tres veces me preguntaron en el hospital si Lautaro había recibido un golpe”, dijo su madre. “Yo no tenía idea, les dije que no”. Nadie en el colegio le había contado que su hijo había recibido una patada en el pecho.
Uno de estos casos ocurrió en una escuela privada y religiosa; el otro en una estatal y laica. Uno en la secundaria; el otro en la primaria. Uno en el primer cordón del conurbano oeste; el otro en el tercer cordón del conurbano norte.
El contexto está dado por el abandono masivo de la secundaria por parte de los alumnos. “Los chicos no le encuentran demasiado sentido al secundario”, dice Manuel Álvarez Trongé, el fundador de la asociación civil Educar 2050. “Pasan muchas horas con muchas materias, estudiando temas de otra época. Eso hace que el alumno no le encuentre sentido al secundario”. En tiempo y forma, se recibe el 51% de los estudiantes.
“El problema del secundario amerita un cambio copernicano”, sigue Álvarez Trongé, “porque el alumno se siente bastante extraño en el ámbito escolar y eso, mezclado con las características de la edad, puede dar lugar a la violencia”.
El colegio Emaús resolvió sancionar a cuatro estudiantes y prohibirles la matriculación en 2020. “Se llevó a cabo el protocolo de actuación de acuerdo a las normas en la provincia de Buenos Aires”, dijo el representante legal del colegio, Rafael Matozzo, “entre ellas, la constitución de un consejo de convivencia integrado por padres, alumnos y docentes. Ellos realizaron la investigación del caso”.
En su descargo, los alumnos aseguraron que lo que hicieron fue una broma y que no quisieron incomodar al profesor. De hecho, le pidieron disculpas en forma escrita y oral. Luego quedó claro que el revólver utilizado era una réplica y aunque el profesor Eduardo Seco no hizo ninguna denuncia, se abrió una investigación de oficio en la fiscalía de menores número 1 de Morón.
Lo que pasó en Zárate es diferente. “La violencia era algo de todo los días”, aseguró la madre de Lautaro a Clarín. “Muchos chicos sufrían agresiones de otros chicos y sus madres iban al colegio a quejarse. Lautaro me había hablado de peleas en el aula, de insultos que terminaban con agresiones físicas. Yo ya había ido a hablar por ese tema. Después de lo que pasó ya no confiamos, no queremos que sus hermanos sigan yendo a esa misma escuela. ¿Cómo sé que me los van a cuidar?”.
Según un estudio de UNESCO de 2015, Argentina ocupaba el primer puesto en el ranking latino del bullying: 4 de cada 10 estudiantes secundarios admitía haber sufrido acoso escolar y el 70% de los chicos tenía conocimiento de peleas. De las Pruebas Aprender 2018 se desprende que uno de cada cinco alumnos de sexto grado de las primarias escuelas bonaerenses sufrió situaciones de violencia, bullying y discriminación.
Para Ximena Tobias, la fundadora de MABA (Movimiento Anti-Bullying Argentina), “la escuela no es ajena a la sociedad”. Sigue: “Es un espacio donde se repiten el tipo de vínculos y relaciones que existen afuera. La violencia siempre escala si no se trata y se disponen los medios para su prevención: cada vez es más virulenta y escuchamos más casos. Son síntomas de un tejido social dañado que a nosotros, como sociedad, debería interpelarnos más de lo que nos interpela”.
Las tres preguntas que surgen
De estos dos casos se desprenden algunas preguntas. La primera es qué hacer. “Reparar y no castigar”, dice Tobias, de MABA. “Cuando nos enteramos de este tipo de situaciones sabemos que no hubo prevención y que algunas instancias fallaron. Sería importante trabajar en la prevención. Es necesario transformar la escuela e incluir la educación emocional como parte intrínseca del aprendizaje y no como un complemento de lo académico; hay que prevenir el bullying, hay que formar a padres, docentes y alumnos en estas cuestiones; incluir programas que se ocupen de estas cuestiones y que sean sostenidos en el tiempo; y además hay que tener protocolos de acción que incluyan el seguimiento y la resolución del caso”.
En San Isidro y en Pergamino, por ejemplo, el Poder Judicial ha avanzado sobre este tema con dos programas de Justicia Juvenil Restaurativa para adolescentes de entre 16 y 18 años: se trata de sistemas de contención e inclusión para dejar de castigar y, en cambio, hacer reflexionar a los jóvenes sobre su responsabilidad en los delitos y su chance de seguir un camino diferente en la vida.
MABA tiene un programa de innovación educativa llamado INTERh. “Es un programa anual que sin cambiar la currícula interviene en las áreas de bullying, educación emocional y clima escolar”, se lee en una presentación. “INTERh quiere decir interdependencia humana. Alude a un modelo de relaciones basadas más en la interdependencia que en la competencia. Los modelos basados en la competencia excluyen las diferencias y eso favorece el bullying”. (El programa funciona en un colegio de Corrientes, está próximo a implementarse en el instituto Caldenes, en General Pico, y en otras escuelas de la provincia de Buenos Aires y de la Ciudad de Buenos Aires).
Una segunda pregunta es cuál es el límite entre la travesura y la violencia. Por ejemplo, el apoderado del colegio Emaús, Rafael Matozzo, dijo que el comportamiento del alumno que usó la pistola réplica “no es un delito, sino un acto de indisciplina grave”.
“No me asombra tanto lo que pasó en el Emaús: yo he vivido cosas similares en el colegio”, dice Álvarez Trongé. “Es casi una repetición updated de lo que vivimos nosotros en la secundaria hace algunas décadas”.
“Infringir un daño de manera calculada en otra persona no es una broma si le causo daño físico emocional o psicológico o si denigro de alguna manera su condición”, agrega Tobias. “Existe, además, el problema de la falta formación e información para saber qué es broma, qué es bullying, qué se tolera y qué no. Los límites se van corriendo y se justifican situaciones que terminamos por normalizar”.
Y una tercera pregunta es por la responsabilidad: ¿es de los padres o de la escuela? “En primer lugar, la responsabilidad la tienen los padres”, opina Álvarez Trongé, refiriéndose al caso del colegio Emaús. “Acá hay que tener muy claro que el responsable del aprendizaje, cuando se trata de menores de edad, es el padre, que no puede tercerizar su obligación depositando al chico en una fábrica que se llama ‘escuela’ y desinteresarse del tema. Los padres deben tener un rol más protagónico y si bien nadie nos enseña a ser padres, hay una serie de movimientos de padres comprometidos que profundizan un poco más en esta responsabilidad de socialización primaria”.
“Pero suceden muchas cosas en el aula que los padres no saben”, agrega, sobre el caso de Zárate. “Es como una caja negra donde los padres no tienen la más mínima novedad ni de cómo le enseñan, ni de qué comen, ni de si hay violencia. Hay una especie de desconexión con lo que sucede en esa caja”.