Martina (nombre ficticio) empezó a trabajar en una consultora de relaciones públicas en agosto de 2019. A los dos meses de comenzar, la coordinadora le gritó enfrente de todo el mundo. “Fue muy humillante. Varios compañeros me escribieron por privado para consolarme”, cuenta la joven. Y sigue: “Yo en el momento tuve el impulso de contestarle, pero me contuve porque era nueva”.
Seis de cada 10 trabajadores y trabajadoras experimentaron o experimentan alguna situación de violencia en el trabajo. Lo que predomina (algunas personas sufren más de un tipo de violencia) es la psicológica (78%), seguido de situaciones ligadas a la discriminación (67%), y finalmente, violencia sexual (52%) y física (35%). Los datos se desprenden de la Encuesta Nacional sobre Violencia y Acoso en el Mundo del Trabajo en Argentina elaborada por la Universidad Nacional de Avellaneda y la Red Nacional Intersindical contra la Violencia Laboral, con el impulso de la Iniciativa Spotlight, una alianza entre la Unión Europea y las Naciones Unidas por el fin de las violencias de género.
A los cuatro meses de su ingreso, Martina se sentó con la coordinadora y le dijo que no le gustaban sus tratos. “Primero me atacó haciéndose la sorprendida, que nunca le había pasado, pero me pidió disculpas. Yo la estaba pasando horrible y cuando pensé en renunciar empezó la pandemia, que encima incrementó la violencia en la forma de dirigirse por teléfono, WhatsApp y mail. Al tiempo, lo tuve que volver a plantear y como no había respuesta, lo informé a una jefa porque no aguantaba más. Al poco tiempo volvió a explotar, echándome la culpa de cosas que ella se olvidaba o haciéndome sentir pésimo. Me acuerdo de pedirle una sesión extra a mi psicóloga un viernes a las 19 porque no podía parar de llorar. Tuve dolores de panza terribles, tuve que aumentar la medicación e ir al médico en plena pandemia”. Para el 15,8% de los trabajadores y trabajadoras, las situaciones de violencia aumentaron a partir del inicio de la pandemia de COVID-19, mientras que para el 3,3% aparecieron por primera vez durante ese momento.
Martina insistió permanentemente para cambiarse de equipo, pero no parecían escucharla. “Tras otro episodio de violencia, mandé por escrito a la jefa que quería tener una respuesta concreta. En total trabajé con ella más de un año pasándola horrible. La coordinadora me marcaba todo el tiempo lo que ‘hacía mal’ en rojo, reclamando pavadas mientras, yo gestionaba crisis de clientes. Este año, finalmente cambié de trabajo y me dio impotencia irme callada cuando justamente no hice nada malo. La agencia fue cómplice y vivió toda la situación con total normalidad”, expresa.
De acuerdo con la encuesta, se puede observar que solo 3 de cada 10 personas que sufrieron violencia o acoso en el ámbito laboral realizaron la denuncia. Entre quienes no realizaron la denuncia, el 27% indicó que no creyó que el acto de denuncia sirviera de algo y casi el 20% declaró que no le pareció relevante realizarla. Al 15% le daba miedo a perder el trabajo y el 13% desconocía a quién recurrir para realizar la denuncia.
Desigualdad de género en el trabajo
Otro dato relevante del estudio es que la violencia laboral es mayor entre mujeres y personas no binarias, 65,5% y 87,6% respectivamente, mientras que entre los varones el porcentaje alcanza al 43,5%. El género masculino, a diferencia del femenino y de las personas no binarias, mantiene una situación de menor vulnerabilidad en el trabajo.
Una lectora de RED/ACCION de 43 años cuenta algunas expresiones violentas que ve en su empresa. “Vi como en entrevistas laborales comentaban: ‘Esta chica tiene 30 años, vive con el novio, en cualquier momento se embaraza, descartémosla’. Otro ejemplo, que me llama la atención es que en uno de los equipos hay tres varones y una mujer y ella nunca sale en notas de prensa o en las redes sociales. No visibilizan su trabajo. Mi jefa es la única directora mujer de la empresa. Cuando se junta la mesa directiva, muchas veces no le avisan. A nivel personal, en reuniones con equipos de varones, me suelen pedir que escriba la minuta como si yo fuera la secretaria”.
La encuesta corroboró que la violencia en el ámbito laboral se ejerce mayormente desde posiciones jerárquicas, amparada en las asimetrías de poder. Carolina Zincosky, psicóloga de 33 años y lectora de RED/ACCION, cuenta: “La jefa de mi jefa, de un trabajo anterior, la maltrataba y la humillaba delante de todos. Rompía cosas que había producido el equipo cuando le parecía que no servían y gritaba. Eso impactaba en la forma de encarar actividades. Se trabajaba con temor y sin entender lo que teníamos que hacer”.
Abusos de poder
Carolina Villanueva, socia fundadora de la consultora de género y trabajo Grow explica que todos naturalizamos la violencia y señala que es importante tirar de ese hilo para mostrar que las cosas pueden ser de otra manera. “La violencia entre varones en el trabajo también es frecuente, pero se desestima”, comenta.
Alan Valdez tiene 32 años y vive en Gregorio de Laferrere, en la provincia de Buenos Aires. A los 20 años, comenzó su primer trabajo en una fábrica como oficial de mantenimiento de tableros eléctricos y cableado. “Mi jefe, a los días de empezar, comenzó a gritarme. Me insultaba y se ofendía porque yo no sabía algunas cosas. Todos naturalizaban sus malos tratos. En algunos momentos, me encerraba en el baño a llorar porque no aguantaba más. El domingo a la noche me agarraba una depresión terrible. Al poco tiempo presenté el telegrama de renuncia. En ese momento, estaba deprimido, sin trabajo y sin acceso a terapia de ningún tipo. Un día me crucé con un compañero de ese trabajo, que me preguntó por qué me fui y le mentí. Le dije que había conseguido otro trabajo”, relata.
Valdez pasó unos seis meses sin trabajar, dejó la carrera de Ingeniería y empezó a estudiar electrónica. Luego encontró otro trabajo en una empresa de seguridad electrónica. “Ahí no me insultaban, pero mi jefe vivía muy estresado. Me gritó un par de veces. Era un trabajo incómodo para estudiar. Por eso duré poco tiempo. Para mi familia yo tenía que agachar la cabeza y aguantar lo que dijeran. No tuve mucho apoyo”, expresa.
La directora ejecutiva de la Fundación Encontrarse en la Diversidad, Florencia Fisch, dice que hoy no se acepta que un jefe o una jefa grite por el solo hecho de tener un cargo jerárquico. “Eso ya está reconocido como una práctica de maltrato. Antes estaba la premisa de que en los laburos había que bancarse cualquier cosa. Hoy la perspectiva de diversidad y derechos humanos entró al ámbito laboral y no se aceptan los malos tratos solo porque alguien te paga a fin de mes”, explica.
Durante dos años, Valdez no pudo trabajar porque afrontó un tratamiento contra el cáncer. Luego, trabajó de cadete en negro y al tiempo se volcó a estudiar programación. Cuenta: “En octubre de este año encontré un trabajo en ese rubro, que es todo lo opuesto a los primeros trabajos que tuve. No es un ambiente tóxico. Me tratan bien y se preocupan por mí. Siento que aprendo cosas”.
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Prácticas para eliminar la violencia
El Convenio 190 de la OIT sobre la violencia y el acoso laboral es la única norma internacional que promueve espacios seguros, al tiempo que reconoce la forma en que la violencia afecta la participación económica de las mujeres, su productividad, su acceso al empleo y su salud.
La violencia y el acoso en el mundo del trabajo son un conjunto de comportamientos y prácticas inaceptables, o amenazas de tales comportamientos y prácticas, que se manifiesten una sola vez o de manera repetida, que tienen por objeto, que causen o sean susceptibles de causar, un daño físico, psicológico, sexual o económico, e incluye la violencia y el acoso por razón de género. Argentina es al día de hoy uno de los nueve países que ratificó esta norma a nivel internacional, la primera en abordar específicamente este tema y en reconocer el derecho a un trabajo libre de violencia y acoso. En el país, entrará en vigor el 23 de febrero de este año.
Silvina Cid es miembro de la Red Intersindical nacional contra la violencia laboral y participó de la elaboración de la encuesta. Dice: “Los organismos públicos que trabajan con temas de violencia deben conformar redes de abordaje y tener una implicancia superadora de la que tuvieron hasta ahora. Desde los sindicatos hay que seguir abordando el tema con los trabajadores, con los organismos públicos y desde una ley nacional o jurisdiccional”.
Respecto a los protocolos, Villanueva —de la consultora Grow— dice que son necesarios porque cuando las empresas no tienen estas herramientas, se ven sobrepasadas por la situación. “De todas formas, la violencia no se soluciona con un protocolo. El abordaje tiene que ser integral”, señala.
Ariel Dorfman, presidente de la Fundación Encontrarse en la Diversidad, explica que las personas que lideran son las que tienen la responsabilidad de revisar estos malos tratos. “Las víctimas muchas veces no lo pueden decir porque muchas veces los o las que ejercen la violencia son sus propios jefes”, dice.
De acuerdo con Dorfman todas las organizaciones tienen cierto grado de violencia. “Al pensar un abordaje, el primer gran corte es ver si hay o no un delito. Como primer paso, desde todos los espacios de trabajo, hay que generar una comunidad respetuosa de las disidencias”, plantea.
En esta línea Fisch explica que muchas prácticas violentas tienen que ver con creer que la otra persona vale menos. “Visibilizar estos temas ayuda a reconocer qué prácticas hay y cuales no se quieren seguir reproduciendo. Las respuestas a estas situaciones no son individuales. Siempre tienen que ser en comunidad. Las violencias son construidas y sostenidas en comunidad. Las respuestas implementadas ante situaciones violentas tienen que permitir la reflexión, el perdón y aprender”.