Victorias en la cancha y en la vida: cómo el deporte ayuda a las personas con discapacidad- RED/ACCIÓN

Victorias en la cancha y en la vida: cómo el deporte ayuda a las personas con discapacidad

En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, contamos historias en las que el fútbol, tenis, golf o lanzamiento de bala, por nombrar algunas disciplinas, fueron una herramienta de inclusión y crecimiento. Este informe especial se completa con historias que la propia comunidad de RED/ACCIÓN nos ayuda a identificar y contar.
3 de diciembre de 2020

Cada historia de este especial fue pasada al braille y grabada en audio por Macarena Dealesandro, una periodista ciega*

Las dificultades aparecen. Tienen que ponerse metas, esforzarse por superar obstáculos. En el camino, aparecen quienes dan una mano, quienes alientan o trabajan en equipo para ayudar en momentos duros. Hay victorias y derrotas. Hay que poner actitud...

Las personas con discapacidad, que son aproximadamente una de cada diez personas en la Argentina, ven reflejada muchas de las circunstancias de su vida en el deporte. Como en la cancha, su día a día muchas veces consiste en trabajar para generar oportunidades que en la sociedad no abundan. No sorprende, entonces, que practicar un deporte sea muchas veces un camino para la inclusión, de aprendizajes y de crecimiento.

En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad queremos compartir historias de aquellas que encontraron en el deporte algo más que un pasatiempo. Historias como estas inspiran. Y, por eso, queremos conocer las de más deportistas con discapacidad.

Florencia, la atleta que sabe que siempre se puede

Aunque no los veía, ella recuerda que todos lloraban. La operación había salvado la vida de Florencia, que era una niña de ocho años, pero la había dejado definitivamente ciega. Ella, sin embargo, ya mostraba rasgos de un espíritu de superación que iba a llevarla bien lejos. A los 20 días de aquella intervención quirúrgica, ya había vuelto a practicar natación, el deporte que hacía entonces.

“Siempre tuve un espíritu salvaje”, cuenta entre risas Florencia Romero cuando recuerda su infancia. Hoy tiene 24 años, vividos casi siempre de la mano del deporte. Porque pese al retinoblastoma bilateral (un cáncer ocular) con el que nació y que le fue quitando paulatinamente su visión antes de quedar completamente ciega, Florencia nunca dejó de probar actividades. Desde hockey a natación (que practicó entre los 7 y los 18), pasando por esquí en los cerros de Esquel, la ciudad donde se crió. Acaso desde chica, Florencia nunca compró la idea de que una persona con discapacidad está condenada a una vida sin desafíos.

A los 13 años, Florencia fue a participar en natación a los Juegos Evita, en categoría adaptada. Cada deportista tenía que presentarse en más de una disciplina por lo que, para cumplir con el requisito, Florencia se anotó en atletismo. 

Y le fue muy bien: entre 2010 y 2013, en los Juegos Nacionales Evita, sumó victorias tanto en el agua como en la pista. En ese período, en los juegos del 2011, un entrenador nacional la conoció y le pidió que fuera a Buenos Aires a probarse al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNaRD). Pronto se convirtió en parte de la Selección y descubrió que, más que correr, era buena lanzando la bala y el disco (sus mejores marcas actuales son 9,67 metros y 30,27 respectivamente).

Florencia en su tercera participación en un Mundial, en Dubai 2019. Foto: paradeportes.com

“Ella es alguien muy positiva, muy perseverante, muy trabajadora”, dice de Florencia Yanina Valiente, quien la entrenaba en natación y en atletismo en Chubut y la conoce desde sus 7 años. “El deporte le permitió superarse constantemente, es alguien que cuando algo le sale mal, se enoja un poco, pero enseguida levanta la cabeza y busca cambiarlo”, agrega.

A medida que maduraba, Florencia comenzó a pensar a largo plazo y a entrenar para objetivos cada vez más altos.

Los registros hablan de un crecimiento deportivo y de un palmarés notable: tres finales mundiales en disco (2015, 2017, 2019) y la final en la misma especialidad en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016. También medalla de bronce en disco y de plata en bala en los Parapanamericanos de 2019, en Lima. Medallas que incluso podrían haber sido más, porque Florencia es la mejor de América entre lanzadoras de bala ciegas y una de las cinco mejores del mundo, pero en esa disciplina las personas ciegas compiten con quienes tienen visión disminuida, lo que la pone en desventaja.

Hoy, Florencia se entrena seis veces por semana y ni siquiera frenó cuando la pandemia le impidió ir al CeNaRD: se armó un gimnasio en su casa. Este año, la meta era clasificar para los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, aplazados para el 2021.

Pero Florencia no se define por esos logros. “Antes que una medalla, soy una persona”, remarca. Y, de hecho, las enseñanzas que tuvo gracias al deporte denotan triunfos mucho mayores que cualquier trofeo. “El deporte me ayudó a afianzar la enseñanza de mi familia de que soy igual al resto, de que puedo manejarme independientemente. Mis entrenadores me tratan normalmente, no como ‘pobrecita’”, cuenta.  

Florencia, en el gimnasio que armó en su casa.

Florencia, entonces, entre entrenamientos y viajes, la ayudó a desterrar una idea que, dice, está muy instalada aún en la sociedad: “Creo que hay un estigma sobre la discapacidad. Ya la palabra discapacidad hace que la sociedad piense: ‘Uh, no puede, pobrecito’. Muchas personas con discapacidad se creen ese cuento y dejan que otros hagan las cosas por ello, en parte porque es más cómodo”.

“Si queremos cambiar este pensamiento, hay que educar tanto a la sociedad en general como a las personas con discapacidad”, añade la atleta. Y no son palabras vacías, sino un compromiso que ella misma asumió desde su vocación (también inspirada por los profesores que tuvo en la escuela para ciegos a la cual asistió): cursa el cuarto año de la carrera de educación especial.

“Quiero sacar a las personas con discapacidad de sus casas, mostrarles que pueden ser independientes y no depender de otras personas”, explica Florencia. Su anhelo es, finalizada su formación de grado, diplomarse en multidiscapacidades y sordoceguera (personas con más de una discapacidad) y atención temprana. 

Es que Florencia aprendió, mientras participaba en torneos y conocía a otros atletas con diferentes discapacidades cuál es el potencial que hay en cada persona. “Saber que existen diversidades múltiples y ser respetuosos ante esos problemas, entenderlos y ser empáticos: eso me deja el deporte adaptado. En el deporte convencional son todos iguales, todos los cuerpos buscan la perfección. Pero a nivel adaptado no vas a encontrar un deporte igual al otro. Es magnífico y me enseñó a respetar, a valorar la diversidad, a ser consciente y empática con el resto”.

Créditos: Textos y producción: David Flier. Coordinadora de proyecto: Luciana Coraggio. Desarrollo web: Dina Pérez. Participación de la comunidad: Belén Quellet. Locución: Macarena Dealesandro. Edición de imágenes: Denise Belluzzo. Edición general: Javier Drovetto.

Agustín supo adaptarse en la cancha y en la vida

Después de sobrevivir, aún le faltaba algo. Después de ese accidente del 10 de enero de 2012 con un cuatriciclo en Cariló, cuando acababa de egresar del secundario, Agustín Zanoli, que nació hace 27 años en la ciudad de Córdoba, donde vive hoy, había pasado por muchas pruebas. 

Primero, la supervivencia: la lesión en la médula lo dejó cuadripléjico y tuvo complicaciones pulmonares que lo dejaron tres meses en terapia intensiva. Luego, pasó el resto de aquel año en rehabilitación: con su movilidad reducida a su cabeza y cuello, tuvo que aprender nuevamente a usar la computadora, el celular, a mover su silla de ruedas, a vestirse, a bañarse…

“Después quise retomar con las actividades de mi vida y lo primero fue comenzar la facultad. Estudié Ingeniería Mecánica, solo me resta la tesis”, cuenta Agustín. Pero todavía anhelaba algo que hacía antes del accidente. “Luego del primer año en la facultad, sentía que me faltaba algo, necesitaba la parte del deporte nuevamente en mi vida”.

Agustín estaba acostumbrado a jugar “mucho” al fútbol en el colegio: participaba de intercolegiales en cancha de 11, en la que ocupaba el lugar de marcador central o lateral por izquierda.

Por aquel momento, el médico con el cual hacía la rehabilitación le habló de una oportunidad para volver a las canchas: Powerchair Football Argentina, una fundación dedicada a desarrollar el fútbol en silla de ruedas motorizadas. “Llegó en el momento justo”, recuerda Agustín.

El fútbol en sillas de ruedas motorizadas nació en Francia, en 1978, y llegó a la Argentina en 2012, de la mano de esta fundación. Primero en Buenos Aires. Luego, se fue extendiendo a otros lugares del país. Como a Córdoba, donde Agustín se contactó con otras personas con discapacidad motriz y fundaron los Titanes.

“Me puse a averiguar cómo era el deporte y me atrapó de entrada. Amo el fútbol y veía que podía volver a jugarlo, por más que fuera en una modalidad adaptada”, recuerda Agustín. La disciplina cuenta con torneos nacionales e internacionales; los partidos se juegan con cuatro jugadores por equipo, en canchas de parqué.

“La mayoría de los chicos maneja las sillas de ruedas con un jostick en la mano. Yo, que no tengo movilidad en las extremidades, aprendí a usarlo con el mentón. Aunque así no puedo mirar para atrás y pierdo precisión en los movimientos de la silla, le agarré la mano rápido”. Otra vez, el desafío de adaptarse.

“Agustín tiene una cabeza increíble, una capacidad de adaptación a los cambios que es insuperable. Algo que tuvo que hacer en su vida, por el accidente, y que hace en la cancha, cuando cambia de posición según el equipo lo requiere”, analiza Sebastián Tisera, entrenador del seleccionado argentino de la especialidad, del cual Agustín forma parte.

“El nivel competitivo es altísimo, uno nunca hubiera pensado que existe en un deporte para una persona con discapacidad, y eso me hizo muy bien”, admite Agustín.

Agustín, en un partido con Los Titanes.

“La competencia hace que uno mejore no solo en el deporte”, destaca Agustín. Por ejemplo, dice que los torneos lo ayudaron a enfocarse, a esforzarse para cumplir objetivos. “Al principio, con Los Titanes siempre salíamos últimos, pero cuando nos pusimos los objetivos claros, los cambios se notaron y logramos salir campeones. Aprendí que el esfuerzo tiene su recompensa y eso también me ayudó en mi carrera universitaria”.

Agustín también cuenta que aprendió sobre trabajo en equipo. Y que se inspira en varios compañeros. “Ayuda conocer a personas que atraviesan situaciones similares, a ver cómo hace cada uno para adaptarse a las dificultades y sacar ejemplos”.

“Agustín es un líder nato. Puede ser protagonista o cumplir un rol secundario, pero siempre va a ayudar a sus compañeros”, opina el entrenador Tisera.

Aunque las sillas motorizadas son costosas (con precios que van de 4.500 dólares a 10.000), los clubes suelen contar con algunas para prestar a los chicos que no cuentan con las suyas. En otras ocasiones, ayudan a los chicos financiando la compra de una.

El fútbol en silla de ruedas, dice Agustín, también lo ayudó a mejorar su autoestima, a confiar más en él (algo que también percibe entre sus compañeros). Un valor clave para el deporte y para la vida.

“Siempre que he empezado algo tuve miedos, como cuando empecé la facultad y no sabía cómo iba a hacer para tomar apuntes. Pero fui encontrando respuestas a cada situación. Otro de mis miedos era no poder encontrar una pareja. Hoy en día, gracias al fútbol, estoy de novio con la hermana de un compañero mío de Los Titanes”, dice.  Y aclara: “En el fútbol podía sentirme quien era y ella vio eso”.Agustín tiene desafíos por delante. Por un lado sueña volver a representar a la Argentina en un Mundial: ya fue séptimo en Estados Unidos 2017 y quiere jugar en Australia 2021. Por el otro, quiere independizarse económicamente. Tanto en la cancha como en la vida, sabe que, con esfuerzo, puede alcanzar sus sueños.

Vanina encontró con el golf una familia llena de amor

Vanina tenía 15 años aquel día de verano en Mar del Plata cuando acompañó a Nora, su madre, al campo de golf. Nora se sorprendió por la facilidad con la que su hija, que tiene síndrome de Down, le pegaba a la pelotita. Más tarde, ese mismo verano, de vacaciones en Estados Unidos, unos amigos de Nora tuvieron la misma reacción: notaron que Vanina tenía un gran swing. 

“Ese día tuve una inspiración divina”, cuenta Nora. Ese día nació en su mente el proyecto de Heme Aquí, una escuela que, a través del golf, ha ayudado a la integración de muchas personas con discapacidad intelectual leve y moderada.

Por entonces, Vanina Goldfinger no sabía que hoy, con 37 años, podría dar fe de aquel cometido. Podría decir que con Heme Aquí pudo integrarse como nunca a un grupo. “Hice hermanos de la vida. Es como mi familia”, dice.

Heme Aquí nació hace 21 años como una escuela de golf gratuita en el Campo de Golf del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en Palermo. Luego, se abrieron otras escuelas, que llegaron a ser 10 entre Argentina, Uruguay y Chile, con más de 150 alumnos y alumnas. En la actualidad funcionan la escuela de Palermo y dos en Uruguay: una en Colonia y otra en Punta del Este. La edad de los alumnos varía entre 15 y 40 años.

En cada una se aplicó el método creado por Nora para enseñar golf a chicos, chicas, y jóvenes con discapacidad intelectual, el cual incluye coreografías, canciones y diversos ejercicios corporales. Pero no es lo único que se trabaja. “No somos una escuela que privilegiamos el pegar a la pelota, sino desarrollar a la persona como una unidad biopsicoespiritual y social. Por eso trabajamos valores, ética, comportamiento, la autoestima de los jóvenes, que luego entran a la cancha con actitud. Se sienten empoderados, orgullosos, capaces”, aclara la fundadora de la escuela.

Esto se nota cuando los chicos y chicas entran a la cancha, donde derriban prejuicios: pegan con soltura y precisión en un deporte que demanda coordinación y concentración.

Y, por supuesto, también se nota en su personalidad.

Vanina, en su juventud, mostrando su swing ante golfistas y profesores.

“Para mí el golf es mi sueño, es un deporte que, aunque pueda parecer fácil o difícil, todos podemos aprender a jugar”, dice Vanina. Y agrega: “Esto generó un cambio en mí misma: notar que con muchas ganas, y con mucha garra, se puede”.

Desde el inicio de la cuarentena, los ejercicios y prácticas de golf de Heme Aquí en la cancha de Palermo están interrumpidos. Vanina igual practica pegarle a la pelotita en su casa, con una alfombra verde. Y busca mejorar mirando videos de golf en YouTube. Cuando pueda volver a jugar, buscará mejorar su hándicap 30 (el número de golpes de ventaja sobre la cancha, que se usa para igualar oportunidades).

Pero la riqueza de esta escuela de golf está por encima del crecimiento deportivo: está en las relaciones humanas que se tejen.

“Cuando comencé con la escuela quería encontrar mi felicidad. Y con el golf hice amistades, logré integración. Comparto lindos momentos que me hacen feliz. Me siento muy orgullosa, agradecida y cambiada gracias a Heme Aquí”, destaca Vanina. Antes hizo otros deportes, pero se “sentía sola”.

Nora cree que el golf, a pesar de no ser un deporte de equipo, es ideal para la inclusión: “uno juega con otro, no contra otro”. Un terreno propicio para trabajar la escucha, el acompañamiento y la contención.

“Trabajamos el grupo de pertenencia, algo fundamental para los jóvenes. Sus padres también son parte y hablan de ‘la familia de Heme Aquí. Es satisfactorio encontrar un grupo de gente que te contiene, que transita el mismo camino, que entiende las dificultades en las distintas etapas como la escolar, la sexualidad…”, resume Nora. 

Chicos y chicas de la escuela de Heme Aquí.

“La familia de Heme Aquí” ha compartido festejos de cumpleaños, asados, viajes. Y la cuarentena no los ha frenado: han mantenido actividades sociales desde la virtualidad, además de participar en talleres de filosofía organizados por Nora. Porque, de nuevo, el crecimiento humano es la razón de ser de la escuela.

Como parte de ese crecimiento, Vanina y otros jóvenes han aprendido que pueden ayudar a otros. Nora creó un curso de dos años de duración para que los alumnos de la escuela se convirtieran en “líderes deportivos juniors”, es decir que pasaran de ser aprendices a educadores de quienes recién comienzan: les enseñan ejercicios, coreografías y conceptos básicos del golf, además de organizar actividades sociales. También se encargan de enseñar a quienes participan del programa “Maquito”, del que participan niños sin discapacidad de 5 años. 

“Se sienten muy identificados con el rol de líderes, su autoestima creció un montón, les encanta enseñar, están muy orgullosos. También les enseñó mucho sobre responsabilidad, puntualidad, trabajo en grupo”, dice Nora.

Y Vanina da cuenta de las palabras de su madre. “Ser líder deportivo junior es dar el ejemplo a los demás y para mí fue cumplir un sueño. Me siento una persona más activa, una profesional”, dice.

Pero, sobre todo, lo que Vanina experimenta desde su rol de líder deportiva es “mucho amor, mucho cariño” de parte del grupo. Y eso es lo que ella también intenta dar: “Lo más importante no es la capacidad de cada uno, sino llevar el amor que está dentro del corazón”.

Nicolás y una vuelta al tenis llena de enseñanzas

Intervención: Denise Belluzzo.

El tenis siempre fue su pasión. Todavía recuerda cuando tenía diez años y una tía suya lo acercó por primera vez al deporte de la raqueta. Pero Nicolás no pudo jugar mucho tiempo al nivel de sus pares, y menos soñar con participar en un torneo: Nicolás Vargas, que ya cumplió 40 años, tiene baja visión. También tiene un trastorno general del desarrollo (TGD) y le cuesta la coordinación. Y, por todo eso, se alejó de los courts

Tuvieron que pasar casi tres décadas para que él pudiera reencontrarse con su deporte favorito. “Pasé por varios, como atletismo y taekwondo. Fue todo un recorrido hasta llegar a lo que más me gusta”, cuenta. En 2018, gracias a una nota en televisión, se enteró de la existencia del tenis para personas con discapacidad visual.

Pocos días más tarde, en Caballito, Nicolás se acercó a una de las seis escuelas gratuitas que Tenis para Ciegos tiene en el país, en las que 120 personas con discapacidad visual (tanto ciegas como con disminución visual) hacen más que pegarle a la pelota: aprenden, se exigen, se superan. Se dan cuenta de que son capaces.

Para Eduardo Raffetto, quien trajo esta variante del tenis a la Argentina hace nueve años, “acá no se inventó nada. En la cancha son reglas similares y es uno contra uno. El entrenador no puede ayudar al jugador durante el partido”. La cancha, entonces, se vuelve un espacio de crecimiento, todo un desafío.

El tenis para personas con discapacidad visual tiene unas pocas reglas diferentes a las de su par convencional: las medidas de la cancha son más pequeñas, y se permiten tres o dos piques según se trate de personas ciegas o con disminución visual, por ejemplo. Además, estas últimas juegan con una pelota negra, que ayuda a visualizarla mejor. En ambos casos, las pelotas son de goma espuma y tienen un sonido más marcado.

***

En la escuela de Tenis para Ciegos de CABA, en Caballito, donde va dos veces por semana (tras el alto por la cuarentena las clases están retomando en forma muy lenta), Nicolás ganó mucho más que un pasatiempo.

En primer lugar, mejoró su autoestima: se dio cuenta de que podía jugar bien y hasta participar en un torneo nacional, en Bariloche, en 2019. Un debut decoroso en el cual, a pesar de perder sus dos encuentros ante un rival de La Pampa, plantó una dura batalla en la cancha. 

“Tiene un muy buen drive, le pega unos balinazos que a los otros les cuesta agarrar”, analiza Raffetto. Y dice que ahora tiene un foco, un objetivo. Que, aunque antes no soñaba con jugar un torneo, ahora va a entrenarse y piensa en cómo mejorar para, cuando pueda volver a disputar uno, pueda tomarse revancha. “Se lo ve motivado por algo que lo apasiona”, dice Raffetto.

Eduardo Raffetto enseña tenis para personas con discapacidad visual a Guillermo Vilas.

Para esto, Nicolás cuenta que también aprende de sus rivales. Y aunque aclara que lo que más le importa es divertirse, sueña con crecer en su deporte: “Mi anhelo es representar a la Argentina en torneos internacionales”.

Este anhelo, incluso, motiva a Nicolás, quien está desempleado, a volver a insertarse en el mercado laboral: quiere generar ingresos para viajar y participar en competencias. 

Por otra parte, Nicolás admite que formar parte de ese grupo lo “ayudó a nivel social”. Entablar vínculos profundos, sentirse cómodo, no era algo tan fácil para Nicolás, quien, a raíz del TGD, por ejemplo, comenzó a hablar a los cuatro años.

“Hice muchos amigos. Somos un equipo muy unido, nos ayudamos entre todos. Ellos me abrieron la puerta y trato de dar una mano en lo que puedo”, destaca.

Precisamente, el poder ayudar a otros es, quizás, lo más lindo que le dio el tenis. 

Las clases en la escuela se dividen entre aquellas para personas ciegas y las que son para personas con visión disminuida. Tras terminar la suya, un día, Nicolás se ofreció para dar una mano a Eduardo, buscando y trayendo pelotas o accesorios. 

“Un día, me planteó que quería ser voluntario para la organización. Le dije que eso implicaba el compromiso de venir regularmente y cumplir horarios”, cuenta su entrenador. Pronto, Nicolás también comenzó a ayudar a tenistas ciegos a mejorar su técnica.

Para Nicolás era algo impensado colaborar de esa manera. Y ahora, gracias al tenis, abrazó su nueva tarea y se volvió alguien más independiente, un salto que suele costarle a muchas personas con discapacidad. “Le cambió la forma de ser”, resume Raffetto.

Raffetto admira ese espíritu solidario y esas ganas de superarse que notó en Nicolás, a quien considera “un ejemplo”. El entrenador aprendió no solo de él, sino también de otros tenistas con discapacidad visual: “Empecé a sentir y entender cómo piensan y sienten las personas con discapacidad. Y aprendí que tienen mucha capacidad para superarse y que son iguales a nosotros. La diferencia es que nosotros tenemos miedo sobre su mundo, pero ellos se animan a vivir en el nuestro”.

Podés contactarte con Tenis para Ciegos por Facebook, Instagram o WhatsApp. También podés aprender más sobre esta disciplina en videos de su canal de YouTube.

Nicolás VargasTenis

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