Viajar (sola) es un placer: por qué cada vez más mujeres hacen turismo sin compañía y cómo esto las ayuda a empoderarse - RED/ACCIÓN

Viajar (sola) es un placer: por qué cada vez más mujeres hacen turismo sin compañía y cómo esto las ayuda a empoderarse

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

Es una tendencia que crece en el mundo. Aunque tiene contras (es más caro) y requiere mayores precauciones, la experiencia aporta en términos de disfrute y también de crecimiento personal. En Argentina, la periodista Valeria Schapira motiva y anima a mujeres a viajar solas a través de una cuenta de Instagram.

Dibujo de una mujer con mochila. en medio de un paisaje natural.

Ilustración: Julieta de la Cal.

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Viajar, dejar el lugar donde se vive y pasar una temporada en otro sitio, para luego regresar al verdadero hogar, es una costumbre casi tan antigua como la sociedad.

Viajaban los antiguos romanos para escapar del sofoco del verano, las enfermedades, los olores pestilentes. 

Peregrinaban los hombres de la Edad Media a los sitios de oración o las tumbas de sus santos. 

Viajaban los artistas del Renacimiento en busca de inspiración, y los jóvenes para conocer el mundo antes de sentar cabeza.

Viajaban los ingleses del siglo XVIII a las termas de Barth, que bullían de vida social, tal como lo siguen haciendo los personajes de las novelas de Jane Austen cada vez que alguien abre uno de sus libros.  

Viajaban siempre los ricos, la burguesía, hasta que surgieron las leyes laborales y los sindicatos y también comenzaron a viajar los trabajadores, el proletariado. Siempre en familia, en grupo, el hombre al mando.

Había, entonces y ahora, muchas cosas que no estaban bien vistas que hicieran las mujeres. Usar pantalones, por ejemplo, opinar sobre temas no relacionados al hogar, viajar solas. 

Las que se salían del molde eran las aventureras, las descubridoras, las capaces de empujar los límites propios y los límites sociales: la periodista norteamericana Nellie Bly, que en 1889 dio la vuelta al mundo en 72 días, sin ninguna compañía. Annie Londonderry, otra mujer de Estados Unidos que dejó tres hijos en casa para dar la vuelta al mundo en bicicleta, en 1895, a cambio de diez mil dólares. La aviadora británica Amelia Earhart en 1932, que se perdió en el océano, para siempre, tres años después. Ann Davison, otra inglesa que cruzó el Atlántico navegando en solitario en 1952. La neozelandesa Laura Dekker, que circunnavegó la Tierra entre 2010 y 2012, con solo 15 años, una edad en la que el grupo de pertenencia parece ser lo más importante. Pero ella quería viajar. Y sola. 

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Viajar para pasar una temporada con uno mismo, para conocer otro lugar a un ritmo propio, para buscar calma, una idea, un disfrute, un conocimiento, es una costumbre que va sumando adeptos.

Entre 2018 y 2019 más de 60.000 viajaron solas por el mundo. De los viajeros solitarios, la mayoría son mujeres. Ocho de cada diez mujeres de América Latina desean viajar solas en los próximos años. 

Sin embargo junto a este concepto de viajar sola, comenzó a desarrollarse una narrativa.

Películas como "Comer, rezar, amar" (2010) o "Bajo el sol de Toscana" (2003) son perfectos ejemplos: mujeres que viajan solas para regresar acompañadas. Que viajan para encontrar algo, que siempre es un otro que finalmente las complementa. Si una viaja sola y no se complementa, parecería que algo salió mal. 

Otro tipo de viaje es el que permite atravesar una crisis, como la historia de la película "Alma salvaje" (2014). 

Pero se puede viajar sola porque se desea viajar.  Así como se puede correr por correr, sin necesidad de ir a ningún lado ni de ganar maratones. Hacer por hacer. Qué tanta excusa.

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En 1961 Mónica Minsk, de 17 años, realizó un intercambio estudiantil. De la ciudad de Rosario se dirigió, junto a un grupo de becarios, a Estados Unidos. Todavía ni había terminado el secundario y ya viviría sola, durante un año, junto a una familia norteamericana, ¡en 1961! Conoció, incluso, al presidente Kennedy. Y legó ese deseo de viajar a su hija, la periodista y escritora Valeria Schapira, quien tomó el impulso y lo volcó en un emprendimiento que se puede seguir en Instagram: Viajo sola (y en compañía)

"Toda la vida viajé sola –cuenta Schapira–. A los 17 me fui sola, en tren, a una reunión de un partido político. Estuve en Antártida, España, Portugal, Países Bálticos, Brasil, Canadá, Egipto, Hungría (sigue la lista), sé que si quiero ir a un lugar, más tarde o temprano lo voy a conseguir. Soy muy curiosa, me entero sobre un lugar y googleo qué hay ahí, me meto, pregunto".

Valeria viajaba por ganas y viajaba como periodista, pero ese viajar no era todavía el proyecto que es ahora. La crisis, el cambio, llegó el día en que murió su perro, su "hijo peludo", como lo llama, y ella se quiso morir con él, hacer nada, ningún deseo, ningún placer. Entonces de a poco, porque hay que salir de ese lugar y transitar el duelo, comenzó a compartir los viajes que había hecho. 

El 11 de mayo de 2019, en el Instagram de Viajo sola, escribe: "Como siempre en la vida llegó el tiempo, es hoy: el tiempo de búsqueda de hacer un trabajo interno para que el equipaje sea cada vez más liviano. Literal y metafóricamente. Viajar hace que salgamos de nuestro ombligo y conectemos con la inmensidad. El universo es inabarcable y somos solo pequeñas piezas de un enorme engranaje. Viajar siempre es despegar y a la vez desapegar. El viaje empieza desde adentro y hacia tu pueblo, ciudad o el mundo".

Y con esas palabras inauguró esta posibilidad de hacer las cosas aunque una esté sola, aunque la pareja no tenga ganas ese día, aunque las amigas estén ocupadas, aunque los hijos estén grandes. Viajar sola no significa que se está sola. Viajar sola significa que una elige estar sola. “Soy sola” es una elección.

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Todas esas páginas y publicaciones y cuentas de mujeres que viajan solas hacen parecer fácil algo que no lo es. Viajar, incluso dentro del propio país, implica tener un dinero, un tiempo y una oportunidad que no todas tienen. Viajo sola se pasea por Croacia, Grecia, Francia, Turquía. Pero entonces sucede lo inesperado: 2020. 

En marzo de ese año Valeria escribe: "La vida es como los viajes, impredecible. Muchas veces lo que planeamos con mucha anticipación y expectativas termina siendo un fiasco y otras, aquello que no prevemos es lo mejor que nos pasa. Hay que aprender a manejar la incertidumbre. (...) Habrá que reinventarse y volver a levantarse. Resiliencia".

Y así es como el encierro obligado activa, en cada uno, una necesidad de libertad, de salir, que le permite a Valeria crecer mucho en poco tiempo, siendo turista en su propia ciudad. Porque en cuanto aparece el permiso para salir de los hogares, Valeria busca su bicicleta y comienza a mostrarnos paseos posibles, cercanos. Lugares que se pueden visitar en una tarde, cosas para hacer que la mayoría desconoce, como tomar un café (apenas un poco más caro que un café cualquiera) en los más importantes hoteles de Buenos Aires. 

Ella lo cuenta así: "Quiero deconstruir mitos. La gente se siente intimidada hasta de entrar a muchos lugares de la ciudad. Pero es posible, se puede y es una experiencia única, te hace sentir que estás en Europa. La verdad es que no hace falta tanta plata para viajar. Se aburre el que quiere, ya andar mirando las cúpulas de Buenos Aires es un plan. O tomarse un colectivo que la recorra. Hay que revalorizar la ciudad. Para mí fue muy lindo lo que pasó cuando se terminó el confinamiento, me mandé en bicicleta por toda Buenos Aires, y sentí que estaba contribuyendo, dando mi granito de arena, también como un modo de mostrar el trabajo de mucha gente (del rubro turístico), que estaban tratando de sostenerse sola".

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Muchas mujeres le agradecen a Valeria Schapira este "permiso" de salir, este empujón a animarse. Si lo hace una, ¿cómo no lo va hacer la otra? Para eso sirven las redes, para ofrecer ideas, consejos, experiencias. Para mostrar que es posible. 

"Viajar sola —continúa Schapira— te muestra la fortaleza que tenés como mujer. Aunque nunca viajás sola porque siempre te encontrás con gente, si estás abierta. Si sos amable el mundo es amable. Cuando viajo sola la gente me invita a sus mesas (en los restaurantes), y yo tengo la libertad de elegir mi tiempo, mi agenda, a dónde quiero ir. Me relaciono con la gente desde otro lugar y así descubrís tus recursos. Estás vulnerable pero empoderada".

Uno de los consejos que ofrecen diferentes sitios y guías, para viajar sola, es empezar de a poco, cerca. Ir al cine sola, comer en un restaurante, visitar un museo. Luego dar un paso más: viajar por el propio país, quedarse en una cultura y un idioma que son conocidos, cómodos. Y otro más: organizar un viaje a un destino más alejado, inspirarse en las historias de otras mujeres. 

Existe un pudor en estar sola que no se debe invisibilizar ni minimizar. Esa sensación de ser mirada, juzgada, de lo que la gente va a pensar de una, que no tiene con quién estar. Hay que entender ese sentimiento para poder ganar confianza en una misma, para afrontar los miedos, porque lo cierto es que la gente está muy ocupada con sus propios problemas como para mirar a una mujer que viaja sola. Y si mira, qué. Qué cosa cambiaría del viaje, de los planes, del disfrute. "La mirada del otro de lástima —dice Schapira—, condenatoria, puede ser en verdad algo de envidia". 

Lectoras de RED/ACCIÓN que viajaron solas o desean hacerlo, cuentan qué motivó la elección y algunos de sus beneficios:

  • "Hacés lo que querés sin depender de ganas o no ganas de otro".
  • "Manejás tus tiempos e intereses y compartís con vos misma (conocerte más)".
  • "Te relacionás más rápido con las personas, medio que no te queda otra".
  • "Podés estar en silencio y observar mejor".
  • "Disfruté estar más disponible a conocer gente nueva, y a hacer todo a mi propio ritmo".

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Las búsquedas en Google de mujeres que desean viajar solas aumentaron 230% en 2019 con respecto al año anterior. Por eso surgió el índice Wander Women que revela los mejores destinos de viaje para mujeres solas. El índice se realiza teniendo en cuenta una serie de estadísticas y circunstancias diversas: tasa de criminalidad del país a visitar, tasa de brecha de género y derechos de las mujeres, la cultura y si el sitio cuenta con patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO, el número de hashtags en Instagram que tiene el país, y las oportunidades de voluntariado, que permiten a los más jóvenes trabajar a cambio de hospedaje, por ejemplo. 

En 2020 el primer lugar de la lista fue ocupado por Nueva Zelanda, seguido por Países Bajos y Francia. Argentina se encuentra en el puesto 13 y Panamá es el menos recomendado de los 35 países que forman el índice.

Viajar sola, por otra parte, también tiene su lado negativo: es más caro. La habitación single siempre tiene un valor más elevado que la compartida, aunque la cama sea la misma; además se complican situaciones cotidianas al tener que cargar siempre con todo el equipaje y tener que hacer todos los trámites clásicos sin compañía. Pero para muchas mujeres ese desafío hace que el viaje valga la pena, por la posibilidad de encontrar recursos, de resolver aquello que, en un primer momento, parece que va a detenernos.

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No todo es empoderamiento. Viajar sola tiene sus riesgos, por supuesto, y los consejos se multiplican en las redes: desde avisar a alguien lo que se hará cada día hasta aprender defensa personal. Hay consejos sensatos y los hay exagerados, como para cubrir todo el espectro de cosas que pueden pasar

Pero ninguna historia, ninguna experiencia dice no viajes sola. Porque viajar no tiene contraindicaciones, porque todo viaje implica crecimiento. Y porque, como escribe Valeria: "Viajar es siempre encontrar nuevos caminos, aunque no se los esté buscando".