Vamos a tocar el agua, comentado por Virginia Cosin- RED/ACCIÓN

Vamos a tocar el agua, comentado por Virginia Cosin

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

Un especialista invitado comenta un libro de no ficción y elige los seis párrafos de ese libro que más le hayan llamado la atención.

Vamos a tocar el agua, comentado por Virginia Cosin

Vamos a tocar el agua
Luis Chaves
Los tres editores

Uno (mi comentario)

Luis Chaves es un escritor y traductor costarricense que navega con soltura las aguas de la narración, la poesía y el ensayo. Su primera novela, Salvapantallas, constituyó un pequeño acontecimiento en el mundo de las letras latinoamericanas: se trata de una novela breve, de estructura fragmentaria, tono íntimo y, sobre todo, honesto y desenvuelto. Al tiempo, la publicación de su poesía completa, reunida bajo el título Falso documental, lo confirmó como una de las voces más frescas y novedosas de los últimos tiempos. En Vamos a tocar el agua Chaves practica varios géneros a la vez: por un lado, crónica personal, por el otro, novela de viaje, este libro bucea en la intimidad de un escritor y su familia -esposa y dos hijas pequeñas- que se trasladan de Zapote -su ciudad natal- a Berlín, gracias a una beca de residencia para artistas. Con un registro que va adquiriendo la coloratura de las estaciones del año, Chaves nos conduce a través del tiempo: el clima, la duración, la memoria, la percepción del instante, la pregunta por lo que se puede escribir, o mejor: por el modo en que la escritura se convierte en lo que salva las distancias.

Dos (la selección)

Rezagados con las mochilas y los bolsos, nosotros decíamos cada tanto el nombre de las niñas para ubicarlas con la voz. Y fue esa noche, recibiendo la respuesta corta, monosilábica de las chicas, caminando detrás de amigos que se diluían en parte de las sombras, cuando algo brilló y de inmediato se apagó en alguna parte de la mente, una certeza instalada. Empezaba un capítulo nuevo en historia de este viaje.

Tres

Algo del libro de Lethem que estoy leyendo, The Fortress of Solitude, o más precisamente de su protagonista, un niño llamado Dylan, se mezcla con las horas, con los días. El libro, el objeto físico , edición de Faber & Faber del 2004, me ha acompañado por varias semanas adonde voy.A la ruta de regreso de la escuela de LaMayor o de la Kita de LaMenor. Al tiempo muerto de las clases de natación de LaMenor (en las piscinas públicas de Schoneberg donde encontré una placa casi escondida, discreta en su manifiesto: AQUÍ MARK SPITZ MARCÓ RÉCORDS MUNDIALES). Allí en la Stadtbad, cada tanto levantaba la vista para ver a LaMenor al otro lado del grueso cristal siguiendo las indicaciones de atletas -hombres y mujeres- que trataban de enseñarle a no morir en uno de los cuatro elementos primordiales; y volvía a la narración a veces perfecta, sutil, en equilibrio ideal de alegría y tristeza, a veces fangosa, anclada en la autorreferencialidad gringa. Leer es una forma de escribir. Una forma mejor. Con todas sus imperfecciones, precisamente por ellas. Se cincelaron para siempre esos personajes de Lethem con la arquitectura quieta al otro lado de las ventanas rápidas del S1, del vidrio grueso de las piscinas públicas de Schöneberg, de la imagen de mi hija tratando de descifrar órdenes en un idioma que no entiende, parada al borde del agua tibia, la gorra amarilla de látex redondeándole la cabeza como un fósforo. 

Cuatro

Avanzo, si se me permite la hipérbole, en varios frentes. Me refiero a un par de bocetos de escritura. Escribo, borro, voy de nuevo sobre lo borrado, borro un poco más. Cuando borro no se va todo, quedan algunas palabras. Sobre esas, o alrededor de esas, sigo explorando. Intento aprovechar el impulso que llevan. Débil, pero impulso al fin. Momentum. Con mucha suerte, norte. Hay una frase central, no tengo claro por qué. De ella crecen círculos que se alejan: fuera de la gravedad.

Cinco

Esa mañana antes de salir para el aeropuerto, mamá me llevó a una habitación para poner las cartas sobre la mesa, dejar todo dicho por si no llegábamos a estar frente a frente otra vez. Suena normal de no ser porque esto lo pedía una persona educada para callar. 

Seis

La tienda de campaña en el comedor. Una casa precaria dentro de una casa temporal. La pedimos prestada porque a mitad del verano viajamos al Ostsee, el mar del Este, nombre que le dan al mar Báltico en Alemania (también en Suecia, Finlandia y Dinamarca). Es un mar interior, rodeado de esos y otros países (Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Rusia); da al mar del Norte, que a su vez da al océano Atlántico. Esto explica que al agua solo entren algunos descendientes de los nórdicos, los porristas de la autoflagelación y mi esposa. Mientras el resto de la familia se quedaba en la parte seca del mar, es decir en la arena, Mariajo hacía la señal de la victoria (puño en alto con dedos índice y medio en forma de V) desde el agua enrarecida por algas y medusas del tipo no venenoso. 

Siete

A fines de julio LaMayor cumplió diez años. Lo celebró invitando a dos amigas al Plansche im Plänterwald, un parque que es una explanada con varios tipos de fuentes, duchas al aire libre, rociadores y mangueras donde niños y adultos se refrescan. Llevamos comestibles, bebestibles y candelas para cantarle. Fue un día largo que seguramente recordaremos con pasajes mentales atravesados por el agua rociada, el prisma fugaz por las gotas en suspensión. Volvimos a casa, cayó la noche y primero las chicas, luego mi esposa, entraron al mundo de los sueños. Deambulé un rato más por la casa, apagué las luces y me quedé unos minutos de pie en el balcón. Repasaba los sucesos de la tarde, pensaba en días venideros que ahora, en este momento en que escribo, ya forman parte del pasado. Vi apagarse las últimas luces en el edificio al otro lado de la calle. A lo lejos oí el S1 detenerse en la estación de Friedenau para luego arrancar de nuevo rumbo al norte, hacia frohnau. Recordé el hail de Basho:

Aún en Kioto
si escucho el cuco
extraño Kioto. 

Mentalmente lo adapté a Berlín.


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