En el 2020, muchos debates ―que ya existían hace tiempo en el ámbito de la educación― tomaron una magnitud trascendental frente a un escenario en el que el 91 % de la población mundial de niños, niñas y adolescentes dejó de concurrir a las instituciones educativas por medidas sanitarias. La pandemia de COVID-19 hizo que nos viéramos forzados a resignificar las discusiones sobre el funcionamiento de los sistemas educativos y sobre la pedagogía que sustenta las prácticas de enseñanza y, además, nos obligó a revaluar si la tecnología es (o no) un elemento fundamental para la educación.
Así surgió la educación remota de emergencia. Casi de la noche a la mañana, le exigimos a toda la comunidad educativa (autoridades, docentes, auxiliares, familiares y estudiante) que participara de un cambio de modelo educativo del que sabíamos muy poco y para el cual casi nadie se había preparado. Este quiebre y rearmado de los espacios educativos fue acompañado en distinta medida tanto por ministerios de educación como por asociaciones civiles y estructuras privadas. Pero, hasta el momento, ninguna de las respuestas que han surgido ha sido suficiente para contener y mitigar los efectos de la educación remota. La comunidad educativa viene trabajando sin descanso desde el comienzo. Sin embargo, estructurar cómo afrontaremos la crisis que acompañará ―sin lugar a dudas― este cambio de modelo es una incógnita que está lejos de ser respondida.
Hoy, todavía estamos lidiando con la circulación activa del virus, pero con el comienzo de la vacunación y después de más de 12 meses de pandemia, parece ser un buen momento para disminuir la velocidad con la que nos movemos y consultar cuáles son lo cambios que llegaron para quedarse, hasta dónde queremos mantenerlos, para qué y cuáles son las verdaderas ganancias y pérdidas de los recorridos educativos que tuvimos disponibles. Para poder establecer una posible hoja de ruta, es necesario definir prioridades que permitan evaluar qué es urgente y qué es importante, a partir de todo el caudal de evidencia evidencia acumulado durante estos meses. Si algo parece quedar claro es que los espacios educativos no pueden reemplazarse, al menos no completamente. Necesitamos ir a la escuela. No solo para tener un rendimiento académico de mejor calidad, sino también para desarrollar habilidades sociales y emocionales, para mantener la actividad física, disminuir los malos hábitos alimenticios o incluso tener acceso a la alimentación y establecer patrones de sueño que no afecten la salud integral.
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La educación remota de emergencia implica desafíos a todo nivel: económico y social, y no podemos olvidar el impacto que representó y aún representa en la salud emocional de los y las estudiantes. Aún así y pese a las dificultades, la continuidad pedagógica fue la bandera que se sostuvo a lo largo de toda la región latinoamericana. Entender cómo seguir con las clases virtuales nos obligó a pensar la dupla aprendizaje-enseñanza con otra perspectiva y esto, a su vez, reveló limitaciones y oportunidades.
Por un lado, la virtualización señaló variables que de ahora en más no pueden ser invisibilizadas al momento de evaluar a los sistemas educativos, entre ellas: el acceso a la conectividad y a dispositivos tecnológicos, las competencias TIC de estudiantes y docentes y la existencia de espacios de acompañamiento y contención para la salud mental y emocional de la comunidad escolar. Estas variables señalaron (y ahondaron) la desigualdad que ya se observaba en toda la región y probaron que los efectos de la brecha de acceso digital sobre la continuidad educativa en los sectores con mayor vulnerabilidad son devastadores. Las siguientes dos parecen resignificar el concepto de las competencias del siglo XXI: ¿qué contenidos queremos que aprendan chicos, chicas y adolescentes en la escuela?
Por otro lado, después de varios meses de educación remota de emergencia y con el avance de la vacunación es momento de preguntarnos: ¿qué aprendimos durante la pandemia? o, incluso, ¿aprendimos algo durante la pandemia? No solo en términos de nuevos contenidos de conocimiento, sino también en relación a la brecha de acceso a las tecnologías, las nuevas formas de enseñanza, el proceso de innovación en las escuelas, el rol de las empresas de tecnología y de comunicación, la importancia del aula, el desafío de no perder el contacto con las y los estudiantes en esquemas de virtualidad, el lugar que ocupan las familias y la salud emocional de la comunidad educativa.
Estos interrogantes son fundamentales para abrir un diálogo sobre cómo prevenir el abandono escolar, reducir la brecha de acceso digital y mitigar la brecha de género y para entender el impacto de diferentes estrategias que acompañaron los procesos educativos (la incorporación de la televisión, la radio, los cuadernillos pedagógicos, etc.). Además, esta instancia de reflexión es clave para empezar a definir qué políticas deben tomar los Gobiernos nacionales y provinciales de la región, a partir de una evaluación de lo aprendido, con el objetivo de generar evidencia que retroalimente de manera positiva los cambios a futuro.
Por todo esto, es urgente generar una nueva agenda de debate para trabajar sobre las políticas educativas del futuro. Para ello, desde la Universidad Torcuato Di Tella convocamos a funcionarios de la región, académicos, representantes de la sociedad civil y a empresas de tecnología a la IV Conferencia Anual del CEPE. El objetivo será reflexionar desde múltiples perspectivas acerca de los cambios que trajo la pandemia al campo de la educación y sintetizar los aprendizajes que podemos capitalizar como sociedad para diseñar políticas públicas activas y eficientes. La conferencia se llevará a cabo de manera virtual este jueves 24 de junio de 9 a 17 h. Inscripciones y más información acá.
*Cecilia Calero es directora del Área de Educación y de los posgrados en Administración de la Educación y en Políticas Educativas del Área de Educación en la Universidad Torcuato Di Tella. Es investigadora adjunta del CONICET e investigadora asociada del Centro de Políticas Basadas en la Evidencia (CEPE-UTDT) donde actualmente dirige el Programa de Educación y Ciencias del Comportamiento.
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