El 13 de marzo se cumplen 10 años de Francisco al frente de la Iglesia Católica. Con un estilo de comunicación abierto y sencillo, el Papa parece entender la sensibilidad de un público hiperconectado y desinteresado por las jerarquías y los dogmas.
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Habemus Papam. Con el único precedente de la renuncia de Gregorio XII hace 600 años, el 28 de febrero de 2013 Joseph Ratzinger dejó el trono de San Pedro por voluntad propia. Unos días antes, explicaba sus motivos en una carta: “he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino”. Simple y sencillo. Y agregaba una frase más durante la homilía de su última misa como Papa: “Dios me pidió dedicarme a la oración y a la meditación”. Y así fue: a eso se dedicaría durante casi 10 años más, hasta su muerte, el último día de 2022.
Dos semanas después de la renuncia del Papa alemán, el Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Bergoglio, se convertía en el primer Pontífice nacido en el Hemisferio Sur. Y en el primer americano. Y en el primer jesuita. Desde el momento mismo de su elección, sus palabras y sus gestos dieron la vuelta al mundo y expertos y legos se esforzaron por interpretarlo, quizá urgidos por la ausencia de otros líderes de alcance global.
Vaticanólogos y teólogos sabrán interpretar su legado cuando llegue el momento. Acá se destacan algunos aspectos de su estilo comunicacional cuando se acercan los 10 años de su pontificado:
- El nombre. Los papas, como los reyes, eligen el nombre con el que quieren ser llamados. Bergoglio eligió “Francisco”, en honor al santo de Asís, famoso por su austeridad y su humildad. Un mensaje claro, con una ventaja adicional: como no hubo otros antes con el mismo nombre, no hizo falta agregar el número para identificarlo. Menos solemne, menos monárquico.
- La casa. Francisco eligió quedarse a vivir en la Casa Santa Marta, en lugar del Palacio Apostólico que venían usando los papas desde hace más de un siglo. Algunas interpretaciones de este gesto se orientaron a la austeridad, aunque Francisco lo justificó así: “Porque me gusta estar entre la gente”. Habilidad para evitar lo que podría parecer una crítica velada a sus antecesores.
- La ropa. Francisco mantiene la sotana blanca característica de los papas. Sin embargo, hizo algunos pequeños ajustes: no usa gemelos en los puños ni zapatos rojos. Evita también el sobrepelliz y la muceta papal. Y lleva una cruz pectoral de plata, no la de oro con piedras preciosas reservada a los pontífices. Gestos que hablan.
- Las palabras y los hechos. Espontáneo, sencillo, simple. Ha dado entrevistas a periodistas sin guión y lo que pierde en precisión y rigor parece ganarlo en conexión emocional. Su cuenta de Twitter —@pontifex—, activa en varios idiomas, cuenta con más de 30 millones de seguidores. Además, la reforma de la Curia Romana y el emprolijamiento de las finanzas del Vaticano completan el cuadro.
- Los temas. Habla de “salir a la periferia de la existencia humana” a ocuparse de los pobres, los enfermos, los migrantes, oprimidos. Y pide perdón una y otra vez por los abusos sexuales dentro de la Iglesia. Y condena la corrupción de los líderes del tipo que sean. Y reclama el cuidado del ambiente. Y cambia el lenguaje y el tono entorno a temas sensibles para la Iglesia como la homosexualidad o la comunión de los divorciados. Audaz.
- La política. Mediador eficaz entre Obama y Raúl Castro. Con menos éxito, a pesar de sus intentos, entre Putin y Zelenski. En la Argentina, en cambio, un rosario de malos entendidos: voceros oficiosos nunca confirmados, teléfonos descompuestos, caras largas en las fotos con algunos líderes y sonrisas con otros. Y sin planes de visitar su país, en contraste con los 9 viajes de san Juan Pablo II a Polonia y los 3 de Benedicto XVI a su Alemania natal. Definitivamente, no es profeta en su tierra.
Las categorías políticas, sociológicas y comunicacionales no alcanzan para explicar a un Papa. Llegan hasta un punto y luego enmudecen ante el misterio: Francisco insiste en que la Iglesia no es una ONG, sino “una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo”. Silencio.
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Tres preguntas a David Timis. Es un conferencista de origen rumano experto en el impacto que la inteligencia artificial podría tener en el trabajo humano. Con experiencia en el sector público, el privado y el de las organizaciones de la sociedad civil, tiene estudios de postgrado en Business Administration y en Management and Public Policy.
¿Cuál crees que va a ser el impacto futuro de la inteligencia artificial en nuestras vidas?
La ciencia ficción está llena de historias sobre máquinas que van a dominar a los humanos. Muchos crecimos teniendo muy presente una película que nos inquietó: Terminator. Pero en realidad ya estamos viendo nuevas formas de automatización, robótica avanzada e inteligencia artificial que aumentan nuestra productividad y mejoran nuestras vidas. Sin embargo, hay dos preguntas clave que debemos hacernos: qué pasará con nuestros trabajos y qué tipo de habilidades tendremos que desarrollar en el futuro. Hay expertos que piensan que la inteligencia artificial va a ser el gran driver de la Cuarta Revolución Industrial, y que va a modificar no sólo a la tecnología, sino el modo en que vivimos. Hay mucho debate sobre el tema. Mark Zuckerberg y Larry Page, fundadores de compañías tecnológicas, son muy optimistas sobre la inteligencia artificial. Dicen que va a ayudar a que la humanidad desarrolle todo su potencial en pocos años, y a que nos ocupemos de lo que de verdad nos importa. Otros, como Bill Gates y Elon Musk, también emprendedores tecnológicos, son muy pesimistas. Musk llega a decir que la inteligencia artificial es “la mayor amenaza que enfrenta la humanidad”. Este tipo de afirmaciones, lógicamente, genera temor en la gente que no entiende del todo la tecnología. Si partimos de una base de miedo, nunca llegaremos a un buen final.
¿Qué dice la historia sobre los saltos tecnológicos?
Las generaciones anteriores a las nuestras tenían miedo a los grandes cambios tecnológicos. Es lo que pasó en la Primera Revolución Industrial, en el siglo XVIII, cuando se temía que máquinas metálicas pudieran acabar con el trabajo humano. Pero fue al revés. Eso mismo fue lo que permitió mejorar sus estándares de vida. Luego, en el siglo XIX, el trabajo rural empezó a caer, pero se crearon trabajos en las industrias. Y en los años 50, cayeron los trabajos en las industrias, pero se crearon otros en el sector de los servicios, que eran mejores y más seguros. Un estudio de McKinsey Global Institute muestra que menos del 5% de nuestros trabajos puede ser totalmente automatizado en un futuro previsible. Eso quiere decir que los trabajos están seguros. Pero cuidado: el mismo estudio dice que un tercio de las tareas del 60% de los trabajos actuales pueden ser automatizadas. O sea: hay un riesgo con el modo en que llevamos a cabo nuestros trabajos, porque eso va a cambiar.
¿Cuál crees que es la actitud correcta frente al cambio tecnológico?
Creo que la revolución tecnológica no tiene que ser una carrera entre máquinas y humanos, sino una oportunidad para trabajar juntos. Muchos trabajamos con números. Ahora imaginemos un escenario en el que no tengamos que usar Excel o Google Sheets. Cuesta imaginarlo, pero son herramientas bastante básicas. No podemos competir con máquinas cuando hay tareas repetitivas o de gran volumen, pero ellas no son del todo capaces de anticipar nuevas situaciones. Los humanos, gracias a nuestros miles de años de evolución, somos capaces de tomar decisiones sobre la base de muy pocos datos, y sin haber tenido una experiencia similar antes. Por eso en el futuro seguirá habiendo personas detrás de las campañas de marketing o los planes de negocios de nuestras empresas, podemos estar seguros de eso. Por eso insisto en tres puntos: que la inteligencia artificial no es ni a. buena ni mala en sí misma, que la automatización es inevitable, y que los humanos vamos a seguir siendo necesarios en cualquier escenario.
Las tres preguntas a David Timis se tomaron de la presentación “The future of skills in the age of AI”, dada en el contexto de TEDxLuxembourgCity. Para acceder a la charla completa, podés hacer click acá.
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Opinión corporativa. Son muchos los estudios que muestran que los stakeholders esperan cada vez más que las empresas hablen públicamente sobre temas sociales relevantes: automatización del trabajo, inmigración, racismo, agenda LGTB+, calidad institucional, cuidado ambiental y un largo etcétera son parte del espectro donde miran los públicos con mirada a veces inquisidora. Este artículo de John Elsasser recoge las opiniones de 14 profesionales de las comunicaciones sobre cuándo y cómo hacerlo. No hay una fórmula mágica. Sólo está claro que no se puede mirar para otro lado.
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Academia. Hay evidencia abrumadora sobre el rol que cumple, o puede cumplir, el sector privado en el mejoramiento de la calidad democrática de un país. La transparencia institucional genera condiciones favorables para el desarrollo económico que, a la larga, impactan positivamente en las empresas. Sin embargo, a veces el sector privado actúa en sentido contrario por buscar preservar un status quo que le resulta favorable aunque perjudique al país en su conjunto. Este artículo publicado por The International Institute for Democracy and Electoral Assistance (International IDEA) muestra el rol que pueden cumplir, de manera combinada, el sector privado de un determinado país y las instituciones financieras internacionales como el FMI, IFC, BID o CAF. Una manera más de promover la transparencia.
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Oportunidades laborales
- Capital Humano abrió la búsqueda de un/una Corporate Affairs Lead.
- Sanofi busca People & Culture Director Southern Cone.
Hasta acá llegamos esta semana. Todas tus ideas, propuestas o consultas son bienvenidas. Podés escribirme a [email protected]
¡Hasta el miércoles que viene!
Juan
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