Una crisis de educación para todos- RED/ACCIÓN

Una crisis de educación para todos

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En un momento en que el mundo debería avanzar rápidamente hacia el Objetivo de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas de garantizar una “educación inclusiva y equitativa de calidad” para todos, se enfrenta a una crisis cada vez más profunda. Para enfrentarlo, el G7 y los países en desarrollo deben ofrecer compromisos concretos que coincidan con la escala del desafío.

Aichetou es una adolescente de 14 años que vive en las afueras de Nuakchot, capital de Mauritania, en la región africana del Sahel. Todos los días, debe recorrer un difícil camino de arena, para llegar a una escuela en la que no hay agua potable ni sanitarios, y en la que aprenderá muy poco, porque faltan manuales y maestros preparados. Y no está sola: en todo el mundo, decenas de millones de estudiantes padecen circunstancias similares, y 262 millones de niños y jóvenes directamente no van a la escuela.

Cuando deberíamos estar avanzando a todo ritmo hacia el Objetivo de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas de garantizar “una educación inclusiva, equitativa y de calidad” para todos (ODS 4), el mundo enfrenta una crisis educativa cada vez peor. Es verdad que algunos países están haciendo avances: en Francia todos los niños reciben educación obligatoria (que pronto comenzará a los tres años de edad).

Pero millones de niños en otros países nunca pondrán un pie en un aula. Si el statu quo se mantiene, más de la mitad (825 millones) de los 1600 millones de jóvenes que vivirán en 2030 no tendrán las habilidades necesarias para prosperar económicamente. Las perspectivas son particularmente sombrías para las niñas, debido a factores como las normas culturales, la violencia de género y el matrimonio prematuro.

Las guerras y la inseguridad agravan el problema. Sólo en la región del Sahel, los ataques de grupos extremistas contra escuelas y maestros han trastornado la educación de más de 400 000 niños en Burkina Faso, Mali y Níger. Unas 2000 escuelas cerraron, y más de 10 000 maestros huyeron o no pueden presentarse a trabajar.

La buena noticia es que la dirigencia internacional es cada vez más consciente de la urgencia de hacer frente a la crisis. Hace poco, los ministros de educación y desarrollo del G7 se encontraron con sus homólogos de los países del Sahel en París, donde se comprometieron a resolver la desigualdad en el mundo en desarrollo, mediante la educación con igualdad de género y la formación técnica y profesional.

Para ello, los representantes del G7 anunciaron que seguirán apoyando la provisión de doce años de educación universal de calidad, con énfasis en las niñas más marginadas.

Además, prometieron esforzarse en poner fin a prácticas discriminatorias como la exclusión escolar de niñas embarazadas o casadas, y promover una educación con igualdad de género por medio de la iniciativa Gender at the Center liderada por Francia. Y se comprometieron a sostener iniciativas que ayuden a los países en desarrollo participantes a fortalecer sus sistemas de educación y formación técnica y profesional.

Estos loables esfuerzos incluirán un especial énfasis en el Sahel. Pero para lograr los objetivos es necesario que los países pasen de las promesas vagas de apoyo a la formulación de compromisos concretos que estén a la altura del desafío.

El primer paso es la provisión de fondos. De continuar los niveles de financiación actuales, lograr el ODS 4 llevará cien años (muchos más de los once que tenemos). Por eso los países más ricos del mundo deben aumentar drásticamente el gasto en educación, en particular el destinado a las comunidades más marginadas en las regiones más pobres. Para empezar, los miembros del G7 y la Unión Europea deben oír el llamado de Francia a duplicar las ayudas educativas para el Sahel. Los países en desarrollo también deben aumentar el gasto en educación.

La financiación adicional debe usarse para fortalecer los sistemas educativos nacionales, especialmente en lo referido a la rendición de cuentas y la igualdad de género. Esto implica asegurar que las escuelas cuenten con los recursos necesarios, incluidos agua potable y sanitarios, materiales de enseñanza de calidad y maestros bien preparados (y bien remunerados). También implica responder a las necesidades específicas de los estudiantes desfavorecidos: por ejemplo, es necesario garantizar la seguridad de las niñas no sólo en la escuela, sino también en el trayecto diario entre la escuela y el hogar. Los gobiernos tendrán que reunir datos, supervisar los resultados y corregir el rumbo cuando corresponda.

Dar a niñas como Aichetou la chance de hacer realidad su potencial no sólo es lo correcto: también es una decisión inteligente. Una sociedad educada es una sociedad más pacífica y próspera, en la que la gente es menos propensa a tomar las armas y más propensa a participar en procesos democráticos. Y en el mundo globalizado de hoy, una sociedad más pacífica y próspera en una región, por ejemplo el Sahel, implica más estabilidad y crecimiento económico para todos. Por eso la educación debe encabezar la agenda de desarrollo del G7.

Alice Albright es directora ejecutiva de la Alianza Mundial para la Educación e integrante del Consejo Asesor sobre Igualdad de Género del G7.

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