En la Bodega Comunitaria Los Amaichas, los productores tuvieron su primera vendimia en 2015 y buscan que el proyecto impulse el turismo en una región olvidada de Tucumán.
Con la creación de la bodega incorporaron la cepa Malbec y comenzaron a producir vino fino. Ahora, están desarrollando su estrategia de venta.
“Me voy pa los cerros altos...” escribió Rolando “Chivo” Valladares en la vidala “Subo”. Cuando el ómnibus remonta la Ruta 307 camino a los valles, la canción del poeta tucumano cobra real dimensión. El vehículo es apenas una mancha blanca; el camino, una lengua de asfalto entre tanta inmensidad de montañas, cardones y una luz clara que ciega.
Rodeada de montañas, a 165 kilómetros de la capital tucumana, está Amaicha del Valle, una comunidad rural de cinco mil habitantes que nunca interrumpió su gobierno indígena. Los comuneros poseen una Cédula Real de 1716, que los convierte en dueños de las tierras desde que los españoles pactaron con sus antepasados, los amaichas, quienes no adhirieron a las guerras calchaquíes.
Desde la presencia de los españoles, hay algo que se mantuvo inalterable en este poblado: la producción de vino. Un gran número de familias amaicheñas mantiene su parral, con el que producen patero y mistela. Desde 2015, a partir de un programa de Economías Regionales de Nación, la comunidad decidió aunar esos saberes y producciones en un proyecto. Así nació la Bodega Comunitaria Los Amaichas, la única del país administrada por una comunidad indígena.
Como en todos los proyectos comunitarios, nadie ocupa solamente un rol. Gabriela Balderrama trabaja en el área administrativa y de atención al público, pero también colabora en el proceso de molienda y envasado del vino. Los Amaichas es una de las ocho bodegas que forman parte de la Ruta del Vino de Tucumán, que se distribuye a lo largo de los Valles Calchaquíes.
“Trabajando en grupo y unidos se pueden lograr muchas cosas. Queríamos un proyecto que sea de la comunidad y que pueda ser manejado por nosotros. Desde Nación, nos sugerían que armáramos un hotel o un museo. Nosotros decidimos apostar a la bodega”, cuenta Balderrama, integrante del proyecto que reúne a unas 50 familias y de la comunidad, que aún conserva instituciones ancestrales como el cacicazgo y el Consejo de Ancianos.
Con el dinero que recibieron, construyeron la bodega en el Km 115 de la Ruta 307, en una de las tierras comunitarias. El lugar tiene una capacidad para producir 50 mil litros de vino. La construcción respondió a los principios que solían usar sus antepasados. “Fue pensada por la gente de la comunidad y los productores, junto con el cacique y el Consejo de Ancianos. Es circular porque así eran las viviendas en nuestra cultura ancestral. Además de la construcción principal, se hicieron otras dos en forma de semicírculo de cada lado. La piedra nos ayuda a lograr una temperatura óptima para estacionar el vino naturalmente, sin la necesidad de refrigeración”.
Gabriela muestra todas las instalaciones de la bodega: las máquina, los tanques de acero inoxidable, el proceso de etiquetado manual y se detiene en la cava. “Es una excavación que le hicimos a la loma donde estamos. Se pretendía que la cava fuese más grande, pero nos encontramos con una piedra inmensa que abarcaba este sector y rompió tres máquinas. ¡Era durísima! El cacique nos dijo: 'La Pachamama nos pide que la construcción no avance más allá de esto'”.
El proceso para profesionalizar la producción no fue fácil. Aunque ya llevan cinco moliendas, los productores, que son dueños de la bodega y se comprometen a entregar la totalidad de su producción, aprenden día a día. Actualmente, tienen dos líneas de vino: Sumak Kawsay Criolla y Malbec; el nombre significa “Buen Vivir”.
La decisión del precio que se debe pagar por las uvas de cada productor la toma un Comité de Viñateros; algunos entregan sólo 200 kilos anuales y están los que aportan unos tres mil. La visita a los productores no es tarea fácil porque están dispersos en toda la región en un radio de 30 kilómetros rodeados de montañas.
La Bodega Comunitaria Los Amaichas cuenta con el apoyo del área de de Agricultura Familiar de la Secretaría de Agroindustria. El ingeniero agrónomo Vicente López Curia conoce el proyecto de cerca. Vio cómo se fue sumando a los viejos parrales de uva criolla, la “uva fina” del Malbec con espalderos. Y fue asesorando en todo el proceso desde el vino patero al vino fino, con la incorporación de máquinas moledoras, despalilladoras, prensas y llenadoras.
“Ellos hacen vino desde hace 300 años. Saben el proceso y el cultivo del parral, pero quizá no conocían tanto del manejo y del acompañamiento que necesita la cepa fina. ¿Cómo acompaño el proceso? Convoco a los productores a distintos lugares para una reunión técnica y luego visito los viñedos del lugar, además de estar en la cosecha y la poda”, cuenta el agrónomo, que también se mostró preocupado por los recortes presupuestarios de su área en Tucumán.
Orgullo calchaquí
López Curia dice que el proyecto va mucho más allá de la producción y comercialización de botellas. “El vino de la bodega es un orgullo para todos ellos porque significa una carta de presentación ante la sociedad. Llevar su vino implica llevar su cultura. Todos los años lo presentan en la Casa de Tucumán en Buenos Aires, con un rito que incluye a la Pachamama. Con el pretexto del vino, muestran su cultura”, analiza.
En la actualidad, Gabriela Balderrama combina su trabajo en la bodega con su oficio de docente, al igual que los otros integrantes del proyecto. Con entusiasmo, cuenta que su sueño es poder vivir de un emprendimiento propio. “Sería óptimo que esto no sólo sea una pequeña ayuda sino algo propio. Y nos gustaría poder manejarlo exclusivamente nosotros. La bodega no sólo impactó en la economía de los productores. También tuvo una repercusión en el turismo de nuestra comunidad”, contó.
Amaicha del Valle siempre fue un lugar de paso dentro del mapa turístico del norte argentino. Los viajeros pasan por el Museo Pachamama y por la Ruina de los Quilmes y luego siguen hacia Tafí del Valle o Cafayate en Salta.
Sebastián Pastrana tiene un doble rol. Por un lado, es director de Turismo de la comuna y además participa como productor de la bodega. Califica a la bodega como el “caballito de batalla” para el desarrollo turístico de Amaicha del Valle. “Es un emprendimiento comunitario único en el país y el tercero en su tipo en el mundo (los otros dos están en Canadá y Australia). La instalación de la bodega hace que mucha gente ingrese al pueblo. En el mismo predio, estamos desarrollando un centro de informe turístico y un paseo de artesanos. Hay una revalorización de la actividad, que estaba siendo desplazada por lugares fuertes como Cafayate. Y la gente se engancha con esta forma más justa y equitativa de distribución”, analizó.
Aunque la Bodega Comunitaria Los Amaichas tiene una capacidad para 50 mil litros, sólo está produciendo alrededor de 16 mil anuales, de los cuales alrededor de un 80% corresponden a Malbec y el resto a Criolla.
El próximo gran desafío es la comercialización, que por ahora tiene poco desarrollo. “Recién estamos arrancando en ferias y presentaciones. Por ahora, nuestros vinos sólo se pueden comprar en el stand de venta de la bodega. Recién estamos armando nuestro sitio de venta en Internet. Incluso el vino todavía no se consigue en San Miguel de Tucumán”, informa Balderrama.
El sol es un disco dorado que se esconde detrás de las montañas y nuestra guía abandona el salón central de la bodega porque allí darán una capacitación. La vendimia de Malbec se hará a mediados de febrero. En un poblado con economía rural y primaria, la bodega genera esperanza en Amaicha del Valle. Buscan el “buen vivir” y quieren hacerle honor al nombre de su vino.