“Durante 2020, en plena cuarentena sanitaria, la realidad de las personas en situación de calle se agudizó; veíamos a cada vez más gente sin un techo. Como había poca circulación, era más notorio: solo estaban a la intemperie quienes no tenían adonde ir”. Quien habla es Cecilia Gallo, licenciada en Ciencias de la Comunicación. Vive en la Ciudad de Buenos Aires y trabaja en la gerencia de modernización de una institución. Junto con la psicóloga Marina Peluffo ―amiga desde el colegio― en marzo de 2021 crearon Un Libro x Una Oportunidad, una cadena solidaria en la que personas en situación de calle venden libros que se consiguen por donaciones. Desde entonces el proyecto no para de crecer.
Empezaron con la idea de ayudar a generar un ingreso económico, sin imaginarse que la iniciativa iba a ser un puente hacia logros más profundos y transformadores. Hoy, personas que estaban marginadas se volvieron protagonistas del barrio donde tienen su puesto y crearon lazos con los vecinos, con sus familias y con los comercios.
La visión de las fundadoras refleja una realidad que nos atraviesa. Al caminar por los barrios y ver a alguien en situación de calle se disparan sentimientos de incomodidad, impotencia, dolor, bronca, enojo, tristeza. Y la reacción de la mayoría suele ser seguir caminando, mirar para otro lado, ignorar. Otros ofrecen una mirada amable, una sonrisa, algo de plata o un llamado a los servicios sociales. Es que la solución a un problema social tan complejo no está en manos de los ciudadanos comunes.
Sin embargo, a Cecilia y a Marina la incomodidad se les hizo cada vez más fuerte, hasta llegar a ser intolerable. Sintieron que ya no podían seguir de largo y que tenía que haber algo concreto que se pudiera hacer. Ese sentimiento clavado marcó un cambio que las llevó de la desesperanza a la acción. Empezaron a pensar alternativas.
“En medio de la cuarentena veía desde mi ventana a cada vez más gente en situación de calle y era angustiante porque no nos dejaban salir. Nos decían que el peligro estaba afuera y veías a cada vez más personas ahí, sin suficiente ayuda”, cuenta Marina, que trabaja en una fundación oftalmológica con pacientes de bajos recursos. “Más adelante, iba caminando un día por la calle y me encontré en Laprida y Juncal un puesto de venta de libros atendido por un señor llamado Darío. Me acerqué y le compré dos a muy bajo costo. Cuando me estaba yendo le dije que le iba a llevar libros y me dijo que sí, que la gente le llevaba muchos.
Automáticamente pensé: "Esto puede ser un golazo para la gente en situación de calle’”.
El proyecto
Enseguida, Marina le propuso a Cecilia juntar libros y entregarlos para vender. Casi todas las personas tienen libros en sus casas y a veces nadie los lee. Así nació la cuenta de Instagram @unlibroxunaoportunidad, como una respuesta posible a un desafío enorme.
Esta no era la primera vez que estas dos amigas juntaban donaciones a través de las redes. Así que con la experiencia acumulada y el nuevo desafío empezaron a aparecer ideas. Por ejemplo, la de sumar padrinos y madrinas, que son quienes detectan a la persona en situación de calle, le llevan los libros para que venda, generan un vínculo y se comprometen a acompañarla. Hoy, este rol es clave porque esas personas hacen un seguimiento semanal de cada puesto de venta y apoyan a los vendedores en todos los aspectos que rodean a los libros.
El 13 de abril de 2021, Marina y Cecilia subieron el primer posteo y arrancó el proyecto que en un principio congregó a familiares, amigos y conocidos. Otra amiga del colegio, Verónica Bunge, se ofreció a ayudarlas con la difusión y armó un video que contaba la iniciativa. Lo compartieron con algunas personas y se viralizó incluso antes de publicarlo en la propia cuenta. De un día para otro tenían la casilla estallada de mensajes directos enviados por personas que querían donar libros. Otros ofrecían sus casas para recibir ejemplares. Desde ese momento, todo cambió. Más seguidores representaban más barrios, más donaciones, más repercusión y más oportunidades para más personas.
La ayuda de Verónica, con experiencia en la gestión de redes sociales, fue crucial para lograr visibilidad. El perfil empezó a crecer y de todas partes de la Ciudad llegaron propuestas de gente que quería ayudar a alguien de su barrio, colegios que hacían colecta de libros o señaladores y bolsas, donaciones de retazos de tela para las lonas de los vendedores o autores que ofrecían sus obras. Incluso, un penal se puso en contacto para crear una biblioteca juvenil.
Los libros se vendían muy bien y los resultados eran concretos: con la venta de cuatro libros una persona sin hogar podía conseguir una noche de hotel; con dos libros, un plato de comida y con uno, un café con leche y medialunas. La realidad de muchas personas estaba cambiando. Entonces, las creadoras de la iniciativa empezaron a detectar y a sumar más vendedores y padrinos.
Acompañar
Gonzalo Alzáibar Castro tiene 47 años y vive en Buenos Aires. En junio de 2021 iba caminando por la calle y en la esquina de Güemes y Malabia se encontró con un puesto de venta de libros y se convirtió en cliente. “Me gustó mucho la experiencia y me quedo con lo que me dijo el vendedor: ‘Prefiero vender libros y no pedir en los semáforos, donde soy mal visto por la gente’. En el puesto que yo me crucé, variaban mucho los precios, creo que podrían fijarlos e incluso subirlos un poco”, cuenta.
Nicolás Pinasco también vive en Buenos Aires, es abogado y trabaja en seguros. Conoció la iniciativa en 2021 por un mensaje de WhatsApp y le atrajo la idea. “Siempre tuve un vínculo con la gente en situación de calle. Un saludo, escucharlos hablar me parece importante”, relata. Se contactó y empezó a colaborar con la iniciativa, buscando a esas personas para ofrecerles participar. “Muchos te dicen que sí, otros que lo van a pensar y otros que no”, dice.
Hoy es padrino y apoya a sus dos ahijados; Nicolás los cruzaba seguido en la calle y un día los acercó al proyecto. “Se genera una relación más profunda estando presente para motivarlos”, cuenta.
TAMBIÉN PODÉS LEER
Así, aparecieron cada vez más vendedores. Detrás de cada puesto, de cada lona con libros, hay una historia. Casi siempre teñida de pérdidas, de marginalidad o de carencia. “Conocerlas nos hizo más empáticas y menos rígidas. Intentamos dar el mensaje de que vamos a acompañarlos siempre para seguir adelante. Sobre todo, ante las dificultades. Se trata de un mensaje de inclusión para personas que están acostumbradas a que la sociedad les diga siempre que no. Que no hay lugar para ellas por no tener vivienda, trabajo o alimento”, relatan las fundadoras.
Hoy Cecilia y Marina siguen ayudando en la calle, generan nuevos puestos, coordinan que los donantes entreguen libros. A su vez, son madrinas de varios vendedores. “Lo más atractivo de la idea es que no se trata de una iniciativa asistencialista, en la que uno entrega dinero, ropa o alimentos y que genera dependencia. Se trata de un proyecto laboral: los libros son herramientas de trabajo para salir adelante. Nos entusiasma dar una mano para que las personas logren volver al mundo del trabajo y de los oficios”, dicen.
Uno de los ahijados de Nicolás estuvo viviendo seis años en la calle. Desempleado, desmotivado, pidiendo plata y con problemas de alcoholismo. “Con este proyecto, pasó a tener una ocupación y a ser protagonista en el barrio. La gente se le acerca, lo saluda, le compra libros. Y con lo que gana puede pagar donde vivir, comer y comprar ropa. Empezó una nueva vida. El otro es el que hace todo. Uno acompaña”, cuenta.
Multiplicar oportunidades
Uno de los aspectos más positivos del proyecto es que puede ser replicado en cualquier barrio. En eso, la figura de los padrinos resultó central: son los que multiplican la acción y la hacen llegar mucho más lejos de donde empezó.
Esta forma de amplificarse posibilitó que Melina Rivero, de 29 años, hoy tuviera su puesto de venta de libros en Pacheco, en el Gran Buenos Aires. “Conocí el proyecto a través de Juli y Jor que son mis madrinas. Ellas me ayudan, me traen libros y están conmigo. Me había quedado sin trabajo y vendía medias en la calle. Esta experiencia es muy buena, la gente es muy amable. Gracias a esto tengo empleo y es una experiencia positiva para alguien que nunca trabajó en la calle. Ojalá mucha más gente se sume a esta iniciativa”, dice.
Hay muchas formas de participar, además de donar libros y apadrinar. La organización La Sachetera, por ejemplo, dona lonas impermeables para que los vendedores apoyen los libros. La empresa Yagmour, retazos de tela para apoyar los libros sobre esa lona. Hay personas que han ayudado a tramitar el DNI a quienes no lo tenían. La artista Dalia Katz organizó una acción en diciembre: entregó obras en forma de tarjetas navideñas para acompañar la venta de libros. Hay gente que dona changuitos; otra, señaladores en origami. También ferreterías, kioscos, bares y otros comercios que guardan y cuidan los libros por las noches, para que los vendedores no los tengan que cargar; también les ofrecen usar el baño o les dan agua caliente.
“A cada uno que nos contacta le preguntamos ‘¿qué hacés? ¿qué te gustaría aportar?”, agrega Cecilia. “Ya con casi dos años de experiencia, nuestro rol se va desdibujando y son los vendedores los que asumen el protagonismo. Ellos reciben los libros, seleccionan los ejemplares, les ponen precio. Y ese es el valor más importante: la independencia y la autonomía”, cuentan las fundadoras.
Hoy hay 45 vendedores en los barrios porteños de Recoleta, Palermo, Belgrano, Flores, Caballito y Congreso; en Solano, Tigre y San Isidro (provincia de Buenos Aires) y en San Lorenzo (Salta). El número cambia todo el tiempo, porque entran y salen personas del programa. Los padrinos son 22. Cada puesto vende unos 4 libros por día. El precio sugerido es de 400 pesos los libros infantiles y entre 500 y 600 las novelas.
Desafíos del modelo
Todos los involucrados coinciden en que la iniciativa aborda una problemática compleja que no está a su alcance resolver en forma global.
Una de las principales dificultades que enfrenta este modelo, nacido de una buena idea y mucha voluntad, es que los vendedores no tienen permiso de venta ambulante y no encuentran la forma de solucionarlo. Los requisitos no están a su alcance: tener un domicilio en la Ciudad de Buenos Aires, estar registrados en la AFIP o incluso no tener antecedentes penales. Con ese marco, es casi imposible que consigan esa habilitación.
Lo mismo pasa en otros municipios. Para Melina, la mayor dificultad es no poder trabajar tranquila, estar todo el tiempo preocupada por la posibilidad de tener retirarse de donde se instala a vender. “Para solucionarlo, sería bueno que nos den algún pequeño sector en una plaza o en algún lugar donde podamos estar. ¡Sería genial”, dice.
Y hay otros desafíos que exceden las posibilidades del proyecto. En varios casos, las organizadoras contactan al Programa Buenos Aires Presente del Gobierno de la Ciudad. “La calle genera un círculo negativo en el que las personas empiezan a perder lazos con la familia, pueden llegar a acercarse a las drogas o el alcohol para enfrentar el frío o la adversidad en general. La falta de acceso a un buen aseo personal también las va despersonalizando”, dice Marina. “Esta oportunidad las ayuda a fortalecerse con los propios logros. Vuelven a valorarse, sienten el cariño de los vecinos. Recuperar la dignidad del trabajo en muchos casos las alienta a volver con sus familias y revincularse. Muchos vendedores se ponen a leer y así pueden recomendar mejor”, cuenta.
Hay personas que no quieren sumarse y otras que dejan al poco tiempo. Pero incluso a estos últimos los beneficia participar. Saber que hay quienes piensan en ellos, que quieren verlos salir adelante, que les alcanzan los libros o se los van a comprar especialmente genera autoestima para no tirar la toalla.
“Los desafíos pueden sonar frustrantes. Sin embargo, la gratificación y el crecimiento personal que todos los involucrados obtenemos con esta iniciativa es única”, cuenta Cecilia y agrega: “Cuando alguien quiere sumarse al programa yo le cuento todo, el lado A y el lado B. Pero siempre le digo que el lado A es el que suma. Hay dificultades, pero la ecuación termina siendo positiva siempre. Y esto en sentido real y profundo”.
Hay muchos puntos donde se puede encontrar a un vendedor con sus libros. Para sumarse donando libros u otra ayuda hay que mandar un mensaje directo al Instagram. Si un potencial padrino conoce a un posible vendedor porque lo ve habitualmente en la calle, le cuenta sobre el proyecto y se activa el mecanismo para sumarlo.
Marina subraya los impactos positivos para todas las personas que participan: “Somos amigas, nos encanta lo que hacemos y estar juntas. Un Libro x Una Oportunidad es también una forma de compartir más tiempo. A veces el concepto de solidaridad está ligado a algo dramático, triste, que cuesta porque es duro. Nosotras queremos rescatar la parte positiva de la solidaridad. Quizás es un esfuerzo, pero es muy satisfactorio para todos los involucrados”.
***
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 20 de junio de 2022.
Podés leer este contenido gracias a cientos de lectores que con su apoyo mensual sostienen nuestro periodismo humano ✊. Bancá un periodismo abierto, participativo y constructivo: sumate como miembro co-responsable.