Un mundo de escrituras
Martyn Lyons y Rita Marquilhas (compiladores)
Ampersand
Uno (mi comentario)
A mediados de 1991, dentro de la crisis producida por la caída del muro de Berlín, Cuba se quedó sin papel. En ese momento, centenares de escritores comenzaron a escribir sus textos en las paredes de las ciudades. La pregunta cae de maduro: ¿se escribe igual en un medio que en otro? Los once ensayos compilados por los investigadores Martyn Lyons y Rita Marquilhas en Un mundo de escrituras viene a saldar una deuda histórica en el estudio de la escritura: el del soporte en el que se realizó, desde las tablillas de arcilla hasta la pantalla de un ordenador.
De ese modo, este libro plantea el recorrido de las prácticas letradas a través de los materiales utilizados en la información. Pero, además de un compendio dirigido a intelectuales, los autores bucean en un océano de anécdotas y datos históricos que están al alcance de todo el público lector. Por ejemplo, las teorías adivinatorias e interpretativas con las que los eruditos de la corte daban cuenta de la realidad dentro de los claustros de las bibliotecas de Nínive y de Babilonia. O el rol de las mujeres copistas (a quienes paradójicamente les estaba vedada la creación literaria) en el desarrollo de la narrativa de los siglos XIV y XV. O la batalla por los primeros usos del papel que, en función de su deterioro más rápido que el del pergamino, potenció la noción de pérdida prohijando una de las preocupaciones del Renacimiento. O la no menos cruenta disputa entre la pluma de ganso afilada y la estilográfica de punta de acero. También entran en estudio los usos de la escritura en el espacio urbano como una suerte de confrontación textual ente el ejercicio pleno de la libertad de escribir y lo plasmado en palabras por las clases bajas y los niños (a través de diarios, cartas, misivas, composiciones escolares y detalles autobiográficos), notoriamente dejados de lado en la historia de la literatura. Un capítulo aparte merece la influencia de la máquina de escribir en las formas literarias. Desde la insólita reacción del periodista y escritor estadounidense Hunter Thompson, que el 20 de febrero de 2005, mientras escribía en su casa de Colorado, sacó la máquina de escribir a la nieve, le pegó un tiro y luego se disparó quitándose la vida, hasta la no menos asombrosa reflexión de Friedrich Nietzsche: “nuestros instrumentos de escritura también operan sobre nuestro pensamiento”.
Dos (la selección)
Las ventajas del nuevo soporte, el papel -que era más fácil de conseguir que el pergamino, que su producción era más simple y que era seis veces más económico-, lo hicieron atractivo para los usuarios europeos de mediados del siglo XIII. Según las pruebas que se han conservado, la revolución del papel se produjo en el período comprendido entre 1250 y 1300. Aproximadamente en esos cincuenta años, aparecieron los primeros documentos escritos sobre papel en el sur de Francia (1248), Italia (1275) e Inglaterra (1307). Sin embargo, las autoridades recibieron con quejas bastante coherentes la difusión del nuevo medio. Los primeros príncipes que adoptaron el papel fueron también los primeros en advertir sus limitaciones como tecnología útil para registrar datos de forma duradera. Por ejemplo, en 1231, Federico II Hohenstaufen -emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, cuyo reinado se caracterizó por todo tipo de innovaciones en el arte de gobernar y en los procedimientos burocráticos- prohibió que se consignaran en papel los documentos públicos de importancia y exigió que se volcaran en pergamino. El decreto decía así: “Como es de esperar que los documentos merezcan confianza durante muchos años en el futuro, nos parece conveniente que no sucumban a los peligros de la destrucción por envejecimiento. En los tribunales o fuera de ellos, no se aceptará prueba alguna registrada por escrito sobre papel, a menos que sea una constancia de deudas contraídas o de su pago”.
Concedió a los notarios imperiales dos años de plazo para transferir a pergamino los documentos registrados en papel. El hecho de que exceptuara en el decreto a los recibos es también interesante porque sugiere que el uso del papel estaba ya muy difundido en las operaciones comerciales. La preocupación del emperador por la duración de los registros oficiales puede haber surgido cuando observó que los documentos de los reyes anteriores de Sicilia ya se estaban deteriorando. En la década de 1220, Federico ordenó que documentos emitidos por su predecesor cincuenta o sesenta años antes fueran copiados nuevamente "porque el tiempo empezaba a arruinarlos"
Tres
A diferencia de otras prácticas de escritura más restringidas en cuanto a los públicos y espacios de difusión, los escritos urbanos se caracterizaron por interpelar prácticamente a todos los sectores de la sociedad, lo que no es óbice para que determinados edictos pudieran incumbir más a unos grupos que a otros, ni para que algunos libelos infamantes disfrutaran de mayor eco en el barrio o comunidad donde vivían las personas implicadas. Su difusión normalmente efímera, circunscripta a momentos y situaciones temporalmente determinadas, no resta un ápice de valor a la importancia que ellos tuvieron a la hora de transmitir los mensajes que interesaba propagar a las instituciones de poder, como era el cometido de los edictos y otros escritos similares, o bien cuando se quiso rechazar el comportamiento de autoridades políticas y eclesiásticas, criticar los excesos de los gobernantes o manifestar la disidencia respecto de algunos de los principios que sustentaron el sistema político, social y moral de la monarquía católica a uno y otro lado del Atlántico.
Más allá del analfabetismo de la época, la fijación de los textos en las paredes y el efecto añadido de la transmisión oral o las copias que solían hacerse de algunos, especialmente de los libelos y pasquines, aseguraban su amplia difusión, que estuvieran al alcance de todos, como oportunamente se consignaba en la parte final de los edictos.
Cuatro
En 1967, pese a suscribir personalmente las teorías de que la escritura es un sistema fundamentado en el lenguaje, Archibald Hill señaló muchos errores que iban surgiendo en la clasificación estándar. Incluso en sistemas alfabéticos como el inglés y el finés el enfoque sobre la representación del lenguaje es muy diferente. Por otra parte, rechazaba la opinión de los lingüistas de que los sistemas semasiográficos (los que dan cuenta de una lengua no hablada) jamás podían representar ideas que todavía no se hubiesen expresado con el habla, vislumbrando así una nueva tipología de la escritura que relacionara todos los sistemas entre sí. Yendo aún más allá, Albertine Gaur argumentó que la definición de escritura es en realidad un tema que se inscribe en el ámbito más vasto de la teoría de la información. Al respecto, escribió: “Cada sociedad guarda la información que es esencial para su supervivencia, la información que le permite funcionar con eficiencia. De hecho, no hay diferencia fundamental entre el alfabeto y las pinturas rupestres prehistóricas, los elementos para ayudar a la memoria (dispositivos mnemotécnicos), los registros amerindios llamados winter counts, los contadores, los nudos realizados con cuerdas y los sistemas pictográficos, silábicos o consonánticos. No hay inscripciones primitivas, no existen sistemas precursores de la escritura ni sistemas de transición (expresiones que utilizan con frecuencia los libros que hablan de la historia de la escritura); solo hay sociedades en un nivel determinado de desarrollo económico y social que emplean ciertas formas para almacenar la información. Si una forma determinada cumple su finalidad en lo que a una sociedad particular se refiere, entonces (para esa sociedad particular) es ‘escritura propiamente dicha’”.
Cinco
Durante milenios, la comunicación humana se vio muy afectada por los materiales que utilizaba. La marca y el objeto sobre el que se asienta están vinculados por un simple hecho físico: sin el objeto que constituye el soporte, no podríamos ver siquiera las marcas que trazamos. Afirmación verdadera para todas las marcas hechas con la finalidad de comunicarnos. Incluso las pantallas en las cuales leemos los textos codificados de la información digital son objetos materiales que ponen a nuestro alcance el producto final de un proceso de inscripción iniciado en los teclados. El concepto de "inscripción" allana el camino hacia concepciones más amplias del sistema y de la legibilidad que esa otra categoría, totalmente legítima pero más estrecha, de escritura glotográfica (la referida a una lengua hablada). No solo pone de manifiesto la necesidad de un análisis riguroso del proceso específicamente material que requieren las marcas comunicativas hechas sobre un objeto, sino que también evoca las circunstancias sociales y tecnológicas de hecho, las propias creencias cosmológicas, que nos permiten comunicar información. Más neutral y abarcador que el término "escritura", el de "inscripción" remite al acto originario de grabar marcas sobre objetos que las conservan y las muestran. Esa mayor amplitud del concepto pone a disposición del análisis empírico la vastedad de datos que aportan todas las culturas que hacen uso de inscripciones, así como la información que proporcionan las diversas disciplinas que se dedican a estudiarlas.
Seis
“En el día de la fecha, en el pedestal de la estatua de la República situada frente al Instituto, se han descubierto las siguientes palabras, pintadas en color verde: ‘¡Viva el Rey!’. Las letras miden unos 10 cm de altura. Están ubicadas en la parte del pedestal que da sobre el Sena. Los transeúntes no prestan demasiada atención a esta inscripción”.
Este informe, fechado el 29 de diciembre de 1884, corresponde a uno de esos nuevos agentes del orden. Semejante precisión sobre un texto pintado sobre piedra parece trivial hoy en día, cuando la lucha contra los grafitis -categorizada como "vandalismo"- forma parte rutinaria de las tareas policiales. No ocurría lo mismo a finales del siglo XIX. Este registro de una inscripción ilícita es una actividad de poca importancia, pero significativa: se inscribe en un momento de redefinición de las funciones de la policía, inaugura una mirada y da comienzo a una práctica. El agente en cuestión no solo describe con precisión la ubicación de las palabras escritas, sino también el tamaño, el color, el soporte físico y la consistencia de la inscripción. Asimismo, consigna la perturbación que causa, eso que en nuestros días llamamos la "saliencia" de un texto.
¿Cómo se ha hecho posible semejante registro de lo que se escribe? ¿Qué interés podía tener un policía que hacía su ronda en anotar con tanta minucia algunas letras trazadas con pintura verde?
“Ayer a la noche a las 10 y media, los inspectores Dulac y Mignot de mi unidad arrestaron a un tal Duleux, Paul de diecinueve años, nacido en Bray-sur-Somme, hijo de Jules y de Louise Turquet, soltero, que se dijo empleado de comercio y declaró vivir en el número 24bis de la Rué de Charenton. Ese individuo estaba tomando notas en una libreta, en el cruce de la Rué de la Cité y el Quai du Marché Neuf. Después de interrogarlo sobre qué le parecía tan interesante para tomar notas al respecto y, en vista de sus confusas respuestas, fue trasladado al cuartel de policía”.
¿Por qué, de pronto, ese hombre que toma notas en un lugar público se vuelve sospechoso? Más importante todavía: ¿por qué el acto de escribir merece ser observado por los inspectores y descripto en un informe? Esa extraña práctica de la lectura, que hasta entonces no formaba parte de la tarea policial salvo en raras ocasiones, parece vinculada con el auge masivo de la cultura escrita. La mirada policial era, sobre todo, una prolongación de la mirada médica, y esa mirada instaló lo que hemos denominado un panóptico de segundo tipo (derivado del que imaginaron los hermanos Bentham a fines del siglo XVIII): el panóptico gráfico esbozado por Foucault en Vigilar y castigar. Es un nuevo dispositivo de control que descansa en los lectores en tanto policías de la escritura: policías que registran los escritos que encuentran, reúnen los textos que reciben los ciudadanos y vigilan el espacio público, buscan textos ilícitos, hacen batidas para hallar publicaciones clandestinas y luchan contra los textos anónimos.
Siete
Lo que más impresionó a los primeros observadores y usuarios de la máquina de escribir fue la velocidad mecánica. Precisamente esa rapidez fue lo que interesó a Mark Twain, quien compró su primera máquina por mera curiosidad en 1873 y se quedó perplejo cuando le dijeron que una mecanógrafa podía escribir con ella 57 palabras por minuto. A mano, nadie podía soñar con escribir mucho más de veinte palabras por minuto. A menudo se le adjudica a Twain el lugar de primer escritor que empleó una máquina de escribir porque él mismo proclamó: "Soy la primera persona del mundo que aplicó la máquina de escribir a la literatura". Calculaba que la primera novela que escribió a máquina fue Las aventuras de Tom Sawyer (1876), pero la memoria le jugó una mala pasada: la primera fue Vida en el Misisipi (1883). La verdad es que Twain dictaba el texto a una taquígrafa y que nunca aprendió a escribir nada más que “el muchacho estaba sobre la cubierta en llamas”. Para Mark Twain, la máquina de escribir era una novedad costosa que él utilizaba para impresionar a quienes lo visitaban. No tardó mucho tiempo en hartarse y querer deshacerse de ella hasta que, al final, se la regaló a su cochero.
En la década del 20, Arthur Hoffman, jefe de redacción de la revista Adventure desde 1912 hasta 1927, entrevistó a muchos autores de narrativa y concluyó que solo la máquina de escribir les permitía llevar sus ideas al papel con la misma velocidad con que su imaginación las producía. Les preguntó cuál era el método que menos "interfería" con el proceso creador, en otras palabras, qué instrumento los demoraba o estorbaba más. De los 111 escritores que contestaron la pregunta, 43 respondieron que se les escapaban algunas ideas porque su método para registrarlas era más lento que su imaginación y que por ese motivo tomaban notas para evitar esa pérdida. Otros 55 dijeron que no tenían ese problema. Muchos de esos escritores de narrativa pulp declararon que la máquina de escribir era una herramienta muy valiosa. Max Bonter combinaba la máquina de escribir y la taquigrafía, y tecleaba aun más rápidamente de lo que pensaba, de modo que, según reconoció, el resultado era una "catarata de estupideces".
Miguel Russo nació en Buenos Aires en 1956. Lector, escritor, periodista y crítico cultural en diversos medios nacionales y extranjeros, su último libro es Doce miradas para entender un país.
En SIETE PÁRRAFOS, grandes lectores eligen un libro de no ficción, seleccionan seis párrafos, y escriben un breve comentario que encabeza la selección. Todos los martes podés recibir la newsletter, editada por Flor Ure, con los libros de la semana y novedades del mundo editorial.