Un hombre de verdad, comentado por Tomás Linch- RED/ACCIÓN

Un hombre de verdad, comentado por Tomás Linch

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Un mundo de cuestiones complejas explicadas por alguien que adoptó su género autopercibido sin dejar de cuestionar el lado oscuro de la masculinidad: ahora que soy hombre ¿qué clase de hombre quiero ser?

Un hombre de verdad, comentado por Tomás Linch

Un hombre de verdad
Thomas Page McBee
Planeta

Uno (mi comentario)

Así como Rebecca Solnit desundó el mansplaining en su inteligente Los hombres me explican cosas, recientemente publicado por Fiordo, me gusta pensar que también hay lugar en el universo para el transplaining, un mundo de cuestiones complejas explicadas por alguien que adoptó su género autopercibido sin dejar de cuestionar el lado oscuro de la masculinidad: ahora que soy hombre ¿qué clase de hombre quiero ser? Esa es la pregunta que atraviesa Un hombre de verdad, primer libro publicado en español por Thomas Page McBee (Temas de Hoy).

Thomas nació a los 30 años y muy pronto empezó a sentir los efectos secundarios de las inyecciones de testosterona. Además de ver brotar su barba y ensanchar sus hombros, registró cómo hombres y mujeres cambiaban su actitud hacia él: mientras que ellos le prestaban más atención, ellas comenzaron a tenerle miedo. Si él levantaba la voz en una reunión, casi como por arte de magia, todos se callaban. Decía lo mismo que antes, pero él no era el mismo. En el peaje, el empleado que antes lo maltrataba, ahora lo miraba con respeto. Entonces sucedió algo que no tenía previsto: luego de un incidente menor en la calle, alguien quiso pegarle. ¿Por qué los hombres se pelean? ¿Por qué les resulta “natural” resolver las cosas a los golpes, en una demostración de potencia física?

Después de quedarse sin el trabajo que le daba de comer, Thomas comenzó a colaborar como periodista especializado en nuevas masculinidades en distintas publicaciones de Estados Unidos. En ese proceso, ofreció a una revista la posibilidad de entrenarse para pelear en un combate a beneficio en el Madison Square Garden y, por supuesto, contarlo todo en una crónica. El resultado de ese trabajo es este libro que, en inglés, lleva el título de Amateur.

Un hombre amateur y un boxeador ídem en busca de un modelo de hombre nuevo. Una mirada periodística y en primera persona. Y también, una batería de abordajes políticos, sociológicos, históricos, económicos y psicológicos. Con varios y grandes especialistas de género y otrxs degeneradxs. Un libro preciso como un gancho que nos deja reflexionando, al borde del nocaut.  

Dos (la selección)

Soy un principiante, un hombre que nació con treinta años de edad, con un cuerpo que materializa una realidad, vinculada al hecho de ser seres humanos, a la que rara vez prestamos atención. La mayoría de nosotros sufrimos los condicionamientos relacionados con las cuestiones de género siendo tan jóvenes (está demostrado que es un proceso que se inicia en la infancia) que malinterpretamos la relación entre lo que es natural y lo que aprendemos, entre la cultura y la biología, mezclándolo todo bajo la etiqueta de ser nosotros mismos.

Tres

Intuía que la esencia de la crisis era inherente a la propia masculinidad y que por eso precisamente afectaba a todos los hombres, incluso a aquellos que sentían que habían superado con éxito los retos impuestos por unas convenciones obsoletas. Después de todo, eran los hombres que leían libros sobre inteligencia emocional o los que vestían camisas a medida los que habitualmente me aconsejaban, con el camuflado e informal sexismo propio de los cosmopolitas, que afrontase las citas con mujeres como si se tratase de un asunto bélico o que controlase las reuniones de trabajo mediante un simiesco uso del lenguaje no verbal.

Cuatro

Pero con el paso de los días, cada vez que me cambiaba en el vestuario del gimnasio Mendez, entendía un poco mejor a qué se refería con lo que me dijo. Los chicos se convierten en hombres “de verdad” demostrando su masculinidad ante otros hombres, principalmente arriesgándose y dominando a los que no obedecen. No difería mucho de boxear, pues en los vestuarios los luchadores “de verdad” se diferencian de los que pelean los fines de semana por su disposición a recibir golpes en la cara. Los luchadores “de verdad” ignoran a los “falsos” luchadores; no les bendicen prestándoles su atención, por eso me resultaba un poco vergonzosa la importancia que yo le daba a que dos tipos en particular, auténticos boxeadores, se burlasen de mí afectuosamente la mayoría de las noches.

Cinco

Pero ¿cómo me veían? A pesar de que era un alivio no sentir rechazo al ver mi propia cara, me había desplazado por el mundo con mi Yo anterior y eso condicionaba mi cerebro. Comportarme como si no fuese así —como si esos condicionamientos proviniesen de los chasquidos de las toallas en los vestuarios y de los chistes de maricas— me resultaba tan contradictorio como si hubiese visto reflejada en el espejo a la persona que fui. No disponía de un lenguaje para decirle a mi yo actual que ya no estaba en peligro. Buscaba la aprobación al permitir a los otros creer que había salido de la nada, como un adulto totalmente formado, tal cual era el hombre que tenían frente a sus narices.

Seis

No me había dado cuenta de que pelear consiste, principalmente, en aquello que haces cuando te están dominando. Ese hombre, de vuelta ahora en su rincón, estaba aprendiendo a pelear; era como entrever quién era yo bajo los restos del trauma y las expectativas y la pérdida. Iba a llevarme mucho tiempo entender que esa primera paliza no supuso el fracaso que yo creía que había sido; de hecho, ese iba a ser el aprendizaje principal. El hecho de estar convencido de que había perdido, por lo tanto, iba a ser una de las rémoras más pesadas de la masculinidad de las que tendría que librarme: carecía de un aspecto esencial, proveniente de la infancia o de la biología, el cual iba a tener que aprender a abordar lo antes posible.

Siete

Mi particular “crisis de masculinidad” empezó a resolverse cuando empecé a hacer aquello que se suponía que los hombres no hacían: preguntar, arriesgarme a exponerme, buscar ayuda, ponerme de acuerdo con las mujeres, comprometerme con una versión flexible de mí mismo. Curiosamente, eso hacía que me sintiese más cómodo con el hecho de ser hombre. Duro y blando, pensaba todo el tiempo. Sabía que ese mantra me ayudaba a explicarme quién era. Pero no fue hasta que Chris se pasó por mi oficina en Union Square cuando descubrí que, gracias a mi actitud, también era capaz de apreciar un mayor número de matices en los hombres.

Tomás Linch (Buenos Aires, 1977) estudió Historia en la UBA y fotografía en ARGRA. Logró reunir ambas pasiones en el periodismo. Colaboró con La Nación, Clarín, Página/12 y medios del exterior. Fue editor de El Gourmet Revista y Revista Brando. En la actualidad trabaja como editor de cocina, música y no ficción en Editorial Planeta. En sus horas libres se dedica a fermentar alimentos y a preparar cocina coreana.


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