Enrique Riis fue piloto en la guerra de Malvinas. El 21 de mayo de 1982 perdió todas sus pertenencias tras un ataque aéreo. Volvió de las islas sin nada de lo que había llevado. Treinta y seis años después un kelper lo buscó por internet y le dijo que tenía algo suyo para devolverle.
Lo primero que hizo Enrique cuando le llegó el mensaje fue desconfiar. Hacía años que ya no tenía en la cabeza eso que le estaban mostrando y no creía posible que hubiera sobrevivido. Muchas veces habló de Malvinas, buscó las islas en su cabeza, procuró contar lo incontable. Pero nunca había sido Malvinas quien lo buscara a él, entonces no confiaba.
Sin embargo, un número clave lo hizo creer. “Solo nosotros sabíamos ese número, el de instituto. Yo me lo acordaba, no me lo había olvidado nunca: 740 756. Entonces supe que era verdad, que no había nadie tratando de engañarme”.
Lo que le había llegado era un mensaje de un amigo de la compañía de helicópteros en la que trabajó durante años diciendo que un tal Eddie Grimmer, un kelper de 35 años, lo estaba buscando para entregarle algo que había quedado en la isla y era suyo. Y adjuntaba una foto. Este era el mensaje exacto:
La guerra, 36 años después
“El 23 de mayo amanecimos en Darwin. Teníamos que ir a llevar municiones a Puerto Howard. Puse en marcha mi helicóptero, un Augusta, y vi en la vertical, es decir, arriba, una estela de condensación de Harrier. La puta, dije, era peligroso que hubiera aviones de caza dando vueltas.
Despegamos igual y comenzamos a volar. Íbamos mi Augusta y dos Puma. Cruzamos un estrecho y comenzamos a hacer el famoso vuelo táctico, saltando las piedras, metiéndonos por las quebraditas, raspando la panza digamos.
De repente veo algo: dos Harrier haciendo patrulla. Le aviso a los Puma que aterricen porque nos habían visto y comienzo a hacer mi maniobra.
Desciendo, tren abajo, todo. Mientras salimos del helicóptero ya escuchaba la turbina del Harrier que venía en picada. Lo que los tipos tardaron en dar la vuelta y tirarnos fue lo que yo tardé en aterrizar, abrir la puerta y salir corriendo. Éramos dos nomás porque entre las municiones y el combustible el helicóptero estaba ya en el peso máximo de despegue. Por eso yo no llevaba el bolso con mis pertenencias conmigo, lo había dejado en un helicóptero Chinook, que era más grande.
Entonces pasa el Harrier y nos ametralla el helicóptero. Nosotros nos tiramos cuerpo a tierra y los dos aviones comenzaron a hacer como una danza: pasaba uno y ametrallaba, pasaba el otro y ametrallaba, volvía el primero, todo así. Y en una de esas tiran un misil. Se escucha un ruido tremendo, una explosión. Chau, perdí el Augusta pensé, pero todavía se escuchaba el rotor, como si le hubieran chingado.
Finalmente agotan la munición y se van. Volvemos al helicóptero a recuperar algunas cosas. Necesitábamos la campera de abrigo, y algo de munición o un misil. Alguna cosa para no irnos sin nada. Metimos todo en la bolsa cama y salimos caminando. Cuando nos vamos aparece otro pack de Harriers y le vuelven a tirar. Y ahí sí, lo dejaron destruido.
Empezamos a caminar. Tuvimos que cruzar dos arroyos. Ahí te tenés que poner en bolas, porque no podés mojar la ropa. ¿Entendés? Te desnudás totalmente, todo todo eh, ponés las cosas en la cabeza y caminás despacito por el agua tratando de no tropezarte. Cuando te empieza a subir a la cintura el agua de deshielo...uf. Chiflá finito y aguantá. No sabés lo que es…”.
Lo cuenta Enrique desde su casa en Martinez. Está separado, tiene dos hijos y se acaba de retirar de la empresa de helicópteros en la que trabajó durante años. Antes del ejército, lo suyo ya era el vuelo: fue campeón de aeromodelismo (aviones manejados por radio control). De hecho, el día que lo acuartelaron en Campo de Mayo para ir a Malvinas, el 5 de abril de 1982, estaba por irse a Villa General Belgrano, Córdoba, para participar de un campeonato nacional. En cambio, voló en su Augusta hasta el Buque Bahía Paraíso, pasó la noche navegando en Mar Argentino, y voló una vez más hasta llegar a las islas. Estuvo en Malvinas 49 días, pero el 23 de mayo fue la última vez que vio a su Augusta.
Después de una larga caminata tras el ataque de los Harrier encontraron a un soldado argentino parado en una loma. Con él estaba toda la compañía que viajaba en los Puma. Los helicópteros habían caído, pero los hombres no.
Sus cosas, aunque Enrique no lo sabía, habían corrido una suerte parecida dos días antes, el 21 de mayo de 1982, al costado del Monte Kent. Fue una situación similar: aparecieron los Harrier en una zona de reserva de las fuerzas argentinas y comenzaron a atacar. Los objetivos eran un helicóptero UH1H que había tomado vuelo, y un Puma y un Chinook que estaban en tierra.
Un misil dejó en llamas a ese Chinook, reduciéndolo a cenizas y pedazos de chapa. Escombros de los que Troy, que nació en el 2011, no tenía idea alguna de su historia cuando encontró la placa de Enrique.
El llamado de las islas
Nombre. Número de Instituto. Grupo sanguíneo. Todo la información que llevaban colgada en el cuello los soldados en Malvinas. Salvo que Enrique Riis no había llevado nunca puesta su chapa. “Me acuerdo que la cadena me pellizcaba los pelos del pecho y era muy molesto. Capaz por eso me la saqué, pero la verdad es que no me acuerdo”, dice.
Apenas recibió el mensaje de su amigo y se convenció de que efectivamente era su chapa, buscó a Eddie en Facebook y le mandó un mensaje. Al rato, Eddie lo llamó. Hablaron cerca de 20 minutos por videoconferencia. Le contó que fue su hijo Troy, de 7 años, quien encontró la chapa identificatoria en las cenizas de un Chinook en algún lugar desolado de la isla.
“Mi hijo había ido a visitar a su abuela y en el camino pasó por un lugar donde están los restos del helicóptero y vio la chapa clavada y la tomó. La trajo a casa, la limpiamos y leímos el nombre de Enrique. Entonces comencé a buscarlo en internet y di con una compañía en la que trabajaba. Me contacté con ellos y finalmente llegué a él”, cuenta Eddie ahora a RED/ACCION, vía Facebook también, desde su casa en Malvinas.
Acaso por delicadeza, cada vez que se refiere al lugar en el que vive dice “las islas” en lugar de Falklands. Cuenta que es habitual encontrar restos de la guerra tirados por ahí, pero que por respeto nadie toma nada. “Aunque en este caso era distinto”, explica.
Llegó a las islas en 1984, con apenas un año, acompañando a su padre que consiguió un trabajo como constructor de casas. Su mujer sí nació en las islas y vivió los días de la guerra. Tienen dos hijos y viven en una granja de 200 hectáreas. “Es un lugar fantástico para vivir. Lindo y tranquilo, casi no hay crímenes. Para los chicos es fantástico crecer aquí”, dice.
Su gesto con Enrique no terminó ahí. Se empezaron a mandar mails contándose sobre sus vidas. “Para mi, tanto los argentinos como los ingleses eran hombres haciendo su trabajo”, le dijo Eddie en alguna de sus conversaciones.
Además de invitarlo a quedarse en su casa si alguna vez va a las islas, le pidió su dirección en Buenos Aires y le dijo que le quería enviar la chapita. Y lo hizo. Por intermedio de un amigo argentino que trabaja en el cementerio de Darwin, se puso en contacto con otro argentino que estaba viajando a Buenos Aires y a solo 10 días de haber encontrado a Enrique, pudo devolverle lo que era suyo e hizo posible esta foto:
Enrique es un tipo amable y frío. Acumula más de 14 mil horas de vuelo y casi todo parece verlo como un gaje del oficio. Le preguntamos si esto de algún modo es un cierre para él, un saldo de cuentas con la isla. “No”, dice. “Esto no se va a cerrar nunca. Uno habla, cuenta cosas, pero solo los que estuvieron ahí pueden realmente entender lo que es vivir algo así. Lo que se vivía en un solo día eran como lo que se vive en seis meses, o en más. Yo no creo que vaya a cerrar nunca esto. Pero es algo lindo lo que pasó. Es algo que era de uno y es lindo recuperarlo”.