Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
En el capital intangible con el que empezamos la cuarentena por el coronavirus, saber usar la tecnología es uno de los bienes más preciados. Quienes llegaron al confinamiento sin manejar herramientas digitales viven estos días de encierro con más dificultad. En gran parte, son personas mayores. Y muchas de ellas echan mano del mismo recurso: piden ayuda a los más jóvenes.
¿Cómo enseñarles a usar redes sociales, pagar las cuentas online o sacar una foto con el celular?
En el inicio de la cuarentena, algunas organizaciones que trabajan con voluntarios —Helpers, AMIA— u organismos de gobierno —como la Dirección de Adultas y Adultos Mayores de Rosario— recibieron muchas consultas sobre el uso de la tecnología y comenzaron a elaborar tutoriales (ejemplo: cómo usar home banking o una aplicación específica de servicio). Pero, en la mayoría de los casos, esto no alcanza.
“El tutorial sirve específicamente para quien tiene alguna familiaridad previa con el uso de tecnología pero desconoce un procedimiento puntual. Para quien no tiene un uso habitual sigue siendo necesaria la asistencia de otra persona”, dice Leticia Giaccaglia, coordinadora de Comunicación Directa de la Subsecretaría de Comunicación Social de la Municipalidad de Rosario. Y explica: “Alguien con un uso avanzado de tecnología digital podríamos decir que incorpora lógicas de funcionamiento de las herramientas (como que una cruz siempre es para ‘cerrar’), piensa con la herramienta, con y en su lenguaje, algo que es más difícil en adultos mayores”.
Peligros y oportunidades del nuevo rol de la tecnología por la pandemia
Entonces, ¿cómo ayudar a los menos habituados a la tecnología?
Hay que aclarar que, aunque las personas de la tercera edad suelen ser quienes más dificultades tienen, el desafío tecnológico también afecta a muchos que aún están a varios años de jubilarse, pero no crecieron en una cultura digital. Para trabajar o comunicarse, han tenido que tomar un curso forzado (y acelerado).
Conversé con lectores de RED/ACCIÓN, docentes y especialistas sobre qué les dio resultado. Acá van algunas claves.
Enseñá “paso a paso”. “Los adultos mayores suelen aprender por repetición. Siguen y memorizan el orden, no navegan intuitivamente, incluso suelen tomar notas enumerando las acciones, como con una receta de cocina”, amplía Giaccaglia. Por eso, recomienda que, si hay muchas formas de hacer lo mismo, es mejor mostrarles siempre la misma y la más sencilla.
Desde España, Pamela Luján (30 años) “invirtió” una tarde para que su papá (53, pero “muy analógico”) aprendiera a hacer transferencias y pagar cuentas por Internet desde Buenos Aires: “Primero le pedí acceso, me fijé qué datos necesitaba y le dije que los consiguiera. Después, hicimos una videollamada, con su cámara enfocando la pantalla de la PC. Yo, desde mi PC, hacía los mismos pasos y le explicaba qué era cada cosa”.
Luciana Liprandi enseña a adultos mayores cómo usar el celular y hacer trámites online en la Universidad Tecnológica Nacional de San Francisco (Córdoba). Por la cuarentena, migró sus clases a Zoom y, para enseñar a usarlo, mandó capturas de pantalla de cada paso.
Algo parecido hizo Alexis Vaisman (40): envió a Samuel (su papá, 76) fotos (con marcas dibujadas) para que usara la aplicación de moda. En el último Pesaj, la familia se “reunió” por Zoom.
Sé explícito (hasta en lo que parece obvio). Marianela López (39) vive en Buenos Aires y enseñó a su suegro (78), que está en Mar del Plata, a pagar su factura de gas. “Le expliqué que tenía que hacer un click…”, me cuenta sobre el proceso.
—¿“Un” click? —interrumpo.
—Sí. Más de una vez, por impaciencia, hacía varios y se iba a otra parte.
Lección: no dar por hecho nada.
Así lo hizo también Belén Gonzalo (32) cuando le mandó a su abuela Nélida (89) unos enlaces de YouTube para que se entretuviera. Lo hizo por mail (herramienta que su abuela maneja) y luego, por teléfono, le indicó cada aspecto de cómo visualizarlos. “No veo ni escucho nada”, le dijo la abuela. “Hacé click en el triangulito”, respondió Belén para que pusiera “play”. Y “lo mismo para pararlo o subir el volumen”. “Si me explican y repito cada cosa, me ayuda”, me cuenta Nélida sobre la experiencia.
La necesidad de vincular la tecnología con la parte humana y cultural de las personas
Guarden un registro. “No tengo la memoria de antes”, admite Nélida, a quien Belén le explicó lo mismo en dos días consecutivos. La primera vez, su abuela había estado desprevenida: otras veces anota en una libreta.
También vale aprovechar la memoria digital: “Grabamos todos los datos en el homebanking por si se olvidaba algo la próxima”, aclara Pamela sobre la llamada transatlántica.
Los mayores no solo olvidan procedimientos por falta de memoria: también porque, a diferencia de los nativos digitales, no automatizan procesos.
Dejalo hacer. En su casa de Oberá (Misiones), Nataya Flores (23) le enseñó a su madre Dalila (50, docente) a usar la plataforma de educación a distancia Andrés Guacurarí (que usan en la provincia) y Google Drive. “Busco que practique, pruebe y se equivoque hasta que le salga”, dice de su método. A veces su madre le pide que lo haga ella, pero la hija se opone: “Le muestro una o dos veces, pero después le digo que lo haga sola”.
A Inés Alvarez Echazú (31), la cuarentena también la encontró en la misma casa que su mamá, Marta (61), a quien enseñó a pagar cuentas online. Para esto, usó recursos que emplea como docente: “Hay que armar un andamiaje entre quien enseña y quien aprende. Puedo empezar yo con la secuencia de pasos, pero ella tiene que terminarlo”, explica.
Quitale el miedo. “Temía que el pago no quedara registrado”, admite Marta. El miedo es habitual: a equivocarse, a “romper” algo.
Gabriela Fariña (35) le enseñó a Elisa (58), su madre, a organizar carpetas y a armar presentaciones de Power Point. Cuando se traba, Gabriela le recuerda “que la compu no se rompe por apretar un botón y que puede deshacer con CTRL+Z”.
Dale confianza. Luciana dice que en sus clases virtuales, de más de 50 alumnos, “los nuevos ven que otros mayores aprendieron y sienten que ellos también pueden”.
“Cuando mamá se pone nerviosa, la motivo recordándole sus logros pasados”, cuenta Gabriela. “No me es fácil, pero no me dejo asustar”, remarca Elisa.
Sé flexible (date maña). Gabriela se adapta: “Si es algo que sé, grabo un video mostrándole cómo lo hago, así puede pausarlo o volver a verlo; para algo más específico, hacemos videollamada; otras veces le mando capturas de pantalla”.
En otros casos se requieren formas más “artesanales”. Como las que usa Belén Quellet (49), del equipo de RED/ACCIÓN, para asistir a su madre (75).
—Tengo un mensaje —dice la mamá.
—¿Mensaje o WhatsApp?
—No sé.
Belén la llama al teléfono fijo para que su mamá pueda mirar la pantalla del móvil y explicarle que ve “un ícono verde con un puntito rojo”. Otras veces necesita guardar un contacto: le dice el número a Belén, quien lo guarda en su teléfono y se lo pasa como contacto.
A veces puede enseñarse. Otras, se sale del paso con ingenio.
Tené (mucha) paciencia. Cada persona con la que hablé coincidió: la paciencia es indispensable. Enseñar a los mayores implica dedicar tiempo y, casi siempre, repetir explicaciones varias veces.
Para esos casos, es útil recordar la reflexión de Gabriela: “Todos estamos aprendiendo. Pienso en el esfuerzo que hizo mi mamá en mi infancia al enseñarme y ayudarme a superar desafíos. Hoy intento ser paciente para devolver ese sacrificio”.