Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Fue una experiencia feliz. Siempre lo es sentir una ola de mar romper sobre el propio cuerpo, pero para Leandro, aquella vez en Miramar, cuando tenía 13 años, fue especial: él, que hoy tiene 23 y desde chico se moviliza en silla de ruedas, había cruzado la orilla con una silla anfibia, aquellas diseñadas para que personas con movilidad reducida puedan desplazarse por el agua.
Leandro tiene un síndrome llamado Otopalatodigital tipo 2, que le genera, entre otros problemas, malformaciones óseas que impiden caminar y problemas cardíacos. Para él y su familia, las actividades previaje van mucho más allá de elegir una habitación cerca de la playa o del centro, que se ajuste al presupuesto o comprar el pasaje en el horario más conveniente.
“Mucho mail con hoteles o lugares para alojarse, lo cual implica una planificación larga de muchos meses, sacando la posibilidad de realizar un viaje espontáneo”, cuenta Morena, su hermana, lectora de RED/ACCIÓN. Claro, en el medio hay que descartar muchas opciones, ya sea porque el balneario carece de una rampa suficientemente ancha para la silla de ruedas o porque los ómnibus no permiten llevar esa silla, por ejemplo. Y, aun con todas las previsiones, al llegar a destino puede ocurrir que aparezcan complicaciones, como que la foto o la descripción no fueran como lo anunciado.
El turismo accesible es aquel que permite “la plena integración —desde la óptica funcional y psicológica— de las personas con movilidad y/o comunicación reducidas, obteniendo durante las mismas la satisfacción individual y social del visitante y una mejor calidad de vida”. La definición corresponde a la ley 25.643, de 2002, conocida como Ley del Turismo Accesible, que busca garantizar este tipo de prestaciones inclusivas.
Se trata de un concepto amplio. Porque, aunque la primera imagen que tenemos es la de una persona en silla de ruedas, también abarca personas con discapacidad sensorial (como personas ciegas o sordas) o incluso con discapacidades menos visibles, como las cognitivas y viscerales. Cada caso requiere prestaciones particulares.
Hace unos días contamos en historias de nuestro perfil de Instagram un par de ejemplos de esto. Jenifer narró cómo a su hijo Alan, con autismo, lo ponen nervioso las esperas largas que se arman en un embotellamiento, en una autopista. Por otro lado, Uriel, que tiene discapacidad visual, contó que pudo disfrutar de una visita al Museo del Presidio, en Ushuaia, donde contaban con material en braille, pero que se quedó con las ganas de hacer trekking por el glaciar Perito Moreno, en Calafate, porque una empresa se negó a proveerle el servicio a él y sus amigos (también con discapacidad visual).
Pero el turismo accesible no solo incluye a las personas con discapacidad, que representan una de cada diez en Argentina. También se benefician (nos beneficiamos) de los servicios turísticos accesibles los que tenemos movilidad reducida por lesiones o enfermedades circunstanciales, o por ser mayores o estar embarazadas. O quienes, por alguna enfermedad o discapacidad visceral, tienen que, por ejemplo, llevar una dieta especial y no pueden comer ciertos alimentos.
Pero, además, las personas que requieren servicios turísticos accesibles rara vez viajan solas: según la Organización Mundial del Turismo, se calcula un promedio de 1,5 personas acompañantes por cada persona que requiere estos servicios.
“Si contás con instalaciones accesibles, se amplía la cantidad de gente a la que podés llegar hasta un 25% más”, dice Nélida Barbeito. Ella es licenciada en Turismo con un posgrado en Accesibilidad, emprendedora turística y tiene una discapacidad motriz, por la cual se moviliza con bastón, silla de ruedas o scooter.
“La accesibilidad que más vale para mí es la desapercibida. O sea, ir a un lugar accesible sin que yo me dé cuenta que tiene prestaciones adaptadas”, comenta.
Alejandro Piccione también estudió Turismo, es uno de los creadores de la Red de Turismo Accesible y dueño de Cultura Serrana, las primeras cabañas accesibles de la provincia de Córdoba. Además innovó en elementos accesibles para actividades turísticas al aire libre, como silla anfibia para montaña, silla para trekking y champabike, para ciclismo en la montaña.
Dada la amplitud del concepto de accesibilidad, y que son particulares las necesidades de cada persona, él aclara que “no existe un servicio turístico 100% accesible”. Pero destaca dos elementos que son de gran ayuda: el diseño universal de las prestaciones (que sean hechas pensando en que todos puedan usarlas) y recursos humanos capacitados para brindar soluciones. “Esto último es lo que llamamos adaptabilidad, y puede lograse con una actitud predispuesta de las personas que ofrecen los servicios”, aclara.
Piccione también remarca que “todos, en algún momento, vamos a hacer uso de la accesibilidad”. Y dice que estos servicios son disfrutables, en primer lugar, por los vecinos de un municipio y, luego, por los turistas con requerimientos particulares.
Estamos bien, aunque no en toda la cadena
A nivel de accesibilidad, tanto Barbeito como Piccione coinciden: se ha avanzado mucho en el mundo y en Argentina estamos “bastante bien”. Claro que hay mucho por hacer.
“En Latinoamérica, Argentina es el país que más ha crecido en la materia, pero se avanza muy lento: es urgente que todos puedan acceder al turismo y no que algunos tengan opciones reducidas”, enfatiza Piccione.
“Hay una decena de destinos turísticos bastante accesibles, entre los que se incluyen los más populares, como Puerto Madryn o Iguazú. Este último es el único que cuenta con transporte turístico y accesible distinguido por el Ministerio de Turismo”.
Este último punto es importante porque, para viajar, las personas atraviesan diferentes pasos, que conforman lo que se denomina la “cadena de accesibilidad”: transporte (público, privado o turístico), centros de informes, alojamientos, servicios gastronómicos, planta recreativa natural y cultural, entre otros.
En Argentina, el Estado reconoce la necesidad del turismo accesible. De hecho, este año se creó la Subsecretaría de Calidad, Accesibilidad y Sustentabilidad del Turismo Nacional, que depende del Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación.
Desde 2008 se lleva adelante el Programa de Directrices de Accesibilidad Para Alojamientos y Servicios Turísticos, mediante el cual se capacita en forma gratuita durante nueve meses a prestadores de estos servicios. Para los que cumplan con una serie de requisitos, existe una distinción del Sistema Argentino de Calidad Turística (SACT). Primero era para alojamientos, pero luego se amplió a restaurantes, centros de información turística y próximamente también estará disponible para municipios. Hoy hay más de 240 establecimientos distinguidos. Solar del Pago, el emprendimiento ideado por Barbeito, fue el primer hotel 100% accesible.
Conocé los establecimientos distinguidos
Puede salir mal…
A pesar de lo que se ha avanzado en materia de accesibilidad, aún falta información entre prestadores turísticos y hay fallas en la comunicación.
Angelina, también lectora de RED/ACCIÓN, tiene 23 años. Sus hermanas Miranda (de 19) y Trinidad (de 12) tienen parálisis cerebral de distintos grados. Miranda se maneja en silla de ruedas, mientras que Trinidad lo hace con ayuda de un bastón, un andador o de la mano. Vacacionar, para la familia, siempre implica un trabajo de investigación para esquivar barreras.
Suelen elegir destinos con algo más de accesibilidad (como Villa Gesell, por su rambla, en la costa), y hoteles o aparts con ciertas condiciones, como camas a la altura adecuada o duchas de manos, “clave para bañarlas”.
Pero, aun así, suele haber (malas) sorpresas. “Algunas cosas no están en la página o algunas fotos son incompletas. Por ejemplo, muestran solo la pileta, y no el acceso a la pileta”, explica. En otras oportunidades, no hay un lugar que reúna todos los requerimientos. Por ejemplo, hace dos años, cuando fueron a Villa Carlos Paz, optaron por un apart hotel de renombre por sus baños y espacios amplios, pero a sabiendas de que el ingreso tenía altos escalones.
“Usualmente las agencias suelen hacer viajes grupales, agrupando en general por discapacidad. Puede ser una buena opción para quien se aventura por primera vez a un viaje”, comenta Barbeito.
Por otra parte, cada uno debe averiguar según sus requerimientos puntuales. Hay quienes pueden caminar algunos pasos pese a su movilidad reducida, y hay quienes no pueden mover un dedo. A algunas personas con discapacidad intelectual, las esperas largas pueden ponerlas muy nerviosas. Hay quienes necesitarán una dieta especial y otros, que la carta esté en braille… Tanto turistas como prestadores deben ser específicos en la previa en cuanto a sus requerimientos y servicios.
“Yo no soy experto en discapacidad, pero soy empático y pregunto cuáles son sus necesidades. Ese es el camino”, señala Piccione.
Una cuestión cultural
Barbeito explica que la empatía, en este país abunda, pero las obras de accesibilidad deben ir acompañadas de profesionales capacitados en el tema para que el resultado final sea una obra hecha de acuerdo al diseño universal.
“¿Qué se puede pretender de alguien que tiene un acercamiento nulo a la discapacidad? La concientización viene de un camino sembrado desde la educacion, en todos los niveles”.
El que va a hacer una obra de accesibilidad muchas veces lo hace porque se lo exige la ley que encima no penaliza con multas, ni premia a quien cumple o excede la norma., analiza Barbeito. “El cayo le duele a quien lo tiene, en Argentina y donde sea”, agrega, antes de contar una anécdota.
“La habitación accesible, cuando la hay, suele ser la de peor vista. En Ushuaia, había una habitación accesible en el Hotel Los Cauquenes que tenía una despampanante vista hacia la bahía. Cuando averigüé la causa, supe que el padre del dueño del hotel andaba en silla de ruedas”.
Ignorancia y prejuicios
Con capacitación gratuita por parte del Estado y con un mercado que puede ampliarse a un 25% haciendo accesibles los servicios, sorprende que pocos emprendedores se suban a la ola inclusiva.
“Hay falta de conocimiento. No hay formación profesional en accesibilidad. Y se necesita también una transformación a nivel social”, señala Piccione, quien busca enseñar a sus colegas “que se puede adaptar o dar accesibilidad con mínimos recursos económicos, pero con creatividad”.
“No es complicado abrir un alojamiento accesible, lo que tenés que tener es la mente accesible”, suma Barbeito. Para ella, hay una barrera cultural que quitar: “Yo veo cómo me miran cuando salgo en silla de ruedas, como con lástima, distinto que cuando uso el scooter”.
Cuando preguntó a la arquitecta por qué, pese a que la accesibilidad era el eje del hotel, dejó un escalón en la entrada, ella le contestó que las personas con discapacidad “entraban por atrás”.
Barbeito también nota que quien tiene un emprendimiento tiene miedo que le sea costoso. “Pero no necesariamente la accesibilidad es sinónimo de obras faraónicas. Por ejemplo, las obras de accesibilidad no son solo físicas. Se puede también abordar la accesibilidad teniendo en cuenta otros sentidos sobre los que se piensa menos”.
Además, añade la especialista, “las personas que necesitan accesibilidad en el turismo son sumamente fieles. Quien va a un balneario con ascensor, silla anfibia, cambiador accesible, probablemente nunca lo deje”.
Acaso un buen resumen de esta nota es que hay que poner el foco en las necesidades de los demás, y que estas son diferentes en cada caso. Por eso, Piccione cierra: “La masividad hizo que el turismo tendiera a la estandarización, pero, como evidenció la pandemia, hay que volver a poner al ser humano y sus necesidades en el centro de la actividad”. Y remarca: “El turismo tiene que ser para todas las personas”.