¡Buenos días! Con el atentado contra Donald Trump y la renuncia de Joe Biden a la candidatura, todo parece alineado para que el republicano vuelva a la Casa Blanca. Sin embargo, no está dicha todavía la última palabra. Los expertos en campañas electorales invitan a la prudencia.
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Lucky Donald. “Fortis fortuna adiuvat”. Así lo dejó dicho el gran Virgilio en la Eneida, hace más de veinte siglos: la suerte ayuda a los audaces. Como si los dioses disfrutaran poniéndose del lado de los que arriesgan, los que confían en que vientos favorables los van a dejar en las mejores playas. A Trump, que es un audaz, parece mimarlo la fortuna: cayó bien parado en los negocios después de mil peripecias, logró ser presidente del país más poderoso de la Tierra y ahora, cuando va a intentarlo de nuevo —a pesar de los rechazos que suscita—, se le alinean los planetas como si él mismo diseñara el mapa astral. Notable.
Es que hay que estar tocado por la fortuna para que tu adversario te desafíe a debatir en CNN y después no logre hilar dos frases coherentes. Y para que, después del desastre, se tome varios días para bajar su candidatura, regalándote tiempo, que es lo que más vale en una campaña. Hay que estar mimado por los dioses para que no aparezca otro candidato demócrata más atractivo que la vicepresidente Kamala Harris, que es más impopular que el propio Biden. En fin, es el colmo de la suerte que un loco te dispare justo cuando girabas la cabeza y que, en lugar de matarte, la bala apenas te roce una oreja y quedes ungido como un mártir de la democracia.
De todas maneras, cuando el triunfo parece seguro para un político —sigue vivo el recuerdo de Horacio Rodríguez Larreta, que se probaba la banda presidencial un año antes de la última elección en la Argentina—, es el momento de poner la cabeza fría. Los manuales de comunicación política probablemente le recomendarían:
- Enfocarse en ser él mismo. I am what I am: un empresario pedante que devino en showman televisivo y terminó en la presidencia a fuerza de audacia y dólares. Tosco, exagerado, a veces brutal. Los tiempos de enojo y frustración social se llevan bien con los perfiles nítidos, sin matices. Y Trump encaja ahí.
- Tomarle el pulso al público. Llegó a la presidencia la primera vez tocando la cuerda de la irritación y el miedo. Irritación por la pobre performance de la economía de los últimos tiempos y miedo a perder el trabajo, ahora potenciado por la IA. Se mantienen (y probablemente se agravaron) esas condiciones. Hay tierra fértil.
- Mismo lenguaje. Un slogan simple —Let’s make America great again— y un puñado de ideas básicas, expresadas con un lenguaje sencillo: no más de 300 palabras. Las tres C: claro, concreto, conciso, para que lo entiendan un cubano-americano de la Florida y un ranchero gringo de Wyoming. Todos.
- Definir al enemigo. Sin mayores variaciones, respecto de 2015: el establishment de Washington, la cultura woke, la casta de Hollywood, los popes de Silicon Valley, los inmigrantes ilegales, el México progre de Claudia Sheinbaum (heredera de AMLO), China, Rusia, Irán, Hamás... Un amplio dark side fácil de señalar.
- Atacar (con moderación) al contrincante. Hoy no está del todo definido quién será y no hay que regalarle publicidad con alusiones a su nombre. Cuando sea oficial, a menos que las encuestas muestren que la contienda se vuelve competitiva, confrontar con serenidad, pegando donde duele: inflación, escasez de productos, mercado laboral estancado.
Trump, aliado de la diosa fortuna, parece destinado a ocupar de nuevo la Casa Blanca. Si sucede, para solaz de Milei, buena parte del mundo tendrá que bailar a su ritmo. Pero en política nada es seguro hasta que se concreta. Por eso el equipo de campaña republicano aconseja prudencia: atarse al mástil y no escuchar el canto de las sirenas que lo invitan al triunfalismo y la desmesura.
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Tres preguntas a Niall Ferguson. Es un historiador, escritor y profesor británico, especializado en historia económica y financiera. Educado en Magdalen College de la Universidad de Oxford, es profesor en la Universidad de Harvard.
—Hay quienes dicen que estamos en los últimos días de la civilización occidental. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?
—Estoy de acuerdo en que no es un momento particularmente agradable en la historia universal, pero creo que las teorías que defienden una versión cíclica de la historia tienen que mirarse con escepticismo porque la historia no es cíclica. Nos encantaría que lo fuera porque eso haría que fuera mucho más fácil de entenderla y hacer predicciones, y porque nosotros como individuos tenemos ciclos de vida, pero no es así. Los imperios y las civilizaciones tampoco. Si miramos los datos históricos, lo más característico es la aleatoriedad, y eso sucede porque las grandes guerras, los terremotos, las pandemias y esas cosas se dan de manera completamente aleatoria. Los imperios crecen y mueren, pero el alemán de Hitler duró de 1936 a 1945, apenas 9 años, y otros como el Imperio Romano pueden durar un milenio. Por eso no creo que sea correcto decir que la civilización occidental está en sus últimas etapas. Hay hasta una industria de libros sobre el tema, especialmente en los Estados Unidos, pero no creo que sea así.
—De todas maneras, muchos detectan signos inequívocos de que vamos en la dirección incorrecta. ¿Te parece acertado eso?
—Es verdad, pero a la vez hay que recordar que en 1973, hace 50 años, el panorama no lucía nada bien. Los Estados Unidos parecían que estaban perdiendo la Guerra Fría, poco después vino el desastre en Vietnam, en Medio Oriente las cosas iban mal… No era para nada obvio en ese momento que la Unión Soviética iba a caer a fines de los 80. El problema de la inflación en 1973 era peor que el de ahora, los Estados Unidos estaban en las etapas iniciales del desastre de Watergate que terminó en la renuncia de Richard Nixon para evitar el impeachment. Si le preguntabas a la gente hace 50 años qué pensaba, la mayoría era muy pesimista. Había una enorme división también en los Estados Unidos. Y en el Reino Unido no fue un momento particularmente bueno, con un período largo de estanflación, por ejemplo. Lo que digo es que no estoy convencido de que estemos en un ciclo de decadencia inevitable: hace 50 años estaba todo bastante mal y 7 años más tarde se elige a Ronald Reagan, mejoran varios factores, y una década más tarde la Unión Soviética cae, así que necesito argumentos más fuertes para sentirme preocupado.
—¿Existen esos argumentos?
—Sí, los hay. No me preocupa demasiado que nos sintamos terriblemente divididos y polarizados. Lo que sí me preocupa es que China, Rusia, Irán y Corea del Norte están trabajando con niveles crecientes de cooperación y coordinación de manera que están amenazando a las democracias de los Estados Unidos y sus aliados. Ejemplos de esto es lo que pasa con Israel y Ucrania, y probablemente el próximo sea Taiwan. Lo segundo que me preocupa es que China, desde el punto de vista económico, es mucho más grande y tiene más recursos, incluso tecnológicos, que cualquier otro rival de los Estados Unidos en el pasado. El PBI de la URSS nunca superó el 42 % del de los Estados Unidos. El de China es mucho mayor: está por encima del 80 %, y supera a los norteamericanos si miramos otros indicadores. Pero el tercer factor preocupante es que los Estados Unidos se siente menos capaz que hace 50 años de lidiar con estos desafíos geopolíticos. Un ejemplo de esto es que con una economía de casi pleno empleo, se permite un déficit del 7 % del PBI. Esto lo va a llevar rápidamente a una situación fiscal insostenible: el costo de la deuda se va a comer el presupuesto de defensa, y eso anticipa consecuencias muy negativas a mediano plazo.
Las tres preguntas a Niall Ferguson se tomaron de la entrevista que le hicieron recientemente Konstantin Kisin y Francis Foster, publicada por Alliance for Responsible Citizenship. Para acceder a la versión original de la entrevista podés hacer click acá.
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El off the record. El entonces Presidente Trump y un periodista tuvieron en cierta ocasión un diálogo que habían pactado no saldría a la luz. Trump incumplió su parte de la promesa. Este artículo de Matt Flegenheimer, publicado por el New York Times, explica, con ocasión de ese episodio, qué son las conversaciones off the record en el mundo anglosajón: interacciones que no pueden develarse de ninguna manera, ni sobre su contenido ni sobre sus participantes. On background, en cambio, son conversaciones que pueden develarse bajo las condiciones pactadas con la fuente. On deep background, con sus connotaciones misteriosas, completa el paisaje de las charlas en las que se espera no fingerprints. Larga tradición de la jerga periodística, todavía vigente.
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Academia. Nuestro cerebro siente una atracción irresistible hacia las buenas historias. Este artículo de Paul J. Zak publicado en la Harvard Business Review, referido ya en otra ocasión, explica la base científica de nuestra afinidad con algunas de ellas. Explica que, para motivar el deseo de ayudar a los demás (gracias a la oxitocina), por ejemplo, una historia debe mantener la atención durante el tiempo necesario para que los espectadores lleguen a compartir las emociones de los personajes y luego quieran imitar sus sentimientos y comportamientos. Esto explica la sensación de poder que muchos tienen después de ver una película de James Bond, o la motivación para ir al gimnasio después de ver a los espartanos pelear en 300. Se sabe bastante de neurociencias. Están poco aprovechadas por la comunicación.
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Oportunidades laborales
- TikTok abrió la búsqueda de Communications Manager, Emerging Markets LATAM.
- Accenture Argentina inició la búsqueda de Strategy Research & Thought Leadership Manager.
¡Hasta el próximo miércoles!
Juan
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