No sé si en otro país del mundo hubiera encontrado tantas personas desconocidas dispuestas a ayudarme tanto y tan desinteresadamente como en Italia.
Todavía hoy, que ya estoy de regreso, ahora que la historia se ha convertido en una muy distinta a la que imaginé al principio, me sorprende la generosidad de quienes me ayudaron aun sin conocerme.
No podría haber contado nada de esto sin la ayuda y la dedicación de todos ellos. Amigos casuales de Facebook a quienes no había visto nunca me ayudaron a encontrar a otros amigos que, a su vez, me ayudaron a encontrar a las personas que entrevisté después. Enzo Calabrese fue a la escuela a buscar a la maestra Bruna Fioramonti un 26 de diciembre. Bruna aceptó darle mi carta a Bilal y, luego, en Italia, me abrió las puertas de la Scuola di Italiano en Via Giolitti. Paolo Petrucci, a quien sólo conocí personalmente más adelante -el mismo día en que vi a Bilal de lejos por primera vez- me ayudó cuando el proyecto parecía haberse desmoronado, me puso en contacto con Rita del Gaudio, y me dio ánimo para seguir. Lisandro Monaco me puso en contacto con la periodista Claudia Marchione. Claudia Marchione me dio el número de celular de Pietro Bartolo. Sean Sweeney me abrió las puertas del Partido Comunista Italiano. Rita Del Gaudio, una antropóloga apasionada que trabaja en el Ministerio del Interior de Italia, me ayudó –sin conocerme- desde el día en que le conté lo que quería hacer y se convirtió en algo así como la productora general de gran parte de este proyecto. Rita me abrió puertas, consiguió contactos, armó la agenda de las primeras semanas y me acompañó a muchas entrevistas los sábados y los domingos, así como los días de semana cuando terminaba de trabajar. Danilo Benedetti tradujo los primeros cinco capítulos de esta serie al italiano. La generosidad de estas personas me emociona y me sorprende tanto como ese azar que gobierna nuestras vidas: si no me hubiera topado con cada uno de ellos no habría podido contar estas historias. Muchas gracias a todos.