Por qué se popularizó en Argentina el consumo de trap, una forma incómoda de hablar de lo que pasa en la sociedad- RED/ACCIÓN

Por qué se popularizó en Argentina el consumo de trap, una forma incómoda de hablar de lo que pasa en la sociedad

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Este género musical se convirtió, en poco tiempo, en uno de los más escuchados en el país. En esta nota, dos especialistas del campo de la sociología explican las características y los orígenes de este estilo de música. Y analizan quiénes lo producen, cuál es su principal público y qué implicancias tienen sus letras, muchas veces cuestionadas.

Artistas de trap argentino, en blanco y negro.

Intervención: Julieta de la Cal.

El presidente Alberto Fernández compartió en las redes sociales un video donde se encontró en la quinta de Olivos con Elián Ángel Valenzuela, el trapero más conocido como L-Gante, quien es hoy uno de los artistas más escuchados del país y pionero de un nuevo subgénero conocido como Cumbia 420, un estilo musical que fusiona el trap con la cumbia, el reggaetón y hasta el folklore.

L-Gante es una de las tantas figuras que forman parte de lo que hoy se conoce como el trap argentino.

La etiqueta de “artista de trap” es bastante laxa y a veces mal empleada, pero se considera que abarca a músicos que van desde Nicki Nicole a Cazzu, pasando por WOS y Duki. En este mismo sentido, hay muchos exponentes y sumados alcanzan miles de millones de reproducciones en Spotify y YouTube.

El trap, tal como el reggaetón, el rap, el hip-hop y otros, son parte de lo que hoy se conoce como música urbana, un universo muy amplio que podría ser considerado como el mayor pilar cultural y comercial de América Latina. La música urbana es, al menos en Argentina, la que más suena en radios o en fiestas, la que registra un mayor número de reproducciones en distintas plataformas y la más consumida en términos masivos por las generaciones jóvenes.

¿En qué consiste este género?

Sobre esta misma línea y técnicamente hablando, el trap es un subgénero del hip-hop que surgió en Estados Unidos durante la década de los 90, específicamente en la ciudad de Atlanta, Georgia. Los elementos que estuvieron presentes en sus orígenes fueron el uso de sublows —sintetizadores con sonido oscuro y triste— rapeo, canto adornado con el efecto de autotune y el uso de cajas rítmicas, lo que se conoce como la 808.

Mientras que en América Latina, el trap empezó a ganar popularidad en la década del 2010, particularmente en Centroamérica, de la mano de diferentes artistas, como el puertorriqueño Bad Bunny.

Nazareno Bravo, doctor en Ciencias Sociales e investigador del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales de CONICET Mendoza, explica: “En Argentina, como en otros lugares del mundo, el trap emergió alrededor del 2014, 2015, sobre todo en circuitos subterráneos o alternativos, con gran influencia de las redes en general. Por eso, se desdibuja un poco la cuestión del trap argentino y el de otros países. Tienen especificidades, pero son más las cuestiones compartidas que las diferencias. Hay un modismo, en las formas de hablar, hay referencias a personas o situaciones específicas de cada país. Pero en general, es un estilo que permite observar el fenómeno de mundialización cultural”.

Actualmente, la barrera de entrada para alguien que quiera hacer música es más baja que nunca. Se democratizó el acceso a la tecnología para producir música. Es decir, hoy cualquier persona se compra por unos dólares una placa de sonido, un micrófono y un software de producción, puede grabar una canción y subirla en Spotify. Del home studio o el estudio casero en tu cuarto directo a Spotify, sin escalas.

Ese fue el caso de Nicki Nicole, quien subió un tema a YouTube con solo 18 años y lo hizo de forma casera. Luego cosechó millones de reproducciones, sin discográficas de por medio y sin intermediarios. Lo mismo sucedió con Bizarrap, el productor o beatmaker argentino, cuyas sesiones hechas de forma simple y casera con otros artistas lo llevaron al estatus de estrella internacional.

Esta nota se desprende de un episodio de FOCO, el podcast de RED/ACCIÓN.

Desde el otro lado de la pantalla, están los consumidores, en otras palabras, nosotros, que disponemos de dispositivos para consumir de forma democratizada. Hoy estamos lejos de tener que comprarnos un vinilo o un CD para escuchar a nuestros artistas preferidos, ya que con un celular o una computadora nos basta.

En la música urbana, los números son muy importantes: la cantidad de escuchas, de vistas de un video en YouTube, son monetizadas y van a parar al bolsillo del artista, en la mayor parte de los casos sin intermediarios como lo podían ser en otro momento las discográficas. Las discográficas están interesadas en firmar con artistas urbanos, pero la lógica de poder se dio un poco vuelta. Mientras en décadas anteriores los artistas se morían por ser firmados, hoy muchos construyen sus plataformas de forma independiente, ayudados por las redes sociales y prescinden de discográficas tradicionales.

La música urbana: desde el freestyle y el rap al reggaetón y el trap

Sebastián Muñoz Tapia, DJ, sociólogo y doctor en Antropología, explica: “Esta música urbana tiene que ver, más que con un género específico, con un modo de relacionarse con la música. Como dicen Pablo Semán y Guadalupe Gallo, uno podría caracterizarlo como una música de uso, que tiene que ver, a diferencia con el rock anterior, con una forma de producir y consumir música a través de la computadora y otros dispositivos digitales como los smartphones. Y, por otro lado, es importante la individualidad. Se habla mucho de sí mismo y dónde se destacan estas figuras. Por último, es una estética corporal y visual muy vinculada al hip-hop en general (las zapatillas, la ropa, los cortes de pelo, etcétera)”.

Además, Muñoz agrega: “Esta forma más individualizada puede estar hablando de cosas más profundas, como un nuevo tipo de individuo en la sociedad contemporánea porque se lo valora mucho, pero al mismo tiempo son individuos hiperconectados a través de las redes tecnológicas. Y se generan grupos colaborativos que son, como decía, flexibles. Un artista, acá, puede colaborar con otro, con alguien de otro país, puede hacer un beat para un artista que no conoce, un rapero puede interactuar con un DJ de otro lugar. Son grupos flexibles, a pesar de que siguen existiendo ciertos grupos o crews, son más variables. Entonces, se puede hablar de un tipo de individuo y un tipo de grupalidad nueva, que no es la oposición entre individuo y colectivo, sino otras formas de ser individuo y otras formas de ser colectivo, mediado por las tecnologías digitales. Entonces, hay realce del individuo, que tiene que ver con esta sociedad, pero no un individualismo aislado, sino un tipo de individuo hiperconectado”.

Foto: Télam.

El trap en Argentina: en qué sectores de la sociedad pegó más y cómo se explica su crecimiento

Nazareno Bravo señala: “El trap, en general, ha quedado relacionado con jóvenes de los sectores populares, que es ahí donde surgió y se fue consolidando hasta que el mercado lo tomó como un nuevo nicho, y ahí se produjo una manifestación en muy poco tiempo. De ser un fenómeno desconocido o subterráneo pasa a ser algo masivo, que aparece no solo en las radios, sino en series y distintos formatos. El trap se convirtió en un sonido de época. Y si bien el trap apela mucho al imaginario y las referencias de sectores populares, a esta altura ya tenemos que considerar que se trata de un fenómeno masivo y, por lo tanto, es más complejo identificar zonas geográficas, género, edades. Pero podríamos decir que jóvenes de sectores populares son quienes más han experimentado o producido o transitado por el trap”.

¿Cómo se explica que el trap haya crecido tanto en el país? ¿Se puede decir que sus artistas canalizan la voz de una generación?

“Han surgido en la Argentina artistas que de alguna manera vuelven a poner en discusión las cuestiones de generaciones, de perspectivas generacionales o de clase que aparecen circulando por el trap. Y esos son fenómenos que se retroalimentan: ni los artistas tienen un plan de representar a una generación ni las generaciones se proponen que surjan artistas que los representen. Es un fenómeno mucho más complejo. Y siempre tenemos que pensar en la enorme diversidad que convive en la palabra y el concepto ‘generación’ o ‘jóvenes’. Es una de las principales advertencias que hay que tener en cuenta a la hora de analizar estos fenómenos musicales. Que deberíamos hablar en términos de diversidad, de todo tipo. Entonces, se da una retroalimentación entre jóvenes que se sienten representados o interpelados por una figura, y también artistas que no dejan de ser parte de esa generación y que ponen su arte a expresar esa forma de experimentar un momento”.

Foto: Télam.

Tal como ocurre con en el reggaetón o el rap, muchos artistas de trap tienen letras en sus canciones que analizadas desde una óptica ética o moral serían bastantes cuestionables. Algunas de ellas habla explícitamente de sexo, retratan relaciones tóxicas de forma violenta o de crimen, hacen apología del dinero, la fama y el materialismo. ¿Qué implicancias tiene esto para los jóvenes que escuchan?

Nazareno Bravo dice: “No es la primera vez que hay un estilo musical que apela a imágenes fuertes, al sexo, a relaciones tóxicas, a la violencia, a lo que sea como material para hacer letras o visualizar algunas escenas. Hay muchísimas referencias cercanas inclusive, como en algún momento fue la cumbia villera o ciertas formas de hip-hop. En todas las vertientes musicales vamos a encontrar canciones que hacen referencia a temas polémicos, por decirlo de alguna manera”.

Bravo se explaya: “Es interesante ver cómo la sociedad en su conjunto exige de muchas maneras patrones de consumo más propios de las clases altas, esto de vivir bien, de las marcas, del éxito, son imposiciones que todos y todas experimentamos en persona, y el trap exacerba eso. A diferencia de otros estilos juveniles musicales en los que hubo una cierta rebelión contra el sistema, acá lo que hay es un reclamo de inclusión o una inclusión forzosa, de muchas maneras: tatuarse en la cara una marca de ropa, apelar a mostrar riqueza, muchas veces en contraste con la situación verdadera de quien está mostrando esa riqueza”.

“Son formas de hablar de lo que nos pasa como sociedad en esta época y, en este caso, de una forma desafiante que incomoda. Incomoda porque, en general, son jóvenes pobres que hablan de riqueza o de placeres, y eso queda restringido a ciertos sectores o áreas de consumo. Por eso es incómodo el trap, pero de ahí a pensar que pueda influir o que sea un mal ejemplo para toda una generación hay un paso enorme. Esa generación no solo escucha rap sino que hace otras actividades, comparte y adquiere visiones de la realidad de formas muy variadas y en muchos casos más intensas de lo que propone la música”, agrega el investigador.

¿El trap llegó para quedarse, o es una moda pasajera?

El doctor en Ciencias Sociales analiza que “es muy difícil saber si el trap va a quedarse o no. En general, hay una mirada clasista muy marcada que hace parecer como menores cualquier estilo musical de los sectores populares o que es experimentado o producido o consumido por los sectores populares. Entonces, siempre está la idea de que a la cumbia le queda poco tiempo, de que tal estilo es una moda entonces no va a durar. Hay mucho prejuicio en eso. Seguramente el trap vaya mutando, de hecho, ya mutó y se irá ramificando en nuevos estilos. En general ningún estilo desaparece del todo. Pensar que es solo una moda es menospreciar a quienes lo escuchan y lo producen, en un contexto en el que todo es una moda y todo está atravesado por el mercado. Hay mucho de prejuicio social a la hora de pensar que los estilos son menores o solo una moda y no ponerlos en relación con montones de otras formas de consumo en la vida cotidiana y que no las pasamos por ese filtro de ‘a ver cuánto dura esto’”.


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