DESDE BARCELONA-. La remera que dice “Black Manters - Barcelona” es un éxito de ventas. Se trata, en realidad, de un juego de palabras entre “Black Panthers” (el nombre de la organización socialista, nacionalista negra y revolucionaria de los Estados Unidos) y “manteros”, el término con el que se conoce a los vendedores ambulantes en todo el mundo hispano. Aquí, en Barcelona, un grupo de manteros africanos abrió hace un año su propia tienda de ropa, donde venden remeras y buzos con quince diseños diferentes, bolsas de tela, zapatillas y muchos libros sobre temas africanos. “Nosotros mismos hacemos todo”, dice Mansour Dgite, detrás del mostrador. “Ésta es la creación de los africanos”.
La tienda es una experiencia única en el mundo, funciona en la calle de En Roig, del barrio del Raval (en la Ciudad Vieja), y se llama Top Manta, lo mismo que la marca de ropa propia. Según el diccionario de la Fundéu (la Fundación del Español Urgente de la agencia EFE), “‘top manta’ es el negocio o el puesto ambulante en el que se venden copias ilegales de discos, películas, camisetas deportivas y muchos otros productos a precios mucho más baratos que los del artículo original”.
Pero las camisetas sobre las que Top Manta estampa sus diseños, que son de la marca Continental Clothing, tienen la etiqueta Fair Wear Foundation (FWF), que asegura las buenas condiciones de los trabajadores textiles; el sello Global Organic Textile Standard (GOTS), que es la norma internacional de procesamiento textil para fibras orgánicas; la etiqueta Fairtrade Cotton, que asegura que la prenda se ha fabricado con algodón de comercio justo certificado y que proviene de productores de comercio justo; y la etiqueta Fair Share, que incluye una pequeña tasa que se añade directamente al salario de los trabajadores textiles.
El inicio de Top Manta (bajo la protección del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona) demandó nueve meses de preparación y diseño, y una campaña de crowdfunding en la que, con el lema de “Ropa legal hecha por gente ilegal”, se juntaron más de 67.000 euros para lanzar una asociación registrada oficialmente y arrancar un proyecto de empresa social en el mundo de la moda.
Según esa propuesta de crowdfunding, por cada 100 euros recaudados, 35 se invierten en ropa. De los 65 restantes, 50 son para gastos de la asociación y 15 para el “beneficio colectivo”. Luego de cuatro asambleas, el Sindicato decidió la distribución de los recursos del “beneficio colectivo” en: un Fondo de vivienda, un Fondo legal, un Fondo de salud, un Fondo de educación, una Futura cooperativa, Participación política y Cultura.
Ahora, en un buen día de comercio (cuando, además de la tienda, las prendas de Top Manta se ofrecen en fiestas y reuniones), se venden hasta 300 remeras. Cada una cuesta 15 euros.
Mansour Dgite tiene un hermano que migró hacia Buenos Aires y una mujer y dos hijos en Dakar, la capital de Senegal. Allí nació él hace 44 años. Hoy viste una remera negra, que también es una creación de Top Manta, en la que se lee: “Fake Sistem. True Clothes” (“Sistema falso. Ropa verdadera”). “Nuestras camisetas viajan: van adonde quieren los que las llevan puestas”, dice Dgite. “Pero la gente que las ha hecho no se puede mover de aquí. Ellos son ilegales, pero hacen algo legal”.
Se calcula que en Barcelona hay entre 400 y 600 manteros (es la ciudad española con más manteros; en Madrid hay entre 150 y 200). Trabajan 12 horas por día para ganar 30 euros. La mayoría son africanos (la organización Espacio del Inmigrante indica que también hay unos 50 paquistaníes y 15 latinoamericanos) y carecen de documentos: su situación es muy precaria. Unos 150 pertenecen al Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes. Y 15 trabajan en Top Manta.
“Mantero” y “migrante” son palabras asociadas en España, donde hasta fines de julio 20.992 habían llegado a través del Mediterráneo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Ese número era casi idéntico a la totalidad de 2017: 22.108 personas. La tasa de muerte hacia España es de casi 1 de cada 70 migrantes, y este país ya ha superado a Italia y a Grecia como primer destino para quienes cruzan el Mediterráneo.
Mientras tanto, la ministra de Industria, Comercio y Turismo de España, Reyes Maroto, acaba de anunciar en Madrid nuevas medidas para combatir la venta ambulante ilegal y también una campaña de concienciación para consumidores. Según el diario El País, dijo que el “top manta” supone una forma de “competencia desleal” que perjudica a las tiendas y “distorsiona” la imagen de España.
Pero en abril, la marca Top Manta mostró sus diseños (creados con la ayuda del Centro Universitario de Diseño de Barcelona) en un desfile organizado junto a la plataforma digital PlayGround. “Queremos sacar de la calle a las personas que están invisibilizadas pero que tienen un gran potencial”, dijo entonces el director de PlayGround Do, Cristian Palazzi. “Y queremos dejar de vender productos de otras personas y ofrecer los nuestros”, agregó uno de los diseñadores africanos, Lamine Sarr.
“Los migrantes no nacieron manteros”, dice Mansour Dgite. “No queremos ser manteros”. Él mismo tenía su tienda de zapatos y zapatillas en la ciudad de Dakar: vendía Tim Duncan, Nike Gary Payton y otros modelos. “Pero aquí me dicen que no tengo derechos, que soy ilegal. En el mundo somos todos iguales: la gente ilegal en realidad no existe. El mundo no es de los que dicen que uno es ilegal, el mundo es de todos”.
Además de la falta de un trabajo con todos los derechos, los manteros sufren la vigilancia y el hostigamiento de las autoridades. En marzo, la policía persiguió en Madrid, desde Sol hasta Lavapiés, a un mantero que en ese mismo momento sufrió un ataque al corazón y murió. Se llamaba Mame Mbaye, tenía 35 años y había llegado desde Senegal hacía más de diez años. “Un mantero es un chico que viene a buscar su vida, a buscar algo para comer”, dice Dgite, indignado por lo que pasó. “Ellos dicen que son más normales que él, pero al final lo han matado”.
Sin embargo, aquí en Barcelona el negocio va bien y los encargados de Top Manta sueñan con abrir una tienda en Madrid y otra en Valencia. “Es una cuestión de voluntad”, dice Dgite, orgulloso. “Has dejado a toda tu familia allá, has cruzado el mar, días y días en el mar, has llegado aquí, todo eso…”.
Su viaje hasta Europa, en 2007, duró nueve días, incluyendo dos en el puerto senegalés de Saint Louis, de donde zarpó junto a otros compañeros a través de un mar embravecido. Dgite no cuenta los detalles; simplemente dice: “Me fui porque quería hacer algo, crecer. No había ninguna guerra, pero el sistema... ya sabes… Todavía la colonización pesa sobre África. Es un continente muy rico pero esa riqueza no es para nosotros, sino para otra gente”.
Algunos de los que estaban a punto de irse de Senegal con él no conocían nada acerca de España, pero igual compartían entre todos las ideas que tenían para el futuro. “Éramos optimistas”, dice Dgite. “Sabíamos lo que estábamos por hacer. Muchos de los chicos eran pescadores y conocían muy bien el mar. En el barco había comida y no teníamos miedo. Hay que tener cojones para hacer ese viaje: es un viaje muy triste, pero es un desafío para recordar toda la vida”. Dgite sólo volvió a Dakar en 2010; desde 2014 sus papeles no están perfectamente en regla y si saliera de España ya no podría volver a entrar.
Justo entonces, mientras evoca sus antiguos días en casa, dos chicas entran en la tienda. Vienen a buscar unas prendas que compraron en la campaña de crowdfunding. Se toman un rato para revisar los buzos y al final eligen el de “Black Manters”. Dgite, como cualquier vendedor de ropa, le dice a una de ellas que se lo pruebe y que se mire al espejo. “Le queda muy bien”, agrega luego.