—Leila Guerriero escribió en una columna que el feminismo parece estar acechado en la pandemia porque “aquel lenguaje subversivo ha sido remplazado por el lenguaje de los machos”. ¿Qué opinás sobre esto?
—Creo que Leila no está hablando del feminismo como movimiento sino como lenguaje, y un poco como la idea de que tenemos derecho a cuestionarlo todo, que creo que fue uno de los aportes más interesantes del feminismo al debate público. Me parece que hay que estar muy atentos a los discursos que se reproducen, porque el clima “estamos en guerra así que nadie puede hacer ninguna objeción a nada sin ser traidor a la patria” es caldo de cultivo para discursos de odio y de precarización de sujetos que se perciben como otredades, ajenas al “nosotros” de la “gente de bien”.
—¿Cómo coordinás tu alta exposición pública con tus momentos de lectura y contemplación?
—La verdad, mal. No me gusta exponerme, o más bien: me gusta mostrar las cosas que escribo, me gusta exponer eso, pero no tanto hacer videos y esas cosas. Estoy tratando de hacerlo menos, pero me cuesta decir que no cuando me escribe gente de la militancia, de medios independientes, gente que está haciendo esfuerzos para mantener vivos sus espacios de reunión y producción. Me parece un poco desgastante para todos, además, el tema de los vivos de Instagram, de estar todo el tiempo manijeando. Parece que ser escritor es trabajar de opinar, y para mí no debería ser así.
—¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
—Terminé la trilogía de Rachel Cusky. Sus novelas me parecen espectaculares en términos del trabajo con el lenguaje, virtuosas, y al mismo tiempo me resultan tan adictivas como un culebrón. También leí un libro fascinante de Vivian Gornick, The End of the Novel of Love. Es muy interesante la tesis central que construye, la idea de que en el siglo XX lentamente va dejando de funcionar la metáfora de la búsqueda del amor como la búsqueda del sentido de la vida. El ensayo final, que es el que le da título al libro, puede ser el mejor ensayo que leí en mi vida.
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