Cuba otra vez. Muchos se ilusionan con que las manifestaciones de estos días sean el comienzo de una nueva era mientras los medios y las redes se hacen eco del debate ideológico que divide al mundo desde hace un siglo y medio: ¿cuál es el mayor valor a proteger en la vida social y política: la libertad o la igualdad?
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Cuba libre. Todo empezó la semana pasada con una campaña en redes sociales con el hashtag #SOSMatanzas en la que se pedían recursos para una región al borde del colapso sanitario por el COVID. La cruzada evolucionó a #SOSCuba, con la participación de decenas de artistas internacionales que reclamaban un corredor humanitario para ayudar a los isleños. El gobierno sintió mancillado su honor: el presidente Díaz-Canel culpó al embargo comercial de sus penurias, habló de oportunismo mediático y afirmó que nadie estaba desamparado en la isla. Los propios cubanos reaccionaron: una pequeña manifestación en San Antonio de Baños, cerca de La Habana, se viralizó en YouTube, y desde entonces se multiplicaron las protestas.
Nadie sabe todavía si estamos ante el comienzo de la caída del régimen o se trata sólo de una escaramuza. El gobierno admitió la muerte de un manifestante de 30 años y Amnistía Internacional y otras organizaciones hablan de cientos de detenidos. Díaz-Canel convocó a los cubanos a combatir en las calles si es necesario para rechazar el “plan anexionista” mientras el mundo contiene la respiración. Al flagelo del COVID, se suman el desabastecimiento ya crónico en la isla y los atropellos a los derechos humanos.
El conflicto político y social de Cuba tiene su dimensión comunicacional. Tenerla en cuenta puede ayudar a entenderlo mejor:
- Las palabras cuentan. Los líderes del mundo debaten todavía sobre si la palabra “dictadura” aplica o no a Cuba y a Venezuela, como si eso fuera a cambiar que son lugares en los que la libertad está cautiva, apunta Martín Caparrós, con su lucidez habitual. Es que los sustantivos establecen valores, definen lo que está bien y lo que está mal y obligan a tomar posición. El gobierno argentino prefiere no condenar. En política, las palabras hablan de la realidad que nombran, pero también definen a quien las pronuncia, o a quien elige guardar silencio.
- El valor de las consignas. Fidel Castro supo enarbolar su famoso “Patria o muerte” –excluyente–, para alinear a los suyos en el rechazo a la política de los Estados Unidos en los años 60. Hoy, las manifestaciones de oposición al régimen proclaman un inclusivo “Patria y vida” con el doble sentido de proteger las vidas del covid y enfrentarse a aquel grito de guerra de Fidel. Y repiten hasta el hartazgo “Libertad” y “No tenemos miedo”. Propuestas sintéticas, apretadas, como un Aleph en el que se condensa un futuro esperanzado.
- El factor Internet. Las revoluciones se hacen con el boca a boca. Un puñado se convierte en una multitud cuando un mensaje circula sin que se corte la cadena. Los medios digitales y sobre todo las redes sociales no producen revoluciones, pero multiplican su impacto y la intensidad de sus mensajes de manera exponencial. Y, sobre todo, reducen el temor a estar solos. Por eso las sospechas de que las fallas del servicio de Internet en la isla durante la semana pasada tengan su origen en el mismo gobierno.
La Revolución Francesa proclamó la consigna “Liberté, Égalité, Fraternité”. La fraternidad no parece generar dudas, pero desde hace tiempo una parte del mundo piensa que si no somos antes iguales jamás seremos libres y la otra cree que sin libertad no hay igualdad posible ni deseable. Es el debate en Cuba. Y es lo que define, en el fondo, a la izquierda y a la derecha en el mundo. También en la Argentina.
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Tres preguntas a Rae Langdon. Es profesora y filósofa de nacionalidad australiana y británica. Actualmente enseña en la universidad de Cambridge. Ha publicado numerosos libros y artículos sobre metafísica y filosofía moral y política.
- ¿Para qué sirve la libertad de expresión?
Usamos la frase “libertad de expresión” como una especie de mantra, como una fórmula mágica para finalizar muchas discusiones. Abordo esa pregunta desde la filosofía, porque soy una filósofa. Es conocido el chiste: ¿cuántos filósofos hacen falta para cambiar una bombita? Bueno… depende de lo que se entienda por “cambio”. Algo parecido pasa con “libertad de expresión”: depende de lo que se entienda por expresión. A veces pensamos en ideas, como si hubiera una especie de mercado de ideas, una batalla darwiniana de ideas, y que las más verdaderas y fuertes son las que van a prevalecer. Eso es un error. Cuando hablamos de expresión tenemos que pensar en personas comunes que dicen ciertas palabras y hacen cosas con las palabras que pronuncian: cuentan historias, discuten, describen el mundo que ven, prometen, rezan, acosan, bromean, juran… Cuando hablamos de libertad de expresión nos referimos a hacer cosas con palabras, como decía J.L. Austin.
- ¿A qué nos referimos exactamente cuando hablamos de libertad de expresión?
Nos referimos a la libertad de llevar a cabo acciones con palabras. Lo primero es el conocimiento. Hay una idea que J.S. Mill hizo famosa en su ensayo sobre la libertad: necesitamos la libertad para opinar porque es el mejor camino para saber sobre nosotros mismos y los demás, y para entender lo que piensan los que nos gobiernan. To keep the bastards honest, como se dice en Australia. Lo segundo es empoderamiento: el poder de gobernarnos políticamente. Es el derecho que tenemos de decirles sí o no a los que nos gobiernan en ese momento tan especial que es una votación. Votar es un acto de libertad de expresión. El empoderamiento también consiste en el poder personal de gobernarnos a nosotros mismos, lo que llamamos autonomía. Esto aplica a la sexualidad, por ejemplo. Cuando decimos sí, consentimos. Cuando decimos no, rechazamos. La sexualidad es también una dimensión política del ser humano, en el sentido de que es social.
- ¿La libertad de expresión está al alcance de todos?
La libertad de expresión no es una cosa trivial. Para poder hacer cosas con palabras, necesitamos antes tener las palabras adecuadas. Necesitamos recursos, conceptos que van a coincidir con nuestra experiencia, y para eso es clave la educación. Lo digo porque a veces se piensa que para que haya libertad de expresión basta que el gobierno no te controle, y es mucho más que eso. Hacen falta muchos recursos para ser realmente libres, por eso a los que promueven la libertad de expresión hay que preguntarles qué hacen para promoverla de verdad: ¿les interesa sólo que el estado no se meta, o también generan las condiciones educativas para que realmente suceda? Esto nos hace pensar de otra manera en el silencio. No basta con poder decir ciertas cosas: es necesario poder hacer cosas con lo que decimos, si no, no hay verdadera libertad de expresión. A veces anulamos las palabras de otros privándolas de poder y haciendo prevalecer otros discursos.
Las tres preguntas a Rae Langton se tomaron de la presentación “What is the Point of Free Speech?” que dio en el contexto de TEDxCambridgeUniversity en 2016. Podés acceder a la presentación completa haciendo click acá.
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El nuevo trabajo. Aún a riesgo de simplificar la realidad, este artículo de Harvard Business Review hace una afirmación categórica.
En un futuro no muy lejano todas las empresas van a caer dentro de una de las siguientes cuatro categorías: a) tradicionales, parecidas a las actuales, con empleo full-time y algunas variaciones; b) actuales, pero turbo: como las tradicionales, con un upgrade tecnológico que les aporta flexibilidad, c) reimaginadas, con formas contractuales a través de plataformas y uso tradicional de la tecnología, y d) del tipo Uber, con contratación vía plataformas y uso de la inteligencia artificial. Cada una con sus oportunidades y desafíos, y con sus necesidades de comunicación. Un escenario óptimo para mentes inquietas.
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Academia. La libertad de expresión es uno de los derechos constitucionales más valorados en las democracias liberales. Este estudio de Alon Harel propone que debe protegerse más y de manera diferente que los derechos no relacionados con la palabra, sobre todo porque en los últimos años, movimientos feministas y minorías étnicas o religiosas han cuestionado la licitud de ciertas expresiones por considerar que colisionan con otros derechos.
La paradoja es que los críticos minoritarios y radicales del liberalismo que promueven estas restricciones, lo hacen invocando los mismos valores defendidos por los liberales: autonomía, dignidad e igualdad.
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Hasta acá llegamos esta semana. Todas tus ideas, propuestas o consultas son bienvenidas. Podés escribirme a [email protected]
¡Hasta el miércoles que viene!
Juan
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