“Abatida hasta el polvo está mi alma”, así gimen los condenados al quinto círculo del purgatorio en la Divina Comedia de Dante. Yacen en el suelo, con la mirada hacia la tierra. Se castiga su avaricia y su apego a los bienes materiales, o al poder, postrándolos y mezclándolos con el polvo del camino.
En el círculo de la avaricia
Aquí Dante se encuentra con dos papas: Adriano V y Bonifacio VII, los dos purgando sus culpas por su desmedida ansia de poder. Adriano V, que tuvo un reinado breve y nunca fue ordenado sacerdote, fue excluido en 1975 de la lista oficial de papas por Pablo VI. El mandato de Bonifacio VII fue turbulento, con tensiones por mantener su poder en todos los frentes. Tras varios confinamientos, dicen que en su etapa final padecía de demencia y se golpeaba la cabeza con la pared. Poco le quedaba para arrastrarse por el suelo del Purgatorio.
Hay otros personajes citados por Dante que son también epítomes de la codicia. Por ejemplo Pigmalión, rey de Tiro, que fue capaz de asesinar a su cuñado para hacerse con sus riquezas.
También están Safira y su marido Ananías, miembros de las primeras comunidades cristianas, que se quedaron con parte de lo obtenido de la venta de sus tierras y que habían prometido entregar íntegramente a la comunidad. Fueron fulminados ante San Pedro por determinación divina.
Dante también se encuentra con Acán, del que la Biblia cuenta que, tras la conquista de Jericó, sustrajo el tesoro consagrado a Dios y fue condenado a la lapidación por Josué. Algo semejante se podría pensar de los que esquilman las subvenciones y donaciones que voluntarios de todo el mundo destinan al desarrollo en países emergentes con el objetivo de cubrir necesidades básicas y perentorias de sus poblaciones.
Avaricioso entre avariciosos
Quizás el más conocido de todos los avariciosos del Purgatorio es Midas, rey de Frigia, quien veneraba tanto el oro que pidió al dios Baco que le concediera la facultad de convertir en oro todo lo que tocara. Otorgado el deseo, terminó hastiado porque no podía comer ni beber. De forma análoga, la expresión el toque de Midas está referida a los directivos que tienen un éxito superlativo en todo lo que hacen.
No obstante, sabemos que ningún directivo tiene poderes mágicos para transformar todas sus decisiones en oro pues incluso los mejores profesionales tienen fallos o desaciertos. Por eso, desconfíe de los que prometen milagros.
Personajes y personas
En la literatura encontramos personajes que encarnan la avaricia y que inspiran pena y rechazo porque su comportamiento resulta patético, cuando no hilarante. Scrooge, el protagonista de Un cuento de Navidad, de Charles Dickens, vive su personal purgatorio en Nochebuena y se convierte.
La vida real proporciona historias más vívidas y crueles. Cuando secuestraron al nieto de Paul Getty, millonario y gran coleccionista de arte del siglo XX, los criminales amenazaron con asesinarlo, y Getty se negó a pagar un solo centavo, en una decisión que se entendió más mezquina que de principios. Los secuestradores no tardaron en cortar una oreja a la víctima y enviarla por correo a la familia. Tras negociar con los secuestradores logró rebajar el pago de 17 a 3 millones de dólares (deducibles de impuestos) y el joven Getty fue liberado. Me pregunto cuál sería el tono de la primera conversación que mantuvo con su abuelo.
Experiencias estudiantiles
Hace unos años invité a un exitoso banquero a una de mis clases. El propósito era mantener una conversación abierta sobre las carreras en el sector financiero y se invitaba a los alumnos a formular cualquier tipo de pregunta, personal o profesional.
Uno de los estudiantes, de nacionalidad alemana, intervino a mitad de la sesión formulando una cuestión sin recato: “Se dice que al comienzo de cualquier gran fortuna personal, de la creación de un emporio o de una gran corporación suele haber algo oscuro, que suele ocultarse para no perjudicar la reputación de los campeones empresariales, ¿qué piensa de esto?”. La pregunta me pareció atrevida, pero mi alumno tuvo la deferencia de no preguntar directamente al ponente cuál había sido la fechoría que le había convertido originalmente en una persona próspera.
Nuestro invitado salió bien del trance, explicando primero sus comienzos como emprendedor, cómo se había arruinado al menos en dos ocasiones y había conseguido salir adelante con la ayuda de amigos y familiares. También comentó algunos errores que había cometido, incluido el exceso de confianza. Pero atajó la calumnia que afirma que los comienzos de cualquier éxito empresarial son moralmente dudosos. Es fácil afirmar esta maledicencia, pero genera una sospecha injusta e indemostrada sobre todos los empresarios.
Aprender, mejorar y superarse
Estoy convencido de que la mayoría de los emprendedores y directivos que conoce son honrados generadores de valor económico y empleo, como sucede con la mayoría de los profesionales en cualquier otro campo de actividad. Si acaso, la mayoría recorremos el purgatorio, intentando aprender de nuestros vicios y defectos, mejorar y escalar al siguiente nivel.
Si en alguna ocasión alguien le formula una pregunta tan comprometida como la de mi alumno, aprovecho para darle un consejo que aprendí de un periodista británico. Este periodista contaba que, en el transcurso de una audiencia, preguntó a Isabel II de Inglaterra si, dado el auge de las nuevas tecnologías, sustituiría a sus mayordomos por robots. La reina, con una sonrisa en la cara y en un tono de voz amable, le respondió: “¡Qué pregunta tan interesante! Por favor, pasemos a la siguiente”.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.