Uno de los aspectos en los que es necesario profundizar la inclusión de personas con discapacidad es en el laboral. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que las 1.300 millones de personas con discapacidad que hay en el mundo (uno de cada seis habitantes) tienen mayores tasas de desempleo e inactividad económica y están en mayor riesgo de una protección social insuficiente. Y la Argentina no es la excepción.
En nuestro país viven más de 5 millones de personas con discapacidad y solo una de cada 10 en edad laboral tiene un empleo. Las barreras, tanto físicas como culturales, están muy presentes para integrantes del colectivo, especialmente para las mujeres con discapacidad.
A su vez, las organizaciones de personas con discapacidad reclaman desde hace tiempo que se cumpla con cupo laboral del 4 % para el colectivo que la ley exige para organismos estatales.
A nivel global, además de la menor tasa de empleo, las personas con discapacidad que consiguen trabajo suelen cobrar menos por la misma tarea en otros países del mundo, como contamos en la nota “La otra brecha salarial: una gran encuesta en EE.UU. alerta que las personas con discapacidad ganan menos que sus pares”.
La inclusión es posible
Emplear personas con discapacidad no solo es posible, sino que es una práctica que no parece ir en detrimento de la rentabilidad. Según un estudio realizado por el Foro Económico Mundial en 2019, las empresas más inclusivas, como las que incorporan personas con discapacidad a sus nóminas, experimentaron un crecimiento del 28 % en sus ingresos.
Más allá de las estadísticas, existen testimonios de personas que, gracias a una mirada inclusiva de ciertas empresas y al impulso de organizaciones sociales, lograron sortear las barreras. En el marco de la campaña #Mundo10de10, la Oficina de País de la Organización Internacional del Trabajo retrató tres casos argentinos.
Uno es el de Ángela, que tiene 30 años y discapacidad psicosocial. “El trabajo me ayudó a crecer. Sé que tengo que seguir mejorando. No pasa de un día para otro. Pero no quiero depender de nadie”, dijo en un descanso de sus tareas en el Café Positivo de San Isidro, en el Gran Buenos Aires, donde recibe a los clientes y toma órdenes. La Fundación Pertener la acompañó en su proceso de inclusión laboral.
Otro caso que da cuenta de cómo una persona con discapacidad puede trabajar es el de Katherine, con 35 años y ciega desde que nació. Hace 12 años se dedica a la programación. Gracias a los avances en lectores de pantalla (softwares que reproducen en audio el texto) logró insertarse laboralmente en una empresa, donde ya había otras personas con discapacidad. “Se fue haciendo una especie de conexión, de red de conocimientos. Es mucho más fácil avanzar cuando sabés que alguien ya recorrió ese camino”, afirmó.
Ella no solo tuvo que enfrentar barreras físicas, sino también actitudinales, como un trato infantil que se le daba por tener discapacidad.
Ambas mujeres señalan que desde nuestro lugar podemos contribuir con la inclusión de personas con discapacidad despojándonos de prejuicios. Ángela cuenta una experiencia personal de cómo estos pueden afectar a las personas con discapacidad: “Empecé a estudiar para ser maestra jardinera. Tenía que hacer un trabajo para un taller que a mí me gustaba. Cuando la profesora me dijo ‘Vos no servís para ser maestra’, delante de todos en el aula, a mí eso me afectó”.
Por su parte, Jeremías, que se desplaza en silla de ruedas, tiene 31 años y hace 11 se desempeña en una empresa de sistemas como analista de datos. Antes de eso, padeció las dificultades de la movilidad a la hora de buscar trabajo. “Me encontré con lugares que te decían que sí, agendaban una cita y el salón tenía escaleras, no había ascensor. Lugares poco adaptados. Tuve que renunciar el primer día porque no tenía un baño accesible, pese a que habíamos hablado de mi discapacidad”.
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