Este contenido contó con participación de miembros y lectores de RED/ACCIÓN
Vivo en un departamento con un balcón que da a la calle y justo en frente de mi ventana hay otro edificio. O sea que tengo –separados por la calle– a unos vecinos a quienes, si alzan las persianas detrás de las que frecuentemente se ocultan, puedo ver en un living comedor en el que hay una mesa larga, cuatro sillas y una cómoda con algunas botellas de alcohol. Son un matrimonio y los dos tienen cuerpos que se han ido redondeando con el tiempo; parecen mayores de 60 años.
Mi primer contacto con la señora (con su marido nunca hablé) fue una noche después de los aplausos, con el cielo gris surcado por luces. “¿Son relámpagos?”, me preguntó desde su balcón. Me alegré de que hubiera roto el hielo y pensé que quizás era el inicio de un lazo comunitario como esos que Juan Carr nos muestra muy seguido en sus redes sociales. Pero no sería el caso.
Desde el 20 de marzo pasado, cuando comenzamos a vivir en cuarentena, las relaciones entre vecinos adquirieron una intensidad nueva. Ahora llevamos más de un mes de convivencia forzada y las campañas solidarias en consorcios se han multiplicado de una manera inesperada. En Rosario lanzaron una para dejar donaciones en las entradas de los edificios, y hay una red de más de 30 edificios involucrados.
Los mensajes de ayuda entre departamentos se multiplican a lo largo del país y también las compras de comida en conjunto. Todo se comparte. En Barcelona, el escritor Jorge Carrión pone su biblioteca al servicio de la comunidad de vecinos y en Buenos Aires, con su toque personal, hace lo mismo el periodista cultural Patricio Zunini.
Preguntamos sobre este tema a los lectores y miembros de RED/ACCIÓN. “Estamos mucho más pendientes de lo que necesita el otro”, dice Alicia Cano. “El enemigo invisible está en la calle. En el edificio nos sentimos a salvo y acá estamos, resistiendo”. En el edificio de Laura Chab todos se organizan para limpiar porque el encargado está en grupo de riesgo. Además se pasan datos de deliveries, hacen compras conjuntas, una vecina le imprime la tarea de sus hijos y otro le regaló matza en Pascuas judías.
“Una de cal y otra de arena”, dice Tomás Canosa y continúa: “Mudados a Palermo un par de semanas antes de que estallara el corona, no llegaron a instalarnos Internet. Un vecino del PH no nos quiso compartir la clave, pero los de la residencia de al lado nos la dieron”.
Otra historia: desde hace muy poco Cecilia Ilubili vive en un pasaje, en Parque Patricios, y descubrió que casualmente hay otros músicos, como ella. Uno que sale de noche a tocar el violín para todos, y también hay un dúo de tango que dio un show desde su terraza. “Yo me canté unos tanguitos acompañada por ellos, del otro lado de la calle”, dice ella.
En Belgrano, cuando alguien en el edificio donde vive Araceli Yada hace un pedido a la verdulería, avisa al chat si alguien más quiere sumarse. “Hace un par de semanas pregunté en Facebook si alguien conoce una librería artística que entregue a domicilio”, dice Araceli. Ella pinta y sus hijas pintan con ella muchas veces. A los dos días, una vecina que vio su mensaje en Facebook le dejó en su puerta una bolsa con cuatro acrílicos y una notita que decía: “La creatividad no se pospone”. “La colgué en mi casa, como muestra de los detalles hermosos que hacen muy bien”, dice ella.
Historias de vecinos no tan felices
El segundo contacto con mi vecina fue un domingo a la tarde en el que yo estaba sentado a la mesa, y ella me empezó a saludar desde su casa y a hacer gestos para que saliera. Me pareció simpático y salí. “¡Te pido que de noche bajes la persiana o apagues la luz, porque me pega en la cara y no puedo dormir!”, me dijo, gritando para hacerse escuchar. “¡El otro día eran las 3 de la madrugada y la luz seguía prendida!”.
Me sorprendió, porque ella misma deja sus persianas bajas y porque mis luces son lámparas colgantes de interior, comunes, sin demasiada potencia. Pero es cierto que escribí bien tarde esta nota, y también ésta y ésta. Así que ella continuó hablando, y explicarle cualquier cosa en esas condiciones era complicado. Aunque me gusta trabajar con la ciudad nocturna en el fondo, le dije que sí, que bajaría la persiana. Pero me fastidió.
Entre nuestros miembros y lectores también hay historias inoportunas.
“Mi vecino de abajo no se enteró de que estamos en cuarentena”, cuenta Cecilia Lede. “Todos los días viene gente al PH y él sale por lo menos 5 veces por día. Yo soy del grupo de riesgo y comparto pasillo. Me parece una falta de respeto hacia mi familia. Traté de denunciar su comportamiento pero no me dieron bola y el señor hace lo que quiere”. Y Cecilia Milijiker cuenta: “Los que estamos pagando las expensas de la torre somos los de los deptos más chicos. Los otros dicen que no tienen ingresos, pero en verdad no quieren usar ahorros. Ahora se nota más que nunca”.
Por otro lado, están los médicos discriminados. El Defensor del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Alejandro Amor, hizo tres denuncias en la Fiscalía General de la Ciudad contra consorcios que han hostigado a vecinos médicos y farmacéuticos en Belgrano, Recoleta y Villa Crespo.
Hay más mala onda. El 15 de abril, un hombre fue detenido en su casa de Recoleta y fue trasladado al Hospital Borda: hostigaba a sus vecinos tirando veneno para cucarachas y materia fecal en zonas comunes del edificio. “La situación ya venía de antes, pero en estos días se había agudizado porque todos los vecinos pasaban más tiempo en el edificio”, dice el fiscal Matías Michenzi, a cargo del caso.
El hombre ya había sido intimado, pero la jueza Araceli Martínez había fallado que “en resguardo de la libertad ambulatoria en el contexto del agravamiento de la situación epidemiológica por la pandemia del Covid-19, el riesgo del imputado era menor si se evitaba su traslado”. Sin embargo, él insistió con sus agresiones y recibió nuevas denuncias.
“Es difícil saber si los conflictos entre vecinos aumentaron o no en este contexto”, sigue el fiscal Michenzi. Su fiscalía es la número 40 y está de turno ahora mismo. “Al menos nosotros no hemos tenido más casos que los usuales”. El Poder Judicial todavía no ha elaborado estadísticas oficiales.
Pero sí hay una cifra de denuncias por violación de cuarentena: en los primeros cinco días (entre el 18 y el 23 de marzo) el Ministerio de Seguridad de la Nación recibió 14.698 denuncias por teléfono y sólo 896 siguieron su curso; el resto carecían de fundamento. Vecinos contra vecinos.
Una encuesta en Twitter del diseñador Andrés Snitcofsky mostró, con 382 votos, que las relaciones conflictivas no son tantas:
Vecinos en Facebook
En Facebook, los vecinos están más unidos a través de los grupos. “Observamos que los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano se informan, ayudan y debaten a través de los grupos de Facebook durante este período de distanciamiento físico por la crisis del covid-19”, dicen desde la compañía.
El grupo San Miguel Conectado es uno de los más grandes del país (entre comunidades online de vecinos): tiene más de 130.000 miembros; o sea, más de un tercio de la población de la localidad.
“El grupo funciona generando ayuda mutua entre los vecinos y desarrollo comunitario”, dice Cristian Arenal, el creador, y el único argentino entre 22 líderes comunitarios de América Latina que fueron seleccionados para ser parte del Programa de Liderazgo Comunitario de Facebook. “Impulsamos a la comunidad a la acción y a que se comprometa. Con la pandemia, la gente está usando este tipo de comunidades para conectarse. Por ejemplo, preguntan por el turno del hospital y quizás esa respuesta le llega más rápido por Facebook que de otra manera”.
El grupo tiene, desde que comenzó la cuarentena, 10.000 solicitudes pendientes (sólo aceptan a los residentes de San Miguel). “También se incrementó la participación, la gente quiere saber y estar informada”, dice Arenal. La cuarentena impulsó las métricas: en marzo hubo 15.000 publicaciones, un 36% más que en el mes anterior; casi 222.000 comentarios, un 65% más; y 693.000 reacciones, casi un 87% más. “La gente le cree más al vecino que a un medio, y en nuestro grupo se ayuda desinteresadamente”, dice Arenal.
Y para terminar: el último contacto con mi vecina (hasta ahora) fue, de nuevo, una noche después de los aplausos. Ya me estaba por ir del balcón cuando ella empezó a quejarse de que, una vez más, yo no había bajado la persiana a las 3 de la mañana. ¿No podría ella simplemente girar la cabeza y dejar de mirar mis lámparas? Parece lo más fácil de hacer, pero en verdad no lo sé: no conozco sus condiciones. Así que ahora trato de acordarme de bajar la persiana. Porque, además, no la quiero volver a escuchar.