El suicidio en la tercera edad es un problema alarmante y, a menudo, ignorado. Mientras que gran parte de la atención se centra en los jóvenes, las personas mayores también afrontan desafíos significativos que les pueden llevar a esta trágica decisión. Entender y abordar esos factores es crucial para mejorar su calidad de vida y bienestar mental.
Un problema invisible
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado que la tasa de suicidios entre los mayores de 70 años es más alta que en otras franjas de edad en casi todos los países. Esto subraya la necesidad urgente de prestar atención a este sector de la población.
Como explicaremos detalladamente más adelante, los factores de riesgo comunes incluyen el aislamiento social, la soledad no deseada, la depresión, la desesperanza, el dolor crónico y las enfermedades debilitantes. Son circunstancias que a menudo pasan desapercibidas o no se tratan adecuadamente.
“La vida está dividida en tres términos: lo que fue, lo que es y lo que será. Aprendamos del pasado para beneficiarnos del presente, y del presente para vivir mejor el futuro”.
Estas palabras del poeta inglés William Wordsworth (1770-1850) resaltan la importancia de aprender de las experiencias para mejorar las condiciones de vida de nuestros mayores.
Factores de riesgo
Los condicionantes que han mostrado mayor probabilidad de estar asociados a la conducta suicida en esta franja de edad son:
- Aislamiento social y soledad no deseada. Muchas personas mayores viven sin compañía, lo que puede generar un sentimiento profundo de desesperanza. La soledad no deseada es especialmente perjudicial para estas personas, ya que puede aumentar de manera significativa el riesgo de depresión y suicidio. La falta de interacciones sociales regulares puede agravar problemas de salud mental.
- Depresión. A menudo no se diagnostica en personas mayores. Puede desencadenarse por la pérdida de seres queridos, la jubilación y la disminución de las capacidades psicofísicas.
- Enfermedades incapacitantes. Dolencias como la artrosis, enfermedades cardíacas y el cáncer pueden causar dolor constante y un sentimiento de inutilidad. Estas enfermedades también pueden llevar a una depresión “enmascarada”, donde el malestar emocional se manifiesta a través de síntomas físicos (las somatizaciones). Lo que sabemos es que existe una fuerte relación entre la autopercepción de la salud general y la ideación suicida.
Cómo se puede prevenir
La prevención del suicidio en la tercera edad requiere un enfoque integral y compasivo. Aquí explicamos algunas estrategias clave:
- Programas de apoyo social. Facilitar oportunidades para que las personas mayores se conecten con otras, ya sea a través de grupos de apoyo, actividades comunitarias o voluntariado, puede reducir el sentimiento de aislamiento y la soledad no deseada.
- Intervenciones comunitarias. Capacitar a las personas que trabajan atendiendo a los mayores para que identifiquen signos de depresión y otros problemas como el retraimiento social, la pérdida de interés en actividades diarias o cambios en los hábitos de sueño.
- Acceso a servicios de salud mental. Asegurar que las personas mayores tengan acceso a atención psicológica y psiquiátrica adaptada a sus necesidades puede marcar una gran diferencia.
- Participación familiar. Es básico involucrar a los familiares y cuidadores en el apoyo emocional y físico de los mayores. Sobre todo, debe potenciarse la relación intergeneracional. Por otra parte, la educación sobre cómo detectar y responder a los signos de alerta puede salvar vidas.
- Políticas públicas. Hay que garantizar recursos adecuados para la salud mental en la tercera edad. Esto incluye financiación para programas comunitarios y servicios de atención médica.
- Perspectiva de género. Se debe intervenir de forma específica con hombres ancianos, que son quienes presentan las tasas más altas de suicidio. Por ejemplo, restringir el acceso a los medios letales y entender mejor los factores que llevan a elegir ciertos métodos son pasos cruciales para la prevención efectiva.
Un llamamiento a la acción
En conclusión, la prevención del suicidio en la tercera edad requiere la colaboración de familias, comunidades, profesionales de la salud y legisladores. Poner en marcha estrategias efectivas y compasivas puede ayudar a que nuestros mayores vivan con el respeto y la dignidad que merecen.
Como escribió Victor Hugo (1802-1885) en Los miserables:
“La mayor felicidad de la vida es la convicción de que somos amados. Amados por nosotros mismos, o más bien, amados a pesar de nosotros mismos”.
Al garantizar que las personas mayores se sientan valoradas y amadas, podemos marcar una gran diferencia en sus vidas.
*Teresa Bobes-Bascarán, Profesora Asociada en Ciencias de la Salud. FEA Psicología Clínica. SESPA. CIBERSAM. ISPA. INEUROPA, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.