Las cocinas comunitarias ayudan a cientos de miles de personas en la asolada Jartum, capital de Sudán. Proporcionan comidas con regularidad, así como apoyo social y emocional, en medio de una hambruna cada vez más grave que los grupos de ayuda internacional no consiguen abordar.
Estas cocinas, gestionadas por grupos de ayuda mutua de barrio denominados salas de respuesta de emergencia, se enfrentan a graves carencias de financiación, amenazas a la seguridad y cortes de comunicaciones y electricidad, según explicaron los voluntarios a The New Humanitarian.
La multiplicidad de dificultades hace que muchas cocinas sólo ofrezcan una comida al día. Al mismo tiempo, algunas salas de respuesta a emergencias han reducido sus servicios a una sola comida a la semana o han cerrado temporalmente, aunque sus comunidades siguen necesitándolas desesperadamente.
“El servicio que nos brinda la cocina nos salva la vida… pero la cantidad de comida no es suficiente para todos. Las circunstancias son muy malas aquí”, afirma Nisreen*, una mujer de la localidad de Ombada, en Omdurman, una de las principales ciudades del Gran Jartum.
Nisreen explica que la cocina de Ombada sólo puede ofrecer una comida a la semana, normalmente alubias o lentejas. Aun así, la gente depende de esa pequeña cantidad, y una nueva reducción sería un “desastre”, añadió.
La guerra de Sudán comenzó en abril de 2023 y enfrenta a las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) con el ejército regular. Ha producido la mayor crisis de desplazados del mundo, desarraigando a casi 10 millones de personas, y también la mayor crisis de hambre. Un estudio reciente pronosticaba 2,5 millones de muertes por inanición para septiembre, mientras que otros advierten de la peor hambruna del mundo en 40 años.
Algunos de los niveles de hambre más extremos se dan en el Gran Jartum, que incluye la devastada capital y sus ciudades hermanas adyacentes: Bahri y Omdurman. La mayor parte de la zona está controlada por combatientes de las FAR, que invadieron los hogares de la población al comienzo del conflicto y los despojaron de sus posesiones.
La mayoría de los grupos de ayuda internacional evacuaron Jartum al principio de los combates y aún no han regresado. Sus esfuerzos por llevar suministros se han visto frustrados por el ejército y las autoridades afines, que intentan privar de ayuda a los territorios ocupados por las FAR.
Aunque los voluntarios están dirigiendo una respuesta de ayuda, el número de personas que dependen de ellos aumenta a medida que se erosionan los mecanismos de supervivencia de la población y que miles de personas regresan a la capital huyendo de los ataques y el sufrimiento en los lugares a los que habían huido.
La financiación local y de la diáspora que sostiene las cocinas está llegando a su límite, según los voluntarios. El apoyo de los donantes internacionales sigue siendo insuficiente, a pesar de que cada vez más agencias humanitarias participan en las salas de respuesta a emergencias.
“La financiación no es nada comparada con lo que la gente necesita”, afirmó Mawada, voluntaria de la cocina de Ombada. Dijo que su grupo está comprometido a ayudar a su comunidad a pesar de los crecientes desafíos: “Las dos facciones enfrentadas no ayudaron a los civiles, pero nosotros podemos hacerlo y seguiremos haciéndolo”.
Salvando vidas y dignidad: “Todo el mundo debería poder comer sin sentir vergüenza”
Los grupos de ayuda mutua se establecieron en todo Sudán tras el estallido de la guerra. Sus miembros procedían de un vibrante movimiento prodemocrático y aportaban ideas arraigadas en una rica herencia de solidaridad social, representada sobre todo en la tradición del nafeer (“llamada a la movilización”).
Las cocinas del Gran Jartum siguen dos modelos diferentes. En el sistema takaya, los líderes religiosos y comunitarios dan de comer a la gente en la calle, en las casas o bajo los árboles; sin embargo, también hay cocinas más estructuradas gestionadas en espacios definidos por las salas de respuesta a emergencias.
Hassan, que ayuda a coordinar la asistencia en la región del Gran Jartum, dijo que se han instalado más de 350 cocinas comunitarias, que ayudan a 500.000 familias con al menos una comida al día. “Nuestro objetivo es salvar la dignidad de la gente”, afirmó. “Todo el mundo debería poder comer y no sentir vergüenza. Los sudaneses seguimos ayudándonos unos a otros. Sobrevivimos juntos”.
Los voluntarios dijeron que las cocinas realizan campañas de financiación periódicas, utilizando las redes sociales para solicitar dinero a filántropos y redes de la diáspora. También reciben desembolsos de ONG nacionales e internacionales, así como de fondos gestionados por la ONU.
Mientras la ayuda internacional está bloqueada, las cocinas tratan con comerciantes locales —algunos afiliados a las FAR— que son expertos en sortear los puestos de control y en cruzar las líneas del frente. Los voluntarios compran los productos en los mercados o directamente en las casas de los comerciantes.
Las cocinas funcionan en lugares relativamente espaciosos y están dispuestas de modo que nadie tenga que trasladarse demasiado lejos para llegar a ellas. Además de la comida, funcionan como espacios comunitarios donde los profesores imparten programas de educación alternativa y las mujeres organizan cooperativas.
Aunque los voluntarios suelen trabajar muchas horas preparando la comida, tienen tiempo para participar en actividades sociales y “reunirse y charlar” en grupo, dijo Jamal, un voluntario de la localidad de Al Jerief West, en Jartum.
Varios voluntarios dijeron que su servicio público los ayuda a sentirse poderosos y resistentes, y que antes de unirse a las cocinas se habían sentido traumatizados por la guerra y a veces demasiado asustados para salir de sus casas.
“Esto es lo que hace que me quede en las zonas de conflicto”, dijo Ibrahim, coordinador de la cocina de Maygoma, en la zona de Sharg Alneel, al este de Jartum. “En mi infancia, solía rezar para tener dinero suficiente para ayudar a los demás, [pero] descubrí que no es importante tener dinero”.
Escasa financiación, aumento de las necesidades: “Cada día vemos caras nuevas”
A pesar de sus experiencias positivas, la media docena de voluntarios que hablaron con The New Humanitarian afirmaron que sus cocinas carecen de financiación y recursos adecuados, especialmente a medida que aumenta el número de personas necesitadas.
Ibrahim, de la cocina de Maygoma, dijo que los voluntarios solían cocinar el almuerzo y el desayuno para su comunidad, pero ahora sólo ofrecen una comida al día. “El número sigue aumentando. Cada día vemos caras nuevas”, dijo.
Mustafa, coordinador de cocina en la localidad de Al Kalakla, en el sur de Jartum, dijo que su grupo había observado un “elevado número de retornados” que abandonaron la capital para dirigirse al estado colindante de Gezira el año pasado, pero que volvieron después de que las FAR lo invadieran en diciembre. También dijo que 10 cocinas de una parte de Al Kalakla llamada Abu Adam tienen un presupuesto de sólo 800 dólares al mes cada una y que ha visto a gente tan hambrienta que comía hojas de los árboles para sobrevivir.
Los filántropos locales y los benefactores de la diáspora han aportado contribuciones fundamentales durante el último año, pero esa financiación “está disminuyendo con el tiempo porque tienen otras responsabilidades”, afirmó Ibrahim.
Las salas de respuesta de emergencia sólo han recibido una pequeña parte de los cientos de millones de dólares que los donantes internacionales han proporcionado a los agentes humanitarios en Sudán.
La inmensa mayoría del dinero de los donantes ha ido a parar a la ONU y a ONG internacionales —que a su vez se encuentran en graves apuros económicos—, a pesar de su limitado acceso a los lugares más afectados por el conflicto y de las restricciones que les imponen las partes beligerantes.
“Se trata de una parte muy importante de la respuesta humanitaria que en estos momentos no cuenta con el reconocimiento ni el apoyo adecuados”, declaró a The New Humanitarian Will Carter, director en Sudán del Consejo Noruego para los Refugiados.
“De un llamamiento total de ayuda de más de 2.000 millones de dólares, no es mucho pedir entre un 2 % y un 5 % al menos para todos estos valientes equipos de primera línea que prestan servicios esenciales en zonas muy desatendidas y de difícil acceso”, añadió Carter. Dijo que uno de los principales problemas es que los Gobiernos donantes tienen políticas y procedimientos de financiación rígidos que chocan con la forma en que se organizan los esfuerzos locales de respuesta y con “cuáles son y deben ser sus prioridades”.
Algunas cocinas comunales afirmaron que han acudido directamente a las organizaciones internacionales en busca de financiación, pero este enfoque puede dejar atrás a grupos que no tienen grandes conocimientos de la lengua inglesa, o la capacidad de hablar el idioma de la ayuda internacional.
Apagones, precios altos y amenazas a la seguridad
La recaudación de fondos y las actividades de divulgación también se han visto afectadas por un apagón de Internet —al parecer impuesto por las FAR— que impide a los voluntarios realizar campañas de divulgación en los medios de comunicación.
El apagón también supone un reto porque impide a las salas de respuesta de emergencia acceder a los sistemas de banca electrónica, que utilizan para recibir y gastar dinero en medio de la escasez de efectivo y el cierre de los bancos, explicó Hassan, coordinador para el Gran Jartum.
Aunque la financiación de las cocinas es escasa, los precios de los productos pueden ser increíblemente altos, según voluntarios y comerciantes. Un comerciante que trabaja en Al Kalakla dijo que “la inflación está calando hondo en la gente”, y que el azúcar cuesta ocho veces más que antes de la guerra.
Los comerciantes que llevan alimentos a las zonas controladas por la FARdijeron que a veces se les deniega el acceso en los puestos de control del ejército, lo que ahoga el suministro y eleva los precios. También tienen que enfrentarse a fuerzas paramilitares que roban sus provisiones en los mercados.
Los cortes de electricidad son otro problema, sobre todo en las zonas donde se necesita energía para bombear agua del Nilo. Ibrahim, el voluntario de Sharg Alneel, dijo que la falta de agua ha provocado que periódicamente se suspendan sus trabajos de cocina.
Otros voluntarios citaron como problema la falta de gas para cocinar, con un suministro demasiado escaso y precios inasequibles. Algunas cocinas han estado talando árboles y utilizando leña como sustituto.
La seguridad también fue planteada por los voluntarios como un reto crítico. Aunque los líderes de las FAR han hecho declaraciones apoyando los esfuerzos humanitarios locales, los voluntarios dijeron que siguen siendo investigados y detenidos por acusaciones falsas de que están vinculados al ejército.
Un voluntario de una cocina dijo que las FAR cerraron su actividad tras publicar una declaración reciente condenando las violaciones de civiles por parte del grupo paramilitar.
El voluntario dijo que la cocina realiza ahora sus actividades «con perfil bajo»: cocinando dentro de las casas de la gente y distribuyendo alimentos sólo a los más vulnerables de su comunidad.
Las cocinas que operan en zonas controladas por el ejército y el gobierno de facto también se enfrentan a amenazas de seguridad. Estas autoridades ven la ayuda como un recurso político y militar, y desconfían de los voluntarios que reciben fondos fuera del sistema que pueden controlar.
Lo que hay que hacer
De cara al futuro, Carter, del Consejo Noruego para los Refugiados, pidió a los donantes que aumentaran sus aportaciones económicas a las iniciativas locales de respuesta, y sugirió que adaptaran algunas de sus políticas para no ahogar a los voluntarios en papeleo y procesos.
“Creo que no se trata de exigirles [a los grupos de ayuda mutua] que sean una ONG, sino de encontrar un modelo que les apoye en la prestación de servicios críticos en zonas muy difíciles y peligrosas del país, [al tiempo que] se minimiza cualquier burocracia o carga”, afirmó.
Con más recursos, Hassan dijo que las salas de respuesta a emergencias podrían instalar mercados locales y panaderías en toda la región.
Por ahora, sin embargo, los grupos exigen que las facciones enfrentadas permitan a los voluntarios trabajar en condiciones de seguridad, abran corredores humanitarios para los grupos de ayuda y avancen en las conversaciones de paz.
Saja, que recibe ayuda de las cocinas de Sharg Alneel —una de las zonas más pobladas de Jartum—, dijo que otra comida al día contribuiría mucho a mejorar la vida de la gente.
“Hay muchísimas familias que dependen totalmente de las cocinas”, declaró a The New Humanitarian. “Sin ellas, no podría ni imaginar cómo serían nuestras vidas en este conflicto”.
*Los nombres de todas las fuentes sudanesas citadas en este artículo han sido modificados debido a las amenazas de las facciones beligerantes a los voluntarios locales.
Editado por Philip Kleinfeld. Edición global y traducción al español por el equipo de Human Journalism Network.
Esta historia fue publicada originalmente en The New Humanitarian y es republicada dentro del programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.