Sobre el Peronismo, Pampa y Peligro. Mi vida en la política argentina
Felipe Solá
Ariel
Selección y comentario por Paula Abal Medina, socióloga, docente e investigadora en la Universidad Nacional de San Martín y el CONICET.
Uno (mi comentario)
Felipe Solá escribió una autobiografía de 400 páginas. Es un libro de lectura placentera, combina anécdotas, reflexiones políticas, semblanzas de dirigentes y vivencias personales. Pero fundamentalmente nos permite reconstruir “la cocina del poder”, comprender el punto de vista de un dirigente que ocupó numerosos cargos políticos: secretario de estado, ministro, diputado, vice-gobernador, gobernador. Podríamos decir que para un dirigente peronista que cree genuinamente en los principios de organización social creados por el primer peronismo, le tocaron tiempos fuleros: justo los que trascendieron como la “década perdida” y el “fin de la historia”. (...)
Solá integró el Poder Ejecutivo cuando el indulto a los genocidas y la privatización de empresas públicas. Tuvo a cargo gestiones sectoriales sensibles en momentos de curva cerrada hacia el neoliberalismo (pesca, soja transgénica). Y fue máxima autoridad provincial cuando la policía asesinó a dos militantes populares: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Estas muertes nos dolieron a muchos de los que fuimos jóvenes en 2002, uno de los duelos que permite identificarnos como generación. Solá dedica un largo apartado a explicar la vertiginosidad de esos días, la enorme confusión. Sería sencillo hacerlo cargo en la proporción de su responsabilidad política, pero no sería justo. Solá es el gobernador que eligió a Juan Pablo Cafiero y a León Arslanian como sus Ministros de Seguridad y una política que fue consecuente con estos nombres. También Jorge Taiana tuvo incumbencia en la materia como Secretario de Derechos Humanos y responsable del Programa contra la Tortura. Sin embargo, hay algo más profundo y más dramático para identificar. Dos reacciones polares emergieron de las cenizas de la dictadura y la derrota electoral del peronismo en el ‘83: la melancolía y el pragmatismo. Solá confiesa con lucidez la conclusión de época que él compartió: “el peronismo nació para ser poder” y hacia allí enfiló cuando triunfó el Síganme. Si tuviéramos que fechar los años durante los cuales más desencontrados estuvieron poder y transformación, serían los del cambio de siglo. Seguramente por eso pudo resultarle verosímil que hubiera “francotiradores piqueteros”. Cuando un dirigente avezado se traga un buzón es porque el poder lleva largo tiempo divorciado de la realidad.
Solá es para mí el tipo que aparece en el segundo párrafo que les propongo y después el político que pudo ser en sus circunstancias históricas. En algún momento de la lectura me enojé y pensé que desaprovechó la potencia del tiempo más prometedor que le tocó en suerte: debió ser más kirchnerista, por recorrido y por convicciones. Si el kirchnerismo no se dejó querer más que por subordinados o si el meollo de la cuestión estuvo en una vara felipista que volvió más determinante los gestos de reconocimiento personal y político hacia su persona que el sentido histórico de un proyecto, es algo que tendrá que dilucidar cada posible lector de un libro que merece alimentar el debate de los años que vendrán.
Dos (la selección)
(Pag 37) “No fui montonero porque tenía miedo, porque no estaba dispuesto a matar y, sobre todo, a que me mataran. Tenía una adhesión a la violencia teórica, pero en la práctica no hubiera soportado ver morir a un tipo, me hubiera asqueado, me hubiera ido. A los 22 años me gustaban Perón, las minas y el sol…
Muchos años después me relacioné con muchos protagonistas sobrevivientes, ex chupados, militantes de distintas alas del peronismo. A algunos de ellos tuve la oportunidad de darles poder, como cuando nombré a Julio “el Boina” Urien presidente de Astilleros Río Santiago, y no sólo por sus virtudes intactas, sino para enmendar algo en mí, un sentimiento de culpa y admiración por su pasado, un respeto por los tipos que no priorizaron su autopreservación como yo”.
Tres
(Página 61-62) “El 30 de marzo de 1982 la CGT-Brasil que encabezaba Ubaldini convocó a la plaza para “decirle basta a este Proceso que ha logrado hambrear al pueblo sumiendo a miles de trabajadores en la indigencia y la desesperación”. Después de las marchas a San Cayetano y de la huelga de los 25 en 1979 se logró la movilización más grande contra los militares. La consigna “Paz, Pan y Trabajo” de Ubaldini unificó a todos los sectores: desde un joven Víctor de Gennaro hasta Lorenzo Miguel, incluido Francisco el Barba Gutiérrez, novato gremialista de la Unión Obrera Metalúrgica de Quilmes recién salido del pabellón de la muerte de la Unidad 9 de La Plata. Iribarne, Croqueta Invancich, el Chacho Alvarez, Corach, Juampi Cafiero, mi amigo Adolfo Boverini y otros pasamos a buscar a Antonio Cafiero a su estudio de la calle Lavalle 1112. Lo conocí ese día. A mí me emocionaba todo: la calle, la multitud, nosotros de nuevo juntos y el gran Antonio en el medio. Lo cuidábamos.”
Cuatro
(Página 173) “Al cortar con la Historia, con la doctrina y con la memoria, Menem cortó, en teoría, con su movimiento. Pero el movimiento no tomó real conciencia de ese alejamiento: estaba perplejo y esperaba un líder. Si la categoría de pueblo peronista había caído como columna inamovible en 1983, ¿qué era el movimiento ahora? Decenas de miles de militantes que aspiraban a ser gobierno, a ocupar todos los lugares posibles; que provenían de sus ramas tradicionales – políticos, sindicalistas, técnicos, pensadores – dispuestos a aportar. La fiebre del oro de California. No hizo falta demasiado para llevarlos a lo nuevo, lo impensado. Ni debates profundos, ni explicaciones: el peronismo había nacido para ser poder y allí estábamos. El Turco supo que su victoria contra Cafiero cerraba las polémicas por un tiempo largo. Había ganado el “Síganme”.”
Cinco
(Página 268) Kirchner quería fortalecer la transversalidad, atraer a los militantes de izquierda peronista que habían huido del PJ rígido, donde había rituales, pero no debates. Hizo un Congreso en Parque Norte sólo para kirchneristas (hubo señales en contra de la asistencia de los intendentes) donde dio un discurso en el que se diferenció claramente de las tradicionales posiciones pejotistas ¿Qué pasaba? Necesitaba como el pan al aparato, pero usaba la prepotencia y hasta la amenaza para forzar a que el PJ se plegara sin condicionamientos. Cada tanto daba señales de acercamiento, pero hacía circular rumores de las carpetas de la SIDE sobre cada intendente. La mejor síntesis del pensamiento de los caciques fue la famosa frase de uno de ellos: “no queremos que nos lleven a patadas en el culo adonde queremos ir.”
Seis
(Página 293) “La Argentina había comenzado a crecer: en los barrios se notaba la recuperación del trabajo. Pero, además, Kirchner había recobrado el prestigio de la política: la había colocado por delante del modelo económico, la había independizado (en buena medida) de los poderes. Y había llevado a cabo algo que muchos no habían visto desde el último año de Perón Presidente: se podía argentinizar el manejo de la economía, seguir un camino propio, salir de la impotencia y ser dueños de nuestro destino. Así lo vi. Así lo sentí. Y mi convicción fue creciendo hasta superar mis especulaciones y mis temores. Y si el Gobernador era el más convencido, ¿cómo no iba a arrastrar a los peronistas de la provincia?”
Siete
(Página 406) Mi vida política comenzó con Perón en Madrid, su resistencia y su visión final del camino a seguir. En mi cabeza se cruzan permanentemente sus advertencias, sus consejos, la teoría de la Conducción y la Comunidad Organizada. Sigo creyendo que es una meta posible (aunque esta sea otra Argentina), con las organizaciones sociales, con los trabajadores y la unidad sindical, con los que entienden que una nueva adhesión al neoliberalismo nos lleva a la destrucción del planeta, con los que crean en la capacidad de tener industria y tecnología propias. Con los que buscan acuerdos y pactos para la mayoría.
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