¡Hola! En estas líneas quiero invitarte a que no dejemos de acompañar, aunque pase el tiempo, a una familia que mantiene la esperanza de encontrar a su hija.
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De las más duras, ásperas, complejas experiencias que podemos vivir como comunidad —y también en lo personal— es que un hijo o hija (sobrino o sobrina, ahijado, ahijada) nuestra se pierda. A veces se pierde un instante en una plaza, a veces unos minutos en el supermercado. Es posible que no haya angustia similar a esa. Hoy se cumplen once semanas, más de 77 días, miles de horas y minutos en los que una hija nuestra, de cinco años, se perdió.
Guadalupe se perdió en San Luis en el cumpleaños de su tía. Estaban en una celebración en familia, al atardecer. Tiene cuatro abuelos, su mamá, su papá, cuatro hermanos. Una familia muy parecida a tantas. En esa fiesta, a Guadalupe, que estaba jugando cerca, no se la vio más. Y la escena, contada por su propia mamá (con la que estuve cuando vino a Buenos Aires) es tremenda. Te preguntás qué pasó, donde está. “Debe estar atrás de la puerta, abajo del mueble. Debe estar en la esquina, no está. Debe haber ido a lo de otro tío y no”. Empieza una búsqueda, pasan 2, 5 minutos. Empiezan a gritar: "¡¿Guada?!". La familia y los vecinos salen a la calle. Salen más personas. “Guada, ¿dónde estás? ¡¿Guadalupe?!”. Solo pensar en esta escena parece imposible, imposible de creer. "Esto no puede estar pasando", dicen quienes lo viven.
Yamila Cileone, la mamá de Guadalupe, vino a Buenos Aires para encontrarse con autoridades y medios de comunicación. Tiene 30 años y despierta admiración. Uno la ve de pie, haciendo notas. Hablando con funcionarios y funcionarias. Estamos ante una situación indeseable y muy poco frecuente. En nuestro país y en América Latina no es frecuente que una chica de 5 años se pierda. Hace más de 10 años se perdió Sofía Herrera, aquella chiquita en Río Grande, en la Patagonia, a quien seguimos buscando.
A más de diez semanas, ¿cómo hacer que una comunidad siga buscando, que siga mirando, multiplicando, retuiteando y, básicamente, abrazando a esta mamá, a este papá, a esta familia? De las heridas más tremendas que nos ha tocado ver, asistir, tratar de curar, es que alguien se pierda. Y más aún una hija nuestra.
Hay poco para decir. Pero sí tenemos claras dos cosas. Aunque parezca increíble, Guadalupe puede estar muy cerca de su casa ahora, o muy lejos. Puede estar a metros de nosotros ahora mismo. Muy cerca nuestro. Por eso hay que mirar más y estar más atentos.
Al mismo tiempo, además de la investigación y especialistas que trabajan, necesitamos, suplicamos, rogamos que alguna persona que sepa algo rompa el silencio. El silencio juega para el mal. El silencio no está del lado del bien. Pedimos que, aun anónimamente, alguien rompa el silencio y diga algo. Un anónimo, una nota, un mail, un mensaje de WhatsApp. Alguien sabe dónde estuvo o está Guada. Como comunidad necesitamos sanar esta tremenda herida. La seguimos buscando.
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La búsqueda de personas perdidas es una de las banderas que siempre levantamos en RED/ACCIÓN. Acá te dejo una serie de notas al respecto para entender mejor este tema y saber cómo podés ayudar:
- "Personas perdidas: qué redes se activan para buscarlas en la Argentina": una nota para entender los mecanismos de la búsqueda de personas perdidas.
- "Alerta Sofía, el sistema para encontrar niñas y niños extraviados, ya funciona en nuestro país"
- "Cómo la pandemia afectó la búsqueda de niñas y niños perdidos y por qué una llamada a sus familias hace la diferencia": una entrevista a Lidia Grichener, presidenta por 18 años la Asociación Civil Missing Children.
- "Diez años buscando a su hija": una entrevista en video con María Elena Delgado, la madre de Sofía Herrera.
- "Qué hacer si tenés información de una persona que está perdida"
- Además, en esta edición de OXÍGENO contamos sobre una iniciativa global para encontrar personas perdidas en cada uno de los países del mundo.
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Cuatro preguntas a Florencia Camiscia, coordinadora de Comunicación de Mensajeros de la Paz [Por David Flier]. Mensajeros de la Paz es una organización no gubernamental que trabaja en Argentina desde 2002 implementando proyectos de atención integral orientados a la promoción, restitución y ejercicio pleno de los derechos de los sectores más vulnerables de la sociedad, entre los cuales se encuentran personas mayores y niños y niñas que viven en hogares y residencias. Para estas poblaciones, el aislamiento fue especialmente desafiante.
—¿Qué diagnóstico hacen de la población adulta mayor en hogares o centros de día en tiempos de pandemia a nivel emocional? ¿Cómo creen que se deberá trabajar de ahora en adelante?
—Uno de los aprendizajes más importantes que hubo dentro de los programas en los que se trabaja con personas mayores fue el impacto a nivel emocional y mental que tienen la soledad y el aislamiento. En el caso del hogar San José, las personas mayores que allí residen pasaron mucho tiempo sin poder recibir un beso, sin poder dar un abrazo, alejados de sus seres queridos. Tuvimos que aprender a lidiar con la angustia que les generaba no poder salir e implementar actividades que ayudaran a bajar los niveles de ansiedad. Acompañarlos a seguir sintiéndose activos a pesar de un contexto que los mostraba vulnerables. En este caso también fueron importantes las festividades, los festejos, el baile, los juegos, estimular la risa. A partir de ahora será importante ayudarlos a retomar los vínculos, a volver a socializar por fuera del hogar y seguir fortaleciendo en ellos y en toda la comunidad el entendimiento de que las personas mayores desempeñan un rol fundamental en nuestra sociedad.
—¿Qué aprendieron, a partir de la pandemia, del trabajo con esta población?
—En el caso de las personas mayores, tuvimos que cambiar la dinámica en tiempo récord. El aprendizaje principal fue la forma en cómo nos vinculamos con nuestros residentes, para escuchar y acompañar sus procesos a lo largo del aislamiento mucho más que en otros momentos. Qué les explicamos a ellas, ellos y las familias, para que ese familiar preocupado entienda que no puede ingresar temporalmente, por su propio bien y por el cuidado de nuestros residentes. Fue un aprendizaje poder acompañarlos en el proceso del aislamiento, escucharlos, empatizar con ellos y con su angustia, pero también aprendimos muchísimo de su resiliencia y su fortaleza.
—¿Cómo vivieron, según lo que pudieron apreciar en Mensajeros de la Paz, los chicos y chicas que viven en instituciones o que se encuentran en situación de calle o de vulnerabilidad social?
—Es inevitable que un cambio tan drástico en su día a día afecte sus emociones. Por eso fue fundamental hacerles sentir que seguirían contando con el abrigo emocional que necesitan, la escucha activa ante sus demandas, la contención, la atención, y garantizarles seguridad y protección. Los juegos, los espacios de multiestimulación, fueron fundamentales para seguir motivándolos a aprender, a crecer y a seguir construyendo y generando espacios de juego y diversión. El no contar, por ejemplo, con la escolaridad externa hacía que todos los días parecieran iguales. En ese sentido, hubo un factor que operó de salvavidas en el medio de la tormenta: festejar. Los cumpleaños, tanto de los chicos como de los grandes, y los festejos de días importantes nos ayudaron a todos a poder romper con la monotonía y a fortalecer los lazos comunitarios.
—¿Y qué aprendieron acerca del trabajo con niños y niñas?
—En el caso de los programas de infancia y familia tuvimos que encontrar nuevas herramientas para que esas chicas y chicos siguieran con su escolaridad a pesar de la nueva modalidad que nos desafió dado que muchas familias de los proyectos no tienen acceso a internet o a datos móviles como para poder asistir a clases virtuales. También tuvimos que aprender a generar los espacios para que los chicos no se aburrieran ni se estresaran ante el encierro y el aislamiento, ya que fue mucho tiempo, y estar atentos a su salud mental fue esencial. Creemos que lo más importante fue el compromiso de cada trabajador y la responsabilidad de cuidar a cada niña, niño, adolescente y persona mayor. Y como dice Graciela Gilona, la directora del Hogar Colibríes: “Hacer todo desde el amor es una bandera que ninguna pandemia puede parar”.
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Los tiempos que vivimos siguen siendo difíciles. Pero, en este contexto, es bueno hacer foco en esas noticias que nos esperanzan, que nos oxigenan. Que nos hacen recordar que estamos más cerca de dejar atrás lo más complicado de la pandemia.
Por eso, un repaso a un par de noticias de la última semana. Por un lado, por primera vez, la tasa de positividad (es decir la cantidad de positivos sobre el total de test realizados) se mantuvo por debajo del 10% por más de una semana completa. El 10% es la cifra recomendada por la Organización Mundial de la Salud.
Y otra buena noticia: la ocupación de camas de terapia intensiva por parte de pacientes con coronavirus tocó el piso en casi un año (a mediados de la semana pasada se contabilizaron 3173 personas internadas en estado crítico con COVID-19 en todo el país). De a poco, los hospitales y sanatorios vuelven a contar con las condiciones necesarias para atender a tantas patologías, intervenciones y controles que durante meses debieron postergarse.
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A veces, un pequeño gesto tiene como contrapartida una felicidad enorme. Así ocurrió en esta historia que encontramos en LinkedIn.
Celeste contó el ejemplo de su mamá. “Cuando mi hermano era chico, era fanático de los dinosaurios. Hace unas semanas mi mamá vio en la tele que un nene de Chaco tenía esa misma pasión. Ella no dudó en embalar todo: libros, enciclopedias, juguetes y ropa de dinos. Y allá fue. La felicidad y emoción de este nene y sus hermanitos no necesitan explicación. Todos felices”. Su posteo va acompañado por un video en el cual niños abren cajas emocionados, exaltados.
Celeste se pregunta si, en un futuro, el gesto se convertirá en “una semillita que impulsa a este nene a estudiar geología, biología, lo que sea. Formarse, crecer, desarrollarse... ”. Ella está orgullosa de su madre. Y el ejemplo de esta mujer nos recuerda que, a veces, hacer feliz a alguien no requiere obras faraónicas.
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Para cerrar esta edición te dejo una historia de vida de esas que inspiran. Es la de Fernando Pessagno. Un joven bonaerense de 35 años, diseñador web, a quien su hermana le pidió ayuda para armar el CV.
Fernando no solo le tendió la mano a su familiar directo sino que percibió una necesidad: casi no había sitios para realizar currículums en forma sencilla en la web. El joven decidió armar así un sitio que ofreciera en forma gratuita el servicio (para usarlo, solo es necesario mencionar el sitio en redes sociales). Ya lo usaron 800.000 personas de todo el mundo.
Aunque ahora también tiene una versión paga señaló en una entrevista a Clarín: “El objetivo siempre fue altruista y quiero respetar la misión original: ayudar a conseguir empleo a aquellos que más lo necesitan”. Qué bueno es usar los talentos de cada quien en beneficio del otro, de la comunidad.
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Acordate: estamos siempre dispuestos a escucharte. Queremos saber qué te parece el contenido de esta newsletter, qué temas que oxigenan creés que deberíamos tocar o a qué personajes sugerís que entrevistemos. Escribinos.
Cuidate mucho, cuidalas mucho, cuidalos mucho.
Un gran abrazo.
Juan