Se multiplican las huertas-vereda, espacios terapéuticos que dan alimentos y unen al barrio - RED/ACCIÓN

Se multiplican las huertas-vereda, espacios terapéuticos que dan alimentos y unen al barrio

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

A partir de la crisis emocional que significó la pandemia, vecinos de distintos barrios de la zona norte del AMBA se organizaron comunitariamente en pos de un proyecto sustentable: la construcción colectiva de huertas orgánicas. Las agrupaciones intercambian saberes entre sí y su desarrollo ha despertado el interés de escuelas y otras organizaciones que buscan asesoramiento sobre cómo aprovechar los espacios para cultivar. Una movida hecha a pulmón, que crece al ritmo de la naturaleza.

Se multiplican las huertas-vereda, espacios terapéuticos que dan alimentos y unen al barrio

Alimentos sanos y autogestionados, inclusión social, reutilización de terrenos desaprovechados y nuevos espacios verdes que oxigenan el cemento son algunos de los beneficios de los barrios comestibles, comunidades activas o huertas en la vereda. Con esos nombres se conoce un fenómeno que se expande en muchos barrios de la zona norte del Área Metropolitana de Buenos Aires. 

Llama la atención un corredor de huertas a la vera de las vías del tren de la línea Mitre que une el barrio porteño de Retiro con Tigre. Son cuatro, todas a la altura del partido de San Isidro: la primera fue en la calle Guido Spano,  las otras en Emilio Mitre, en Perú y en Urquiza. Y hay varias más en la zona, esparcidas por la ribera, en el Bajo de San Isidro o El Club de la Compostera, en Beccar o la huerta ubicada en el barrio popular El Ceibo, Vicente López. Lejos de competir entre sí, todas están comunicadas, se ayudan, se potencian a través del intercambio de semillas. Están las “físicas” y orgánicas, fruto del trabajo comunitario. O las otras, las semillas “espirituales”, que surgen de las experiencias y conocimientos adquiridos. 

Algunas más grandes y llamativas, otras pequeñas, de apenas un par de cajones sembrados; las huertas en la vereda son espacios “tomados” por vecinos comprometidos con el cuidado de la Tierra y un sueño compartido: vivir en una comunidad autogestiva, educativa y comestible.

“Creemos en el poder de las pequeñas acciones: enterrar las manos en la tierra para plantar una semilla y ver el proceso de la vida, con sus propios tiempos y ciclos, embellecer los espacios comunes con cartelería que ayude a concientizar sobre cómo cuidar y reutilizar lo que nos brinda la Pacha”, explica Alejandra de Igarzabal, 59 años, una de las referentes de la huerta ubicada en Emilio Mitre y Eduardo Costa, Martínez, mientras hunde la pala en el chipeado, un montículo de ramas, madera y despuntes triturados que sirven para enriquecer los caminos de la huerta.

Desde el tren Mitre, ramal Retiro-Tigre se puede contemplar esta postal cotidiana sobre la calle Eduardo Costa, entre las estaciones Martínez, Acassuso y San Isidro. (Foto: gentileza de @huertavereda)

Cuando crisis es oportunidad

“En tiempos de crisis, las huertas comunitarias pueden ser una gran solución, como lo fueron los Jardines de la Victoria durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Eran huertos improvisados en patios, tejados, escuelas, en cualquier porción útil de tierra, ¡hasta en los cráteres de las bombas!”, cuenta Alejandra. “En nuestro caso, la crisis emocional que nos provocó la pandemia nos hizo salir a las veredas”.

Y así como los huertos de posguerra sirvieron, además de proveer alimentos, para levantar la moral de los habitantes, las huertas en las veredas resultan un espacio terapéutico.

Corría junio de 2020, eran días de aislamiento social, preventivo y obligatorio. Harta del encierro, Maggie Gaviola, una vecina de la localidad de La Lucila, departamento de San Isidro, decidió cruzar la calle en busca de aire puro y reconexión con la naturaleza. Comenzó a preparar el terreno público que bordea las vías del tren sobre la calle Guido Spano, en la localidad de Acassuso: quería armar una huerta. Enseguida se unió Alejandra. “Éramos dos mujeres con pala y pico trabajando la tierra en la vereda en el peor momento de encierro. La policía pasaba y miraba para otro lado, para evitar tener que mandarnos adentro”, recuerda divertida de Igarzabal.

Reunirse en la vereda, no solo a trabajar la tierra, también a compartir y conversar, afianza los lazos comunitarios, fortalece el entramado social de los barrios. (Foto: gentileza de @huertavereda)

 “Esto es horticultura terapéutica, porque no solo cultivamos alimentos, cultivamos valores, sentimientos, en cada acción cultivás respeto, amor, solidaridad, paciencia, es un proyecto abierto a toda la comunidad, sin distinción de estrato social, religión, pensamiento político”, dice Nacho Benítez, 46 años, maestro mayor de obras, vecino del barrio popular El Ceibo, en Vicente López, e impulsor de la huerta comunitaria del barrio. “El que viene y colabora, se lleva una experiencia única, además de algo de lo cosechado. Es una manera de terminar con el asistencialismo. El que trabaja se lleva algo de lo producido entre todos”.

Los carteles son parte esencial de las huertas en la vereda y respetan una estética cuidada que ayuda a embellecer el espacio. “Somos conscientes de que estamos usando el espacio público, por lo que, además de comestible, queremos que sea agradable a la vista y útil para todos los transeúntes”, explica Alejandra de Igarzabal, referente de una de las huertas. (Foto: gentileza de @huertavereda)

Que en cada barrio haya una huerta-vereda

La movida huertera fue despertando interés en distintos ámbitos, como colegios e instituciones que se acercan buscando asesoramiento. La Fundación Nosotros, dedicada a la inclusión de personas con discapacidad intelectual, les pidió ayuda a las referentes de Acassuso para reflotar la huerta que tenían antes de la pandemia. Y lo que comenzó siendo un asesoramiento hoy es una alianza colaborativa. 

El Municipio de San Isidro se acercó también y hoy apoya la iniciativa aportando agua semanalmente con el camión hidrante, les proveen el chipeado y promueven talleres de huerta gratuitos. “Nos falta algo muy importante —reclama una voluntaria que prefiere no dar nombre—. Nos prometieron instalar una canilla o bebedero que facilite el sistema de riego. Hoy lo hacemos manualmente, somos mayoría de mujeres y trasladar los baldes con agua nos resulta difícil. Además las huertas van creciendo en tamaño y en demanda, lo que implica más agua para riego y mejores condiciones de distribución y cuidado”. 

Germinar, regar, plantar, trasplantar, repicar (separar los plantines), trabajar la tierra y prepararla para que la planta tenga los medios aptos para crecer… todo esto y más aprenden los alumnos de diversas escuelas y los jóvenes de la Fundación Nosotros. (Imagen: gentileza @huertavereda)

A casi tres años de aquellos primeros pasos, el “colectivo huertero” transmite con generosidad los aprendizajes adquiridos a fuerza de prueba y error, de intercambiar saberes con profesionales. Pamela Warhurst —fundadora de Incredible Edible, una organización que promueve la creación de paisajes comestibles en las ciudades de Inglaterra— es una de sus principales fuentes de inspiración. En este tiempo ya han logrado cosechar sus propias semillas, libres de agroquímicos, que intercambian con otras huertas para lograr la mayor biodiversidad, fundamental para combatir plagas de manera natural. “Todo lo que cultivamos, sembramos y cosechamos son frutas y verduras de estación porque nuestra producción va de la mano de la naturaleza, respetando sus ciclos, explica al pasar Doly, vecina de Acassuso, sin detener su marcha con la carretilla repleta de almácigos (recipientes donde germinan las semillas). “En primavera-verano tuvimos una alta producción de tomates, de zapallitos, pepinos y hojas verdes. El año pasado logramos diez variedades de zapallo y calabaza”, cuenta.

Para organizarse y subsistir, cada huerta cuenta con dos o tres referentes “de base” que se juntan tres veces por semana a trabajar y a planificar, organizando a los voluntarios en diferentes tareas: preparación de la tierra, riego, compostaje y tantas otras según las necesidades y la época del año.

Gracias a las composteras que hay en cada una de las huertas, se reducen a la mitad los residuos domiciliarios de los vecinos de los barrios. (Foto: gentileza de @huertavereda)

Proyecto autogestivo y educativo

“Esto hay que llevarlo a las escuelas. En la huerta de El Ceibo, además de producir alimentos sin pesticidas ni químicos, vamos saliendo del circuito enfermo del consumismo. Al participar, los chicos pueden percibir que forman parte de algo mayor y que todos nos necesitamos, que nos salvamos juntos o no se salva nadie. ¿De qué sirve que los chicos repitan como loros las 3 erres (reducir, reciclar, reutilizar) si no lo viven?”, cuestiona Nacho. Y remarca: “En las huertas comunitarias todo el tiempo lo ponemos en práctica”. 

En cada huerta hay una compostera. Ahí los vecinos depositan sus residuos orgánicos, que se van degradando y transformando en compost. Al reciclar los orgánicos, se reduce a la mitad la basura domiciliaria y se logra un abono natural con el que se nutre el suelo de las huertas. También se reutilizan materiales plásticos, como bidones y botellas que se transforman en regaderas para distintos tipos de riego. Hasta el aceite que se usa para cocinar es reutilizado para pintar y proteger los cajones.

“Promovemos y defendemos nuestro derecho como comunidad a elegir las políticas y estrategias para la producción de alimentos de forma sostenible y ecológica. De un suelo sano crecen plantas sanas, que dan alimento saludable”, explica Sabrina Márquez, 45 años, docente, voluntaria en El Club de la Compostera, colaboradora en la comunicación y difusión de todos los proyectos. Ella cuenta la expansión de las huertas: “Son cada vez más las iniciativas que concretamos: asesoramiento en otros barrios para que las huertas se repliquen, tenemos un recetario que difundimos en redes, participamos en mercados de cercanía, que son también espacios de formación y divulgación porque queremos ofrecer alimentos saludables directamente del productor y fomentar la cultura de productos sustentables a bajo precio. Promovemos talleres y charlas… ideas y ganas sobran, pero vamos de a poco porque todo es a pulmón, sin subsidios ni financiamientos”.

Las huertas-vereda se han convertido en una postal pintoresca de la zona, una atracción turística. Hay gente que sale a caminar todas las mañanas o a tomar un café y convierte al corredor de las huertas en puntos de visita obligados. Son coloridas y radiantes y cambian día a día .

“Queremos que la gente se anime a plantar comestibles en todos lados ―dice Sofía Guardone, una de las fundadoras de la Huerta de la Ribera―. Hasta hace poco nos emocionábamos al ver crecer las primeras zanahorias. Es un proceso casi mágico. Tenemos que cuidar la tierra. Es increíble irte después de un día de trabajo en la huerta y repartirse entre todos un poco de vegetales. Después, llegar a tu casa, cocinarlos y comerlos. Es un sentimiento inigualable porque la vereda es un espacio que siempre ha estado ahí y nunca lo aprovechamos de la manera que lo estamos haciendo ahora”.

Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre RED/ACCIÓN y Río Negro.