El amor que Joaquín Leguía siente por la naturaleza nació en el jardín de su abuela, donde a sus cuatro años descubrió, junto a su hermano, lo que para él era “una selva”. Allí, según dice, desarrolló un refugio y un vínculo afectivo muy fuerte con la “Madre Tierra”. De hecho, hasta escribió un cuento para transmitir esa historia que él describe con tanta pasión.
Toda esa afectividad que fue construyendo durante su infancia y adolescencia la canalizó a través de la Asociación para la Niñez y su Ambiente (Ania), una institución que fundó con el objetivo de transmitirles a niñas, niños y adolescentes el conocimiento, el cuidado y el amor por la naturaleza.
Una de las iniciativas que llevan a cabo en Ania es la de Tini, una metodología que emparenta a las niñas, niños y jóvenes con la “Madre” Tierra y los empodera como agentes de cambio para el desarrollo sostenible.
Nacido en Perú y con 53 años, Joaquín lleva su filosofía a diferentes países del mundo, donde busca generar lo que su fundación llama “Empatía Activa por la Vida” y califica como el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 18, una pieza fundamental para alcanzar los 17 ODS que plantean las Naciones Unidas.
—¿Qué te llevó a tener tal compromiso con la naturaleza?
—Cuando tenía como cuatro años mis papás se separan y nos mudamos a la casa de mi abuela. Junto a la casa, tenía un jardín todo peinadito, como le decía yo, y, al costado de la casa, había un terreno separado por un muro y por un portón que cuando lo abrías había una huerta antigua llena de árboles y era todo silvestre.
Cuando nos mudamos, yo de cuatro años con mi hermano de seis nos aventuramos a abrir ese portón y dije: “Wow, esta es la selva y yo soy Tarzan”. Ese lugar se convirtió rápidamente en un refugio muy especial para nosotros, desarrollé un vínculo afectivo muy fuerte, conocí a la “Madre Tierra” y la “Madre Tierra” me conoció a mí. Ella siempre me dio seguridad, tenía un escondite que nunca nadie me descubrió. Y ese lugar nunca me juzgó, me dio la libertad, siempre me permitió ser quien yo quería ser y quien era de verdad.
—¿Cómo fue el proceso hasta convertir todo eso en lo que hoy es ANIA?—A raíz de eso es que paso por varias universidades sin encontrarme, hasta que finalmente llego a la Universidad de Yale y busco un consejero acorde a mí, a un ecólogo sociólogo, lo conozco y él me sienta ahí y me dice: “Bueno, Joaquín, vas a estar acá dos años y mi misión acá como tu consejero es ayudarte a canalizar tus sueños”. Entonces yo le dije todo lo que creía que era y me dijo: “No, no, vos acá vas a hacer esto y esto. Vas a estudiar Psicología de niños, que es lo principal”. Me fortaleció lo que yo sentía y, a mis 25 años, alguien por primera vez con autoridad escuchaba lo que yo tenía para decir y me abrió una puerta. Le dije que quería hacer algo vinculado a la niñez y al ambiente y me dijo: “Espectacular, serías pionero”. Efectivamente dos años después me gradué con una maestría en manejo ambiental con especialización en el rol de la niñez en el desarrollo comunitario y ahí fui a buscar trabajo a dos organizaciones superinternacionales y famosas en el tema de niñez, pero las dos me dijeron que no, que lo que yo proponía no lo vieron. Yo proponía que, así como la naturaleza tiene impacto en la niñez, la niñez tiene impacto en la naturaleza.
Entonces, mi consejero me ayudó a avanzar y me mudé a Madre de Dios, una región amazónica en la frontera con Bolivia y Brasil. Al poco tiempo, fundo ANIA con la misión de promover la Empatía Activa por la Vida a través de iniciativas que emparenten a las niñas, niños y jóvenes con la “Madre Tierra” y los empoderen como agentes de cambio para el desarrollo sostenible. Y ahí se inicia toda esta aventura.
—¿Qué es la Empatía Activa por la Vida?
—La capacidad de poder priorizar el bien común a través de acciones cotidianas que generen bienestar en uno mismo, en las demás personas y en la “Madre Tierra”. ¿Cómo ideamos ese concepto? Hace dos-tres años tenía esa sensación de: “¿Qué es lo que los seres humanos estamos perdiendo para que todo lo negativo siga avanzando?”. Entonces, con un grupo de gente nos juntamos y llegamos a que la palabra empatía era lo que más nos hacía ser seres humanos. Entonces, ves la palabra en el diccionario y es sentir lo que el otro siente. Pero esa definición no nos alcanza porque, cuando hablas del otro, hablas del ser humano y ¿qué pasa con las plantas, los animales y el ecosistema? Hay que incorporarlos. Así nace Empatía por la Vida. Y en la definición dice “sentir” pero no dice “hacer”, y dijimos, entonces es Empatía Activa por la Vida.
—¿Cómo surgió el ODS18?
—En este contexto en el que estamos, seguimos pensando en que están los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que son 17. Entonces, yo dije, ese es el puente que más que nunca necesitamos para poder transitar de un mundo insostenible hacia un mundo sostenible. Hoy en día vimos que con el tema del coronavirus hay que aplanar esa curva, pero también tenemos que aplanar la curva de la insostenibilidad y, cuando buscamos una manera de aplanarla, hay como una medicina ahí, que son los 17 ODS. Sin embargo, esos ODS necesitan algo más de marketing que te llegue al corazón, algo que lo complemente y fortalezca. Entonces, es ahí que pensamos en qué era eso que le falta y dijimos: la Empatía Activa por la Vida. Pensamos: ¿porque no impulsamos en la sociedad civil el ODS18? Y es así como nos aventuramos a eso. Para que los otros 17 ODS de las Naciones Unidas avancen y se sostengan en el tiempo es fundamental que las nuevas generaciones crezcan queriendo, conociendo y cuidando la vida.
—¿Y cómo se logra eso?
—Se sabe que con el contacto regular y positivo con la naturaleza en niñas y niños no solamente desarrollan ellos valores y actitudes por la vida sino contribuyen significativamente a su desarrollo emocional, cognitivo, físico y emocional. Pero hay algo más para lograr la Empatía Activa por la Vida y es que a los niños hay que tratarlos como agentes de cambio, no como adultos incompletos.
—¿Qué implica empezar a tratar a los niñas y niños como como agentes de cambio y no como adultos incompletos?
—Hemos hecho dos cosas. Para lograrlo tiene que haber iniciativas que vayan de abajo para arriba y viceversa. De abajo para arriba, creamos esta iniciativa que se llama Tini, Tierra de niñas, niños y adolescentes. Es un espacio que los adultos les otorgan donde ahí pueden criar la vida y la biodiversidad con cariño y alegría y desarrollar acciones que sean buenas para ellos, para las demás personas y para la naturaleza.
La Tini se puede crear desde tres macetas o espacios más grandes —hay un bosque de 20 hectáreas en la Amazonía— y se puede hacer en el hogar, en la escuela, en el barrio, en la comunidad, en espacios públicos y privados, en zonas urbanas y rurales y en diversos ecosistemas y con distintas culturas.
Una vez que se les dan los espacios, crean una visión de qué cosas pueden hacer de acuerdo a su realidad y ponen a veces su visión, hacen su diagrama y ahí los adultos los apoyan y siembran plantas alimenticias, medicinales, cuidan un árbol que ya había o siembran uno nuevo, rehúsan materiales para decorar y para armar cosas como un regadero con plástico reciclado o maceteros y es un espacio donde pasan tiempo de calidad donde se divierten, juegan, aprenden y emprenden y desde donde tienen su oportunidad de aportar al bienestar de la sociedad.
—¿Y de arriba para abajo?
—De arriba para abajo, en el 2014 o 2015, el municipio peruano de Alto Larán crea una ordenanza a través de la cual reconoce a las niñas, niños y adolescentes como agentes de cambio para el desarrollo sostenible de ese lugar a través de acciones que realicen en espacio públicos y privados que mejoren y cuiden el ambiente. Esa municipalidad usó la Tini como indicador cuantitativo y, desde entonces, hacen una ceremonia en la plaza de armas del pueblo donde les otorgan una felicitación con ese reconocimiento.
Y gracias a esa iniciativa, en estos días la Municipalidad de Lima se interesó y está sacando una ordenanza similar que va a reconocer a las niñas, niños y adolescentes como agentes de cambio para el desarrollo sostenible de la ciudad de Lima y, si eso se da, se va a crear un comité de niñas y niños y otro de adolescentes, donde van a decir, según ellos, qué cosas pueden hacer desde su hogar, escuela, barrio y comunidad para aportar al Desarrollo Sostenible de la ciudad.
—¿Considera que los niños y niñas de hoy van a ser jóvenes y adultos más conscientes del cuidado del planeta en el futuro?
—Yo estoy seguro que sí. El gran desafío es que en la mente lo van a tener claro, pero si en la mente no va acompañado con un sentimiento en el corazón, eso que tienes en la mente probablemente se convierta en un pensamiento efímero que se vaya con el tiempo, que se va cuando somos adultos.
Entonces es importante que lo que piensen ahora esté conectado a sus sentimientos y que eso perdure. Por eso es tan importante que, para el desarrollo sostenible y la educación ambiental, más allá de que las niñas y niños cambien las bolsas de plástico por bolsas de tela, apaguen la luz, ahorren energía, ahorren el agua, es absolutamente fundamental que hasta los 12 años de edad crezcan en contacto con la naturaleza como sujeto, no como objeto porque ahí la van a conocer, la van a querer y cuando la quieran la van a buscar siempre cuidar.
Eso se resume en una frase muy linda de un tipo muy sabio que se llama David Sobel, que dice: “Antes de pedirles a las niñas y niños que cuidan la Tierra, tenemos que lograr que la amen”. Y esa es mi frase favorita de todo lo que hago.