Sally Buberman es CEO y cofundadora de Wormhole. Entrevista por Silvina Scheiner
“Hace cinco años nadie hablaba de la privacidad, de resguardar los datos, de la intimidad. Era irrelevante. Publicábamos de todo y nos parecía natural. Hoy, los más jóvenes nos cuestionan a los millennials habernos portado así. Se viene una generación más crítica hacia las redes”.
“Si no te quedaste convencido con una respuesta, no la aceptes. Siempre preguntá, con respeto, pero preguntá. Yo siempre fui cuestionadora. Ahora estoy orgullosa de serlo, pero me trajo muchos problemas. Era insoportable. Todo juguete que llegaba a mi casa, agarraba un destornillador, y lo desarmaba. A los cuatro años, por querer ver cómo funcionaba un calentador, casi quemo toda mi casa”.
“A los emprendedores nos duele que se vea al empresario como alguien codicioso, que se quiere llenar de plata. Obviamente que queremos ganar y pagar las cuentas, pero a nosotros no nos mueve la cosa de llenarnos de guita, sino la posibilidad de generar cambios y dar trabajo a través de la tecnología y la innovación. Quizá hubo otras épocas en las que solo importaba eso, pero hoy nosotros sentimos la obligación y la suerte de sostener una empresa”.
“Mi papá era emprendedor y es el primero al que le agradezco. Abrió miles de empresas y, en las sucesivas crisis, cerró otras tantas. En todas las cenas, en casa se hablaba de lo que pasaba en la empresa, de la gente, etcétera. Yo siempre lo cuestionaba y el decía que un día lo entendería. Falleció cuando yo tenía 22. Tuvo razón en todo”.
“Carlos Pallotti (especialista en políticas tecnológicas y desarrollo productivo) fue nuestro primer padrino: nos dio consejos, nos abrió puertas, nos presentó personas que nos podían ayudar. Hoy, yo hago lo mismo. Por eso no creo -como se debatió en las redes con el tema Celeste Medina- que esté bien cobrar las charlas de emprendedorismo y esas cosas. Nunca acepté un peso porque no vivo de eso, y porque creo que uno está obligado a devolver toda la ayuda que recibió”.
“Le debo mucho a Juan Ignacio Frecha, uno de los cuatro socios originales, que ya falleció. Fue él quien me sugirió dar clases por Internet cuando yo necesitaba la plata, y el que luego, para participar en un concurso de Microsoft, me instó a que aprendiera a hacer un plan de negocios en vez de pedir que alguien me lo hiciera. Eso que fue una charla de amigos que se joroban tomando mate, terminó siendo el puntapié que cambió por completo el curso de mi historia”.
“Cuando trabajé en una empresa, la estructura de la organización era tan gigante que mi aporte se perdía. Sentía que lo que hacía no tenía impacto, o tardaba mucho en sentirse. Si hago algo quiero tener un impacto concreto”.
“Para algunos emprendedores, el driver es, simplemente, empezar algo nuevo. A mí, lo que más me motiva es el impacto real que logro con lo que hago”.
“No me genera ninguna satisfacción que alguien venga y me ofrezca un montón de plata para comprarme la empresa y sacarme del medio. Si me ofrecen menos plata, pero me dicen que vamos a trabajar juntos, para crecer y llegar a más gente, eso me motiva más”.
“Está bueno que te vaya mal a veces. Si lo capitalizás, te prepara mejor para lo que viene, pero tampoco creo en esto de pasarnos de mambo, y hacer una panacea del fracaso. Al que le sucede, la sufre. Y a la gente que depende del emprendimiento, ni te cuento”.
“Todavía tengo que trabajar sobre mi temperamento. Soy poco tolerante, me pongo loca muy rápido. Igual, nunca trabajaría sola. Es parte de uno madurar, y entender que no todos van a tu ritmo”.
“Ser un emprendedor es un estado mental. Es volverte inconformista. Todo el tiempo tratás de resolver problemas. Si algo no funciona, no podés dejarlo pasar. Ves cosas a solucionar en el restaurante, con el mozo, y te da ganas de acercarte al dueño y darle tips”.
“Con mi esposo, somos pareja y socios en la empresa. Convivimos 14 años antes de casarnos. Ahora somos padres, pero siempre, aún antes del bebé, dividimos todo. Admiro mucho a los papás, o abuelos, que se la bancan solos porque la logística necesaria es enorme”.
“Con mi hijo soy anti tecnología. Por ahora, que juegue con chiches de madera, cajas o un frasco de mayonesa. Ya habrá tiempo para tenga una tablet toda su vida. Trataré de ser cero pantalla hasta los tres años. El problema es la gente, cuando viene de visita. Yo quiero que conozca las cosas realmente, y no a través de un video de YouTube”.
Sally Buberman es como la Cher de la tecnología. No tiene apellido. Es Emprendedora Endeavor y juez internacional de Statup Chile, Microsoft Imagine Cup, Desafío Intel Latinoamérica y TIC Américas de la OEA. Este año fue la única representante de América Latina que formó parte del jurado de los Technology Playmaker Awards. Tiene a Julián, de un año y medio, y desde que estaba en la panza se entrenó con su esposo y socio, Ignacio, para aflojar con la conexión. Es ingeniera en electromecánica, y fanática de los idiomas y las carreras de autos.