Llevamos tiempo repensando el modelo general de trabajo que se instauró en el siglo XX. Esto es, dirigirse a un lugar de trabajo (oficina, fábrica, comercio) y dedicarle un tiempo establecido de 40 horas semanales.
En marzo de 2020 muchos hogares se convirtieron en lugares de trabajo. El anuncio del confinamiento hizo de la jornada laboral una intensa pijamada: en los hogares, se deslindaron los tiempos y los espacios de trabajo, de estudio, de ocio y de cuidado doméstico.
Con el paso de los días, se fue instaurando un cierto orden: se acondicionaron áreas, se establecieron normas para la coordinación de las familias en el uso de los recursos (conexión, equipos, zonas) que se debían repartir entre el trabajo de unos, el estudio de otro y el ocio de todos.
La revolución fue tal que los gobiernos se vieron obligados a regular el teletrabajo. Una caída al ir de la mesa de comedor –reconvertida en mesa de trabajo– a la cocina, ¿podría considerarse un accidente laboral? El teletrabajo hizo que, en algunos casos, así lo fuera. La pausa del café, el uso de los recursos domésticos o la gestión de la privacidad del teletrabajador también quedaron contempladas en la nueva norma.
El teletrabajo también trajo consecuencias patentes (buenas y malas) para las ciudades y permitió la reducción del tráfico y de las emisiones. Pero el confinamiento provocó una grave crisis por el frenazo en seco de la actividad económica.
Concluida la alarma sanitaria, el teletrabajo fue perdiendo fuelle, aunque hay empresas que han establecido un modelo laboral híbrido, con tiempos de trabajo presencial y tiempos de teletrabajo.
La otra gran cuestión que lleva tiempo sobre el tapete es, precisamente, el tiempo que cede el trabajador a la empresa y que en 1935 quedó establecido por la OIT en un máximo de 40 horas laborales (Convenio 47).
“Deberíamos trabajar para vivir, no vivir para trabajar”. Esta frase parece la mejor carta de presentación para la promoción de la semana laboral de 4 días, algo de lo que se viene hablando como un futurible del mundo del trabajo. La medida aboga por una mayor calidad de vida para los trabajadores: más tiempo de ocio y de descanso, algo que, idealmente, redundaría en una mayor productividad. No obstante para cumplirse esta premisa habría que superar la inercia del actual modelo económico.
En otoño de 2023, el acuerdo para el gobierno de coalición establecido entre Pedro Sánchez (PSOE) y Sumar (Yolanda Díaz) en España tras las elecciones de julio de este mismo año contempla una reducción paulatina de la jornada hasta las 37,5 horas en 2025 (que, en principio, no afectaría al salario). Habrá que ver qué impacto tendrá este cambio, si se aprueba, en la relación entre la jornada laboral, el salario y la productividad de las empresas.
Elba Astorga, Economía, The Conversation
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.