Relajados pero temerosos: cómo viven en lugares de la Argentina donde nunca llegó el nuevo coronavirus- RED/ACCIÓN

Relajados pero temerosos: cómo viven en lugares de la Argentina donde nunca llegó el nuevo coronavirus

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

En ciudades y pueblos que han pasado meses sin casos de COVID-19 se debaten entre el hastío por las medidas y los cuidados para evitar contagios. Además, se presta mucha atención a quienes llegan de otras zonas. Especialistas en ciencias sociales y salud mental advierten sobre la posibilidad de estigmatizar o caer en reacciones que pueden tornarse patológicas.

Relajados pero temerosos: cómo viven en lugares de la Argentina donde nunca llegó el nuevo coronavirus

Intervención: Pablo Domrose. Foto: Migue Roth

Controles en los ingresos a la localidad. Barbijo al salir a la calle y negocios que reabrieron pero con restricciones de personas para ingresar. Rubros que aún esperan volver, como el turismo. Por supuesto, escuelas cerradas y restaurantes que funcionan con protocolos y varios metros entre mesas.

Aunque despierte el anhelo de habitantes de zonas como el Área Metropolitana de Buenos Aires, la fase 5 del aislamiento social preventivo y obligatorio (que también permiten algunos deportes y reuniones de hasta 10-15 personas) es una etapa en la que, todavía, el COVID-19 marca la agenda de ciudades y pueblos del país. Lugares, algunos, que se mueven al compás de un virus que nunca tocó sus puertas.

Durante las últimas semanas, conversé con lectores, miembros y personas cercanas a la comunidad de RED/ACCIÓN que viven en zonas donde nunca hubo un caso positivo del coronavirus: queríamos saber cómo viven y de qué hablan. (En ocasiones, el positivo llego en el medio de nuestras charlas).

Para varios, la ausencia de casos hizo que la pandemia dejara de eclipsar todas las conversaciones y prácticas. “Al principio le teníamos miedo, nos resguardábamos. Como nunca llegó, empezamos a tener confianza, a juntarnos, a no tener tan presente la distancia social”, admite Emiliano (16 años), de la Emilia, Buenos Aires.

“Bajó la intensidad de repetir información de otros lugares”, dice Carina, de San Rafael, Mendoza, una ciudad con 120 mil habitantes.

Para Florencia (22), de Oliva, Córdoba, hablar menos del tema ayuda a “no caer en una paranoia colectiva”.

¿Medidas desmedidas?

Aun sin casos confirmados de coronavirus, muchas medidas preventivas persisten. Algunos creen que gracias a ellas la pandemia no los tocó. Otros creen que las restricciones han llegado a un punto desmedido. 

Migue Roth es periodista y vive en Colonia Santa Teresa, un pueblo de 550 habitantes de La Pampa, que, cuando escribo esto, es la provincia argentina con menos casos de coronavirus (unos 7).

“Hay bronca y enojo porque se mantienen restricciones pese a que estamos a 160 kilómetros del caso más cercano reportado”, cuenta. Muchos en la región acostumbraban a cruzar a Darregueira (a 5 kilómetros, en provincia de Buenos Aires) para trabajar (sobre todo en el campo), pero hoy solo lo hace un listado de personas con permisos municipales. “Esto generó incordio”, explica. Y dice que está vigente la “quietud tensa” de la que hablaba en mayo en un texto del sitio Angular.

Un camino cerrado en Colonia Santa Teresa, La Pampa, para restringir el ingreso de vecinos de otros distritos. Foto: Migue Roth

 “Tengo bronca por la exageración de restricciones, por el miedo generado desde los medios y la falta de libertad”, señala Paula desde Daireaux (Bs. As.), donde en más de 4 meses de cuarentena hubo dos casos.

“Molesta estar tan encerrados y algunas cosas parecen sin criterio: por ejemplo, abren todos los negocios y la calle se llena de gente, pero como no podés entrar de a más de a 2, tenés que esperar afuera con frío; eso se mantiene así, pero a la vez podés hacer reuniones en casas…”, suma Gisela (37) de Pigüé.

Diego (34) define como “rara” la situación de Victoria (Entre Ríos), que el 10 de julio tuvo su primer caso, y que es una ciudad turística con hoteles y su casino cerrado, por lo que mucha gente dejó de trabajar.

“Todos están expectantes por la economía. Muchos opinan que se usa la pandemia como excusa para hacer manejos políticos. Además de no haber casos, casi nadie conoce a personas que hayan tenido o tengan el virus, y hay dudas de qué tan cierto es todo, de qué tan peligroso es realmente”.

Paulina (18) vive en otra ciudad turística: Santa Rosa de Calamuchita. Pero, para ella, “no fueron en vano las restricciones, sino que gracias a ellas estamos bien hoy”. Igualmente, advierte que hay “una mezcla de miedo y necesidad económica”.

Carina (San Rafael) dice: “Aunque hubo enojos entre la gente mayor, hemos entendido que nos están cuidando al tomar medidas como el cierre de fronteras”. En su ciudad se debate si reiniciar el turismo. “Algunos lo piden, pero mucha gente dice que no, que, si ya hemos esperado tanto, mantengamos la medida”, cuenta.

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Jesica (38) destaca que el control y aislamiento evitaron que el COVID-19 llegara a Las Toscas (Santa Fe), pese a que localidades cercanas registraron casos:

Temor relajado

“Acá tenés los dos extremos: o se asustan o creen que no va a pasar nada”, introduce Luly (19), de Esquel.

La cuarentena en Esquel.

Por un lado, la flexibilización y el correr de los días sin contagios hizo que muchos bajaran la guardia. “Si no fuera por los barbijos, no te das cuenta de que estamos en cuarentena. Se flexibilizó tanto que pensamos que, el día que haya un caso, nos contagiamos todos”, dice Luly.

Algunas personas se sienten como en un limbo. “Hay restricciones que se contradicen con habilitaciones o aparecen situaciones poco claras”, analiza Paulina.

Y, a la vez, el temor está latente en estos lugares. “Se está siempre pendiente de qué pasa en las ciudades vecinas donde se han reportado casos”, dice María Cristina (67), de Rojas, provincia de Buenos Aires.

En parte, también parece que la postura de las personas en relación al coronavirus depende de qué tanto se acerque.

Juan Pablo (40) vive en Pomán, un pueblo de 10 mil habitantes a 160 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca.

La primera vez que hablamos del tema, cuando Catamarca era la única provincia sin casos de COVID-19, me dijo que la gente iba y venía por todos lados, que los controles dentro de la localidad eran mínimos y las personas se preguntaban por qué no funcionaban con normalidad restaurantes y hasta escuelas. “Todo cambió en un fin de semana, cuando saltaron casos en la capital y se suspendieron los colectivos interurbanos. Ahora estamos todos con la idea de ‘hay que cuidarse, no sabés si hay un asintomático dando vueltas’”, cuenta.

En una nota de Ariana Budasoff de hace más de 4 meses, la investigadora del CONICET Flavia Demonte, doctora en Ciencias Sociales y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, había advertido con notable precisión varios de estos comportamientos: “La idea negacionista que supone que ‘a nosotros no nos va a pasar porque no somos como ellos y/o porque estamos lejos”, cuando el virus no llega, o, cuando llega, la sensación de fragilidad, de “que las medidas de seguridad […] nunca son suficientes”, y “la crítica al aparato estatal”.

Policías vecinales

Buena parte del miedo es que la aparición de un caso obligue a una marcha atrás en la flexibilización: “Por ahí se hace el chiste de que cuando llegue el primer caso, la persona va a ser linchada porque vamos a volver a fase 1 y perder las libertades de ahora”, cuenta Carlina (23), de Jesús María, Córdoba, donde no hubo casos de ciudadanos locales, pero se atendió a dos personas de otras localidades.

La Cuarentena en Jesús María. Foto: Municipalidad de Jesús María.

En este contexto, se mira con especial recelo a quienes llegan desde afuera.

Durante la producción de esta nota, el coronavirus llegó a Pigüé: el primer positivo fue un policía que volvía del AMBA. “Mucha gente trató mal al chico, que tuvo que cerrar sus redes sociales. Varios criticaron al municipio por dejarlo entrar”, comenta Gisela.

Por su parte, Malena cuenta desde Junín de los Andes: “En las redes se trabaja para ayudar a preservar la identidad de casos sospechosos, porque hay rechazo y discriminación”. Y añade: “A pesar de la flexibilización, hay bastante temor y nadie quiere ser LA persona que traiga el virus”.

“La cuestión no debería ser ‘que no entre nadie’, porque esto genera otro tipo de reacciones que pueden tornarse patológicas: unas de tipo antisocial, más bien xenófobas, cuadros con características de fobia”, considera Néstor Tamburini, doctor en Psicología y jefe del servicio de Salud Mental del Hospital de Boulogne (San Isidro). 

Lo cierto es que, en ocasiones, se mira que quien llega de otro lugar haga la cuarentena.

“Se generó un estado de policía vecinal entre los habitantes”, describe Migue sobre su pueblo pampeano.

En la nota citada de febrero, ya Demonte advertía sobre “la estigmatización de ciertas poblaciones y la culpabilización” y sobre “la desconfianza ante cualquier persona que haya estado en ‘ese’ lugar [el del virus]”.

Tamburini, quien también dirige el espacio de reflexión y difusión S.O.S mental, explica que “la amenaza del virus exacerba mecanismos de culpa preexistentes. Muchos dicen: ‘Me muero si contagio a mi familia’. Otros, en cambio, proyectan sus miedos en el tema del coronavirus y entonces, si viene alguien que ‘nos manda para atrás’, hay que condenarlo. Ambas cuestiones tienen que ver con mecanismos bastante infantiles. Hay una excesiva creencia en que se tiene el control, de que si hago lo que tengo que hacer no me va a pasar nada y, casi paranoicamente, fijarse en todo lo que hacen los demás para ver si atentan contra mi vida”.

Para Tamburini, “el mejor antídoto contra las reacciones impulsivas es la palabra y la capacidad reflexiva: hay que hablar de estos mecanismos del psiquismo de una manera entendible y accesible, convocar a profesionales de salud mental para dar charlas sobre estos mecanismos y sobre todo usar el humor para analizarlos”. 

¿Evitar o prevenir?

“Se habla mucho de que el virus no llegue, pero no de qué vamos a hacer si llega”, analiza Diego (37), de Las Toscas. Muchos creen que será posible cerrarle la puerta al COVID-19 indefinidamente, mientras que otros entienden que las medidas preventivas, apuntan a que, cuando llegue, el sistema de salud esté listo y la curva de contagios no se dispare.

Al respecto, Tamburini aclara que “una cosa es evitar y otra cosa es generar las mejores condiciones posibles para bajar el nivel de virulencia”. Y usa una metáfora: “Por saber que hay accidentes no voy a dejar de salir a manejar. En lugar de eso, tomo medidas para evitarlo como el cinturón de seguridad, un auto con airbag, ABS… Son medidas de protección, pero tampoco me hacen inmortal”.

Cuarentena en una plaza de Las Toscas.

A pesar del intento de esta nota, es difícil generalizar qué sienten y cómo viven quienes lo hacen en lugares sin coronavirus. Pero sí hay algo en lo que la mayoría, sino todos, coinciden: saben que son privilegiados. Paula, de Daireaux, resume el pensamiento de varios acerca de estar lejos del COVID-19: “Es una bendición, lo agradezco todos los días”.

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