“Fui yo la que tuvo que renunciar para estar con la nena”
“Trabajo en una institución educativa. Mi marido gana más porque trabaja en ingeniería; pero más allá de eso, cuando nació Dana, nuestra hija, tuvimos que tomar una decisión de pareja para ver quién iba a sacrificar horas de trabajo para estar con la nena. Fui yo la que tuve que renunciar. A uno de los lugares lo dejé de forma planificada, los pacientes que atendía por mi cuenta los dejé en el camino al ver que no podía con todo: la crianza de la gorda, mantener una casa, la limpieza, la comida. Fue muy duro tomar esa decisión pero fue una de las cosas que tuve que hacer para sobrevivir estos meses”.
Leticia tiene 31, es psicopedagoga y madre primeriza de una beba de tres meses. Leticia graba los audios en los que cuenta —más bien exorciza— la desigualdad entre hombres y mujeres al momento de la crianza, de los cuidados de un bebé, durante el camino de regreso del trabajo a su casa. Sabe que cuando llegue la espera una nena de tres meses ávida de leche. Una cena que preparar. Una casa con la cual ponerse al día. Sabe que cuando llegue no va a tener tiempo de mandar audios, mensajes, ni nada.
“Es difícil —agrega—. Siento que mi marido no tuvo que sacrificar nada, ni laboral ni social. Una de las cosas que vivo con más dolor es cuando cada jueves él se va a comer asado con amigos. Yo, por un tema de teta y organización no tengo ese espacio. Y los sábados juega al fútbol. Yo cuido a la nena de lunes a viernes, todas las mañanas. Los sábados también. Es sentirse bastante sola, con mucha carga emocional. Está presente todo lo que uno quiere y desea ese bebé, pero también todo lo que implica renunciar a uno mismo”.
Según el informe El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente, presentado en 2018 por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 1900 millones de niños y niñas menores de 15 años y 200 millones de personas mayores necesitaban cuidados en el mundo. Para el año 2030, es cifra llegaría a 2300 millones.
El estudio de la OIT muestra que en el mundo se emplean 16.400 millones de horas en el trabajo de cuidado no remunerado. Esto —medido en tiempo— es: 2.000 millones de personas trabajando ocho horas diarias sin recibir ninguna remuneración. Si ese tiempo fuese valorado en sueldos mínimos, representaría el 9% del PBI mundial. Y las mujeres se ponen al hombro el 76,2% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado, más del triple que los hombres.
Si pensamos en las licencias por maternidad y paternidad, en Argentina a las madres les corresponden 90 días, mientras que para los padres o personas no gestantes solo 2. Y aunque en 2018 se presentó un proyecto de ley para extender la licencia de paternidad a 15 días, aún no hay noticias sobre el asunto. La Ciudad de Buenos Aires hasta ahora es la única que aprobó una nuevo régimen de licencias para que empleados y empleadas del gobierno porteño puedan tener esa cantidad de días. Luego existen las empresas que también los otorgan. Pero, al momento, esto cuenta como beneficios o arreglos particulares, no está regularizado ni existe norma que obligue a los empleadores a otorgarlos a nivel nacional. Con lo cual, las diferencias en los trabajos de cuidado de los hijos e hijas nacen junto a ellos.
La OIT señala que en en algunos países la participación de los hombres en las tareas de cuidado aumentó durante los últimos 20 años. Pese a eso, se observa que “la desigualdad de género en el tiempo dedicado a las responsabilidades de cuidado no remunerado disminuyó solo 7 minutos al día durante las últimas dos décadas”. Shauna Olney, jefa del Servicio de Género, Igualdad y Diversidad de la Organización Internacional del Trabajo aseguró que “a este ritmo, serán necesarios 210 años para acabar con las diferencias entre ambos sexos en la prestación de cuidados”.
“Cuidamos personas, pero exigen que limpiemos o cortemos el pasto”
Graciela tiene 43. El secundario completo y un curso de cuidadora de ocho meses de duración que ofrece el gobierno nacional. El grupo con el que realizó esa formación era de 70 personas. Solo cinco eran hombres.
“El curso consistió, básicamente, en aprender cómo tratar a las personas a cuidar. Conocer su entorno para comprender ciertas actitudes y saber cómo manejarse. La mayoría de los que lo hacíamos ya trabajábamos de esto así que cada uno contaba sus experiencias. En gran parte de los casos los empleadores nos exigían tareas que no correspondían como limpiar o 'ya que estás cuidame a mi hijo un rato' (que no era la persona a cuidar), o 'en algún rato libre cortá el pasto'. Como esas, miles de cosas”.
Graciela cuida a Ariel, un chico de 21 años que tiene Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD) con retraso madurativo del lenguaje. Lo cuida de lunes a viernes, ocho horas. Lo acompaña en las tareas cotidianas: “Cocino, lo llevo a musicoterapia, natación, a un centro de actividades dirigido por psicólogas, limpio lo que se ensucia, me ocupo de lavar y planchar su ropa, lo hago escribir, pintar. Trato de ofrecerle juegos o alguna tarea que le pueda interesar para que se entretenga”.
Además, trabaja haciendo tareas de limpieza: “Ahora, como la mayoría del tiempo cuido a Ariel, solo me quedé con tres lugares: dos casas a las que voy los sábados y una oficina a la que voy muy temprano. Supe tener entre seis y siete lugares para limpiar”.
Es monotributista y le pagan aportes por el servicio doméstico. Es madre de tres hijos (24, 22 y 18 años) a los que crió sin ayuda desde hace 15 años, cuando se separó. Su hija menor aún depende de ella. El dinero apenas le alcanza para terminar el mes.
Según el estudio de la OIT, podrían crearse cerca de 269 millones de empleos si los gobiernos del mundo duplicaran las inversiones en educación, salud y trabajo social de aquí a 2030. Laura Addati, principal autora del informe, asegura que “la prevalencia mundial de familias nucleares y hogares monoparentales, así como el crecimiento del empleo de las mujeres en ciertos países, incrementan la demanda de cuidadores. Si no se abordan de manera adecuada los déficits actuales en la prestación de cuidados y en su calidad, se generará una crisis del cuidado global insostenible y aumentarán aún más las desigualdades de género en el mundo del trabajo”.
Señala también que el camino para empezar a mejorar la situación implica “reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidado no remunerado y alcanzar el trabajo decente para los cuidadores, incluidos los trabajadores domésticos y migrantes. (...) Nuestro informe llama a modificar radicalmente las políticas macroeconómicas, de cuidado, protección social, trabajo y migración”.
El relevamiento de la OIT muestra que la mayoría de las personas que realizan tareas de cuidado son mujeres, en muchos casos migrantes, que tienen trabajos precarizados y conforman la ancha franja de empleados y empleadas que se desempeñan en la economía informal con salarios exiguos.
“Trabajo en siete casas, pero nunca nadie me registró como empleada”
Mari tiene 55 y cuida a Tita, una mujer de 91 años que vive en Parque Patricios. Trabaja con ella y su familia hace dos décadas. Empezó limpiando y haciendo las tareas domésticas pero hace unos siete u ocho años, cuando el marido de Tita murió y ella se deprimió, Mari, además de las tareas cotidianas, empezó a hacerle compañía: “El trabajo es más psicológico. Ahora está más tranquila pero hace algunos años se quería matar todo el tiempo. No quería levantarse de la cama. Tita cuidaba a todo el mundo: a la mamá y al marido, que tenía problemas en una pierna y dependía de ella para todo. Cuando se quedó sola decía que no quería vivir”.
En esos días, Mari visitaba a Tita de lunes a sábados. Ahora va solamente dos veces por semana, limpia su casa, hace las compras, a veces la ayuda a lavarse la cabeza. La cuida.
“Tengo varios trabajos limpiando. Son todas grandes las señoras de las casas a las que voy. Les hago compañía, a veces alguna me pide que le tiña el pelo, o que le ayude a lavarse la espalda. Pero realmente no es un trabajo”, dice Mari.
Pero sí es.
Su relación con Tita, después de 20 años, es casi de madre e hija (“es un amor, un idilio lo que hay entre nosotras”, dice). Muchas veces, cuando hay un vínculo afectivo de por medio, las tareas de cuidado se confunden con el amor. Pero, aunque se hagan con amor, implican trabajo.
Mari vive en Ciudad Evita, La Matanza. Terminó la escuela secundaria “de grande”, hizo muchos cursos “de pastelería y otras cosas”. Tiene un marido —empleado de una fábrica textil—, dos hijos de 26 y 31, seis nietos. Ella trabaja en siete casas. Mañana y tarde. No está en relación de dependencia en ninguna. “Nunca nadie me quiso poner. Una me había puesto una vez pero fueron seis meses y después me dejó sin trabajo por esto de la economía que se fue a pique. Ahora estaba pensando en hacerme monotributista, cuando te pagás vos sola, porque necesito por lo menos tres años para poder jubilarme, me dijeron”.
El informe de la OIT señala que el trabajo de cuidado no remunerado es el mayor obstáculo de las mujeres para incorporarse, permanecer y progresar en su carrera laboral. “En 2018, 606 millones de mujeres en edad de trabajar declararon que no habían podido hacerlo a causa del trabajo de cuidado no remunerado. Apenas 41 millones de hombres dijeron que no formaban parte de la población activa por el mismo motivo”. Por eso llama a los Estados a tomar medidas, “a duplicar las inversiones en la economía del cuidado a fin de prevenir una inminente crisis de los cuidados a las personas” y a establecer políticas que permitan comenzar a combatir la disparidad de género en esas tareas.
En el libro Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour), Mercedes D’Alessandro dice que “en la Argentina, según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo realizada en 2013 por el INDEC, una mujer ocupada full time dedica más tiempo al trabajo doméstico (5,5 horas) que un hombre desempleado (4,1 horas)”. Y señala que “los países más igualitarios en la distribución de las labores del hogar son los nórdicos (Noruega, Suecia, Dinamarca, Islandia y Finlandia)”, porque desde los años setenta desarrollan políticas que ponen el foco en “cerrar brechas de género y concientizar a los varones de lo importante que es su aporte en estas tareas cotidianas”.
Hace pocos días se presentó en nuestro país por octava vez el proyecto de ley para impulsar la legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Este lunes se realizó la quinta marcha Ni Una Menos para seguir gritando denuncias, reclamando derechos. Igualdad salarial, cupo femenino, visibilidad en el deporte. Los trabajos de cuidado se suman a esa larga lista por conseguir.
“Cuando llegué a casa mi marido me esperaba con la nena upa en la puerta. Ni beso nos dimos. Me la entregó porque no dejaba de llorar. Yo subí con ella corriendo al cuarto y a oscuras me saqué la mochila, la campera, y saqué la teta para darle de comer” —dice Leticia cerca de las diez de la noche—. “Mientras te escribo esto me estoy ordeñando la última teta del día para que mañana, cuando la cuida la señora, no le falte. Me miro las tetas cansadas que apenas sacan 60 mililitros de leche”.